A todo esto, para que no decaiga el tono literario del libreto, el Sr. Mas sigue con sus inspiradas metáforas; silenciado el “España nos roba” por exigencias del guion innovado, ya que todos los que no son completamente idiotas saben en realidad quiénes eran los ladrones, y gastado aquello tan ocurrente del “choque de trenes”, quizás porque el Sr. Rajoy ha puesto su locomotora –de mayoría absoluta, por cierto- en ralentí, el “President” de la Generalidad catalana recurre ahora a las citas bíblicas y se compara con David, de quien dice que venció a Goliat “con astucia”; el realidad, el arma empleada por el joven israelita contra el filisteo fue una honda, pero lo de la puntería a base de piedras es una asignatura pendiente para don Arturo; quizás espere, en un futuro no muy lejano, que le adiestren en el apedreamiento sus amigos islámicos, a los que no deja de persuadir de que voten en el plebiscito ilegal cuya convocatoria ha firmado ante sus fieles. Pero eso está por ver.
Me imagino que el cambio de metáfora, de lo ferroviario al Antiguo Testamento, se lo habrá sugerido esa pléyade de monjitas “soberanistas” que no dejan de jalear en tertulias televisivas su proyecto separatista; si doña Isabel II tenía a Sor Patrocinio como consejera, don Artur Mas dispone de un verdadero coro conventual, que se dedica a la particular glorificación de su figura, en lugar de dedicarse, como es su obligación, a alabar a Dios, que para eso tomaron el hábito.
La escena cumbre de este segundo acto del vodevil ha sido, sin lugar a dudas, la descomunal bronca que don Jordi Pujol propinó a sus conmilitones parlamentarios y a los que considera gusarapos de las fuerzas políticas contrarias al secesionismo; de nuevo, el que fuera “español del año” (¿recuerdan el título otorgado por ABC?) se ha envuelto en los pliegues de la “senyera” (esta vez de la “estelada” o “cubana”, porque no tiene por qué disimular) y ha reivindicado su condición de mártir de la causa.
Los espectadores –todos los que leemos la prensa- han asistido a la interpretación estupefactos, algunos –los catalanes que nos sentimos españoles- con el alma en un puño y la rabia contenida; posiblemente, muchos ya están convencidos de la iniquidad de quienes se han atrevido a acusarle. Y es que –permítanme también una cita bíblica y no sugerida por voces monjiles- “el número de los necios es infinito”.
Entretanto, el Presidente del Gobierno español se ha encargado de provocar el anticlímax necesario para mantener hasta el final la incógnita del desenlace de la obra; posiblemente ha leído a Lope de Vega y sabe cómo mantener al público en vilo hasta que se baje el telón por aquello de “la cólera del español sentado”. Confiemos en que muchos españoles del siglo XXI, con conciencia de serlo, no la manifiesten de pie, con sus voces y con sus votos.
Manuel Parra Celaya |