«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

sábado, 10 de mayo de 2014

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: Los buenos pastores y la confusión doctrinal

En este domingo de Pascua, la Liturgia nos presenta la figura de Jesús Buen Pastor, viendo en esta imagen la expresión del amor universal de Cristo hacia su Iglesia.
El mismo Jesús presenta en el Evangelio el reino de su Iglesia como un rebaño cuyo pastor es Él mismo y sus relaciones con la Iglesia como las de un pastor con sus ovejas: los cristianos le pertenecen, los guarda celosamente y es para ellos fuente de vida y salvación. Cristo mismo se define como única Puerta de las ovejas y como Buen Pastor que da la vida por ellas y para darles Vida eterna (Forma Ordinaria: Jn 10, 1-10).
Subió Cristo a los cielos pero dejó otros pastores visibles que en nombre suyo apacentarán la grey de la Iglesia: el Papa, los obispos, los sacerdotes. Cada uno de ellos ha de ser pastor bueno como Jesucristo y vivir adornado de las mismas cualidades que Él nos enseña. El Evangelio de hoy nos recuerda a cada uno nuestra obligación: a los fieles la de ser dóciles y fieles a la voz del Buen Pastor y de los pastores; a los pastores la Iglesia nuestro deber de apacentar el rebaño que Dios nos ha confiado y de hacerlo como Dios quiere, siguiendo las recomendaciones de San Pedro  (“Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey”, 1Pe 5, 2-3).
Es interesante poner de relieve que las palabras de Jesús se pronuncian en un contexto polémico. El Evangelio continúa la polémica iniciada a raíz de la curación del ciego de nacimiento. Entonces se sirvió de la imagen de la Luz para condenar a los ciegos obstinados que son los fariseos. Ahora viene a descalificarlos como guías espirituales del pueblo mediante esta parábola en la que Él mismo se define como única Puerta de las ovejas y como Buen Pastor que da la vida por ellas y para darles Vida eterna. Esta era, además, una imagen mesiánica desde el Antiguo Testamento; el profeta Ezequiel había desautorizado a los “falsos pastores de Israel” que esquilmaban el rebaño y abandonaban a las ovejas y había anunciado en nombre de Dios la promesa de suscitar pastores según su Corazón. Por tanto, junto al modelo del Buen Pastor, Jesús advierte contra los pastores mercenarios
La distinción entre el buen pastor y el asalariado, llega hasta nuestros días. Por eso se comprende el lamento, muy extendido de los que se quejan cuando en la Iglesia se introduce la confusión doctrinal. No solo porque circulan con ligereza opiniones dispares sino porque falta la orientación de muchos pastores. Desde los más diversos ámbitos se presentan como doctrina de la Iglesia ideas y prácticas contrarias a la misma y los fieles están sometidos a la continua desautorización práctica de lo que se proclama en la doctrina o en la legislación canónica. Los criterios o normas superiores que nos dan la orientación auténtica de la jerarquía de la Iglesia, de los buenos pastores, pueden sintetizarse en estos criterios:
1.Todos debemos conocer las verdades de fe ya formuladas. Cuando el Magisterio de la Iglesia universal propone de forma definitiva la doctrina de la fe y la moral, sus afirmaciones son inmutables. Nosotros encontramos esas verdades en el Credo, en las profesiones de fe, en los catecismos autorizados... Nadie puede sustituir ni suprimir una sola verdad de fe no uno solo de los principios morales así definidos. “Pues sea maldito cualquiera –yo, o incluso un ángel del cielo- que os anuncie un Evangelio distinto del que yo os anuncié. Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido ¡caiga sobre él la maldición!” (Gal 1, 8-9).
2.Las normas de disciplina y las aplicaciones prácticas es lo único que puede variar pero solo por decisión de la autoridad de la Iglesia. La obediencia a las normas vigentes es voluntad de Dios y preserva la libertad contra las arbitrariedades. En algún caso, además, (como en la Eucaristía o la Confesión) el cumplimiento de las normas condiciona la validez de los Sacramentos y ningún sacerdote ni otro fiel se atreverá a no respetarlas si conserva la fe en el misterio de salvación que es la Iglesia.
3. Tampoco debemos prestar oído a la confusión sembrada desde los medios de comunicación que anuncian cambios previsibles o inminentes, haciéndose eco de diversas opiniones, a veces recogidas incluso de labios de obispos y cardenales o aprovechando el tono coloquial de algunas expresiones empleadas por el Papa. Menos aún, hay que esperar cambios en prácticas basadas en la propia revelación como la que impide que los divorciados vueltos a casar civilmente se acerquen a los Sacramentos hasta que no regularicen su situación ante la Iglesia.
Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre. No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas” (Heb 13, 8-9). Las verdades de la fe –la doctrina católica- nos dicen lo que Cristo es y lo que Cristo hace. Por eso no puede ser buen cristiano el que no ama las verdades de la fe y no procura ajustar su vida a ellas mediante una continua conversión.
Una vez más, a la Virgen Sta.María le pedimos que sea columna sobre la que se sostiene la solidez de nuestra fe y de las enseñanzas que hemos recibido para vivir de tal manera en la Iglesia militante mientras estamos aquí en la tierra que podamos formar parte un día de la Iglesia triunfante en el Cielo.
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Presentación del libro” La Columna relámpago. Agosto de 1936”

La columna relámpago
 
Presentación del libro” La Columna relámpago. Agosto de 1936”.
Ediciones Diego Marín. Murcia, 2014
Autores : Francisco Pilo Ortiz, Moisés Domínguez Núñez y Fernando de la Iglesia Ruiz
 
Lugar: Carpa de Conferencias. Paseo de San Francisco (Badajoz)
A las 20.30 horas del Martes 20 de Mayo de 2014.
 
Pulse en este enlace para más información sobre el libro

viernes, 9 de mayo de 2014

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: Pan de Vida

"La Comunión de la Santísima Virgen": Parroquia de San Pedro (Buñol)
Las lecturas del Evangelio de la Misa nos presentan a lo largo de varios días de este Tiempo litúrgico de Pascua (III Semana, Forma Ordinaria) las palabras pronunciadas por Jesús en la Sinagoga de Cafarnaum después de la multiplicación de los panes y los peces. Es lo que llamamos el discurso del pan de vida, en el que se unen dos principales referencias: la Fe y la Eucaristía.

¿Qué es lo que haremos para ejercitarnos en obras del agrado de Dios?”; ante esta pregunta que escuchábamos hace unos días, Jesucristo enseña que la obra agradable a Dios es la Fe; que creamos en Él. Solo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios, enviado por el Padre para salvar al mundo, acude a Él con confianza y acepta su acción redentora. Para quien vive de esta manera, Jesucristo es Pan de Vida. El que se alimenta de este Pan en la Eucaristía, encontrará fortaleza para sostener su fe y no tendrá más hambre, no tendrá más sed.

Jesús socorrió la necesidad de los que le seguían para oír su Palabra con la multiplicación de los panes y los peces. Pero, Él mismo les advierte que aquel alimento es figura, anticipo, anuncio de otro alimento mucho más poderoso que es Él mismo, su Cuerpo y Sangre: la Santísima Eucaristía: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 50-51)

Desentrañando el significado de esta promesa de Jesús, enseña el Catecismo Romano que la Eucaristía posee una virtud infinita para procurarnos la gloria eterna. Es ya una señal en esa vida aquella suma paz y tranquilidad de conciencia que disfrutan las almas después de comulgar. Y en el momento de la muerte, fortalecidos por la virtud divina del sacramento, levantaremos el vuelo hacia la bienaventuranza eterna.

Con frecuencia, aplicamos el Santo Sacrificio de la Misa en Sufragio por el alma de algún difunto y de manera genérica, la Iglesia encomienda a todos ellos en cada celebración:

— Alentados por la promesa de Jesús, esperamos que el Señor conceda la eterna recompensa de estar junto a Él en el Cielo a quien, mientras vivió en este mundo se alimentó con frecuencia en el sagrado banquete de la Eucaristía.

— Pedimos al Señor que haya tenido misericordia en el momento del juicio particular de quien tantas veces se postró para pedir perdón de sus pecados en el tribunal del Sacramento de la Penitencia.

— Y si aún quedaran reliquias del pecado en su alma, pedimos la gracia de acortar el tiempo de purificación.

La Virgen Santísima, que recibiría tantas veces la Comunión de manos del Apóstol San Juan quien, según una piadosa tradición celebraba para Ella la Santa Misa, nos enseñe y ayude a recibir dignamente a Jesucristo en la Eucaristía.

Y adquiramos y conservemos la santa costumbre de rezar por los difuntos y concretemos esta práctica piadosa en la celebración por ellos de la Santa Misa. Confiando en gozar un día en el Cielo, de aquellos por quienes rogamos mientras aún peregrinamos por este mundo.

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ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: La vida religiosa y el Concilio no-negociable

La "renovación posconciliar" de la vida religiosa vista desde España: Sor Citroen (1967)
 A veces conviene al agudo observador “cruzar” los mensajes que se emiten desde diferentes instancias radicadas en la Curia Vaticana para llegar a conclusiones que una lectura apresurada y parcial no permite extraer si se consideran de manera aislada.

Hace unos días, el prefecto de la Congregacion para la Doctrina de la Fe dijo a las religiosas de la Leadership Conference of Women Religious (LCWR) que la elección de los oradores de la conferencia anual y el material impreso que ponen a disposición de sus miembros, así como su actitud ante errores doctrinales evidentes, le lleva a cuestionar si la LCWR tiene “verdaderamente la capacidad de sentire cum Ecclesia”.

En efecto, las aludidas monjas useñas no son sino un ejemplo de los numerosos miembros de congregaciones religiosas masculinas y femeninas que defienden el aborto, el preservativo, se sienten maltratadas (maltratad@s escribirían ell@s) por el machismo eclesiástico, exigen la ordenación para las mujeres o se dedican a la acción social(-ista). En España tenemos insignes representantes de todo ello que frecuentan, además, los medios de comunicación sin recibir, que sepamos, desautorización eficaz.

Previniendo objeciones, nos adelantamos a precisar que estos señores y señoras no son representativas de todo lo que en la Iglesia supone la vida religiosa. Que hay muchos religiosos y religiosas que viven entregados al servicio de Dios y del prójimo en plena coherencia con los votos que hicieron en su día y que profesan en su integridad la fe católica.

Pero para éstos también hay palo. Según José Rodríguez Carballo, secretario de la Congregación para la Vida Consagrada, "Para los consagrados el Concilio es un punto que no se puede negociar". Y explicó que en su Dicasterio están "especialmente preocupados" por este tema: "estamos viendo verdaderas desviaciones". Sobre todo porque "no pocos institutos dan una formación no sólo pre-conciliar, sino anti-conciliar. Esto es inadmisible, es situarse fuera de la historia. Es algo que nos preocupa mucho en la Congregación".

A las terminales mediáticas del pos-conciliarismo neocónico les ha faltado tiempo para “hacerle la ola” a Fray José. Al tiempo que los representantes del más rancio progresismo se frotan las manos soñando con la puesta en escena del más puro francisquismo, aplicado ahora a los escasos institutos de vida religiosa que dan signos de una resistente vitalidad.

Desde luego que, en esta columna, no nos contamos entre los que -como denuncia el citado Secretario- buscan en las reformas del Vaticano II todos los males de la vida religiosa (los males venían de atrás, y el Concilio fue a la vez causa y efecto) y menos aún entre los que "niegan la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia" (buena prueba de ello es la supervivencia de la vida religiosa a las reformas posconciliares). Pero tampoco vamos a caer en la ingenuidad de separar las desviaciones sufridas por la vida religiosa de la puesta en práctica de las iniciativas promovidas desde que tuvo lugar la Asamblea Conciliar clausurada en 1965. Unas desviaciones que afectan a la Iglesia en general y lo hacen aún con mayor virulencia en aquellos de sus miembros que, a través de la profesión de los consejos evangélicos, han abrazado lo que antes se llamaba “estado de perfección”.

La decadencia de la vida religiosa no radica solo en la desproporcionada reducción del número de sus miembros como consecuencia de las deserciones y de la falta de relevo generacional sino que consiste, sobre todo, en la variación de los criterios que regulan la vida de los diversos institutos cuyas constituciones y reglas fueron reformadas siempre con más efectos destructivos que constructivos. Alguien tan poco sospechoso de “tradicionalismo” como el Cardenal Daniélou, dio la siguiente respuesta al preguntarle sobre la existencia de una crisis de la vida religiosa: “Pienso que hay actualmente una crisis muy grave de la vida religiosa y que no se puede hablar de renovación, sino más bien de decadencia” (Maurice DE LANGE, Dans le sillage des Apótres, París 1976, p. 223; cit. por Romano AMERIO, Iota unum, cap. XIV). Y encuentra la causa en la desnaturalización de los consejos evangélicos tomados como una prospectiva axiológica (relativa a los valores) y sociológica en vez de como un estado especial de vida estructurada sobre ellos.

Una prueba de que lo que acabamos de decir la encontramos al comprobar cómo la reforma posterior al Vaticano Segundo desafía la norma general que estos procesos han seguido en la historia de la Iglesia. Todas las reformas nacen como respuesta frente a la relajación y son expresión del deseo de una vida más espiritual, orante y austera. Así ocurrió, por ejemplo, con los franciscanos: de los Menores salieron los Observantes y aún después los Reformados y los Capuchinos, siempre con un movimiento ascendente de mayor severidad y separación del mundo.
Ahora, por el contrario y por primera vez, se ha buscado de manera consciente una relajación de la disciplina y una confusión cada vez mayor con el mundo. Esto se manifiesta, no solo en el abandono del hábito, sino, sobre todo, en la adopción de formas de vida autónoma e independiente propias de la vida secular.
“La tendencia según la cual se reforma hoy la vida religiosa es paralela a la tendencia con la que se reforma el sacerdocio. En éste es el olvido de la distancia entre sacerdocio sacramental y sacerdocio común de los fieles, en aquélla es la anulación de la distancia entre estado de perfección y estado común. Se destiñe y diluye lo específico de la vida religiosa, sea en la mentalidad o sea en la práctica” (Romano Amerio, Ibid.).
El olvido de la referencia sobrenatural y escatológica propia de la vida religiosa lleva a poner el horizonte de las acciones propias en lo puramente intramundano. Lejos de representar un camino de santificación que afecta, en primer lugar, a la persona que libremente adopta esa forma de vida, se nos ha inculcado por activa y por pasiva que el nuevo fin asignado a la vida religiosa es el servicio al hombre más que el servicio a Dios (o bien el servicio al hombre identificado con el servicio a Dios).

La vida religiosa posconciliar se ha edificado así sobre la negación expresa de la larga tradición teológica y ascética del desprecio del mundo ("contemptus mundi"). Ya San Agustín describió la historia del género humano como el desarrollo de dos ciudades que tienen por centro a Dios o al hombre: “Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial”. El “desprecio del mundo” para dar lugar al amor de las cosas celestiales es poner cada cosa en su sitio y darles el valor que tienen desde una perspectiva evangélica: “Si alguno de los que me siguen no aborrece a su padre y madre, y a la mujer y a los hijos, y a los hermanos y hermanas, y aun a su vida misma, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 26), términos duros que no se reducen a “amar menos” como a veces se dice para suavizar la frase pero sin que por ello se recomiende una actitud despiadada u ofensiva.

Y no se diga que el servicio al hombre justifica la renuncia a este horizonte porque resulta sintomático cómo el cristiano “desprecio del mundo” nunca fue obstáculo para que la religión católica produjera en este mismo mundo frutos que superan con mucho a los que se alcanzan hoy día. Manzoni enumeraba ellos desde las costumbres civiles a la conservación de la cultura en tiempos de la barbarie, de las inspiraciones de la belleza al consuelo de la esperanza. Pero advirtiendo que, si bien se alaba merecidamente al Cristianismo por todos esos efectos (ciertamente suyos), sería un grave error identificarlo con ellos (pues son mundanos y pueden nacer de otras causas), mientras se deja de lado lo que es más importante: su esencia, operación, y fin sobrenaturales.

Mal camino el que parecía apuntar Müller en sus reproches a las monjas useñas si se interpreta a la luz de las claves aportadas por Carballo. En el congreso de la Unión de Superiores generales, que tuvo lugar en mayo de 1981 con la presencia del cardenal Pironio, se proclamó que la renovación “hunde sus raíces no tanto en ciertos cambios más superficiales que sustanciales, sino en la auténtica revolución copernicana acaecida con el modo concreto con el que hoy los miembros de los Institutos se interrogan a sí mismos como religiosos” (cit. por, ibid).

No hay otra alternativa que deshacer las causas y los efectos de esta revolución copernicana para volver a reconstruir la vida religiosa sobre sus propios fundamentos entre los que se encuentra de manera irrenunciable el "contemptus mundi". Lo que no pase por este camino, llevará a la estéril disolución de la vida religiosa o a la proliferación de instituciones, todo lo radicales que se quiera y a veces hasta fecundas en lo que a número de seguidores se refiere, pero alejadas de la tradición y de la fe de la Iglesia, conservadoras en apariencia por lo que se refiere a las formas y al simple mantenimiento de las exigencias disciplinares.

Y eso (como se ha demostrado en algún caso reciente y especialmente doloroso), lejos de renovar la vida religiosa, la encenaga en su propia corrupción.

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sábado, 3 de mayo de 2014

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: “Cómo ardía nuestro corazón”: las apariciones del Resucitado

"Discípulos de Emaús": Abraham-Bloemaert
1.- El Evangelio de la Misa de este Domingo (III de Pascua, Forma Ordinaria: Lc 24, 13-35) nos relata cómo dos discípulos se dirigen desde Jerusalén a la cercana aldea de Emaús, perdida la virtud de la esperanza porque Cristo, en quien habían puesto todo el sentido de su vida, ha muerto. El Señor, como si también Él fuese de camino, les da alcance y se une a ellos sin ser reconocido.

Conocían estos hombres la promesa de Cristo acerca de su Resurrección al tercer día. Habían oído por la mañana el mensaje de las mujeres que han visto el sepulcro vacío y a los ángeles. Habían tenido suficiente claridad para alimentar su fe y su esperanza; sin embargo, hablan de Cristo como de algo pasado, como de una ocasión perdida. Son la imagen viva del desaliento. Su inteligencia está a oscuras y su corazón embotado. Jesucristo, que ha de constituir a los Apóstoles en testigos de su Resurrección, los saca de la incredulidad mediante sus apariciones Cristo se aparecía para sembrar las semillas de la fe (Sto.Tomás de Aquino).

2.- La primitiva fe cristiana en la resurrección corporal de Jesucristo es es un hecho incontestable que exige una explicación adecuada ¿Cómo llegaron los Apóstoles, San Pablo y los primeros cristianos a tener una fe tan profunda en la resurrección de Jesús? ¿Cómo pudieron fundar en esta fe toda su esperanza y llegar a dar la vida por confesar su fe en el Resucitado?

Los primitivos relatos cristianos presentan como fundamento de la fe en la resurrección de Jesús estos dos hechos:

2.a) En la mañana del domingo de Pascua se encontró el sepulcro de Cristo vacío. En la 1ª Lectura, San Pedro atestigua este hecho cuando aplica al Señor el salmo 15, 8-11, según el cual la carne del Señor no debía experimentar la corrupción (Hch 2, 31).

2.b) Pero el sepulcro vacío no fue la única razón, de hecho al comprobar que la tumba estaba vacía, se llenaron de consternación y perplejidad. Que Jesús había resucitado a una nueva vida con un cuerpo glorioso fue un hecho inmediatamente comprobado porque Cristo se mostró corporalmente resucitado en muchas apariciones.

En todos los relatos aparece claro que los Apóstoles piensan primero en otra cosa y sólo se convencen paulatinamente tras la solución de sus dudas por medio de la visión corporal del Señor. María Magdalena le confunde con el hortelano, Santo Tomás exige pruebas, los discípulos de Emaús no le reconocieron… En sus apariciones, Jesucristo causa la fe: Al bendecir el pan y partirlo “se les abrieron los ojos y le reconocieron”. Con ese fin se les apareció: para encender en sus entendimientos la fe en la Resurrección. Cuando se han convertido en testigos de ella, Cleofás y su compañero vuelven a Jerusalén a contar lo que les había ocurrido en el camino y como reconocieron a Jesús en la fracción del pan .

3. Dos enseñanzas útiles nos presenta el Evangelio que comentamos.

3.a) No se puede afirmar con certeza que en esa fracción del pan Jesucristo celebrara la Eucaristía, pero sí puede verse con toda claridad en la narración evangélica de este hecho una figura de este sacramento. Para fortalecer y aumentar nuestra fe tenemos el Sacramento de la Eucaristía que nos da la vida sobrenatural que se fundamenta en la fe. Por la Eucaristía no solamente creemos sino que participamos del Misterio de la fe (mysterium fidei).
“Sensible Santo Tomás de Aquino como buen teólogo a las catequesis ʺmistagógicasʺ, tan queridas en los antiguos Padres, que profundizan en el contenido de los misterios, a través de la observaciones de los gestos, análisis de las palabras, y evaluación de las fórmulas litúrgicas, por lo que pasan de lo sensible a lo inteligible, del signo a lo significado. En esta tesitura el Maestro de Aquino echa mano del principio elemental de que lo que significa el alimento corporal para el sustento del cuerpo lo significa la gracia del sacramento de la Eucaristía, para el sostenimiento de la vida espiritual. Este aspecto le permite ofrecer una apretada síntesis del fruto espiritual que reporta la Eucaristía, sacramento y sacrificio, para el mantenimiento y desarrollo de la vida espiritual, como elemento de reparación en caso de necesidad, y santa complacencia de la vida de comunión con Dios” (L.Galmés, E-aquinas, julio-2005).
3.b) Los discípulos de Emaús manifiestan un corazón caritativo y generoso para con el caminante desconocido que les acompaña. Le invitan a permanecer con ellos porque atardece: “Pero no podía ser extraños a la caridad estos que marchaban con la caridad, así que lo invitan a su hospedería.” (San Gregorio in evang. hom. 22). Es precisamente ese acto de caridad el que conmueve al Corazón de Cristo. Por eso, los discípulos ven desaparecer las vendas de sus ojos y son introducidos en la intimidad con Jesús

Trabajemos para que sean tales nuestros sentimientos, y conformes a ellos nuestras obras. Hagamos nuestra la petición de los discípulos: “Mane nobiscum Domine quoniam advesperacit”, Quédate con nosotros, Señor, porque especialmente en esta hora del mundo, el día va de caída.

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