«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

sábado, 27 de septiembre de 2008

EN EL ANIVERSARIO DEL ALCAZAR



Toledo era una ciudad que, en julio de 1936, se encontraba prácticamente sin guarnición por lo que en toda la provincia su fuerza básica era la Guardia Civil con unos setecientos hombres que, por orden de su jefe el Teniente Coronel Pedro Romero Basart, se concentraron en el Alcázar a partir del 19 de julio.

Al día siguiente, el Coronel jefe de la Fábrica de Armas, Mario Soto, vacila ante una orden del Gobierno para que entregue las existencias de cartuchería; entonces los oficiales de la ciudad, reunidos con el director de la Escuela Central de Gimnasia y Comandante Militar en funciones por antigüedad, Coronel José Moscardó, deciden al atardecer del 20 de julio declarar el estado de guerra a la mañana del día siguiente. Pronto llegarían las primeras fuerzas ofensivas procedentes de Madrid.

Finalmente los defensores acabaron reuniéndose en el Alcázar, que resistiría increíblemente hasta su liberación el 27 de septiembre con lo cual, escasamente 30 hectáreas serían un baluarte en una provincia dominada por los frentepopulistas. Después del paso de las columnas nacionales camino de Madrid (septiembre-octubre de 1936), el frente se estabilizaría permaneciendo parte de la provincia en zona republicana hasta marzo del 39. En ese tiempo, los frentepopulistas cometieron un número muy elevado de asesinatos como demuestran las siguientes estadísticas:

REPRESIÓN EN LA RETAGUARDIA REPUBLICANA. PROVINCIA DE TOLEDO
Número de víctimas por Partidos Judiciales
Escalona
106
Illescas
118
Lillo
134
Madridejos
357
Puente del Arzobispo
222
Quintanar
304
Talavera la Real
186
Navahermosa
341
Orgaz
563
Ocaña
347
Toledo
454
Torrijos
195
TOTAL
3327

Fuente: Archivo Histórico Nacional, “Causa General”. Leg. 1045-1048.
Elaboración propia
Número de víctimas por fecha
VII-36
362
VIII-36
1130
IX-36
530
X-36
399
XI-36
215
XII-36
126
1937
73
1938
8
1939
5
No consta
479
Fuente: Ibid.

Procedencia socioprofesional

Artesanado
283
9.43 (%)
Comerciantes
155
5.16 (%)
Eclesiásticos
305
10.16 (%)
Empleados
87
2.90 (%)
Estudiantes
175
5.83 (%)
Ff.Armadas
57
1.90 (%)
Funcionarios
70
2.33 (%)
Industriales
205
6.83 (%)
Jornaleros
196
6.53 (%)
Labradores
656
21.86 (%)
Mujeres
113
3.77 (%)
Prof.liberales
243
8.10 (%)
Propietarios
456
15.19 (%)

Fuente:Ibid.

Especial relevancia tendría en la provincia de Toledo la persecución religiosa, la norma general fue la detención de los sacerdotes, siendo fusilados casi todos los que no pudieron o no quisieron huir. Se cuenta un reducido número de sacerdotes a quienes se les facilitó salvoconducto para salir de la localidad donde no se les ofrecía garantía de seguridad y otro mucho menor de aquéllos a quienes se les guardó en sus pueblos, sancionados con multas u obligados a prestar servicios burocráticos en las oficinas y comités o condenados a trabajos forzados.

Paralelamente se produjo la destrucción de los templos que habían sido cerrados inmediatamente al culto, saqueados; incendiadas o mutiladas las imágenes, quedando los edificios, después de despojados, incautados por los Comités y destinados a los usos profanos más diversos: salones de cine, teatro, centro de reunión, cocheras, cuadras, graneros, etc. Los conventos corrieron suerte análoga y los religiosos también fueron asesinados. Las religiosas hubieron de desalojar sus casas aunque ninguna de ellas fue fusilada.

Por citar algún caso ocurrido en la provincia, en Ocaña, la noche del 19 al 20 de octubre de 1936 un grupo de unos trescientos milicianos al que se unieron fuerzas del la guardia exterior del reformatorio, entraron en el despacho del director a quien pidieron la entrega de detenidos para su traslado a lo que se negó. Finalmente consiguieron, con amenazas y violencias, llegar a las celdas de donde, a golpes y culatazos, fue sacado un grupo muy numeroso de personas. Atados de dos en dos, sin cesar en sus malos tratos, los subieron en cuatro camiones que habían colocado en la puerta del establecimiento y al llegar a las tapias del cementerio les bajaron a bayonetazos y culatazos y fueron fusilados. A la mañana siguiente los enterraron cuando algunos aún se encontraban con vida.

En la capital, una parte de las milicias estaba constituida por hombres de los partidos del Frente Popular locales y provinciales e incluso de otras provincias. Su número fue superior al millar y quedaban fuera de las atribuciones del Comandante Militar. Formaban los grupos pequeños y sanguinarios que ostentaban nombres rimbombantes y que se caracterizaron por su cobardía frente al enemigo y su crueldad en la retaguardia.

Los asesinatos, en número aproximado de trescientos, comenzaron en fecha muy temprana (el mismo 23 de julio, cuando la ciudad podía considerarse en manos de los revolucionarios excepto el enclave del Alcázar). Los valores de la segunda quincena de julio vuelven a alcanzarse en las mismas fechas de agosto para remitir lentamente en septiembre conforme aumentaba el cansancio y disminuía la seguridad de los sitiadores.
Eby afirma que desde el 23 de julio bandas de milicianos recorrían las calles cogiendo “fascistas” y curas. Los primeros eran encerrados para interrogarles y los segundos asesinados donde se les encontraba. Los jefes de Estado Mayor de la “Columna Toledo”, responsable del asedio, dejan ver este clima de terror en sus informes.
El más sonado de los fusilamientos practicados en Toledo mientras se atacaba el Alcázar tendría lugar días después, la noche del 22 de agosto. Un avión nacional había logrado situarse a escasa altura sobre el patio central del Alcázar y dejado caer con éxito un saco de víveres y un mensaje alentador. En cambio, un intento de la aviación roja para bombardear la fortaleza tuvo fatales resultados para los sitiadores que murieron por decenas al caer las bombas extramuros de la fortaleza. La reacción no tardó en estallar. Aquella misma noche era asaltada la cárcel por turbas de milicianos que se hicieron cargo de las listas y fueron nombrando hasta 70 presos:
“Atados de dos en dos, la fila se iba alargando; una vez terminada la operación
preliminar, se descorrieron los cerrojos carcelarios, y entre las sombras
de la noche, en procesión dantesca que rezaba el rosario y cantaba
himnos religiosos, fueron llevados los detenidos por el paseo del Tránsito y San
Juan de los Reyes hasta la puerta del Cambrón. Aquí se dividió el grupo. Unos
quedaban en la parte exterior de la puerta, los otros son apostados en la Fuente
del Salobre. Frente a los grupos hay unas ametralladoras preparadas y varios
automóviles, con cuya luz se ilumina macabramente aquella escena...” (Juan Francisco RIVERA, La persecución religiosa en la diócesis de Toledo, Toledo, 1995, p.365).
Perecieron allí el deán de la catedral primada, doctor Polo Benito, once hermanos maristas y diez sacerdotes. Entre los paisanos se encontraba el joven Luis Moscardó, hijo del defensor del Alcázar. Merece reproducirse aquí la conversación telefónica sostenida por el Coronel Moscardó tal y como aparece en su diario:
“El día 23 de julio por la tarde, sonó el teléfono, pidiendo hablar conmigo. Me
pongo al aparato y resultó ser el jefe de las milicias de Toledo, quien, con voz
tonante, me dijo: -Son ustedes responsables de los crímenes y de todo lo que
está pasando en Toledo, y le doy un plazo de diez minutos para que rinda el
Alcázar, y, de no hacerlo, fusilaré a su hijo Luis, que lo tengo aquí a mi lado.
Contesté: -No lo creo. Jefe de milicias: -Para que vea que es verdad, ahora se
pone al aparato. Hijo: -¡Papá! Yo: -¡Qué hay, hijo mío? Hijo: -¡Nada; que dicen
que si no te rindes me van a fusilar! Yo: -Pues encomienda tu alma a Dios y
muere como un patriota, dando un grito de ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva España!
Hijo: -¡Un beso muy fuerte, papá! Yo, al jefe de milicias: -¡Puede ahorrarse el
plazo que me ha dado y fusilar a mi hijo, pues el Alcázar no se rendirá jamás”.
(Cit. Por MARTINEZ BANDE, José M.: Los asedios; San Martín, Madrid,
1983; p. 41.)
El 2 de septiembre se constituyó en el que fue Palacio Arzobispal el Tribunal Popular bajo la presidencia de Juan José González de la Calle y formado por el Magistrado Leoncio Rodríguez Aguado y el Juez de Primera Instancia Domingo Segarra Armengot, como tribunal de Derecho, y representantes del P.S.O.E., Partido Comunista, U.G.T., J.S.U., Izquierda Republicana, F.A.I. y C.N.T. como jurado. En una memoria auto-justificativa redactada con posterioridad, el fiscal del tribunal Popular relataba así el significado de este nuevo organismo:

“En Toledo, dominado de facto por turbas políticas mayoritariamente procedentes
de presidios por causas no políticas, la presencia del Tribunal fue acogida con
hostilidad. Un órgano jurisdiccional constituido con arreglo a normas de derecho
como exponente de una justicia oficial que hasta entonces brilló por su
ausencia, habría de representar forzosamente un freno a los desmanes de los
primeros días ... En este ambiente de violencia y amenaza, del que también eran
víctima muchas personas republicanas e incluso socialistas disconformes con
el terrorismo, se constituyó el Tribunal Popular de Toledo...” (“Memoria
expresiva del funcionamiento y resultados de la actuación del Tribunal Popular
de Toledo por el Ldo. Nicolás González Domingo, fiscal que fue del citado
organismo jurisdiccional” (8-diciembre-1940) en Archivo Histórico Nacional,
"Causa General” Leg. 1049).

lunes, 22 de septiembre de 2008

EN EL L ANIVERSARIO DE PIO XII



Imagen: Pío XII en medio del pueblo después del Bombardeo de Roma por los Aliados



El domingo 9 de octubre próximo, Benedicto XVI presidirá la celebración de la Eucaristía en el Vaticano con motivo del 50º aniversario de la muerte del siervo de Dios, el Papa Pío XII. Otros actos organizados en torno a dicha conmemoración serán un congreso sobre su magisterio organizado por el Consejo Pontificio de Ciencias Históricas en las Universidades Pontificias Gregoriana y Lateranense, del 6 al 8 de noviembre de 2008; una exposición fotográfica con el título de "Pío XII: el hombre y el pontificado", presentada en el Brazo de Carlomagno, del 21 de octubre 2008 al 6 de enero de 2009. simismo la Fundación “Pave the Way”, dedicada a promover el diálogo interreligioso, reunió del 15 al 17 de septiembre a algunos de los mayores expertos mundiales sobre la figura de este Papa para analizar, en particular, su relación con el pueblo judío.

Con relativa frecuencia, vienen apareciendo en los medios de comunicación noticias y comentarios que, en relación con este Papa de santa memoria, no dudan en calumniarle y atribuirle las más aviesas intenciones. No hace falta advertir que estas voces siempre provienen de notorios, y bien respaldados económicamente, enemigos de la Iglesia pero, para prevenir las perplejidades que estos comentarios pueden causar en católicos poco informados, creemos oportunas algunas precisiones sobre la figura de este Romano Pontífice cuyo proceso de beatificación está muy avanzado y a quien esperamos venerar muy pronto en los altares.

Desde España estamos especialmente obligados a rendir este homenaje de gratitud y fidelidad a Pío XII ya que él siempre demostró su cariño y paternal solucitud hacia nuestra Iglesia y nuestros gobernantes. Merece mencionarse aquí el mensaje que dirigió al pueblo español con ocasión de la Victoria:

«...Los designios de la Providencia, amadísimos hijos, se han vuelto a
manifestar una vez más sobre la heroica España. La nación elegida por Dios,
principal instrumento de evangelización del Nuevo Mundo y como baluarte
inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a los prosélitos del ateísmo
materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo
están los valores eternos de la religión y del espíritu...» (16-abril-1939).
Y algunos años después se dirigía a una misión española presidida por don Alberto Martín Artajo en los siguientes términos:

«...La España católica conoce lo que son ciertos horrores y puede ser que esta
experiencia haya sido una gracia especial de lo Alto para mantenerla apartada de
no leves peligros. Nuestro ferviente deseo es que ella sepa aprovechar tan
señalado bien, progresando continuamente en la reorganización de sus medios de
producción, en la estructuración de sus instituciones fundamentales, en la
regulación práctica de principios que ha aceptado y reconocido siempre, en la
inserción de sus ricas esencias nacionales dentro de la armonía general de los
pueblos y, sobre todo, en la plena pacificación de los espíritus, como
consecuencia principal de una auténtica proyección de sus altos ideales
cristianos sobre todos los aspectos de su vida económica, cultural y social...»
(3-noviembre-1956).
Hace unos años apareció un libro que vio la luz en numerosos países e idiomas (recuérdese lo que dijimos sobre el poder económico de estos grupos de presión) y que lleva un título que es ya por sí mismo un vulgar reclamo publicitario y una calumnia: «El Papa de Hitler. La historia secreta de Pío XII». Su autor declaraba con pretenciosa seguridad que se trata del «primer juicio científico y honesto» sobre este Papa y, sin embargo, también aparecía en L’Osservatore Romano (13-octubre-1999) una nota en la que, después de recordar que John Cornwell no tiene ni siquiera un título académico de historia, derecho o teología, demuestra que sus consultas en el Archivo Secreto Vaticano (fuente documental inexcusable para todo el que quiera decir una palabra de relevancia sobre el tema) fueron únicamente durante tres semanas y en períodos de tiempo muy breves. Además, no tuvo acceso a ningún documento posterior a 1922 (ya que a partir de dicha fecha el archivo no estaba entonces abierto al público) mientras que el Pontificado de Pío XII comienza en marzo-1939.

Es decir, estamos ante un libro de nulo valor documental y que únicamente representa una nueva arma propagandística que hay que sumar a la campaña desatada contra la persona y el pontificado de Pío XII. El nudo del problema está en su postura ante la Segunda Guerra Mundial que ha llevado a hablar algunos de un triple silencio por parte del Papa: ante la guerra como tal, ante el genocidio judío, y ante los otros horrores cometidos por los nazis en todos los países.

«Ya se ha dado una respuesta satisfactoria. Basta leer al Padre Blet», fue la respuesta tajante de Juan Pablo II a un grupo de periodistas que le preguntaban a propósito de este presunto silencio de Pío XII. En efecto, Pierre Blet, jesuita y profesor emérito de historia en la “Pontificia Universidad Gregoriana” de Roma, junto con otros famosos historiadores ha examinado a fondo la documentación de la Santa Sede relativa a la Segunda Guerra Mundial (que, por cierto, había comenzado a publicarse en una numerosa serie de volúmenes años atrás). Una buena síntesis del resultado de esta investigación puede verse en un libro que concluye así:

«El Papa Pacelli se declaraba consciente de haber hecho para evitar la guerra,
para aliviar los sufrimientos, para contener el número de víctimas, todo lo que
había creído poder hacer. En cuanto los documentos permiten entrar en el secreto
del corazón, éstos nos llevan a la misma conclusión» (BLET, P., Pío XII e la
Seconda Guerra mondiale negli Archivi Vaticani
, San Paolo, Milano, 1999).

Olvidan pues, los que hacen un juicio apresurado sobre el Papa, que «no compete propiamente a la investigación histórica establecer o discutir lo que se habría debido hacer, si se podía hacer mejor o peor, sino ilustrar y tratar de comprender lo que se hizo y por qué se hizo así» (Miccoli).

Una consulta serena de la documentación disponible revela la verdadera actitud de Pío XII y la falta de fundamento de las acusaciones lanzadas contra su memoria. En primer lugar se pone en evidencia cómo los esfuerzos de su diplomacia por evitar la guerra, para disuadir a Alemania de atacar a Polonia y para convencer a Italia de separarse de Hitler, llegaron al límite de sus posibilidades.

En cuanto a la persecución a los judíos, no es cierto que hubiera un silencio total. Pío XII denunció claramente la persecución en el mensaje de Navidad de 1942 y en la exhortación del 2-junio-1943. En el primero de ellos pedía el fin de la guerra y recordaba «a los centenares de miles de personas que sin ninguna culpa, a veces por la sola razón de su nacionalidad o de su raza, han sido llevados a la muerte» y en 1943 vuelve a denunciar las masacres pero a la vez advierte que debe ser cauto «en el interés mismo de los que sufren para no dificultar más su posición». Ahora bien, tampoco se puede pretender que Pío XII diera pábulo con intervenciones apresuradas a la propaganda de guerra de los Aliados quienes, por cierto, estaban siendo responsables de buena parte de ese derramamiento de sangre.

Los documentos evidencian los esfuerzos tenaces y continuos del Papa para oponerse a las deportaciones. El aparente silencio escondía una gestión secreta a través de las Nunciaturas para evitar y limitar las violencias. Así, fueron cientos de miles las vidas salvadas por el Papa y sus colaboradores, y el propio Pío XII frenó personalmente la deportación de los judíos del “gueto” de Roma. Las grandiosas declaraciones públicas (a las que hoy nos han acostumbrado los políticos que asisten impasibles al exterminio de pueblos enteros) no habrían servido para nada y hubieran empeorado la suerte de las víctimas. Bien alto habló la Santa Sede en los años anteriores para denunciar que la desenfrenada carrera del liberalismo, del comunismo y del nazismo habría de llevar al mundo al caos y sin embargo la orgullosa Europa, donde burgueses y marxistas se daban la mano para coincidir en un burdo anticlericalismo, no quiso escuchar la voz de Roma: ¿por qué habría de hacerlo ahora?

Al terminar la guerra, muchos tuvieron que reconocer cuánto se habría evitado de haberse atendido las peticiones del Papa en favor de la paz. El agradecimiento público de personalidades de todo tipo, como las grandes figuras del judaísmo o el presidente Roosvelt, son pruebas de este reconocimiento a su obra. Es de señalar a este respecto, la deuda contraída con Pío XII por la ciudad de Roma que le dio el título de Defensor: fueron muchos los refugiados que encontraron ayuda y acogida en la Ciudad del Vaticano y en las numerosas casas religiosas existentes; cuando Roma fue brutalmente bombardeada por los aliados que causaron miles de víctimas en los barrios más populares, el Papa acudió a los sitios de mayor peligro para compartir con todos sus temores e inquietudes y él contribuyó de modo decisivo a que Roma fuese reconocida como “ciudad abierta” y se salvase de la destrucción.

A una pregunta sobre las causas de esta leyenda negra injustificable, respondía tajante el padre Blet:

«A que a Pío XII no se le ha perdonado nunca el haber frenado el comunismo en
Italia, empeño en el que se empleó a fondo. Los ataques al Papa Pacelli por su
actitud en la Segunda Guerra Mundial surgen a partir de la obra teatral “El
Vicario” puesta en escena en el año 63, de Rolf Hochuth, autor alemásn del que
hay razones suficientes para pensar que era dirigido por los servicios del Este»
(Diario ABC, 28-marzo-1998).
Valga por último un paralelismo con el caso español que resulta especialmente gráfico para comprobar como se asiste a una distorsión semejante de la historia. Aquí, los incendios de iglesias se iniciaron en 1931 y se prolongaron durante años; en Octubre-1934 (mucho antes de comenzar la guerra) se había asesinado a 37 sacerdotes, religiosos y seminaristas; la legislación republicana trató de marginar a la Iglesia de toda presencia social... Por otra parte, la segunda fase de la persecución se inició con toda rapidez, mucho antes de que la jerarquía tuviera tiempo de pronunciarse en un sentido al que se vio inclinada, necesariamente, a causa de la proscripción vandálica de la vida religiosa que estaba teniendo lugar en zona republicana en la que estaba en juego hasta la simple supervivencia física como dan fe las casi siete mil víctimas solo entre sacerdotes y religiosos.

Y sin embargo, desde determinados ambientes se acumulan los reproches hacia la Iglesia española y se quiere provocar un unilateral “mea culpa” que condene en bloque todo lo que se hizo entre 1936 y 1975, un pedir perdón público acompañado de una sensación de inferioridad que deje a la Iglesia acomplejada ante el mundo e incapaz de llevarle la savia del Evangelio (¿Quién se atrevería a hacerlo con semejantes precedentes? ¿Para que otros tengan que pedir perdón por lo que nosotros hicimos?).

Cuando un hombre pierde la memoria queda sin identidad, está incapacitado para seguir construyendo su futuro y resulta fácilmente manipulable. También una Iglesia sin memoria de su propia historia o con una memoria sesgada sería fácilmente manejable por los poderosos de hoy que necesitan que nadie oponga la Verdad a sus mentiras. Estamos tranquilos porque sabemos que Cristo ha vencido al mundo (Jn 16,33) pero los cristianos debemos, como modesta aportación a la misión de la Iglesia, conocer nuestra historia y aprender de nuestros mayores una fidelidad al Evangelio que ellos vivieron incluso en las circunstancias más difíciles.

jueves, 18 de septiembre de 2008

LAS PÉRDIDAS HUMANAS EN LA GUERRA CIVIL, UN FALSO DEBATE




La llamada recuperación de la memoria histórica forma parte de un proyecto político-cultural mucho más amplio que tiene necesidad de un genocidio para la descalificación sin paliativos del bando nacional y de la España de Franco, primer paso para la reivindicación de la Segunda República con cuya presunta legitimidad pretenden conectar a la España actual la extrema izquierda y los regionalismos separatistas.

El camino para alcanzar este objetivo pasa por reavivar artificialmente el debate sobre el número de víctimas pretendiendo demostrar mediante la abultada disparidad de las cifras debida a la represión en los dos bandos que el Gobierno republicano se habría visto desbordado por la actividad de grupos incontrolados mientras que en zona nacional eran las propias autoridades quienes dirigían una acción represiva que adquirió caracteres de exterminio. Así, en la línea del periodista Peter Weyden, José Fontana hace de lo que él llama las sangrientas matanzas de Badajoz un anticipo de Auschwitz y hace unos días en la edición en inglés de “El País" (suplemento del "Herald Tribune") se hablaba de 90.000 “desaparecidos” como consecuencia del franquismo, cifra por cierto relativamente baja y que sin duda costará una reprimenda al poco avezado redactor, porque no olvidemos que el oráculo de la historiografía de izquierdas Gabriel Jackson hablaba de 200.000 muertos sólo para la posguerra y los neosocialistas no bajan hoy de 150.000 para toda la guerra y posguerra. Cifras todas ellas, carentes de cualquier fundamento.

Por el contrario, una revisión documental y bibliográfica centrada en la cuestión de las cifras de pérdidas humanas, permite comprobar que los resultados a que se había llegado hace unos años en el estudio de las repercusiones demográficas de la Guerra Civil pueden considerarse definitivos —sin olvidar la relatividad que la historiografía da siempre a este término— y que carece de fundamento el revisionismo propuesto por aquellos autores que actualmente van acompañados del visto bueno y del aval económico de la clase política.

Con razón se ha dicho que la verdadera importancia de la Guerra Civil Española en la historia del siglo XX no es tanto geopolítica o estratégica como ideológica y cultural. Estos dos últimos conceptos resultan especialmente apropiados si los ensanchamos hasta poder considerar la guerra española de 1936 como un enfrentamiento entre dos concepciones del mundo: la occidental y cristiana y las nuevas formas del totalitarismo que, procedentes de la Unión Soviética, comenzaban por entonces a expandirse. El final de la Segunda Guerra Mundial dio paso al deterioro del gravoso acuerdo de las potencias occidentales con la Unión Soviética —prevista ya por Franco en su carta a Churchill del 18 de octubre de 1944 — y, en la reordenación de las alianzas durante la Guerra Fría, España quedó definitivamente incorporada al mundo libre consolidándose así una trayectoria que se había iniciado en julio de 1936.

Esta circunstancia no podía dejar de tener su repercusión en las propias manifestaciones del conflicto y la honda brecha que se manifestó entre los españoles en los más diversos terrenos (religioso, político, social, de identidad nacional...) hace que, a las lógicas pérdidas humanas ocasionadas por las consecuencias directas e indirectas de las operaciones militares, se unieran, y en número muy elevado, las causadas en ambas retaguardias por las represalias, asesinatos y ejecuciones que se prolongaron durante los primeros años de la posguerra. Pero un correcto análisis historiográfico no puede olvidar que las muertes debidas a la represión se sitúan en un contexto bélico y que, incluso si les sumamos las ocasionadas como consecuencia de las operaciones militares, no son las únicas con trascendencia en el terreno demográfico. En tiempo de guerra se muere más pero también hay menos nacimientos. Por otra parte, la sobremortalidad no afecta exclusivamente a quienes mueren habitualmente (en aquel momento ancianos y niños) sino a hombres jóvenes, no tanto a gente inactiva e infecunda cuanto a aquellos que se encuentran en edad óptima para el trabajo y la paternidad. Además, la guerra separa a los cónyuges, retrasa los matrimonios y hace abandonar sus tareas habituales a la población activa, situación que puede prolongarse en la posguerra para los derrotados. Por último —y esta enumeración no es exhaustiva— los avatares del frente originan unos desplazamientos de población que pueden llegar al exilio definitivo. En síntesis, los efectos demográficos, las pérdidas humanas de la guerra, resultan de gran trascendencia para el futuro de un país cuya vida y cuyos habitantes se verán afectados necesariamente por los vacíos generacionales a consecuencia, sobre todo, del aumento de la mortalidad y la disminución de la natalidad. Éste es el complejo panorama histórico y demográfico que se oculta cuando solamente se habla de los muertos por una causa (la represión) y en un bando (el frentepopulista).

Ahora bien, si hoy podemos afirmar que estamos ante órdenes de magnitud muy ajustados para conocer el total de víctimas causadas por la Guerra Civil Española, no se debe a otra cosa que a un largo proceso en el que la historia ha desplazado a las afirmaciones exageradas e interesadas de la propaganda y en el que los trabajos sucesivos han permitido llegar al actual estado de la cuestión. Las principales referencias son una temprana investigación acerca de las repercusiones demográficas de la Guerra Civil de Jesús Villar Salinas (publicada en 1942) y la obra de Ramón Salas Larrazábal (1977) a la que hemos hecho algunas precisiones que hoy nos parecen comúnmente aceptadas. En 1985, Juan Díez Nicolás basándose en las tasas de mortalidad de las defunciones inscritas, estimaba que entre 1936-1941 habían muerto violentamente unos 300.000 varones, cifra muy similar a las obtenidas por los hermanos Salas Larrazábal y a la que se deduce de las oficiales por causa de muerte. A una conclusión semejante llegaban Tomas Vidal y Joaquín Recaño, quienes atribuyen al conflicto medio millón de bajas, incluida la emigración. Por último, podemos verificar que el orden de magnitud señalado (unas 300.000 muertes violentas) encaja en el balance demográfico general atribuible a la Guerra Civil. Para ello acudimos a las cifras de población absoluta y del movimiento natural observado en los años 1930-1950 y efectuamos una proyección de población estimando cuál hubiera sido el crecimiento de la población absoluta en caso de no haberse hecho notar las consecuencias del conflicto. En la hipótesis propuesta, la pérdida de población (puesto que la tasa aplicada ya acusa la caída de la natalidad y la emigración queda compensada por el retorno de los años anteriores) sería de 594.269 personas. Como la sobremortalidad por enfermedad se sitúa algo por encima de las 300.000, cabría atribuir a las muertes violentas una cantidad semejante, volviéndonos a situar en las cifras de referencia (300.00 bajas, incluyendo acción de guerra y represión).

90.000 “desaparecidos” es una cifra redonda con la que se pretende superar las no menos arbitrarias que se han en otras ocasiones; subirá o bajará según les interese a sus promotores. Pero no es esa la cuestión más importante. En un mitin celebrado en Badajoz el 18 de mayo de 1936, el diputado comunista por Sevilla Antonio Mije amenazó a los enemigos del Frente Popular en términos muy claros:

«Yo supongo que el corazón de la burguesía de Badajoz no palpitará normalmente
desde esta mañana al ver cómo desfilan por las calles con el puño en alto las
milicias uniformadas; al ver cómo desfilaban esta mañana millares y millares de
jóvenes obreros y campesinos, que son los hombres del futuro Ejército Rojo
[...]. Este acto es una demostración de fuerza, es una demostración de energía,
es una demostración de disciplina de las masas obreras y campesinas encuadradas
en los partidos marxistas, que se preparan para muy pronto terminar con esa
gente que todavía sigue en España dominando de forma cruel y explotadora»
(Claridad, Madrid, 19-mayo-1936).

Es decir, que en la primavera de 1936, a la “burguesía”de Badajoz (o sea, a todos aquellos que no formaban parte del Frente Popular) les bastaba asomarse a la calle o leer un periódico socialista para contemplar el embrión de un verdadero ejército que se preparaba «para terminar con esa gente». Gente que, desde 1931, sabía muy bien lo que significaban aquellas palabras porque había tenido ocasión de comprobarlo en sucesos como el brutal linchamiento de cuatro guardias civiles en Castilblanco, los asaltos, incendios y saqueos de propiedades, la intentona revolucionaria de diciembre de 1933 en Villanueva de la Serena, el asesinato del primer falangista en Zalamea, la huelga campesina de junio de 1934 abortada por Salazar Alonso desde el Gobierno, la manipulación de los resultados electorales en la provincia de Cáceres en febrero de 1936 o las violencias alentadas por alcaldes como el llamado Pepe el fresco desde su feudo de Zafra. En todo caso, el tiempo habría de demostrar que el corazón de aquellos burgueses todavía palpitaba con la suficiente normalidad como para no asistir pasivos a su propio exterminio.

Esta es la tragedia histórica que el Partido Socialista quiere ocultar y, para eso, necesita miles de muertos. Si no existen… la realidad nunca ha sido problema para unos dirigentes políticos que nos invitan a diario a instalarnos en una existencia virtual en la que se dan la mano la pornografía y la mentira.



http://www.diarioya.es/content/las-pérdidas-humanas-en-la-guerra-civil-un-falso-debate

viernes, 12 de septiembre de 2008

LA PROFECÍA QUE NADIE SE HUBIERA ATREVIDO A ESCRIBIR

El pasado 12 de septiembre se celebraba la fiesta del Santo Nombre de María. «Y el nombre de la Virgen era María» (Lc 1, 27), nos dice San Lucas. En la Sagrada Escritura el nombre expresa la personalidad del que lo lleva, de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida. Por eso un ángel revela a José el nombre que le ha de imponer al Hijo de Dios: «Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). Si los nombres de los personajes bíblicos juegan papel tan importante en nuestra redención y están llenos de sentido, el de María tenía que ser representativo de su vocación como Madre de Dios y Madre de la Iglesia. «Yo, como una viña, di aroma fragante. Mis flores y frutos son bellos y abundantes. Soy la madre del amor hermoso, del temor, de la santa esperaza. Tengo la gracia del camino y de la verdad. En mí está la esperanza de la vida» (cf. Eclo 24, 17ss). Por eso, a lo largo de los siglos todos los cristianos han invocado el nombre de María con respeto, confianza y amor... El más dulce y suave, y, al mismo tiempo, el más bello de cuantos nombres se han pronunciado en la tierra después del de Jesús. Sólo para los nombres de María y Jesús ha establecido la liturgia una fiesta especial en su calendario.

España se anticipó en solicitar y obtener de la Santa Sede la celebración de la fiesta del Dulce Nombre de María, inseparable de nuestra historia: de Covadonga a Lepanto o en la “Santa María”, la carabela de Colón. El Papa Inocencio XI extiende a toda la Iglesia la festividad del dulce y santísimo nombre de María para conmemorar el triunfo de las tropas cristianas en el asedio de Viena por los Turcos el 12 de septiembre de 1663.

Pese a tantos siglos de historia y devoción, o precisamente por eso, esta conmemoración tuvo mala prensa durante los años de la reforma litúrgica pues fue expulsada del Calendario aunque, recientemente, ha sido recuperada de manera un poco tímida con la categoría de “memoria libre”. El culto a Santa María ha sufrido durísimos embates no solamente desde fuera sino desde dentro de la propia Iglesia contaminada de filo-protestantismo. Recuerdo que en el libro de texto de Mariología que estudié en el Seminario (editado por la llamada Biblioteca de Autores Cristianos) se definía a la Santísima Virgen mientras vivió en la tierra como «La madre de un judío marginal». Sencillamente, una blasfemia que antaño nadie se hubiera atrevido a escribir. Ni siquiera aquellos herejes que airadamente fueron rebatidos en el Concilio de Éfeso o por el cálamo de San Ildefonso de Toledo.

La pasada semana evocábamos las palabras pronuncias por la Virgen con ocasión de la Visitación a Santa Isabel: «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones»(Lc 1, 48). La Teología tradicional concede un gran valor a las profecías a la hora de proceder a la demostración de los fundamentos racionales de la fe católica. Veinte siglos después, al comprobar el exacto cumplimiento de este vaticinio, tenemos que reconocer que las palabras de la Virgen quizás sea una de las profecías con mayor valor apologético de toda la Sagrada Escritura. «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones», ¡Que gran verdad se esconde detrás de esa frase que nadie se hubiera atrevido a inventar si no hubiera sido pronunciada por una mujer que vivía en una aldea de Galilea en el siglo primero. Una mujer que no era la madre de un judío marginal. Una mujer que es la Madre de Dios. ¿Necesitas más “razones” para ser católico?.
ORACIÓN A MARÍA
(Con licencia eclesiástica)

Alma de María, santificadme.
Cuerpo de María, purificadme.
Corazón de María, inflamadme.
Dolores de María, confortadme.
Llanto de María, consoladme.
Oh dulce María, atendedme.
Con benignos ojos, miradme.
En mis clamores, oídme.
Por vuestros santos pasos, dirigdme.
A vuestro Hijo Divino, rogad por mí.
El perdón de mis culpas, alcanzadme.
Devoción a tu sacro Rosario, infundidme.
Amor a Dios y al prójimo, concededme.
No permitáis apartarme nunca de ti.
En la hora de mi muerte, amparadme.
De mis enemigos, defendedme.
Tras el escudo de tu santo nombre, escondedme.
Con vuestro real manto, cubridme.
En el instante fatal de mi agonía, asistidme.
De morir en pecado, libradme.
En manos de Jesús, entregadme.
A la mansión eterna, llevadme,
para que con los Ángeles
y santos os alabe
por todos los siglos de los siglos.
Amén

EL NEOMARXISMO




Conferencia en las Conversaciones en el Valle
Universidad San Pablo-CEU, Madrid, 24-octubre-2007
Publicada en: Altar Mayor 118-1(2008)49-53

Se podría pensar que con la “Perestroika”, la caída del Muro de Berlín y la apertura del Este, el comunismo ha sido superado. De hecho, los países satélites del Pacto de Varsovia han sido liberados de la dominación soviética y cuentan hoy con estructuras democráticas similares a las del occidente europeo; el muro de Berlín cayó y las dos Alemanias se han reunificado. El sistema económico del comunismo ha sido sustituido por sistemas orientados a la economía social de mercado occidental. Incluso en China se asiste a transformaciones económicas sustanciales por más que permanezca en pie el modelo político. Lo de Cuba parece cuestión de tiempo… En cambio, también podemos constatar el auge que está alcanzando, bajo el liderazgo de Hugo Chávez, el “socialismo del siglo XXI” así como el protagonismo de Lula, Evo Morales, Kirchner, Nicanor Duarte, Rafael Carrera, Daniel Ortega y Rodríguez Zapatero. Estos izquierdistas de comienzos del siglo XXI idolatran a Fidel Castro, uno de los déspotas más sanguinarios de la historia, y buscan eternizarse en el poder mediante el cambio de la constitución de sus países y la reelección ininterrumpida. El socialismo sigue avivando el populismo, inspirando despotismo e intolerancia, sembrando el odio, debilitando la libertad y el imperio de la ley y frenando el progreso de los pueblos.

La interpretación de este hecho puede ir en la siguiente dirección: el comunismo en cuanto aplicación de una filosofía, de una concepción de la vida, es un principio que puede ser realizado de distintos modos, conforme a las distintas características de los diversos períodos históricos. Aún más, su acción se adapta de modo necesario a las condiciones históricas. Por tanto, si bien el comunismo bolchevique se derrumbó, el comunismo mantiene una vigencia histórica, bajo formas calificadas como neomarxismo, neocomunismo o neosocialismo. Aunque también podríamos hablar de neoconservadurismo o neoliberalismo. Sería el magma en el que se mueven todos los que se desenvuelven en el ámbito democrático, una ideología común que va más allá de la aparente división entre derechas e izquierdas. Hoy más que nunca aparece recompuesta la unidad de los vencedores en la Segunda Guerra Mundial, rota temporal y aparentemente durante los años de la Guerra Fría.

Como consecuencia de esa adaptación a la realidad, el modelo de insurrección bolchevique fue descartado para definir y asumir un modelo distinto, más complejo y más profundo pues compromete orgánica e integralmente las conciencias de las personas. De hecho, la estrategia de acción política directa dio paso a una estrategia de acción cultural indirecta, fundada en un proceso de transformación de las mentalidades.

Fue el propio Carlos Marx quien estableció el principio materialista dialéctico según el cual la infraestructura (economía/materia) determina la superestructura (cultura/espíritu), razón por la cual la revolución debía ser realizada por el proletariado contra la burguesía, es decir, de abajo hacia arriba. Con el afán de realizar la revolución mundial y observando las dificultades que enfrentó el proceso revolucionario en Rusia, Antonio Gramsci, Secretario General del Partido Comunista italiano (1891-1937), profundizó el principio del materialismo dialéctico y adaptó el comunismo a la realidad de Occidente.

LA ESTRATEGIA GRAMSCIANA
Gramsci desarrolló entonces el concepto de hegemonía ideológica consignando que el movimiento entre infraestructura y superestructura es de carácter dialéctico. Es decir, que si la infraestructura material determina la superestructura ideológica, política, cultural y moral, esta superestructura a su vez puede tener vida propia y actuar sobre la infraestructura.

Partiendo de tal premisa, estableció un modelo revolucionario según el cual la hegemonía cultural es la base de la revolución comunista, significando con ello que ésta depende de la capacidad que las fuerzas revolucionarias adquieran para controlar los medios que permiten dirigir la conciencia y conducta social. Una revolución así entendida consiste en modificar de manera imperceptible el modo de pensar y sentir de las personas para, por extensión, terminar modificando final y totalmente el sistema social y político.

La estrategia gramsciana estaba diseñada del siguiente modo:

1.- Para imponer un cambio ideológico era necesario comenzar por lograr la modificación del modo de pensar de la sociedad civil a través de pequeños cambios realizados en el tiempo en el campo de la cultura. Había que construir un nuevo pensamiento, entendido como el modo común de pensar de la gente que históricamente prevalece entre los miembros de la sociedad. Para Gramsci, esto era más importante, y prioritario, que alcanzar el dominio de la sociedad política (conjunto de organismos que ejercen el poder desde los campos jurídico, político y militar).

2.- Para lograr este objetivo era necesario adueñarse de los organismos e instituciones en donde se desarrollan los valores y parámetros culturales: medios de comunicación, universidad, escuela... Después de cumplido este proceso, la consecución del poder político caería por su propio peso, sin revoluciones armadas, sin resistencias ni contrarrevoluciones, sin necesidad de imponer el nuevo orden por la fuerza, ya que el mismo tendría consenso general.

Un modelo histórico de actuación de acuerdo con estos principios sería la mentalidad ilustrada preparando el terreno para lo que luego sería la Revolución Francesa y el liberalismo extendido por toda Europa y América gracias al cambio de pensamiento hegemónico promovido desde el siglo anterior.

3.- Para tener éxito, habría que sortear dos obstáculos: la Iglesia Católica y la familia.

LA ESCUELA DE FRANKFURT
La estrategia dispuesta por Gramsci fue proyectada por la llamada Escuela de Frankfurt, originalmente fundada en 1923 como Instituto para el Nuevo Marxismo y luego denominado Instituto para la Investigación Social para encubrir su objetivo sentido político.

Por autores como Georges Lukács, Max Horkheimer, Theodor Adorno, Wílhelm Reich, Erich Fromm, Jean Paul Sartre, Herbert Marcuse, Jürgen Habermas, etc., se formula la doctrina del neomarxismo y a partir de él la izquierda elabora un concreto programa de acción estructuralista que logra una decisiva influencia en distintos campos del pensamiento, en la psicología (Lacan), la educación (Piaget) y la etnología (Levi Strauss), entre otros.

EL NEOMARXISMO REGRESA A EUROPA
Fueron básicamente estas elaboraciones ideológicas las que activaron y sustentaron el proceso revolucionario de los años sesenta del siglo XX, siendo particularmente efectivas entre los estudiantes de las Universidades de Francia y Alemania. Asimismo, estas ideas también serían la base tanto del llamado eurocomunismo como del neosocialismo desarrollado en distintas latitudes durante los años ochenta y noventa.

Estas raíces norteamericanas de la actual izquierda europea han sido expuestas con detalle por Paul Edgard GOTTFRIED (La extraña muerte del marxismo, Ciudadela, Madrid, 2007) y es una de las circunstancias que explican la escasa repercusión que en los comunistas y socialistas ha tenido la caída de la Unión Soviética: ideológicamente estaban más vinculados a USA que a la URSS y, probablemente, un régimen “duro” que se presentaba como paradigma de la ortodoxia comunista resultaba para ellos un obstáculo más que una referencia.

COMPONENTES DE LA MENTALIDAD Y DE LA ESTRATEGIA NEOMARXISTA
El principio constitutivo de esta creencia radica en un materialismo que niega la existencia de un principio anterior y superior al hombre. Explícitamente se niega la existencia de un Dios creador, se rechaza la existencia del alma humana y, por tanto, de toda esencia y toda trascendencia del ser. Se impone un sistema teóricamente multiculturalista basado en un relativismo absoluto, el cual implica la negación de la existencia de verdades absolutas de validez universal.

Asumiendo tales premisas, ¿cómo se manifiesta concretamente este nuevo tipo de acción revolucionaria?

La aplicación de este sistema procura generar un ánimo hostil contra todo tipo de autoridad, contra toda forma de jerarquía y orden sea en el terreno religioso o en el civil. La autoridad se degrada sistemáticamente en la Iglesia, el Estado, la familia o la enseñanza. Este quebrantamiento del orden natural conduce a una completa pérdida de principios y un radical decaimiento en la moral. Se desencadenan las pasiones en los niños y adolescentes a través de una educación sexual estatal o de los medios de comunicación que gestan un ambiente de impureza omnipresente. A fin de romper la estructura del sistema social, se introduce un igualitarismo radical proyectado en la ideología de género que proclama la superación del actual modelo de sociedad mediante la transformación de la diferenciación sexual en puras categorías culturales y, por consiguiente, opcionales y elegibles.

Una vez destruido el universo de valores hasta entonces vigentes, su lugar está siendo ocupado por una nueva hegemonía: la de esa mentalidad, hoy dominante, sustrato permanente de una práctica política socialista que es, al mismo tiempo, la consecuencia y el principal motor del proceso.

Al servicio de esta estrategia se ponen medios tan dispares como la democracia, la demolición del Estado nacional, la inmigración, la infiltración y auto-demolición de la Iglesia, la memoria histórica, la educación para la ciudadanía o la cultura de la dependencia promovida por una gestión económica de los recursos dirigida por el Estado.

¿HAY ALTERNATIVA?
Existe, pero únicamente será viable en la medida que tenga lugar la recuperación de la hegemonía en la sociedad civil. Algo que implica la lucha por la Verdad, que no se impone por sí misma, y la capacidad de generar instrumentos coercitivos que, al amparo de la ley, actúen como freno de las tendencias disgregadoras.

martes, 9 de septiembre de 2008

LA MEMORIA QUE NO SE QUIERE RECORDAR-OLVIDAR



Publicado en "La Razón", 9-septiembre-2008


La Iglesia católica, a la que Garzón reclama datos de sus archivos, sufrió durante la Guerra Civil la «mayor persecución religiosa de la historia» Cuatro mil sacerdotes y dos mil religiosos fueron asesinados


José R. Navarro Pareja MADRID- Cuando la pasada semana el juez Baltasar Garzón demandaba la colaboración de la Conferencia Episcopal para elaborar un listado de los represaliados durante la Guerra Civil y el franquismo incurría en una situación paradójica. Por una parte a instancias de descendientes de republicanos, solicitaba el acceso a unos archivos que, precisamente en la zona republicana, habían sido saqueados y destruidos en aquellos años. Por otra, demandaba la colaboración del Episcopado -y, quizás con ello, daba «pábulo a las calumnias sobre una posible responsabilidad de la Iglesia en la violencia desatada durante la Guerra Civil y en la represión posterior», como ayer señalaba el editorial de «analisisdigital.com» el diario digital de la diócesis de Madrid-, cuando, en realidad, la Iglesia católica fue la institución que más sufrió la violencia de aquellos años. Una represión que desencadenó la mayor persecución religiosa de la historia y que los que ahora reivindican la «memoria histórica» parecen querer olvidar. Sin embargo, como afirma Antonio Montero, arzobispo emérito de Mérida-Badajoz y el primero en investigar la cuestión, «en toda la historia de la Iglesia universal no hay un solo precedente, ni siquiera en las persecuciones romanas, del sacrificio sangriento, en poco más de un semestre, de doce obispos, cuatro mil sacerdotes y más de dos mil religiosos». Esas son las cifras que hoy en día manejan los historiadores: más de seis mil consagrados (sacerdotes, seminaristas, y religiosos y religiosas) y un número difícil de determinar de laicos asesinados por una motivación exclusivamente antirreligiosa. Como señala el sacerdote e historiador Ángel David Martín Rubio en su libro «La cruz, el perdón y la gloria», esta represión «se desarrolló con gran crueldad» y la «finalidad de estos malos tratos cuando se aplicaban a sacerdotes y religiosos era, en muchas ocasiones, arrancarles blasfemias». Y añade, que otro elemento que abunda en este carácter «específicamente antirreligioso» son «las ejecuciones en masa, sin discriminación de sexo, edad o condición de las víctimas y, por supuesto, sin que aparezca en ellas ningún elemento político o social que pudiera explicarlas». Genocidio Atendiendo a la definición que hace la Real Academia -«exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad»- no es difícil calificar de genocidio la persecución religiosa de aquellos años. En Cataluña, Madrid y Valencia fue asesinado casi el treinta por ciento de los sacerdotes, y en algunas diócesis más pequeñas supuso la casi desaparición del clero. Es el caso de Barbastro, donde fueron asesinados el ochenta y ocho por ciento de los sacerdotes. Algo parecido ocurrió en la vida religiosa. Claretianos (259 asesinados), franciscanos (226) y escolapios (204) son las órdenes que sufrieron un mayor azote. Entre las femeninas fueron las Adoratrices y las Carmelitas de la Caridad (26 hermanas asesinadas en cada una de ellas) las que padecieron la persecución. Más difícil es cuantificar el número de laicos que murieron en aquella persecución. En ocasiones resulta muy difícil discernir si su asesinato era sólo por motivos religiosos o pesaban otras motivaciones de carácter político. Aun así, la Iglesia ha incluido en los procesos de beatificación buena parte de los casos en que ha podido certificar las razones eminentemente religiosas. Es el caso de Ceferino Giménez Malla, un gitano bautizado en Fraga, apodado «El Pelé», detenido y asesinado por llevar un rosario en el bolsillo. También son significativos los procesos a varios miembros de la Acción Católica, beatificados en 2001. Entre los eclesiáticos tampoco faltaron las fosas comunes. Algunas de ellas fueron reabiertas años más tarde, pero otras siguen perdidas. Como ejemplo, entre los mártires que fueron beatificados el año pasado fue imposible la localización de los restos de casi una treintena. Unos se encontraban en las fosas comunes de Ronda, Valdepeñas y Barcelona, o en el osario común del cementerio de la Almudena de Madrid. Seis de ellos fueron arrojados a un pozo de azufre de más de cien metros de profundidad, en Lorca (Murcia). Y los cadáveres de siete de ellos, simplemente desaparecieron en el mar Cantábrico, frente a las costas de Santander, donde fueron arrojados vivos, con las manos atadas al cuerpo y un gran lastre


lunes, 8 de septiembre de 2008

LAS VÍCTIMAS DE LA GUERRA CIVIL


Con razón se ha dicho que la verdadera importancia de la Guerra Civil Española en la historia del siglo XX no es tanto geopolítica o estratégica como ideológica y cultural. Estos dos últimos conceptos resultan especialmente apropiados si los ensanchamos hasta poder considerar la guerra española de 1936 como un enfrentamiento entre dos concepciones del mundo: la occidental y cristiana y las nuevas formas del totalitarismo que, procedentes de la Unión Soviética, comenzaban por entonces a expandirse. El final de la Segunda Guerra Mundial dio paso al deterioro del gravoso acuerdo de las potencias occidentales con la Unión Soviética y, tras la reordenación de las alianzas durante la Guerra Fría, España quedó definitivamente incorporada al mundo libre consolidándose así una trayectoria que se había iniciado en julio de 1936.

Esta circunstancia no podía dejar de tener su repercusión en las propias manifestaciones del conflicto y la honda brecha que se manifestó entre los españoles en los más diversos terrenos (religioso, político, social, de identidad nacional...) hace que, a las lógicas pérdidas humanas ocasionadas por las consecuencias directas e indirectas de las operaciones militares, se unieran, y en número muy elevado, las causadas en ambas retaguardias por las represalias, asesinatos y ejecuciones que se prolongaron durante los primeros años de la posguerra.

Pero un correcto análisis historiográfico no puede olvidar que las muertes debidas a la represión se sitúan en un contexto bélico y que, incluso si les sumamos las ocasionadas como consecuencia de las operaciones militares, no son las únicas con trascendencia en el terreno demográfico. En tiempo de guerra se muere más pero también hay menos nacimientos. Por otra parte, la sobremortalidad no afecta exclusivamente a quienes mueren habitualmente (en aquel momento ancianos y niños) sino a hombres jóvenes, no tanto a gente inactiva e infecunda cuanto a aquellos que se encuentran en edad óptima para el trabajo y la paternidad. Por su parte, el componente ideológico de una guerra civil causará bajas entre los sectores más cualificados intelectualmente y comprometidos socio-políticamente. Además, la guerra separa a los cónyuges, retrasa los matrimonios y hace abandonar sus tareas habituales a la población activa, situación que puede prolongarse en la posguerra para los derrotados. Por último -y esta enumeración no es exhaustiva- los avatares del frente originan unos desplazamientos de población cuya expresión máxima es el exilio definitivo.

Los efectos demográficos, las pérdidas humanas de la guerra, resultan de gran trascendencia para el futuro de un país cuya vida y cuyos habitantes se verán afectados necesariamente por los vacíos generacionales a consecuencia, sobre todo, del aumento de la mortalidad y la disminución de la natalidad. Pero lo verdaderamente lamentable es que, setenta años después de terminada la Guerra Civil, la izquierda española se haya lanzado a una parcial y unilateral revisión del asunto deformando lo ocurrido para utilizarlo en las campañas electorales e introduciendo la llamada recuperación de la Memoria histórica entre las medidas que más rápidamente han de favorecer el proceso de transformación socio-cultural de España emprendido y alentado desde el Gobierno que preside José Luis Rodríguez Zapatero. La conocida como Ley de Memoria Histórica[1] empieza ya a traducirse en recortes prácticos de la libertad de investigación de los historiadores españoles y consagra una interpretación oficial de la historia que reduce el conflicto español de los años treinta a una movilización reaccionaria contra lo que habría sido un moderado proyecto reformista, el de la Segunda República, y que habla de la violencia para minimizar y justificar lo ocurrido en la zona frentepopulista mientras se presenta con lentes de aumento lo ocurrido en zona nacional.

El resultado es una puesta al día de los viejos mitos frentepopulistas, formulaciones con algún fundamento en una realidad que ha sido deformada y que enjuicia con distinta medida la violencia en una y otra zona: el Gobierno republicano se habría visto desbordado por la actividad de grupos incontrolados mientras que en zona nacional eran las propias autoridades quienes dirigían una acción represiva que tomó así caracteres de genocidio o exterminio como demostraría la abultada disparidad de las cifras. Todo ello está al servicio de un proyecto ideológico concreto: la reivindicación del bando frentepopulista cuyo hundimiento tuvo lugar primero en el terreno moral y después en el militar. Las vinculaciones existentes entre los promotores de la recuperación de la memoria histórica y el neo-republicanismo de la extrema izquierda hacen innecesario incidir con más detalle en el último objetivo político de estas iniciativas que vienen a ser una puesta al día de la vieja consideración marxista de la historia como un instrumento más al servicio de la lucha revolucionaria.

Como fondo sentimental de esta campaña política, se planifica y lleva a cabo la exhumación de restos que siempre se atribuyen a víctimas causadas por el bando vencedor. En este contexto se sitúan algunos libros de contenido sensacionalista, de contenido unilateral, faltos de método historiográfico y en los que se lanzan cifras de víctimas, tumbas y desaparecidos carentes de cualquier criterio. Lo más penoso de todo es que para articular esta ofensiva se enarbole como bandera el legítimo interés de algunas personas por conocer dónde reposan los restos de sus familiares o los recuerdos de quienes eran niños en 1936 y cuyos testimonios se airean sin someter a previa y elemental crítica y sin invitarles a contrastarlos con los de otros supervivientes para que así, esos mismos testigos sean conscientes de lo que ocurrió en toda España y no se limiten a remover sus dramas personales.

Se olvida así, que muchos familiares de los asesinados por los frentepopulistas tampoco saben dónde fueron enterrados sus caídos: basta recordar lo ocurrido en las poblaciones aragonesas de Quinto y Belchite, ocupadas por el Ejército Popular en el verano de 1937, y muchos de cuyos vecinos o defensores fueron inmediatamente fusilados sin que conste dónde fueron enterrados. Algo semejante cabría decir de tantos de los que fueron sacados de las checas y cárceles que abundaban en la retaguardia revolucionaria; aparte de los casos más conocidos de Madrid y Barcelona, en varios lugares de La Mancha se conservan pozos atestados con los cadáveres que dejaban a su paso los defensores de la República y que hasta ahora no han sido exhumados.

Buena prueba de lo que venimos diciendo es lo ocurrido en marzo de 2008 cuando saltó a los medios de comunicación españoles la noticia de que el Ministerio de Defensa había ocultado durante un mes el hallazgo de una fosa en las instalaciones militares de la Unidad de Servicios de Base “Primo de Rivera” de la Brigada Paracaidista en Alcalá de Henares (Madrid)[3]. Las primeras impresiones sobre el terreno apuntan a que podría tratarse de una fosa común y que los cuerpos habrían sido arrojados a ella y no colocados ordenadamente en el fondo de la misma. Incluso, se baraja la hipótesis de que se trate de una fosa abierta y cerrada sucesivamente varias veces, para acumular en ella nuevos cadáveres. La razón de que el gobierno de la memoria tratase de escamotear la noticia es que Alcalá estuvo durante la contienda en zona frentepopulista y aquí se cometieron centenares de asesinatos. Igualmente, en Alcalá de Henares, en junio de 1937, fue detenido, torturado y asesinado el líder del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), Andrés Nin, y ―lo que apunta a la más probable responsabilidad de estos sucesos― aquí estaba la principal base de operaciones de la 46 División del Ejército Popular de la República, mandada por Valentín González, un activista comunista apodado “El Campesino” que hizo carrera militar durante la Guerra Civil aprovechando la situación. La capacidad de mando de este cabecilla era escasa pero gozaba de gran influencia política, y su carácter era tan duro, según declaraciones de sus propios subordinados, que tan pronto como era desobedecido, o se sentía descontento de algún oficial o soldado, ordenaba su fusilamiento, siendo esta División considerada como Unidad de castigo a causa de los malos tratos que en ella sufrían los soldados. Era frecuente que los mandos de la 46 División organizasen, sobre todo en Alcalá de Henares, reuniones, que se prolongaban algunas veces por espacio de varios días, embriagándose los jefes de tal manera que en algunas ocasiones arrojaban en este estado bombas de mano, habiendo resultado muertos con este motivo algunos soldados de la Unidad. Otra muestra de la actuación criminal del Campesino fue lo ocurrido en una posición del frente de Quijorna (Madrid): le habían regalado una pistola y, para probarla, hizo varios disparos a corta distancia sobre unos prisioneros que quedaron muertos en el acto[4].

El silencio oficial sobre el descubrimiento de esta fosa común abre una serie de incógnitas sobre el incumplimiento por parte del Gobierno socialista de la Ley de Memoria Histórica, en la que el Ejecutivo de Zapatero se comprometía a facilitar toda la información disponible sobre los terrenos en se localicen restos de víctimas de la Guerra Civil. Pero, sobre todo, demuestra que las fosas son para ellos solo un pretexto: la reiterada parcialidad con que se asume una cuestión tan largamente debatida excusa de más demostración acerca de su verdadera intención.

I. Las pérdidas humanas en la Guerra Civil Española: el necesario punto final de un largo debate historiográfico
Si hoy podemos afirmar que estamos muy cerca de conocer los valores reales del total de víctimas causados por la represión, no se debe a otra cosa que a un largo proceso en el que la historia ha desplazado a las afirmaciones exageradas e interesadas de la propaganda y en el que los trabajos sucesivos han permitido llegar al actual estado de la cuestión. Las referencias básicas son una temprana investigación acerca de las repercusiones demográficas de la Guerra Civil del Doctor Villar Salinas[5] y la obra del General Salas Larrazábal[6], el primero en abordar la mortalidad de la Guerra Civil con una base estadística sólida y en conseguir lo que se había propuesto: rescatar el tema de un terreno beligerante y devolverlo al campo de la investigación histórica. A pesar de sus limitaciones hay que hablar de un antes y un después del libro de Salas. Así, J. Díez Nicolás, basándose en las tasas de mortalidad de las defunciones inscritas, estimaba que entre 1936-1941 habían muerto violentamente unos 300.000 varones, cifra muy similar a la obtenida por Salas Larrazábal y a la que se deduce de las oficiales por causa de muerte[7].

En la valoración de estas cifras (en las que se incluye tanto a los caídos en acción de guerra como a los que fueron objetos de represalias en ambas retaguardias y en la inmediata posguerra) se han dado dos tendencias; la predominante —y que nosotros compartimos— las considera esencialmente correctas aunque no por ello dispensadas de análisis y de precisión pues, tanto las cifras utilizadas como las hipótesis acerca de los que hubieran sido valores normales (y que son las que permiten hacer cálculos de sobremortalidad), encierran necesariamente márgenes de error. Una oscilación, incluso de varios miles, no tiene mayor relevancia en una proyección demográfica sobre una población de veinte millones de personas aunque, naturalmente, una sola muerte violenta tenga un gran impacto desde el punto de vista humano. Por el contrario, un sector de la historiografía especializada en la represión política y que se caracteriza por su animadversión hacia los vencedores, insiste en que hay que reducir de manera muy notable las cifras atribuidas a la violencia en zona republicana mientras que multiplican las causadas por sus oponentes al tiempo que no otorgan valor a las cifras oficiales.

Únicamente la elaboración de un muestro suficientemente representativo de estudios de ámbito regional o provincial podría acabar de decidir esta cuestión. Lamentablemente en la mayoría de los publicados hasta ahora se observa cómo el prejuicio que acabamos de describir condiciona de tal manera el empleo de las fuentes que, o bien se basan en estimaciones, misteriosos informes y las exageraciones de la opinión pública, o cuando se presentan relaciones nominales elaboradas a partir del Registro Civil se atribuyen a la represión causada por los sublevados numerosas víctimas que en realidad se deben a acción de guerra o se trata de caídos del bando nacional por lo que los balances finales de cifras no pueden aceptarse. Basta referirnos en esta línea a los trabajos elaborados por autores como Francisco Moreno, Julián Casanova y Francisco Espinosa para Córdoba, Aragón y Badajoz, respectivamente[8].

Los ejemplos que citamos a continuación ―y otros que pudieran aducirse― lo suficientemente significativos como para demostrar que estamos ante una manipulación consciente y, por tanto, para cuestionar recuentos globales basados en dichas cifras. Por el contrario, cuando estas investigaciones se han hecho con rigor se define una tendencia a confirmar las cifras de los registros oficiales: Miguel Ors (Alicante), Rafael Quirosa (Almería), Vicente Gabarda (región valenciana) y Juan Antonio Ramos Hitos (Málaga) y José María Solé y Juan Villarroya (Cataluña), entre otros[9].

En el caso de Aragon, ya Carlos Engel llamaba la atención acerca del sistema empleado en el estudio promocionado por Julián Casanova para atribuir a la represión nacional víctimas debidas a otras causas:

«El sistema de Solé Sabaté y Joan Villarroya fue, y es, profusamente imitado,
pero mientras algunos autores lo hicieron con éxito, en algunos casos, como en
el estudio de la represión en Aragón “El pasado oculto”, de varios autores, se
han llegado a contabilizar como fusilados por los nacionales los defensores de
Codo y de Belchite, los heridos en acción de guerra y los muertos ¡por
septicemia!»[10].
Llevando a cabo una exploración más detenida de las relaciones nominales que aparecen al final de la obra citada hemos podido comprobar cómo entre las que se presentan como víctimas de la represión nacional en la provincia de Teruel hay 65 que, con toda seguridad, perdieron la vida como consecuencia de la represión republicana o de operaciones militares y otras 105 presentan serias dudas. Esto supone reducir una relación nominal de 1030 a 860, porcentaje muy significativo (16,5%) si se tiene en cuenta que se trata de una segunda edición revisada. En el caso de Zaragoza capital, podemos comprobar lo que ocurre si aplicamos el mismo criterio a las muertes que se atribuyen al mes de julio; son un total de 113, de ellas no aparecen identificadas nominalmente 35, por lo que cabe pensar en la existencia de una contabilidad duplicada y 12 son en realidad nacionales fusilados o caídos en acción de guerra. En los meses siguientes se repiten casos semejantes y lo más curioso son 19 vecinos del Barrio de Santa Isabel que aparecen al mismo tiempo en esta presunta lista de represaliados por los nacionales y en una relación de Caídos de la provincia de Zaragoza entregado por la delegación provincial de Falange Española Tradicionalista a la Causa General[11].

Para Andalucía y Extremadura, Francisco Moreno Gómez y Francisco Espinosa Maestre, no son más escrupulosos a la hora de incrementar sus balances numéricos. El primero de ellos suele basarse en cálculos, misteriosos informes, o en las exageraciones de lo que él llama la “opinión pública” para atribuir más de nueve mil muertos a la represión nacional en la provincia de Córdoba[12] mientras que Espinosa mezcla las continuas invectivas y juicios peyorativos hacia cualquiera que no comparte sus radicales puntos de vista con unas listas en las que (como hemos demostrado cumplidamente en otro lugar[13]) se mezclan con las verdaderamente causadas por la represión nacional muertos con anterioridad a la fecha en que se ocuparon las poblaciones, víctimas izquierdistas como las producidas en Azuaga y Monesterio durante los enfrentamientos sostenidos el 19 de julio entre los revolucionarios y fuerzas de orden público, bajas de bombardeos y explosiones, asesinados por los frentepopulistas, miembros del Ejército nacional muertos en acción de guerra, nombres repetidos con ligeras variantes y, por último, en localidades donde hubo combates de relieve, las muertes correspondientes al día de lucha se incluyen en su totalidad como si fueran a causa de la represión; esto nos llevaría al absurdo de tener que admitir que no fue inscrita ninguna baja ocasionada en acción de guerra... Basta citar el caso de Juan Blanco Platón, una de las víctimas de la represión que añade Espinosa Maestre para incrementar las cifras de la capital[14] aunque un Edicto del Juez de Instrucción de Badajoz permite comprobar que falleció «a consecuencia de las lesiones que se originó al caerse de un carro» y por eso se cita a sus más próximos familiares «al objeto de prestar declaración y ofrecerles el procedimiento de dicha causa». El hecho de que el carro de Juan Blanco colisionara con un camión del Ejército no es suficiente -a mi juicio- para considterale una víctima de la represión franquista [15].

II. Reparto por causas de las pérdidas de población relacionadas con la Guerra Civil
A. Nacimientos no producidos
Si observamos la evolución de la natalidad entre 1926 y 1935 podemos comprobar que ésta decreció según un promedio del 1,2% anual (haciendo equivalente la tasa de 1926 a 100) mientras que en la década siguiente (1936-1945) el descenso sería del 2,1 (siempre en relación a 1926). Es decir, la Guerra Civil vino a incidir sobre una natalidad que venía descendiendo en los años anteriores y que ya no recuperaría los valores de 1935. Este factor habrá de ser tenido en cuenta a la hora de valorar qué efectos causó la guerra en la natalidad pero no dispensa de la tarea porque, como es lógico, el descenso fue mayor y más rápido de lo que lo hubiera sido en circunstancias normales. La cuestión no es baladí pues, como veremos, la reducción de la natalidad alcanzó valores semejantes al incremento de la mortalidad y su repercusión fue grande en el perfil de la población española de las décadas siguientes.

Calculando la natalidad que se hubiera producido de continuar la tendencia de 1926-1935 y deduciéndola de la natalidad real del período 1936-1945 pueden estimarse los “no-nacidos” en 598.268[16]. Hay una coincidencia general en que a este capítulo se debe la mayor pérdida de población achacable a la Guerra:

«El demosistema español resultó más afectado por la reducción de los nacimientos
que por el aumento de las defunciones. Los instrumentos básicos del análisis
demográfico, las curvas de movimiento natural (natalidad, mortalidad,
crecimiento natural) y las pirámides de edades detectan con mucha más claridad
las anomalías relacionadas con lo primero (desnatalidad) que con lo segundo
(sobremortalidad)»[17].
B. Sobremortalidad por causas naturales
Como era de esperar, las defunciones por causas naturales registradas a partir de 1936 fueron más de las previstas en caso de no haberse producido el conflicto y el ritmo normal no se recuperó hasta 1944. La sobremortalidad por este concepto se estima por encima de las 300.000 personas.

En 1936, la guerra apenas había causado efectos sobre las condiciones de vida de la población civil y por lo tanto el número total de defunciones naturales fue inferior al del año precedente. Pero a partir de 1937, la mortalidad ordinaria creció considerablemente y este aumento recae casi íntegramente sobre el territorio frentepopulista, en especial el sudeste de España y las provincias costeras de Cataluña. El deterioro de la retaguardia republicana como consecuencia de la oleada de refugiados que se instaló de forma provisional en ella y, sobre todo, del fracaso de las fórmulas de colectivismo y de explotación agraria e industrial implantadas por los revolucionarios, explican fácilmente este fenómeno.

Según Salas Larrazábal, el índice de mortalidad con respecto a 1935 se situó en 108 y fue superado por diecinueve provincias de las que 14 pertenecían a zona gubernamental (Jaén, Almería, Ciudad Real, Murcia, Valencia, Gerona, Barcelona, ...). Por el contrario, el valle del Duero (auténtico "pulmón" de la España nacional) Guipúzcoa, Baleares y Orense constituyeron un núcleo resistente a la enfermedad y se situaron en un nivel discreto las provincias extremeñas y andaluzas del suroeste. La austera administración de los recursos en zona nacional permitió este balance positivo capaz de aminorar los efectos de la guerra. Ya en la posguerra el hambre extendió su protagonismo sobre la región suroeste y La Mancha. Esta amplia zona, con población subalimentada fue también más vulnerable a la enfermedad. El índice de mortalidad se elevó en 1941 a 121,7 con relación a 1935 y fue superado ampliamente en provincias como Huelva, Badajoz, Cádiz y Sevilla. A partir de 1942 las cosas evolucionarían de modo más favorable (aunque no faltarían recaídas como la de 1946).

Un indicador importante en el análisis esta sobremortalidad por causas naturales es la mortalidad infantil cuyo descenso venía siendo algo constante aunque todavía en 1935 era alta. En los años siguientes, las tasas de este sector especialmente vulnerable se elevaron considerablemente ocasionando buena parte de esa sobremortalidad que hemos constatado para la guerra civil y posguerra. Por otra parte, esta mayor mortalidad infantil incidirá sobre unas generaciones ya de por sí mermadas, dejando sus huellas en la pirámide de edades correspondiente a estos años.

Falta por último constatar qué parte de esta sobremortalidad por enfermedad corresponde a los soldados que contrajeron enfermedades en las trincheras y a prisioneros fallecidos en las duras circunstancias de su cautiverio (hecho especialmente acusado en los campos de trabajo republicanos y en la posguerra). A partir de las tasas de sobremortalidad masculina dentro del total de muertes naturales, Salas Larrazábal propone las cifras de 10.000 para la guerra y en torno a los 5.000 para la posguerra.

C. Exilio
Como ha recordado recientemente Milagrosa Romero Samper[18], la emigración en masa estuvo ligada al curso de la guerra y a la caída de los diversos frentes republicanos, y en muchos casos tuvo el carácter de evacuación temporal. De ahí que los distintos autores difieran a la hora de proporcionar cifras definitivas sobre un fenómeno «de por sí bastante fluctuante». Actualmente se habla de medio millón en el primer trimestre de 1939 y muchos menos al cabo de unos meses cuando empezaron las repatriaciones. Descontados los retornos, el balance final de unas 200.000 personas fuera de España a finales de 1939 es comúnmente aceptado por los autores que se han ocupado específicamente del tema[19].

D. Muertes violentas (acción de guerra y represión)
1. Durante 1931-1936
Stanley G. Payne ha calculado el total aproximado de muertes por causas políticas producidas en los cinco años de la Repúblicas en torno a las dos mil doscientas personas, mil quinientas de ellas con ocasión de los sucesos revolucionarios de Octubre de 1934[20]. Sin embargo merece la pena confrontar esta cifra con la que se deduce de las estadísticas oficiales correspondientes a 1931-1935[21]. Entre esas fechas se inscribieron un total de 35.861 muertes violentas y deduciendo el porcentaje normal sobre el total de defunciones se obtiene una sobremortalidad de 5.751, cifra notablemente superior a la estimada generalmente y que nos pone en relación con un notable incremento de las muertes violentas en los años de la República, no atribuible exclusivamente a causas políticas sino al deterioro general de las condiciones sociales y al incremento de la criminalidad que caracterizaron a los años de dicho régimen.

2. Caídos en acción de guerra
A partir de los datos del Instituto Nacional de Estadística, el balance general de muertes causadas directa o indirectamente por la acción militar puede situarse en torno a las 135.000. A esta cifra debe añadirse un resto por las bajas que quedarían sin inscribirse en los Registros, sobre todo de combatientes extranjeros, y que Salas Larrazábal distribuía así: 13.706 en las filas gubernamentales y 12.107 en las nacionales. De esta manera llegamos a un cómputo final que se desglosa así:

Caídos en operaciones militares
Muertos en acción de guerra, bombardeos, accidentes...
134.422
Combatientes extranjeros muertos en acción de guerra
25.813
Acción guerrillera[22]
2.641
Total
162.876

En la clasificación de las provincias por el número de muertos en acción de guerra inscritos en ellas los frentes se dibujan con exactitud: Madrid ocupa el primer puesto seguido por Barcelona, Oviedo, Vizcaya, Zaragoza, Tarragona, Badajoz y Valencia. Aparecen por tanto en el mapa dos anchas franjas que definen las zonas en que fue mayor la densidad de pérdidas. Una de ellas se inicia en Málaga, atraviesa Córdoba y Badajoz (los aparentemente alejados pero mortíferos “frentes del Sur”) siguen por Toledo, Madrid y Guadalajara (escenario de grandes ofensivas en 1936 y 1937) y se ensancha por Aragón y Levante (donde se decidió la guerra en 1938). La otra ocupa la cornisa cantábrica, auténtico escenario de la guerra desde la conquista de San Sebastián y la defensa de Oviedo hasta el derrumbe del frente asturiano. En último plano se definen con claridad las regiones de la retaguardia nacional (fundamentalmente Galicia, Canarias, La Rioja y Castilla-León) donde se inscribirían únicamente algunos de sus hijos caídos en otros frentes.

En estas muertes se incluyen unos 20.000 civiles víctimas de la acción militar —Salas Larrazábal estima que unas 7.000 corresponderían a los muertos por bombardeos y el resto a diversos accidentes y traumatismos— en cuya distribución provincial se confirman los sufrimientos que padecieron las poblaciones más inmediatas a la línea de fuego y los principales objetivos de retaguardia. Oviedo, Madrid y Barcelona se sitúan a la cabeza seguidas a mayor distancia por Vizcaya, Badajoz, Valencia, Tarragona, Lérida, Jaén, Toledo, Gerona, Zaragoza, Sevilla, Murcia y Alicante.

3. Represión
Si uno de los hechos más llamativos que se deducen del análisis demográfico de las consecuencias de la Guerra Civil es que la mayor pérdida de población se debe a los nacimientos no producidos y no a las bajas directas; lo segundo que se pone de relieve es la elevada proporción que, dentro de las muertes violentas, supusieron las ocasionadas por represalias en las retaguardias: aproximadamente un 50% del total. Unas 60.000 fueron las víctimas en la retaguardia frentepopulista mientras que el número de ejecutados por los sublevados y en la posguerra ascendería a los 80.000. Ahora bien, no puede perderse de vista que, si a comienzos de la guerra el 59% de la población radicaba en zona gubernamental y el 41% en zona sublevada, los revolucionarios vieron como se iba reduciendo forzosamente el territorio, y por lo tanto la población, bajo su control mientras que los nacionales tuvieron la oportunidad de extender su exigencia de responsabilidades al resto de las zonas que fueron ocupando, bien durante la guerra o ya en la posguerra. Queda claro que se trata de una diferencia de cifras (pues en el primer caso era menor el número de población considerado potencialmente hostil al quedar provincias enteras fuera del control de los frentepopulistas) pero también de una distinción cualitativa esencial: no es lo mismo una represión en un contexto de ofensiva que en uno defensivo o de retirada. Por lo tanto, la represión en zona republicana causó menos víctimas en números absolutos pero la cifra resulta, proporcionalmente, mayor que la de la represión en zona nacional y posguerra. En todo caso, como veremos en el siguiente apartado, este balance numérico sigue siendo el más cuestionado de cuantos se refieren a las pérdidas humanas de la Guerra Civil.

III. Caracterización del fenómeno represivo
Ahora bien, la importancia del debate acerca de las cifras de la represión es muy relativa. En primer lugar porque inflar unas listas con algunos centenares de víctimas puede demostrar la mayor o menor profesionalidad de quien lo hace, según se trate de una voluntad deliberada de manipulación o de una falta de pericia en el manejo de las fuentes pero, sobre todo, porque la cuestión cuantitativa tiene una importancia relativa y deja intacta la necesidad de llegar a una explicación (nunca una justificación) de aquella tragedia. Nadie puede minimizar lo que supuso la violencia desencadenada con ocasión de la Guerra Civil española. En la zona sublevada y en la controlada por el Frente Popular, varios miles de personas fusiladas como consecuencia de la aplicación de los bandos de guerra y de los procesos judiciales que se iniciaron desde fechas muy tempranas, así como manifestaciones de una represión irregular que se mantuvo hasta fechas muy avanzadas son datos suficientemente expresivos como para plantear con toda seriedad la cuestión.

Menos lícito aún resulta minimizar lo ocurrido en la retaguardia roja porque como afirma alguien «la izquierda carecía de proyecto represivo»[23]. Esto es silenciar los elementos más básicos de las ideologías marxista y anarquista cuya teoría y práctica histórica han ido acompañadas de la eliminación de los discrepantes, aunque fueran los propios anarquistas o comunistas reacios a aceptar el predominio soviético. Con toda claridad había advertido de estos propósitos el diputado comunista Antonio Mije en un mitin que tuvo lugar en Badajoz en mayo de 1936:

«Yo supongo que el corazón de la burguesía de Badajoz no palpitará normalmente
desde esta mañana al ver cómo desfilan por las calles con el puño en alto las
milicias uniformadas; al ver cómo desfilaban esta mañana millares y millares de
jóvenes obreros y campesinos, que son los hombres del futuro Ejército Rojo
[...]. Este acto es una demostración de fuerza, es una demostración de energía,
es una demostración de disciplina de las masas obreras y campesinas encuadradas
en los partidos marxistas, que se preparan para muy pronto terminar con esa
gente que todavía sigue en España dominando de forma cruel y explotadora»[24].
Para no tener proyecto represivo las anteriores palabras recogidas en la prensa socialista parecen bastante explícitas y adquieren un sentido trágico a la luz de lo que venía ocurriendo en España desde 1931. Naturalmente que los burgueses de Badajoz, y de tantos otros lugares, podían haberse cruzado de brazos para dejar a los encuadrados en los partidos y sindicatos de izquierda que terminaran con ellos pero, afortunadamente, no lo hicieron así. Esto es lo que tiene que explicar un historiador: que fueron las izquierdas quienes destruyeron la legalidad republicana, propiciando con ello el terror que se habría de desencadenar a partir de 1936.

Trabajos como los de Pío Moa y Stanley G. Payne[25] han documentado con toda claridad un proceso que tiene como precedente la actuación subversiva y terrorista de la izquierda radical durante el reinado de Alfonso XIII; se acelera con la implantación de la República como resultado de un acto de fuerza al que no se supo dar respuesta desde la legalidad vigente. La primera etapa estuvo marcada por el movimiento antidemocrático de 1934, cuando el Partido Socialista y los separatistas catalanes se sublevaron contra la voluntad mayoritaria de la nación que se había expresado en las elecciones de noviembre de 1933 dando la victoria al centro-derecha. El intento fracasó pero en Cataluña, en Asturias y en otros lugares se produjo un primer ensayo de los asesinatos, saqueos, incendios y tormentos repetidos en 1936 en mucha mayor proporción. Sofocada la revuelta con las armas quedó de manifiesto la incapacidad de los más altos poderes para responder al atentado sufrido y, mientras la propaganda izquierdista clamaba contra una represión que no había existido después de la Revolución de Octubre, sus mismos organizadores se preparaban para un segundo y definitivo asalto al poder que tendría lugar después de las elecciones de febrero de 1936.

El proceso que llevó al Frente Popular desde un ajustado resultado electoral a redondear una mayoría en las Cámaras tuvo su culminación con la ilegal destitución del Presidente de la República y su sustitución por Manuel Azaña. Durante los meses que transcurren entre febrero y julio de 1936 se asiste al desmantelamiento del Estado de Derecho con manifestaciones como la amnistía otorgada por decreto-ley, la obligación de readmitir a los despedidos por su participación en actos de violencia político-social, el restablecimiento al frente de la Generalidad de Cataluña de los que habían protagonizado el golpe de 1934, las expropiaciones anticonstitucionales, el retorno a las arbitrariedades de los jurados mixtos, las coacciones al poder judicial... Al tiempo, actuaban con toda impunidad los activistas del Frente Popular protagonizando hechos que, una y otra vez, fueron denunciados en el Parlamento sin recibir otra respuesta que amenazas como las proferidas contra Calvo Sotelo. No había ninguna razón para no pensar que, en poco tiempo, los objetivos de la revolución de Octubre se habían de alcanzar haciendo ahora un uso combinado de la acción directa y de los cauces legales. Cualquier análisis que ignore todo lo hasta aquí expuesto carece de rigor para explicar lo que ocurre cuando lo que quedaba de la Segunda República, del Estado constituido en 1931, cayó por tierra en julio de 1936.

En este contexto, somos muchos los que sostenemos que no puede afirmarse que la crueldad fuera patrimonio de uno de los dos bandos y que tampoco se puede descargar en ninguno de ellos toda la responsabilidad por lo que sucedió en España a partir de 1936. En las dos zonas hubo represión, represión irregular y represión controlada, en ambas faltaron mecanismos de defensa y en ambas se negó al enemigo todo derecho. Más tarde, superada la explosión de odio, miedo y venganza de los primeros meses, hubo un intento serio de que la represión discurriera por cauces legales todo lo precarios que se quiera pero que, sin duda, ahorraron sangre. Por último, a los vencedores les fue posible una exigencia de responsabilidades terminada la guerra que es la que acaba por desequilibrar la balanza de las cifras.

Naturalmente eso no significa que en cada zona la represión no tuviera unos caracteres propios y que no exista entre ambas una diferencia sustancial. En zona republicana la represión fue de manera predominante el resultado del procedimiento jurídicamente inconstitucional y moralmente incalificable, del armamento del pueblo, creación de Tribunales Populares y proclamación de la anarquía revolucionaria, hechos equivalentes a “patente de corso” otorgada por la convalidación de los miles de asesinatos cometidos, cuya responsabilidad recae plenamente sobre los que los instigaron, consintieron y dejaron sin castigo. En zona nacional y en la posguerra la represión fue de manera predominante el resultado de una exigencia de responsabilidades por comportamientos durante el período de control revolucionario de los que se derivaban consecuencias penales. Podrán señalarse algunas excepciones a estas dos reglas generales pero difícilmente se podrá discutir que caracterizan a grandes rasgos lo sucedido y explican la diferencia en las cifras entre las provincias que estuvieron sometidas al proceso revolucionario y aquellas que permanecieron desde el principio de la guerra en zona nacional.

Una serie de rasgos que individualizan lo ocurrido en cada zona serían los siguientes:

Retaguardia republicana
- Si bien el máximo de muertes oscila en las diversas provincias entre agosto de 1936 y enero de 1937, la mayor parte de ellas tuvieron lugar en los meses del verano y otoño de 1936 para conocer rebrotes en momentos de especial tensión. A partir de 1937, la represión presentará otras formas y contará con organismos más especializados: es la época de las checas, del Servicio de Investigación Militar y de los campos de trabajo.
- Los revolucionarios asesinaron a personas acomodadas y notables locales en general, especialmente donde la muerte fue más selectiva o afectó a personas aisladas, pero en otros lugares el fenómeno se convirtió en una persecución masiva dirigida también contra empleados, obreros de distintos oficios, jornaleros y otros miembros de los grupos sociales más modestos.
- La persecución religiosa, iniciada con anterioridad a la guerra, tiene ahora múltiples manifestaciones entre las que hay que señalar el asesinato de sacerdotes, religiosos y seglares; los encarcelamientos y los incendios, saqueos y profanaciones de edificios y objetos sagrados.
- Estas actividades represivas se han venido atribuyendo a un fenómeno espontáneo, fruto de la lucha de clases y protagonizado por masas enfurecidas pero, a partir de los datos disponibles, es posible precisar cómo, en numerosas ocasiones, la iniciativa parte de las propias autoridades, tanto de las ya existentes como de las nuevas instancias, constituidas a partir del hecho revolucionario, y que son las que controlan verdaderamente la situación.

Retaguardia nacional y posguerra.
- En el período de la guerra, las primeras actividades represivas fueron unidas a los núcleos de oposición que encontró el Alzamiento y pronto dieron paso a una práctica trágica, los paseos que tardarían en desaparecer más o menos según las zonas siendo sustituidos, primero paulatina y después definitivamente (siempre salvo excepciones) por las ejecuciones judiciales. A partir de finales de 1936 y comienzos del 37, las cifras de víctimas de la represión en los lugares que hasta entonces habían pertenecido a zona nacional, experimentan una caída ciertamente notable que cabe relacionar con un generalizado traspaso de poderes en las autoridades de Orden Público una mayor centralización de los poderes del Estado y el control, casi definitivo, del aparato represivo.
- A medida que las zonas que habían permanecido bajo control de la República fueron ocupadas por el Ejército Nacional sufrirían una nueva oleada de violencia de signo contrario a la que había tenido lugar hasta entonces y, ya en la posguerra, puede hablarse claramente de dos etapas: 1939-1940 (momento de mayor intensidad) y los años siguientes en que se liquidaron con relativa rapidez las responsabilidades penales. Es claro que, sobre todo después de la guerra o en las zonas que habían pertenecido a la retaguardia republicana, se juzgaba en un buen número de casos por delitos concretos.
- La procedencia de las víctimas es doble: miembros de una minoritaria burguesía liberal, republicana, de izquierdas, que tiene fundamentalmente su residencia en núcleos urbanos de cierta entidad y capitales. Y por otra parte, y mayoritariamente, obreros de diversos oficios y asalariados agrícolas (jornaleros). Especialmente perseguidas serían las autoridades republicanas y, ya en la posguerra, los protagonistas de la movilización político sindical del período anterior, todo ello sin olvidar el componente arbitrario y aleatorio de muchas de las muertes en este contexto.
En el período inmediatamente posterior al enfrentamiento armado (la posguerra) fueron urgencias primordiales mantener a España en neutralidad, consolidar las bases del Estado nuevo, rehacer la economía y conciliar la exigencia de responsabilidades con una progresiva política de incorporación de los vencidos a una misma convivencia dentro de la nación. La represión no acabó con la guerra. Conociendo lo que había ocurrido en los años anteriores es difícil pensar que pudiera haber terminado:

«Una guerra civil deja un formidable reguero de pasiones colectivas a las que no
resulta fácil poner coto. Hablemos con entera claridad: cada medida de Gobierno
hacia la liberación de los vencidos era vista con desagrado profundo por enormes
sectores de opinión. Naturalmente que esa opinión no surgía de la integridad del
ámbito nacional, sino de la enorme porción triunfante. Creer que al final de una
contienda como la nuestra se restaura automáticamente la convivencia y que las
gentes piden a voz en grito medidas liberales sería incurrir en el pensamiento
tópico y abstracto, ajeno a la realidad, no siempre apacible, de la Historia,
tan al uso al enfocar los problemas políticos»[26].
Como no podía ser menos, la retórica de los promotores de la memoria histórica se ha volcado con toda su artillería sobre lo ocurrido en la posguerra olvidando y silenciando que después de la guerra se juzgaba en un buen número de casos por delitos concretos así como toda la obra que se llevó a cabo en paralelo para la reintegración de los vencidos en la vida civil y que se puede dar por finalizada en 1945, seis años después de terminada la guerra. El siguiente balance es, a mi juicio, irrebatible y da por zanjada la cuestión:

«Esta retórica recuerda a la de la campaña de 1935 sobre la represión en
Asturias, falsa en un porcentaje elevadísimo, como hemos visto, pero que forjó
el espíritu del terror de 1936. y, desde luego, desafía a la experiencia y a la
estadística. Aunque hubo una durísima represión en los primeros años de
posguerra, en la que debieron de caer responsables de crímenes junto con
inocentes, ni de lejos existió tal exterminio de clase o no de clase. La inmensa
mayoría de quienes lucharon a favor del Frente Popular (más de 1.500.000
hombres), de quienes lo votaron en las elecciones (4.600.000) o vivieron en su
zona (14 millones) ni fueron fusilados ni se exiliaron; se reintegraron pronto
en la sociedad y rehicieron sus vidas, dentro de las penurias que en aquellos
años afectaron a casi todos los españoles. Esto es tan obvio que resulta
increíble leer a estas alturas semejantes diatribas, quizás pensadas para
“envenenar”, en expresión de Besteiro, a jóvenes que no vivieron la guerra ni el
franquismo»[27].
IV. Balance final del total de pérdidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil Española
Como conclusión de todo lo hasta aquí expuesto se deduce que diez años después de haber expuesto por primera vez estos resultados[28], no vemos razones de peso para alterar sustancialmente el balance de víctimas presentado en 1996-1997 y que, completado con algunas aportaciones de otros autores[29], puede resumirse en los siguientes valores:

Balance de pérdidas humanas como consecuencia directa e indirecta de la Guerra Civil Española
1.- Muertes violentas
(las cifras de represión han sido redondeadas)

1.a) Durante la Segunda República
Enfrentamientos diversos
725
Revolución de Octubre-1934
1.500
1.b) Durante la Guerra Civil
1.b.1) Represión
En retaguardia republicana
60.000
En retaguardia nacional
50.000
1.b.2) Españoles muertos en campaña
Ejército Nacional
56.444
Ejército Popular
57.332
1.b.3) Combatientes extranjeros
Ejército Nacional
12.107
Ejército Popular
13.706
1.b.4) Bombardeos y accidentes
20.646

1.c) Durante la Posguerra
1.c.1) Represión
30.000
1.c.2) Guerrillas (1943-1952)
Asesinados por la guerrilla
953
Bandoleros muertos en enfrentamientos
2.302
Fuerzas de Orden Público muertos en enfrentamientos
339
1.c.3) En la II Guerra Mundial
División Azul
3.934
Campos concentración nazis
5.015
Luchando con Aliados y Resistencia
1.500

2.- Otras causas

2.1) Exilio
200.000
2.2) Sobremortalidad por enfermedad (Guerra y Posguerra)
330.780
2.3) Nacimientos no producidos (id.)
550.000/600-000
NOTAS


[1] Cfr. “Proyecto de Ley 121/000099 Por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la Dictadura” Boletín Oficial de las Cortes Generales, Congreso de los Diputados, 8-septiembre-2006.
[3] Cfr. ABC, Madrid, 6-marzo-2008. Otras muchas referencias han aparecido en todos los medios de comunicación audiovisual.
[4] Esta información consta en las averiguaciones hechas durante la posguerra por el Ministerio de Justicia en lo que se llamó Causa General, fondo documental actualmente conservado en el Archivo Histórico Nacional (Madrid). Fueron asesinados en esta División, entre otros muchos, Eduardo Álvaro de Benito y Costa, Juan Verín Garrido, Jesús Ros Emperador, Agustín Ramírez Callar, José Riaza González, Manuel San Bartolomé Rodríguez y José Antonio Cascales Sánchez.
[5] VILLAR SALINAS, Jesús, Repercusiones demográficas de la última guerra civil española. Problemas que plantean y soluciones posibles, Sobrinos de la Suc.de M.Minuesa de los Ríos, Madrid, 1942.
[6] SALAS LARRAZÁBAL, Ramón, Pérdidas de la guerra, Planeta, Barcelona, 1977.
[7] Cfr. DIEZ NICOLÁS, Juan: “La mortalidad en la guerra civil española”, Boletín de la Asociación de Demografía Histórica 1(1985)pp.41-55.
[8] MORENO GÓMEZ, Francisco, La guerra civil en Córdoba, Alpuerto, S.A., Madrid, 1985; CASANOVA, Julián (et all.), El pasado oculto. Fascismo y violencia en Aragón, Siglo XXI, Madrid, 1992 y ESPINOSA MAESTRE, Francisco, La columna de la muerte (El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz), Crítica, Barcelona, 2003. Una síntesis de estos planteamientos en: JULIÁ, Santos (coord.), Víctimas de la guerra civil, Temas de Hoy, Madrid, 1999. Hay ediciones posteriores, la última: Temas de Hoy, Madrid, 2006. Además del coordinador colaboraron en esta obra Julián Casanova, José María Solé y Sabaté, Juan Villarroya y Francisco Moreno.
[9] SOLÉ I SABATÉ, Josep M., La repressió franquista a Catalunya (1938-53), Edicions 62, S.A., Barcelona, 1985; SOLE I SABATE, Josep M. - VILLARROYA I FONT, Joan, La repressió a la retaguarda de Catalunya 1936-1939 (2 vols.), Publicacions de l'Abadia de Montserrat, Barcelona, 1989-1990; GABARDA CEBELLÁN, Vicente, Els afusellaments al País Valenciá (1938-1956), Edicions Alfons el Magnànim, Valencia; 1993; ORS MONTENEGRO, Miguel, La represión de guerra y posguerra en Alicante (1936-1945), Alicante, 1995; QUIROSA-CHEYROUZE, Rafael, Represión en la retaguardia republicana. Almería, 1936-1939, Librería Universitaria, Almería, 1997;
GABARDA CEBELLÁN, Vicente, La represión en la retaguardia republicana. País Valenciano, 1936-1939, Edicions Alfons el Magnànim, Valencia, 1996; RAMOS HITOS, Juan A., Guerra civil en Málaga. 1936-1937. Revisión histórica, Editorial Algazara, Málaga, 2003.
[10] ENGEL, Carlos, “Sesenta años, ríos de tinta”, Historia y Vida 373(1999)49.
[11] Archivo Histórico Nacional, Causa General, Leg.1023(1).
[12] Sin pretender por ello restar dramatismo a lo ocurrido en Córdoba, el investigador Patricio Hidalgo Luque ha comprobado que se encuentran en el libro de Moreno Gómez fusilados que no son tales sino víctimas de bombardeos, heridos por los frentepopulistas en los pueblos de la provincia y muertos en los hospitales de la capital y otra serie de personas, en fin, muertas por diversas causas y que figuran en los libros de registro como “judiciales”. Por otra parte, las duplicidades en las inscripciones de las víctimas dificultan el cómputo de éstas cuando se quiere hacer a un nivel superior al meramente local.
[13] Cfr. MARTÍN RUBIO, Ángel David, “Los enredos de la memoria histórica”, Razón Española 138(2006)101-113.
[14] Cfr. ESPINOSA MAESTRE, Francisco, La columna, ob.cit., p.347.
[15] Cfr. Boletín Oficial de la Provincia de Badajoz, 3-noviembre-1936.
[16] Cifra que se sitúa en la órbita de las propuestas por Villar Salinas (516.602) el Instituto Nacional de Estadística en el Anuario de 1943 (436.328) y, sobre todo, por Salas Larrazábal (557.182).
[17] VIDAL BENDITO, Tomás - RECAÑO, Joaquín, “Demografía y guerra civil”, en La Guerra Civil. 14. Sociedad y guerra, Historia 16, Madrid, s.a., p.68.
[18] Cfr. ROMERO SAMPER, Milagrosa, La oposición durante el franquismo. 3. El exilio republicano, Ediciones Encuentro, Madrid, 2005, pp.55-59.
[19] Además del libro citado de Milagrosa Romero, sigue siendo esencial: RUBIO, Javier, La emigración de la guerra civil de 1936-1939. Historia del éxodo que se produce con el fin de la II República española (3 vols.), Librería Editorial San Martín, Madrid,1977.
[20] Cfr. PAYNE, Stanley G., La primera democracia española. La Segunda República, 1931-1936, Paidos, Barcelona, 1995, p.404 .
[21] No se incluye la cifra de 1936 porque en ella entran también los meses de guerra.
[22] Cifras en AGUADO SANCHEZ, Francisco, El Maquis en España. Su historia, Librería Editorial San Martín, Madrid, 1975, pp.253-254. Una magistral demolición de la mitología forjada por algunos autores y la actual propaganda en torno a la que denominan guerrilla antifranquista puede encontrarse en: SÁNCHEZ GASCÓN, Alonso, Los maquis que nunca existieron, Exlibris Ediciones, Madrid, 2006.
[23] ESPINOSA MAESTRE, Francisco, La columna de la muerte, ob.cit., p.253. Increíble afirmación que deduce de las cifras obtenidas a partir de una selección de pueblos de la provincia de Badajoz en la que se ha eliminado aquellos en los que las matanzas de los revolucionarios provocaron un número más elevado de víctimas.
[24] Claridad, Madrid, 19-mayo-1936.
[25] MOA, Pío, 1934: Comienza la Guerra Civil. El PSOE y la Esquerra emprenden la contienda, Áltera, Barcelona, 2004 y 1936: El asalto final a la República, Áltera, Barcelona, 2005; PAYNE, Stanley G., El colapso de la República (Los orígenes de la guerra civil 1933-1936), La Esfera de los libros, Madrid, 2005.
[26] Diario Hoy, Badajoz, 8-noviembre-1945. Publicado en la Prensa del Movimiento.
[27] MOA, Pío, El derrumbe de la segunda república y la guerra civil, Ediciones Encuentro, Madrid, 2001, p.556.
[28] Cfr. MARTÍN RUBIO, Ángel David, “Las pérdidas humanas”, ALONSO BAQUER, Miguel (dir.), La guerra civil española (Sesenta años después), Actas, Madrid, 1999, pp.321-365 y Paz, piedad, perdón...y verdad (La represión en la guerra civil: una síntesis definitiva), Fénix, Madrid, 1997.
[29] Cfr. ESTEBAN INFANTES, Emilio, La División Azul (Donde Asia empieza), Editorial AHR, Barcelona, 1956; AGUADO SANCHEZ, Francisco, El Maquis, ob.cit.; RUBIO, Javier, La emigración, ob. cit.; SALAS LARRAZÁBAL, Ramón, Pérdidas humanas, ob.cit.