Pero el tema tiene mucho más calado. Se trata de la falta de identificación del español con su nación, sea porque ha optado por vincularse exclusivamente a su pequeña aldea, apasionadamente enamorado en exclusiva del terruño que le vio nacer o le dio de comer, sea porque le importa un ardite la suerte que pueda correr su vecino de urbanización. La encuesta refleja fielmente, en primer lugar, una profunda crisis del patriotismo; por otra parte, el auge del maldito “particularismo” –individual, de clase, de partido, de secta, de región…- que fue denunciado por don José Ortega y Gasset como una de los más profundos males de España.
Patriotismo es identificación con un proyecto histórico de generaciones, que, como tal, tiene sus raíces en la historia –con sus luces y sus sombras-, que se plasma en el presente arrimando el hombro con vistas a un proyecto integrador e ilusionante de futuro. Aquí se nos ha negado, silenciado o tergiversado el pasado, nos han puesto muy negro el presente entre todos y no se vislumbra ni por asomo una tarea sugestiva que asome en el horizonte, y la poca que se nos ofrece se refiere exclusivamente a los aspectos macroeconómicos, cuando al ciudadano de a pie le interesa sobre todo mantener un puesto de trabajo o encontrarlo y dar de comer a su familia; en ese juego, importante pero frío, de índices y cifras no hay lugar para el patriotismo.
Cada cual puede indagar las causas de este tremendo déficit; el sonsonete de que todo se debió a las “secuelas del franquismo”, por haber hecho coincidir supuestamente Régimen con Nación, ya no se lo cree nadie y no es de recibo. Por el contrario, yo soy de los que afirman que se debe a las secuelas de la Transición, cuando hasta se censuraba que Marujita Díaz cantase en público La Banderita; cuando se enterraban de madrugada y saliendo por la puerta de atrás a los muertos por los terroristas; cuando casi todo se pusieron de acuerdo en que pronunciar el nombre de España era de mal gusto y se prefería decir “Estado Español” y “este país”; cuando se dieron alas a los separatistas, porque la máxima preocupación era conseguir los votos de los “colaboradores de la democracia” o “españoles del año”, como Jordi Pujol, por ejemplo… Fue la época en que la deconstrucción gramsciana del patriotismo y de todo lo que sonara a españolidad se llevó a efecto en guarderías colegios, institutos y universidades; fue la época en que se prohibió vestir el uniforme militar por la calle y la derecha suprimió el servicio militar; fue la época del “pelotazo” como consigna de derechas e izquierdas; fue la época en que el interés de partido quedó definitivamente por encima del interés de España… ¿Para qué seguir? De aquellos polvos vinieron estos lodos.
Hace pocos días en una céntrica calle de Berna, me crucé con un chaval español de unos 17 años que llevaba pintados en su bicicleta los colores nacionales; le paré y le felicité por ello; su respuesta me dejó un grato sabor de boca que aún no se me quitado: “Fuera de la patria, se siente más el patriotismo y hay que demostrarlo”. Seguro que el chaval en cuestión está dentro de ese 16% que no tendría inconveniente en defender a España. Bendito sea.
Manuel Parra Celaya |