«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

sábado, 22 de marzo de 2014

"Señor: dame esa agua"

 
Con este tercer Domingo, el tiempo litúrgico de Cuaresma entra en una etapa centrada en la preparación para la administración de los Sacramentos, especialmente del Bautismo y la Eucaristía en la noche de la Vigilia Pascual.
 
«Danos agua para beber», decía a Moisés el pueblo de Israel torturado por la sed en el desierto, como escuchamos en la 1ª Lectura de la Misa (Forma Ordinaria: Ex 17, 3-7). Siguiendo órdenes de Dios, Moisés golpeó la peña y de ella salió agua en abundancia. Explicando el sentido más profundo de este episodio, el Apóstol San Pablo concluye: «Y la roca era Cristo» (1Cor 10,4). Es decir, aquella roca era un símbolo de Jesucristo, el Mesías, del cual mana agua no material sino espiritual, agua viva ofrecida para que todos puedan apagar su sed.
 
Hubo un agua que saciaba la sed en el desierto y evitó la muerte temporal. Hay un agua que da la vida eterna. De ella habla Jesús a la mujer samaritana en el Evangelio  (Jn 4, 5-42): «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva» (Jn 4,14). Quien reciba esta agua poseerá en sí un principio permanente de vida eterna: la gracia santificante.
 
La gracia es un don interno, sobrenatural, que se nos da, sin ningún merecimiento nuestro, por los méritos de Jesucristo, en orden a la vida eterna. Dios la distribuye en abundancia principalmente por medio de los santos sacramentos. «El amor de Dios ha sido derramado en nosotros con el Espíritu Santo que se nos ha dado» (2ª Lectura: Rom 5, 1-2. 5-8).
 
Todo cristiano debe hacer el firme propósito de vivir en estado de gracia de Dios, que quiere decir, tener la conciencia pura y limpia de todo pecado mortal.
«Hay que tomar la resolución absoluta de conservar la gracia santificante a cualquier precio: a costa de no frecuentar más ciertos espectáculos, de evitar ciertas lecturas, de abandonar ciertas compañías, de romper ciertas amistades, de frenar con frecuencia la lengua, de soportar las burlas y las amenazas, de inmolar, si fuera necesario la misma vida» (Pío XII).
Si alguna vez hemos tenido la desgracia de perder la vida de la gracia en nuestra alma, el mismo Jesucristo ha establecido el remedio en el Sacramento de la Confesión.
El Evangelio de este domingo nos presenta a una mujer samaritana que es transformada interiormente después de su conversación con Jesucristo:
«No debe pasarse en silencio que aquella mujer se marchó dejando su cántaro. Porque el cántaro representa el afecto de cosas mundanas, esto es, la concupiscencia, por medio de la cual los hombres sacan su voluptuosidad de la profundidad oscura, representada por el pozo. Convenía, por lo tanto, que aquella mujer, cuando creyó en Jesucristo, renunciase al mundo. Y así, abandonando el cántaro, demostró que abandonaba las pasiones de la vida» (San Agustín, Lib 83 quaest. qu. 64).
El ejemplo de la Samaritana nos invita a poner nuestra atención hoy en el Sacramento de la Penitencia. Más aun teniendo en cuenta que estamos en un tiempo litúrgico en que la Iglesia nos impone los preceptos de la confesión y comunión pascual y nos acercamos a la celebración de los grandes misterios de nuestra fe en los días de Semana Santa.
«Imitemos a esta mujer y no nos avergoncemos ante los hombres para confesar nuestros pecados; sino temamos a Dios como es lo conveniente y justo, puesto que Él ahora ve nuestras faltas y después castigará a quienes en el tiempo presente no hagan penitencia […] Os ruego, por lo mismo, que, aun cuando nadie presencie nuestras obras, cada cual entre en su conciencia y ponga delante de sí como juez a su propia razón y traiga al medio sus pecados; y si no quiere que en aquel día tremendo sean públicamente promulgados, ponga el remedio de la penitencia y sane así sus llagas» (S.Juan Crisóstomo, Homilía XXXIV).
Después de habernos dispuesto a la confesión con el examen de conciencia, dolor  de los pecados y propósito de la enmienda es necesario acudir al confesor y acusarse sinceramente de los pecados personales para obtener la absolución. Hemos de confesar por obligación todos los pecados mortales; aunque es muy bueno confesar también los veniales.
 
La confesión ha de ser entera, quiere decir que no basta con una acusación genérica o reconocer en abstracto nuestra condición de pecadores sino que hemos de manifestar con sus circunstancias y número todos los pecados mortales cometidos desde la última confesión bien hecha, y de los cuales tenemos conciencia.
 
Aunque el confesar a otro los propios pecados sea gravoso, hay que hacerlo, porque es precepto divino y no se puede alcanzar el perdón de otra manera, y, además, porque la dificultad de confesarse se compensa con los muchos bienes y consuelos grandes que hay en ello (Cfr, Catecismo Mayor, nº  743-770).
 
Examinemos nuestra conciencia y acudamos con arrepentimiento sincero al Sacramento de la Confesión, donde el Señor nos devuelve lo que culpablemente perdimos por el pecado: la gracia y la dignidad de hijos de Dios. ¡Qué triste sería si pasase en vano este santo tiempo y sin dejar en nosotros huella, sin producir en nuestras almas algún fruto de vida eterna! «Llegado es ahora el tiempo favorable, llegado es ahora el día de la salvación». (2Cor 6, 2). Aprovechemos hoy para hacer propósitos firmes.
 
A la Virgen María, a su intercesión y a sus méritos, nos acogemos: que preparare nuestras almas para viviendo así, recibir al Señor cuando llegue en el encuentro definitivo, el día que cerremos nuestros ojos a este mundo con la esperanza de contemplar a Dios por toda la eternidad.
 
Publicado en Tradición Digital

viernes, 21 de marzo de 2014

Importante novedad editorial: "La columna relámpago, agosto de 1936"

La columna relámpago

Autores:
FRANCISCO PILO ORTIZ
MOISES DOMINGUEZ NUÑEZ
FERNANDO DE LA IGLESIA RUIZ

Editorial: DIEGO MARIN LIBRERO EDITOR

Pulse sobre este enlace para tener acceso a la versión en e-Book
Es la segunda parte de la Matanza de Badajoz ante los Muros de la Propaganda( Libros Libres 2010)  y consiste en el estudio pormenorizado, minuto a minuto, del avance de la Columna Madrid para tierras de Extremadura
Nos hemos propuesto dar a conocer información que aclarará lo que representó la Guerra Civil en la provincia de Badajoz en su fase inicial, intentando llegar donde otros por desconocimiento, ignorancia, mala o buena fe no han llegado y desprendiéndonos de cualquier ideología que enturbie sesgadamente el resultado final de este libro que tiene usted entre sus manos. Esa es nuestra intención. 
El ámbito temporal y espacial de la presente obra se circunscribe a los acontecimientos que tuvieron lugar desde la salida de las tropas Legionarias y de Regulares de Sevilla, hasta su marcha de Badajoz, haciendo especial reseña en la Batalla de los Santos de Maimona, ataque y contraataque de Mérida y toma de Badajoz el 14 de agosto de 1936. 
Para ello manejaremos cientos de hojas de servicios, diario de operaciones de las distintas unidades que intervinieron, partes, órdenes e incidencias de los tabores de Regulares y Banderas de la legión, infantería, ingenieros, aviación, testimonios orales y escritos, etc. 
Para este trabajo hemos consultado los más diversos archivos militares y civiles, registros, fundaciones, etc. de España y el extranjero. No podíamos dejar ningún cabo sin atar y así el lector encontrará datos inéditos que aportan información hasta ahora desconocida sobre la operaciones militares en Badajoz. Con ello queremos dar una visión más cercana y humana al lector de los acontecimientos, uniendo las piezas de ese gran puzzle que supone la documentación con la que hemos trabajado.

lunes, 17 de marzo de 2014

Franco no humilla a Rojo, pero le venció militarmente

 
La aparición del Diccionario Biográfico Español editado por la Real Academia de la Historia ha venido seguida por una furiosa campaña de la ultraizquierda historiográfica, política y mediática. Al hacerlo, sus representantes demuestran que son conscientes del retroceso que supone para sus campañas de agit-prop no haber controlado, con sus métodos habituales, la redacción de esta obra. La irritación llevó a extremos tan pintorescos como el de adjetivar apresuradamente de Contradiccionario a un vademécum publicado en 2012 y que recopilaba los lugares comunes de la propaganda emanada desde este sector en torno a la Segunda República, la Guerra Civil y la España de Franco.
 
Aunque mi aportación ha sido más que modesta, poco son cinco biografías en un conjunto de más de 50 volúmenes, ya he dicho en otro lugar que me siento orgulloso de haber colaborado en este proyecto junto a historiadores de la categoría de Gonzalo Anes, Vicente Palacio Atard, Carlos Seco Serrano o Luis Suárez Fernández, por citar solamente a algunos. Y es que los dicterios contra el Diccionario Biográfico se vuelven contra quienes los lanzan porque revelan su voluntad de imponer una interpretación unilateral y manipuladora de la historia, sin admitir la existencia de instituciones académicas y científicas independientes.
 
Que los herederos del Frente Popular se ocupen de apenas unas columnas en el contexto de más de 40.000 páginas es un honor inmerecido, que hay que apreciar en lo que supone a la hora de señalar objetivos y que solamente merece, mutatis mutandi, la respuesta de Calvo Sotelo cuando el presidente del Gobierno pronunció su sentencia de muerte ante las Cortes republicanas: «La vida podéis quitarme pero más no podéis…».
 
Nos referimos, en concreto, a una de las biografías que aparecen el citado Diccionario: la de Vicente Rojo, el militar que ocupó durante la Guerra Civil la jefatura del Estado Mayor Central del Ministerio de Defensa.
 
Son numerosos los aspectos interesantes de la trayectoria del militar valenciano y recogidos en dicha reseña biográfica, como son sus campañas en las zonas de Ceuta y Tetuán, sus aptitudes para la formación teórica en la Academia de Toledo, su participación en las acciones psicológicas planeadas para desmoronar la resistencia del Alcázar, o su muerte en Madrid, a donde volvió desde el exilio. Sin embargo, alguna reseña periodística ha preferido centrarse en una imposible confrontación entre las figuras de Francisco Franco y Vicente Rojo.
 
Imposible confrontación, en primer lugar, porque Franco asumió durante la guerra la doble responsabilidad de Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos mientras que en la retaguardia roja nunca se llegó a culminar la unificación del poder político y militar a pesar de los intentos del Partido Comunista por imponerla a sangre y fuego. Fe de ello dan los centenares de izquierdistas masacrados en la propia retaguardia frentepopulista (cfr. Manuel AGUILERA POVEDANO, Compañeros y camaradas. Las luchas entre antifascistas en la Guerra Civil Española, Madrid: Actas, 2012). En cuanto a la posición de Rojo en el organigrama de las autoridades frentepopulistas, es cierto que favorecido por su aproximación a los comunistas, fue nombrado jefe del Estado Mayor Central del Ministerio de Defensa Nacional tras la caída de Largo Caballero (Gaceta de la República, 21-mayo-1937). Pero no es menos cierto que, desde tal posición, apenas pudo hacer más que diseñar brillantes operaciones sobre el papel que, sistemáticamente, eran bloqueadas por los asesores soviéticos o fracasaban al intentar ponerlas en práctica.
 
Y, en segundo lugar, la confrontación es imposible porque, a partir del verano de 1937,  resulta posible escribir la historia militar de la Guerra Civil como el relato del reiterado fracaso de los planteamientos teóricos de Vicente Rojo siempre limitados por las estrategias políticas de un Partido Comunista a cuyas milicias elogió muchas veces y que, únicamente, recibió valoraciones positivas para su capacidad militar de aquellos jefes surgidos en la órbita del Quinto Regimiento como Líster, Modesto y Tagüeña.
 
Pero antes de tratar más a fondo de esta cuestión, conviene hacer dos precisiones.
 
Una guarda relación con la propia actividad de Rojo al servicio del Gobierno frentepopulista, tan incoherente con sus previas convicciones políticas y religiosas. Es cierto que Michael Alpert (nada sospechoso de afinidad con los sublevados) encuadra a Rojo entre los que llama leales geográficos, es decir, aquéllos que permanecieron al servicio del Frente Popular únicamente porque las circunstancias los situaron en zona republicana. Pero no es menos cierto que en la última entrevista que Rojo concede en su vida, de vuelta ya en Madrid, responde a la pregunta de George Hills sobre el personaje que más admira de la guerra en estos términos: «Al Teniente Coronel Noreña» (ABC, Madrid, 9-enero-1973, pág. 26). Basta constatar que éste era un oficial de Estado Mayor que había preferido ser fusilado a servir a la República en el puesto seguro que le ofrecían a cambio de su fidelidad al régimen. En septiembre de 1936, uno de los asediados del Alcázar toledano le indicó a Rojo que por qué no se quedaba con ellos, contestando éste que tenía su mujer e hijos en Madrid y que si no volvía se los matarían… Una controversia acerca de la lealtad o deslealtad de Vicente Rojo carece de sentido, a no ser que las adscripciones políticas en la España de julio de 1936 se sitúen en un terreno dogmático del que no cabe discrepar.
 
Otra precisión debe hacerse acerca de las tropas que combatieron a sus órdenes. Nada más lejos de la realidad que la imagen de un Ejército Nacional profesionalizado y respaldado por las potencias europeas que le daban superioridad ante sus oponentes frente a unas simpáticas bandas de milicianos armados con más buena voluntad que medios. En realidad las tropas a las órdenes del Gobierno frentepopulista, que no tenían de Popular más que el apelativo, se convirtieron muy pronto en un Ejército bien mandado y bien encuadrado en más de doscientas brigadas mixtas de las que cinco totalmente, y dos tardía y parcialmente, fueron brigadas internacionales.
 
Basta citar, por ejemplo, el caso de la defensa de Madrid en la que Vicente Rojo interviene como jefe de Estado Mayor. Frente a los 15.000 hombres de Varela, los frentepopulistas disponían desde el primer momento, aunque en diferente grado de encuadramiento y organización, de unos 40.000 hombres con armamento y cobertura artillera aérea y blindada superior a la del enemigo. Por cierto que es en dicho contexto cuando el corresponsal de Pravda, Koltsov, contribuye decisivamente a difundir el nombre de Rojo en sus artículos. En adelante, la clave de la carrera del militar no serán sus éxitos en el campo de batalla sino el apoyo del Partido Comunista. Así será en el verano de 1938, cuando la ayuda soviética permitía al Gobierno republicano una cierta superioridad en un momento en que estaba en peligro la paz de Europa, cuando Rojo plantea la ofensiva del Ebro con la idea de agotar las últimas posibilidades para cambiar el curso de la contienda, o por lo menos de prolongarla hasta la intervención directa de las potencias amigas.
 
Es verdad que, durante mucho tiempo, Rojo acarició la posibilidad de una ofensiva en Extremadura y Andalucía cuyo máximo objetivo soñado era la conquista de Sevilla (el llamado Plan P) pero, sistemáticamente, los asesores soviéticos impidieron la materialización de una iniciativa que, contaba con argumentos favorables sobre el papel, pero que no coincidía con los intereses políticos del Partido Comunista. de mayor interés práctico. Quienes conceden excesiva importancia al proyecto no explican  cómo las fuerzas atacantes podrían haber llegado a la frontera portuguesa, con la rapidez  necesaria, avanzando en territorio enemigo más de ochenta kilómetros desde el frente inicial  cuando todos los paralelismos inducen a pensar en que el Ejército Popular habría sido incapaz de lograrlo:
«Las comparaciones no son absolutamente determinantes, pero se podría recordar cómo en la ofensiva de Brunete las fuerzas atacantes no lograron avanzar más de quince a veinte kilómetros de sus bases de partida, en la de Belchite una distancia análoga; en el Ebro su avance alcanzó una profundidad de veinticinco kilómetros antes de ser detenido ante Gandesa y, por último, cuando se llevó a cabo una importante ofensiva en Extremadura en enero de 1939, en la que el Ejército Popular logró el avance territorial más extenso de la guerra, no sobrepasaron los cuarenta kilómetros de las posiciones iniciales» (José SEMPRÚN, El genio militar de Franco (Precisiones a la obra del coronel Blanco Escolá "La incompetencia militar de Franco"), Actas Editorial, Madrid, 2000, pág. 130).
Aquí radica el talón de Aquiles de Vicente Rojo a lo largo de toda la contienda. Desde su puesto, plantea un procedimiento de oposición indirecto a las maniobras ofensivas del contrario que denomina contragolpe estratégico. Consistía en lanzar una acción ofensiva potente con un objetivo claramente señalado sobre una zona importante del dispositivo enemigo de defensa con la idea de obligar a éste a abandonar la acción ofensiva emprendida en otro frente para llevar a la zona atacada las fuerzas empeñadas en aquel avance. Rojo intentará repetir la maniobra en varias ocasiones (Brunete y Belchite) sin conseguir, en ningún caso, que Franco trasladase un número de fuerzas tan relevante como para impedirle sus victorias decisivas en otros frentes (Santander y Asturias). Y cuando, finalmente, el Generalísimo acude a la confrontación en el Ebro, el resultado será un verdadero desastre para el Ejército Popular (julio-noviembre de 1938).
 
Párrafo aparte merece lo ocurrido con anterioridad a la Batalla del Ebro en el escenario aragonés, lugar predilecto para las estrategias favorecidas por el Partido Comunista. Paradójicamente, sera aquí donde Franco obtenga la más absoluta superioridad sobre los planteamientos de Rojo, al pasar inmediatamente a la contraofensiva. Mientras Rojo creía definitivamente cancelada la batalla con la conquista de los reductos turolenses en enero de 1938, Franco decidió aprovechar la superioridad real de que gozaba para hundir las pretensiones de la propaganda enemiga en el propio escenario de Teruel. Y el general Rojo, que había sido el indudable artífice de la parcial victoria en la primera fase de la batalla (con la ocupación de la capital) se convertía muy poco después en el responsable de la estrepitosa derrota final, por mantener sus planes al margen de la realidad de la guerra que Franco mantenía en torno a Teruel. Al parecer, tan “agudo estratega” no había previsto que si se empeñaba en que Franco concentrara su masa de maniobra en Aragón, éste aprovechase para organizar una gran ofensiva en el valle del Ebro después de la reconquista de Teruel.
 
El eclipse final de Rojo no se debe únicamente a su temprano exilio en Francia. Tras la derrota del Ebro su figura comenzó a declinar y algunos sectores pusieron en duda su capacidad profesional y lealtad a la República.
«Cuando el 23 de diciembre de 1938 se inició la ruptura del frente de Cataluña, Franco se adelantaba a la maniobra de Vicente Rojo consistente en un desembarco en Motril y en una ofensiva del General Escobar desde Extremadura. En Cataluña se inició una rápida desbandada y cuando el Ejército Popular atacó en el Sur, el Generalísimo pudo disponer de las reservas suficientes para neutralizar el ataque. El 26 de enero de 1939, Azaña y el jefe de Gobierno, Negrín, se entrevistan con Rojo en el castillo de Perelada. El informe que da el jefe de Estado Mayor no puede ser más objetivo: la guerra se ha perdido irremediablemente. Aunque la zona Centro se conserva, no existen posibilidades de defensa al faltar industria pesada, alimentos, material bélico, hombres, ilusiones... Rojo sugiere a Negrín la rendición para ahorrar vidas. Negrín se niega. Sin embargo, cuando el General visita a Azaña en la embajada de España en París, afirma todo lo contrario: la guerra debe continuar, puesto que en el Centro existen posibilidades todavía. Azaña dimite. Rojo se indigna y parece dispuesto a incorporarse en su puesto en Madrid. Pero finalmente decide quedarse en Francia, posiblemente hasta esperar al desenlace de la sublevación anticomunista que preparaba Casado».
En las anteriores líneas de la recensión biográfica que estamos comentando, quedan bien reflejados los contactos entre Rojo y Negrín y su posición ante la iniciativa de Casado. Pero no parece lícito distorsionar la actividad de Rojo desde su exilio francés, cuando buscaba inútilmente a Negrín esperando pedirle protección para los miles de combatientes internados por el Gobierno galo en campos de concentración o pretendía ponerse en contacto con Miaja y Matallana sin que le hicieran el menor caso (Cfr. Vicente ROJO, Alerta los pueblos, Barcelona, Ariel, 1974; pág. 179).
 
El hecho, irrebatible, es que Rojo no aceleró precisamente su regreso a la zona roja desde Francia aunque, efectivamente, el golpe de Casado y el final del conflicto, no permitan dar mayor verosimilitud a cualquier elucubración sobre cuáles eran sus verdaderas intenciones. Lo que no es hipótesis es la postura de Rojo ante las negociaciones con Franco para poner fin a la guerra: en su carta a Negrín de febrero de 1939 le pide su apoyo para las previstas negociaciones que van a emprender los generales Miaja y Matallana y en la enviada a estos dos últimos, aconseja que «caso de no ceder los políticos a lo que se les pedía, sin ningún escrúpulo y por el bien de España se les fusilara». Todo un "moderado"… que, eso sí, decide quedarse en Francia consciente como resguardo ante la inconsistente postura de Negrín (cfr. Ricardo de la CIERVA, La victoria y el caos. Madridejos: Editorial Fénix, 1999, págs, 290-291 y 669).
 
En sus posteriores reflexiones sobre el conflicto, el propio Vicente Rojo reconoció que, en el terreno militar, Franco triunfó porque lo exigía la ciencia militar y el arte de la guerra; y que sus enemigos se vieron privados de los medios materiales indispensables para el sostenimiento de la lucha no por carecer de ellos, sino debido a interferencias políticas, incompetencia e imprevisión y porque la dirección técnica de la guerra en el ejército republicano era defectuosa en todo el escalonamiento del mando. En el terreno político, Franco venció porque la República no se había fijado un fin político, propio de un pueblo dueño de sus destinos o que aspiraba a serlo; porque el gobierno republicano fue impotente por las influencias sobre él ejercidas para desarrollar una acción verdaderamente rectora de las actividades del país; porque los errores diplomáticos de la República le dieron el triunfo al adversario mucho antes que pudiera producirse la derrota militar. En el orden social y humano Franco habría triunfado (siempre según el propio Rojo) porque logró la superioridad moral en el exterior y en el interior y porque supo asegurar una cooperación internacional permanente y pródiga (Cfr. Vicente ROJO, ob. cit., págs.185-194).
 
El 16 de junio de 1966, ABC, el diario monárquico antaño incautado por el Frente Popular a cuyo servicio puso su carrera militar Vicente Rojo publicaba una esquela insertada por sus familiares en la que se daba cuenta de su fallecimiento el día anterior (pág. 142). Aquella tarde, Vicente Rojo era enterrado en Madrid: «había como doscientas o trescientas personas esperando. Se veían algunos coches oficiales, dos de ellos del Ejército. Había una mayoría de hombres maduros... Estábamos también... algunos falangistas que rendían su último tributo a un hombre que se equivocó, pero que lo hizo a la española... salió, llevado a hombros de familiares y amigos, posiblemente también de viejos subordinados, un ataúd. Dentro iba... el comandante Vicente Rojo, general jefe del Estado Mayor del Ejército popular en los años de nuestra guerra» (Rafael GARCÍA SERRANO, La Nueva España, Oviedo, 17-junio-1966, pág. 28).
 
La prensa publicada en España en vida de Franco calificaba a Vicente Rojo como «el jefe militar más brillante del ejército republicano durante la guerra civil». Setenta y cinco años después, hay personas y medios de comunicación empeñados en utilizar su nombre para seguir dividiendo a los españoles. Es lo que tiene ser un nostálgico de la ideología totalitaria que, irrevocablemente, fue derrotada el 1 de abril de 1939. Otros preferimos hacer nuestras las palabras de García Serrano en la ocasión antes citada: «Descanse en paz... este general cuyo nombre está vinculado perpetuamente a nuestra guerra. Digo nuestra guerra, la de unos y otros, la que se hizo pensando en una España mejor para todos los hombres de buena voluntad que en ella participaron».
 
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sábado, 15 de marzo de 2014

Llegado es ahora el día de la salvación

 
En este segundo domingo de Cuaresma leemos en el Evangelio el misterio de la vida de Cristo que conocemos con el nombre de la Transfiguración.
 
Después de anunciar a sus discípulos su pasión y resurrección, «tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz» (Mt 17, 1-2). Los discípulos vieron, por un breve tiempo, un esplendor aún más intenso que la luz del sol, el de la gloria divina de Jesús.
 
Junto a Jesús transfigurado, «aparecieron Moisés y Elías conversando con él» (Mt 17, 3); Moisés y Elías representaban a la Ley y a los Profetas. Moisés, que dio la Ley que había de educar al pueblo para Cristo, nos lo señala: ¡Este es el legislador esperado! Elías, como representante de los Profetas que explicaron la Ley al pueblo y anunciaron al Mesías, anuncia aquí solemnemente: ¡Este es el Salvador prometido! Cristo es «la Palabra de Dios, Palabra  de Dios en la Ley, Palabra de Dios en los Profetas» (San Agustín). De hecho, el Padre mismo proclama: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo» (Mt 17, 5).
«En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración": nuestro bautismo; la Transfiguración "es es sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás, s.th. 3, 45, 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo» (CATIC, nº 556).
Como sabemos, Jesucristo murió por todos; pero no todos se salvan, porque o no le quieren reconocer o no guardan su ley, o no se valen de los medios de santificación que nos dejó. Para salvarnos no basta que Jesucristo haya muerto por nosotros, sino que es necesario aplicar a cada uno el fruto y los méritos de su pasión y muerte, lo que se hace principalmente por medio de los sacramentos instituidos a este fin por el mismo Jesucristo, y como muchos no reciben los sacramentos, o no los reciben bien, por esto hacen para sí mismos inútil la muerte de Jesucristo (Catecismo Mayor, 114-115.). Dios nos comunica la gracia principalmente por medio de los santos sacramentos.
 
Por Sacramento se entiende un signo sensible y eficaz de la gracia, instituido por Jesucristo para santificar nuestras almas. Llamamos a los sacramentos señales sensibles y eficaces de la gracia, porque todos los sacramentos significan, por medio de cosas sensibles, la gracia divina que producen en nuestras almas. Los sacramentos dan siempre la gracia con tal que se reciban con las necesarias disposiciones. (ibid., 527-539).
 
En este santo tiempo de Cuaresma conviene recordar que con las palabras del segundo mandamiento: Confesar los pecados mortales al menos una vez al año, la Iglesia obliga a todos los cristianos que han llegado al uso de razón, a acercarse por lo menos una vez al año al sacramento de la Penitencia para confesar los pecados mortales.
 
El tiempo más oportuno para satisfacer el precepto de la confesión anual es la Cuaresma, según el uso introducido y aprobado de toda la Iglesia. La Iglesia dice: al menos, para darnos a entender su deseo de que nos acerquemos más a menudo a los santos sacramentos. Es utilísimo confesarse a menudo, sobre todo porque es difícil que se confiese bien y esté alejado del pecado mortal quien rara vez se confiesa (ibid. 485-490).
 
Recordemos las palabras de San Pablo: «Hermanos, os exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios. Pues Él mismo dice: Al tiempo oportuno te oí, y en el día de la salvación te di auxilio. Llegado es ahora el tiempo favorable, llegado es ahora el día de la salvación». (II Cor 6, 2). Esta Cuaresma es un tiempo de gracia y una oportunidad de conversión que Dios nos ofrece y que no sabemos si volverá a repetirse. Vivamos este santo tiempo con la preocupación seria de esforzarnos para poner el alma en camino seguro de salvación. Y para ello, nada mejor que poner en práctica la invitación que hemos escuchado en el Evangelio: escuchar la Palabra del Hijo de Dios que nos llama al arrepentimiento y a la confesión de nuestros pecados.
 
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sábado, 8 de marzo de 2014

Mártires de la Tradición

 
 
Homilía en la Misa por los Mártires de la Tradición celebrada en El Pardo (Madrid) el 8 de marzo de 2014
 
I.- El 5 de noviembre de 1895, en su conocidísima Carta al Marqués de Cerralbo, Carlos VII se proponía «no olvidar lo mucho que debemos al pasado» y daba forma concreta a su propósito de instituir una fiesta para honrar «a los mártires que desde principio del siglo XIX han perecido a la sombra de la bandera de Dios, Patria y Rey, en los campos de batalla y en el destierro, en los calabozos y en los hospitales».
 
Desde entonces, cada 10 de marzo, aniversario de la muerte de Carlos V en 1855, o en los días inmediatos, los fieles a la Tradición se reúnen ante el Altar para asistir a la Santa Misa, a la renovación incruenta del Sacrificio de la Cruz en la que Jesucristo «ofreció su muerte en sacrificio y satisfizo a la justicia de Dios por los pecados de los hombres» (Catecismo Mayor, 104). Pedimos así, por el eterno descanso de sus almas y, en virtud de la Comunión de los Santos, esperamos ser enriquecidos por sus merecimientos y el fruto de todas sus buenas obras.
 
Todos hemos visto las imágenes de los Tercios de Requetés en la Cruzada avanzando o desfilando bajo la sombra del Crucifijo que llevaban  en el remate de un asta de madera de notables dimensiones «Aunque se veía menos que la bandera, su presencia era más importante, y son muchos los requetés que han muerto buscando su silueta, desde el suelo, para enviarle una despedida terrenal y un saludo de llegada a su reino celeste» (Redondo-Zavala, El Requeté, pág. 84).
 
Alguna de las fotografías más emotivas y reproducidas de nuestra guerra, los presenta así. Hermosa imagen gráfica de una realidad mucho más profunda Tras las huellas de Cristo Crucificado han sido miles los que en holocausto del ideal dieron su vida en las gestas heroicas de los campos de batalla o fueron fusilados y sometidos a los más diversos martirios… Miles, también, los que sacrificaron los intereses materiales; los que en tiempos pasados y en los presentes ofrecieron y ofrecen su renuncia generosa en favor de la misma causa de Dios, la Patria y el Rey legítimo. En todos ellos se cumple lo afirmado en la Ordenanza del Requeté: «Muere por Él, que morir así, es vivir eternamente. Ante Dios, nuca serás héroe anónimo». O, como dice, el Devocionario del Requeté: «Tu heroísmo, tu aceptación del martirio, junta en uno los ideales de Dios y la Patria».
 
II.- En su Pasión, Jesucristo habla para proclamar que es el Hijo de Dios «Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el  Cristo, el Hijo de Dios. Le dice Jesús: Sí, tú lo has dicho» (Mt. 26,63-64). Y esa respuesta supuso su condena a muerte por parte del Sanedrín. Ésta es la confesión más solemne que se hizo jamás de su divinidad: Jesucristo, Rey de los mártires, muere por confesar su divinidad, y todos los mártires darán su vida por la misma causa (Dom Columba Marmiom). Pero la confesión de la divinidad de Cristo es inseparable de la profesión de fe en su realeza: «Pilato le preguntó: Entonces ¿tú eres rey?" Jesús contestó: "Tú lo has dicho: Yo soy Rey. Para esto nací, para esto vine al mundo, para ser testigo de la Verdad» (cfr. Jn 18, 36-37)».
 
El mismo Jesucristo, que ahora se proclama rey ante el gobernador romano había enseñado a dar «al César lo que es del César»: es decir, lo que le corresponde pero nada más que lo que le corresponde, porque ni el Estado ni los poderes políticos tienen una potestad y un dominio absolutos: «dad a Dios lo que es de Dios».
 
Hay que dar a Dios lo que a Él le pertenece. También las autoridades están sometidas a graves obligaciones morales. Cuando se olvidan estas obligaciones morales del Estado se cae en el laicismo que consiste en hacerlo todo prescindiendo de Dios y de la religión, en ignorar las doctrinas del santo Evangelio, en una palabra, en hacerlo todo sin religión ni de piedad, como si el hombre no tuviese un fin superior que cumplir más allá de esta vida.
 
Por el contrario, las autoridades políticas están gravemente obligadas a servir al bien común, a legislar y gobernar con el más pleno respeto a la ley natural, amparando la vida desde el momento de su concepción; protegiendo a la familia, origen de toda sociedad; velando por el derecho de los padres a la educación religiosa de los hijos; promoviendo la justicia social ... «¡Ay de los que dan leyes inicuas, y de los escribas que escriben prescripciones tiránicas, para apartar del tribunal a los pobres, y conculcar el derecho de los desvalidos de mi pueblo, para despojar a las viudas y robar a los huérfanos» (Is 10, 1-2), clama el Señor por boca del Profeta Isaías.
 
Cuando los poderes políticos abusan de su poder imponiendo cosas contrarias a los derechos de Dios y de su Iglesia, los católicos deben responder con valentía como los Apóstoles: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29); y hacer todo lo que esté de su mano, poniendo para ello todos los medios lícitos, para poner fin a esa situación llegando a sufrir la persecución y la muerte, si fuera necesario, como nos demuestran los mártires a lo largo de veinte siglos de historia de la Iglesia y de manera muy especial, los Mártires de la Tradición, a los que queremos no solamente honrar sino imitar en la medida de nuestras escasas fuerzas, sostenidos por la gracia de Dios.
 
III.- Por eso, podemos terminar con una frase del extremeño Donoso Cortés,
«Sólo en la eternidad, patria de los justos, puedes encontrar descanso; porque sólo allí no hay combate: no presumas, empero, que se abran para ti las puertas de la eternidad, si no muestras entonces las cicatrices que llevas; aquellas puertas no se abren sino para los que combatieron aquí los combates del Señor gloriosamente y para los que van, como el Señor, crucificados».
Donde hay un cristiano crucificado está junto a él nuestra Madre, la Santísima Virgen María. A ella la necesitamos para conservarnos en la fidelidad, especialmente en unos tiempos como los nuestros, cuando cuesta la perseverancia, cuando encontramos la dificultad en el ambiente o en nuestras pasiones; cuando es duro permanecer en pie junto a la Cruz de Jesús, como estaba Santa María.
 
A ella acudimos para pedirle la gracia de reunirnos un día en el Cielo con los Mártires que nos han precedido en la fidelidad a la Cruz y al Rey que murió en ella para alcanzarnos la salvación eterna.
 
Que la Inmaculada Madre de Dios, Reina de los ángeles y de los hombres, se digne elegirnos para militar con Cristo, en esa campaña del Reino de Dios contra las fuerzas del mal que es el eje de la historia del mundo. Sabiendo que nuestro Rey es invencible, que su Reino no tendrá fin, y que su recompensa supera cuanto la mente humana pudo soñar de hermoso y de glorioso.
 
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¿Y por qué está de moda?

 
Por la escasez y el tenor de sus intervenciones sobre el tema, se impone la evidencia de que la cuestión litúrgica ocupa un lugar mucho menos preponderante en el universo de Francisco que en el de su inmediato predecesor. Y lo mismo puede decirse en relación con un aspecto concreto: el de la Misa en el Rito Romano tradicional que Benedicto XVI caracterizó como “Forma extraordinaria” en su Motu Proprio Summorum Pontificum (2007)[1].
 
Aunque la liturgia no parece ocupar el centro de las atenciones de Bergoglio, sin embargo, resulta inevitable cierta incertidumbre acerca de la pervivencia en el tiempo de algunas de las iniciativas tomadas por Ratzinger en este terreno. Nos referimos, en especial, al estatuto de relativa tolerancia ofrecido a la Misa Tradicional y la tímida puesta en marcha de una apenas esbozada reforma de la reforma destinada a limar algunos de los excesos más estridentes de la reforma litúrgica posconciliar.
Quizá por eso, se miran con lupa los escasos pronunciamientos de Francisco al respecto. Tanto en acciones de gobierno (caso de las restricciones impuestas a los Franciscanos de la Inmaculada) como en palabras y comentarios a diversos interlocutores. Y da la impresión de que se dimensionan con exceso tanto los presuntos respaldos como las no tan sutiles reticencias.
 
Especial repercusión han tenido las declaraciones del Arzobispo checo Jan Graubner, de Olomouc en Radio Vaticano con motivo de unas palabras de Francisco en torno a los fieles adheridos a la Liturgia Tradicional que el propio Arzobispo caracteriza de “declaración bastante fuerte” y pone en contraste con un tono habitual de “gran afecto, atención y sensibilidad por todo, en orden a no herir a nadie”:
Cuando estábamos discutiendo acerca de quienes están interesados en [son aficionados a] la antigua liturgia y desean regresar a ella, era evidente que el Papa habla con gran afecto, atención y sensibilidad por todo, en orden a no herir a nadie.  Sin embargo, hizo una declaración bastante fuerte cuando dijo que él entiende que la vieja generación regrese a lo que experimentó, pero que no puede entender que las generaciones más jóvenes deseen regresar a ello. “Cuando busco más a fondo -dijo el Papa- me parece que es más bien una especie de moda ["fashion" en el original inglés de la noticia]. Y si se trata de una moda, por lo tanto, no es una cuestión que necesite mucha atención. Sólo es necesario mostrar un poco de paciencia y amabilidad con las personas que son adictas a una cierta moda. Pero considero de gran importancia profundizar en las cosas, porque si no profundizamos, ninguna forma litúrgica, ésta o aquélla, nos puede salvar”.
De entrada, hay que reconocer que la constatación de Francisco es irrebatible. La Liturgia Romana Tradicional no solamente goza de muy buena salud en lo que a respaldo de los fieles católicos se refiere sino que resulta especialmente relevante el número de los que desearíamos celebrarla o asistir a ella de manera exclusiva, dejando a un lado la liturgia reformada. Y muchos de nosotros pertenecemos a las generaciones más jóvenes y que, por tanto, no tuvimos posibilidad de haberla conocido antes de su práctica extinción en 1969.
 
Para entender el proceso por el que esta Liturgia ha llegado a convertirse en “una moda” conviene no olvidar que las medidas disciplinarias aplicadas con motivo de las ordenaciones sin mandato pontificio llevadas a cabo por monseñor Lefebvre el 30 de junio de 1988 no tuvieron el efecto deseado ni provocaron un desmoronamiento entre los sacerdotes y fieles adheridos a la gran obra de la Tradición.  No solamente la Hermandad de San Pío X continuó con toda normalidad su labor apostólica incrementando notablemente el número de sus miembros y fieles bajo su atención pastoral sino que, al amparo de las tímidas concesiones apuntadas en la Carta Apostólica Ecclesia Dei (1988), surgieron -en número relativamente elevado- grupos y congregaciones religiosas adheridos a la Liturgia Tradicional  que, promoviendo su estudio y celebración, la extendieron a muchos que hasta entonces la desconocíamos.
 
A partir de 1988 -y aunque las relaciones entre la Comisión Ecclesia Dei y los grupos adheridos a la Liturgia Tradicional no siempre eran fluidas- parecían haberse superado definitivamente situaciones como las promovidas por el tristemente célebre "indulto" otorgado por Juan Pablo II en 1984 (Quattuor abhinc annos). Allí se imponían condiciones leoninas que exigían entregar el nombre de los sacerdotes y fieles que deseaban celebrar y asistir a las Misas "indultadas" concediendo el permiso exclusivamente a ellos. Medida policíaca sin precedentes en el ámbito de la Liturgia católica.
 
Ya en el pontificado de Benedicto XVI, el Motu proprio de 2007, acompañado de una significativa Carta a los obispos y complementado con una posterior Instrucción Universae Ecclesiae (2011) ha abierto paso a una liberalización teórica, siempre obstaculizada en la práctica. Hoy el Rito Romano Tradicional es mucho más que una “moda” y constituye, en forma evidente, el sostén de muchas familias, de obras católicas, de escuelas, de vocaciones religiosas y sacerdotales…
 
Aún así resulta difícil de aceptar que este sea el clima más propicio para explicar la difusión de la moda que parece preocupar a Francisco, sobre todo cuando el uso de estas formas rituales no ha sido, generalmente, promovido o facilitado desde instancias oficiales. Recluidos en lugares inverosímiles, sometidos a traslados y a cambios de horario, limitados en el número de sus celebraciones, silenciados en lo que a proyección pública se refiere… Ni sacerdotes ni fieles gozamos –sobre todo en España– de verdadera libertad para ejercer el derecho a celebrar y participar en la Liturgia de acuerdo con las normas del citado Motu Proprio de Benedicto XVI. Las celebraciones de los católicos tradicionales se desarrollan, en muchos lugares, en condiciones que recuerdan a las del culto privado protestante que toleraban los católicos antes del Vaticano II: a algunos no les permiten ni tocar las campanas.
 
En este contexto, sería de desear que Francisco diera el paso de preguntarse por las razones más profundas de esta predilección, especialmente entre los más jóvenes, por la Liturgia tradicional. Sobre toda para saber si piensa neutralizarla con algo más que con una “paciencia y amabilidad” hacia sus adictos que, hasta ahora, ha brillado por su ausencia.

[1] En Summorum Pontificum se introdujo por primera vez la distinción entre forma ordinaria y extraordinaria para referirse, respectivamente, al Misal Romano promulgado por Pablo VI (1970) y al Misal Romano promulgado por San Pío V y nuevamente por el beato Juan XXIII (1962).
 
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22-febrero: Fiesta de la Cátedra de San Pedro

Cátedra de San Pedro Apóstol
 
La liturgia celebra hoy la fiesta de la Cátedra de San Pedro, con la que se da gracias a Dios por la misión encomendada al apóstol san Pedro y a sus sucesores. Se habla de la Cátedra que es la sede fija del obispo, puesta en la iglesia madre de una diócesis, que por eso se llama "catedral", como símbolo de la autoridad del obispo, y en particular de su Magisterio, es decir, de la enseñanza evangélica que, en cuanto sucesor de los Apóstoles, está llamado a conservar y transmitir.
“Por más que ya las sepáis y estéis incluso afianzados en la presente verdad -escribe San Pedro en su segunda Carta-, nunca cesaré de recordaros estas cosas, pues considero un deber estimularos con mis exhortaciones mientras habito en esta tienda de campaña, que pronto abandonaré, según me ha manifestado nuestro Señor Jesucristo. Pero me esforzaré para que en todo tiempo, después de mi partida, podáis tener presentes estas cosas” (2 Pdr 1, 12-15).
I.- Después de la resurrección de Jesucristo, San Pedro residió en Jerusalén y, más tarde, en Antioquía, la ciudad donde los discípulos empezaron a llamarse cristianos. Allí predicó el Evangelio, y volvió después a Jerusalén, donde se desató una sangrienta persecución. Liberado por el ministerio de un ángel, después del martirio de Santiago, abandonó Palestina y se retiró a otro lugar. San Jerónimo afirma que Pedro llegó a Roma en el año segundo del principado de Claudio, que corresponde al año 42 después de Cristo. Allí derramó su sangre por Cristo en la persecución de Nerón y su tumba, en la Basílica vaticana, da a entender, también de un modo material y visible, que Simón Pedro es, por expresa voluntad divina, la  roca fuerte, segura e inconmovible que soporta el edificio de la Iglesia entera a través de los siglos.
 
II.- El Evangelio de la Misa (Mt 16, 13-19) recoge la confesión de fe de San Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
 
¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Había preguntado Jesucristo y sus discípulos respondieron haciéndose eco de las opiniones más diversas. Solamente San Pedro responde con una afirmación clara de su divinidad: Bienaventurado eres, Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos.
“Es que era Pedro siempre el primero y el más diligente y fervoroso en el amor y servicio de Cristo; y como Dios nuestro Señor le vio tan bien dispuesto para recibir sus dones, le ilustró con una extraordinaria luz, para que conociese las grandezas de Cristo. Y así, arrebatado con la fuerza de esta luz, ganó por la mano a todos los demás discípulos y, en nombre de todos, respondió” (Saturnino Osés, Horas de Luz, Bilbao, Mensajero, 1955, p. 437)
También hay ahora opiniones discordantes y erróneas acerca de Jesús y una gran ignorancia sobre su Persona. Solo el don divino de la fe nos hace proclamar:
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;
La vida cristiana consiste en amar a Cristo, en imitarle, en servirle... Moisés, por mandato de Dios, levantó su mano y golpeó por dos veces la roca, y brotó agua tan abundante que bebió todo aquel pueblo sediento (Num 20, 1-13.). Esa roca era Cristo, dirá San Pablo (1Co 10, 4). Y aquel agua era figura de la Vida que sale a torrentes de Cristo y que saltará hasta la vida eterna (Cfr. Jn 4, 14; 7, 38). Y es nuestra Vida: porque nos mereció la gracia, vida sobrenatural del alma; porque esa vida brota de Él, de modo especial en los sacramentos; y porque nos la comunica a nosotros. Toda la gracia que poseemos, es gracia de Dios a través de Cristo. Esta gracia se nos comunica a nosotros de muchas maneras; pero el manantial es único: el mismo Cristo, su Humanidad Santísima unida a la Persona del Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
 
Hagamos nuestra esta profesión de fe, especialmente cada vez que asistimos a la Santa Misa ¡Tú eres el Cristo! En el sacrificio del Calvario que se renueva en cada celebración, encontraremos a Santa María, que estuvo presente al pie de la Cruz y participó de un modo pleno y singular en la Redención. Que ella nos enseñé las disposiciones con que debemos vivir el sacrificio eucarístico, donde se ofrece su Hijo, para que la gracia de Cristo transforme toda nuestra vida.
 
Nota litúrgica: El Martirologio Romano celebró durante siglos el 22 de febrero la fiesta de la Cátedra de San Pedro en Antioquía y el 18 de enero la de su Cátedra en Roma. La reforma del calendario promovida por Juan XXIII unificó las dos conmemoraciones el 22 de febrero.
 
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Cáceres-1936: la larga noche del 19 al 20 de febrero


 
La inmensa mayoría de políticos izquierdistas que integraron el Frente Popular con vistas a las elecciones convocadas para el 16 de febrero de 1936, preconizaba la acción directa y enarbolaban la misma bandera de la revolución de Octubre de 1934. Nada tiene, por ello, de extraño que se concertaran para utilizar los cauces del sufragio universal como un medio más para el asalto al Poder, logrando con el fraude, la violencia y el amaño, la mayoría que, como era previsible, el cuerpo electoral había de negarles.
 
Debe tenerse en cuenta que, debido a la Ley Electoral vigente, la mecánica de adjudicación de las actas de diputados era complicada y necesitaba pasar por tres momentos sucesivos pero bastante separados en el tiempo:
 
- Escrutinio general.
- Celebración de una segunda vuelta en aquellas circunscripciones en que ninguna lista hubiera obtenido al menos el 40% de los votos.
- Discusión de las Actas en las Cortes.
 
Cualquier interferencia, por pequeña que fuera, en alguna de estas fases influye directamente sobre los escaños asignados, siendo especialmente delicado el escrutinio pues se distribuían los puestos previamente atribuidos a mayorías y minorías bastando una ligera modificación en el número de votos computados para provocar el vuelco del resultado electoral en toda una provincia. La ley electoral vigente reproducía y agravaba todos los defectos del decreto que reguló las elecciones a las Constituyentes y había sido aprobada por las izquierdas que confiaban en sus fuertes mayorías[1].
 
En realidad, la ausencia de garantías que se produjo tanto en el escrutinio como en la segunda vuelta y  el número de diputados que fueron privados de sus actas en las Cortes para atribuirlas a candidatos frentepopulistas, permite concluir que todo el mecanismo se condujo al margen de la ley. La vulneración del marco democrático resulta característica del proceso revolucionario iniciado el 16 de febrero.
 
En la noche del día citado, las primeras noticias acerca del resultado eran parciales: victoria del Frente Popular en Cataluña, Madrid y otras grandes ciudades y de las derechas en numerosas provincias. Hacia las diez, el presidente del gobierno, Manuel Portela Valladares, comunicaba el triunfo de la izquierda en Cataluña y la dimisión de Escalas, gobernador general de Cataluña y presidente de la Generalidad.
 
Inmediatamente, comienzan los desórdenes en la calle promovidos por los partidarios del Frente Popular. Es una situación que se mantendrá a lo largo de estos días, logrando influir en los cargos públicos de una manera parecida al 14 de abril de 1931, es decir, provocando la euforia por una victoria que todavía no existía y desmoralizando cualquier posibilidad de resistencia.
 
Aunque algunos periódicos afirmaban rotundamente que las izquierdas habían logrado la mayoría absoluta, el 18 de febrero todavía se tiene la impresión de que va a salir una Cámara en la que el Frente Popular se encontraría en equilibrio o con una ligera ventaja sobre la derecha y con la práctica desaparición del centro. En cualquier caso, era imposible decir cuál había de ser la composición definitiva de las Cortes: faltaba por conocer el resultado del escrutinio general del 20 de febrero; en algunas provincias habría que esperar a la celebración de la segunda vuelta y quedaba por desarrollar la labor de la Comisión de Actas para que tuviera lugar la constitución definitiva de la Cámara.
 
El nuevo Gobierno de Azaña y la manipulación de las actas electorales
En circunstancias normales —como había ocurrido en 1933— el Presidente del Gobierno hubiera dirigido la segunda vuelta y se habría presentado al Parlamento para dar cuenta de la misión recibida. En este caso, su dimisión el 19 de febrero va a permitir al Frente Popular la ocupación del Gobierno para, desde él, acabar de redondear los resultados y forzar la mayoría.
 
Portela Valladares había resistido a todas las invitaciones que se le habían hecho para restablecer el orden público, sobre todo por parte del general Franco, jefe del Estado Mayor Central, y de Gil Robles. Si esta cesión se debía al puro pánico o fue fruto de un pacto con los dirigentes del Frente Popular —como afirma Gil Robles en sus memorias— es cuestión difícil de discernir.
 
En las consultas, casi todos los políticos aconsejaron que se formara el Gobierno que pudiera deducirse de la composición de las nuevas Cortes, pero la imposibilidad de crear un Gobierno de acuerdo con la representación parlamentaria de unas Cortes cuya composición aún no se conocía, nos pone de relieve lo absurdo de la situación.
 
La dimisión de Portela arrastró el éxodo en masa de muchos gobernadores provinciales y otros funcionarios locales que dimitieron aterrados sin esperar la llegada de unos sustitutos adecuados. Apenas tomó posesión el Gobierno presidido por Manuel Azaña, y sin esperar a la transmisión normal de poderes, procedieron los dirigentes revolucionarios a apoderarse de los edificios y cargos públicos con la posibilidad de actuar así sobre la documentación electoral trasladando a las candidaturas de izquierda el triunfo logrado por las derechas. Así se hizo en provincias como Cáceres, La Coruña, Valencia, Pontevedra, Lugo y Orense.
 
Veamos con detalle lo ocurrido en la provincia extremeña
 
El fraude electoral en Cáceres
La Comisión sobre Ilegitimidad de Poderes Actuantes en 18 de julio de 1936, fue creada en 1938 y reunía a un prestigioso grupo de juristas y políticos, monárquicos y republicanos, bajo la presidencia de Ildefonso Bellón Gómez, Magistrado del Tribunal Supremo.
 
De acuerdo con su investigación, publicada en 1939[2], el de Cáceres fue un caso muy semejante al de la provincia de La Coruña de sustitución y falsificación de actas. El hecho quedó plenamente demostrado por las numerosas actas notariales de presencia presentadas por los candidatos de derechas y por el resultado que arroja la documentación obrante en la Junta Central del Censo.
Constituido el Gobierno Azaña antes de la celebración del escrutinio general y reemplazado el Gobernador Civil de Cáceres, el testimonio del Secretario de la Diputación y de la Junta Provincial del Censo Electoral, Luis Villegas Bermúdez de Castro, permite reconstruir las maniobras llevadas a cabo en Cáceres con el objetivo confesado de poner en práctica “la misión especial del Gobierno de la República de sacar triunfante la candidatura de izquierdas en el acto de escrutinio”:
“En Cáceres a 23 de diciembre de 1936, comparece el señor anotado al margen […] dijo llamarse como queda dicho, mayor de edad, viudo, natural de Valencia de Alcántara, vecino de esta ciudad y Secretario de la Diputación Provincial. Preguntado si en la noche del 19 al 20 de febrero último hubo alguna reunión en el Gobierno Civil, qué personas la formaban y que fines perseguían, dijo: Que la expresada noche fue llamado a eso de las tres horas para que acudiera al Gobierno Civil, por haber sido llamado por el Gobernador; que al llegar al edificio del Gobierno y cruzar los pasillos, vio en ellos a varias personas, entre las que recuerda a don Indalecio Valiente, Telesforo Díaz Muñoz, Luis Martínez Carbajal, Jacinto Herrero (?), y al entrar en el despacho del Gobernador le indicó éste que el objeto de la llamada era para que diera posesión al nuevo Presidente de la Diputación por haber sido destituido el anterior, don José Bulnes. Y al efecto le presentó a don Santiago Sánchez Moras, a quien el declarante no conocía, y al cual veía por primera vez; pasaron al despacho contiguo al del señor Gobernador y allí vio y le fue presentado don Faustino Valentín candidato a Diputado a Cortes […] Preguntado manifieste si sabe el objeto que llevaban dichos señores a estar esa noche en el Gobierno Civil, dijo que era la sustracción de la documentación electoral, dice que no puede asegurar que todas las personas que se encontraban allí, y que eran más que las citadas, pero cuyos nombres no recuerda, llevara la finalidad a que se refiere la pregunta, aunque supone que sí, por los indicios que pudo recoger durante el tiempo que permaneció en el Gobierno Civil; solamente puede hacer afirmaciones categóricas respecto a las personas que intervinieron en los hechos que a requerimiento del Juzgado va a referir. Después de dar posesión al nuevo presidente de la Diputación […] Al quedarse solo en el despacho con el señor Sánchez Moras, éste le requirió, invocando su carácter de presidente de la Diputación Provincial para que le entregara la documentación electoral, que debía obrar sus efectos al día siguiente en el acto de escrutinio general para las elecciones de diputados a Cortes. A lo cual se negó el declarante; insistió el presidente, diciendo que eso era un acto que no tenía importancia alguna, que nadie lo sabría y que no había de envolver responsabilidad alguna para el que dice. Éste insistió también terminantemente en su negación, y en vista de ellos, fue llamado al despacho el señor Valentín, el cual trató de convencer al que declara de que debía acceder a las pretensiones del señor Sánchez Mora, empleando para ello distintos argumentos, entre otros el que el declarante no tendría responsabilidad alguna porque obraba en virtud de obediencia debida, que, además el hecho no sería por nadie conocido, que él traía a Cáceres la misión especial del Gobierno de la República de sacar triunfante la candidatura de izquierdas en el acto de escrutinio, cualquiera que fuera el procedimiento que tuviera que emplear, pues la documentación que había llegado a la Junta Provincial del Censo había sido amañada por las derechas y había que destruir esta labor. Que el Gobernador Civil estaba detenido en el mismo Gobierno, que el señor Gil Robles había huido de Madrid; a pesar de todas estas manifestaciones el declarante insistió en su negativa, y dijo terminantemente que el cumpliría con su deber en todo momento y que no llevaba veinticuatro años de probidad profesional para perderla en una noche, pues bastaba para ello a impedirlo el concepto que tiene de su responsabilidad moral, aún cuando le asegurasen que estaba libre de cualquiera otra; entonces el señor Valentín le indicó su propósito o resolución de destituirle del cargo de Secretario de la Diputación diciendo el declarante que sólo así entregaría la documentación, puesto que cesaba en sus funciones. Acto seguido le entregaron unos oficios en que se le suspendía del cargo, manifestándole que el nuevo secretario era don José Herrera Quiroga, quien se presentó ipso facto, levantándose el acta correspondiente. Y haciendo entrega de la las llaves del arca de la Diputación en donde estaba guardada la documentación, manifestando antes que la otra llave del arca estaba en poder del señor Depositario de fondos, pues el que declara, temiendo el asalto de las izquierdas para sustraer la documentación había adoptado la precaución de cerrar ésta en la caja de caudales de la Diputación en la tarde anterior, pidiendo este favor al señor Depositario, en cuyo poder quedó la otra llave, lo cual tenía por objeto demostrar que durante el tiempo que la documentación estuvo bajo la custodia del secretario de la Diputación no había sufrido alteración alguna en previsión de que ésta se hubiera hecho antes de llegar a la Junta en algún otro lugar. Acto seguido abandonó el local del Gobierno Civil, debiendo advertir que la entrega de las llaves se la hizo al Depositario de la Diputación, que había sido llamado”[3].
A partir de este momento se improvisan las actas necesarias para alterar el resultado de las elecciones, que había sido favorable a las derechas. El hecho se llevó a cabo con tal impunidad y tuvo tan fácil comprobación que se informaba de él en la prensa, aunque, posteriormente la censura gubernamental puso sordina al asunto:
“En las elecciones de Cáceres los resultados oficiales que concuerdan con las certificaciones que tienen en su poder los candidatos de derecha, dan el triunfo a éstos por noventa mil votos contra setenta y tantos mil de los izquierdistas triunfantes, que son tres. En vista de ello, los candidatos de izquierda, capitaneados por el Sr. Díez Pastor, en el momento en que dejó el Gobierno civil el gobernador saliente y después de tomar posesión del cargo un conocido socialista, a las tres de la mañana abrieron la caja de la Diputación donde estaban encerradas las actas cuyo escrutinio empezaba hoy, y eligiendo los pueblos en que las derechas tienen mayoría, colocaron en lo sobres unas actas burdamente falsificadas con los resultados cambiados y en otros unos papeles en blanco para que esos votos no les fueran computados a la derecha”[4].
Prueba de todo lo que venimos diciendo, es la misma acta de escrutinio general de la Junta Provincial de Cáceres, firmada no solamente por los componentes de la misma, sino también por los Interventores de los diversos partidos, y en la que se consignan aparecieron abiertos en el acto del escrutinio los sobres correspondientes a las actas en que más claramente se advierte luego la falsificación referente a los pueblos de Alcuéscar, Alía, Ceclavín, Mohedas, Montehermoso, Aceituna, Santíbáñez el Bajo y Torre de Don Miguel.
 
En las actas correspondientes a estas Secciones aparecen en numerosos casos todos los candidatos de izquierdas con cifras iguales y elevadísimas de votaciones, y los de derechas con cifras iguales y mínimas o se omiten totalmente sus resultados. Faltan en muchas de esas actas las firmas de los interventores. Actas de diversas secciones de un mismo pueblo, y, a veces, de pueblos diferentes, aparecen escritas con idéntica letra y tinta, y, sin embargo, todas estas actas se escrutaron en la Junta Provincial sin tener en cuenta las certificaciones presentadas por los candidatos derechistas y expedidas por las mesas respectivas, en las que figuraban los votos realmente obtenidos. Así ocurre, por ejemplo, con varios distritos del pueblo de Torre de Don Miguel y del de Alía[5].
 
Bastaría el hecho de aparecer abiertos los sobres correspondientes a las actas de numerosas secciones para deducir que se abrieron con una intención de falsificación y a ello se agrega que las actas correspondientes a estos sobres son aquellas en que, en contra de los certificados de escrutinio autorizados por las mesas respectivas, se atribuye a las derechas votación insignificante o nula y a las izquierdas, por el contrario, votación que alcanza en algunos momentos el 98% de los votos emitidos.
 
En la documentación presentada al Congreso por algunos candidatos se acredita también que, ordenada por el Presidente de la Junta Central del Censo al de la Provincial de Cáceres mediante dos telegramas oficiales, la entrega al señor Rodríguez Jurado de los testimonios notariales o certificación de los documentos electorales que sirvieron de base para la proclamación de diputados, solicitados por aquel candidato, se negó el presidente de la Junta Provincial a enviarlos, pretextando no haber sido entregada aún la documentación por el secretario interino de la Junta al secretario propietario.
 
Pero como las secciones enviaron la documentación auténtica en cumplimiento de lo dispuesto por la Ley electoral no solamente a la Junta Provincial sino también a la Junta Central del Censo, es en ésta donde obran los documentos originales de cuyo cómputo únicamente puede deducirse el resultado exacto de las elecciones celebradas el 16 de febrero en aquella provincia. Hecho este cálculo se puede calibrar con toda certeza la entidad del fraude.
Fuente: "Apéndice I al dictamen de la Comisión sobre ilegitimidad de poderes actuantes el 18 de julio de 1936", Editora Nacional, Barcelona, 1939, p.32
Fuente: "Apéndice I al dictamen de la Comisión sobre ilegitimidad de poderes actuantes el 18 de julio de 1936", Editora Nacional, Barcelona, 1939, p.32
 
Debieron, por tanto, ser proclamados diputados todos los candidatos de la Coalición de Derechas, a excepción de Morata, por las mayorías, y por las minorías, Giral, Díez Pastor y Martínez Carvajal, o sea, seis contra tres, y como lo fueron dos por siete, respectivamente, se privó indebidamente de cuatro actas a la Coalición de Derechas, siguiendo el mismo procedimiento empleado en relación con las actas de la provincia de La Coruña, de sustitución de las verdaderas por las falsas con anterioridad a la celebración del escrutinio provincial.
 
Otros testimonios historiográficos
Fernando Ayala Vicente (actualmente, Secretario Para la Historia Socialista de la Ejecutiva Provincial del PSOE de Cáceres) publicó en 2001 un estudio acerca de las consultas electorales en la provincia de Cáceres durante la República[6] y, aunque trata de difuminar las responsabilidades del Frente Popular en el fraude cometido en el resto de España, reconoce que “aquí se produjo una modificación en los momentos del recuento que alteraría decididamente el resultado final. Como hicimos notar, en su momento, estas afirmaciones no suponían ninguna novedad aunque sí merece destacarse su reconocimiento por una historiografía que, fácilmente, acude al recurso de deformar la realidad.
 
Lo que no justificaba Ayala era el motivo último que condujo a los republicanos a la maniobra cacereña, más allá del objetivo común al fraude con otras provincias de incrementar el número de diputados frentepopulistas. Ha sido el historiador Antonio Manuel Barragán Lancharro, en un trabajo publicado por Historia en Libertad[7], el que ha añadido oportunas precisiones al respecto, al hilo de las memorias de Niceto Alcalá Zamora y de la documentación consultada.
 
Según el que fuera Presidente de la República Española, Portela Valladares le había confesado que tenía conocimiento de la maniobra del Frente Popular para que la candidatura izquierdista en Cáceres pasara de perdedora a victoriosa ilegalmente. La clave está en un cuadro explicativo del avance de resultados provisionales que envió a Madrid el Gobernador Civil, el último a las 14,10 del 19 de febrero de 1936. A falta de hacerse un recuento definitivo se corría el peligro de que perdiera su escaño el propio José Giral Pereira, íntimo amigo de Azaña y unos de los prebostes de Izquierda Republicana. Con la maniobra empleada, el que estaba llamado a ser presidente del Gobierno en la Guerra Civil y uno de los principales responsables del terror provocado por la entrega de armas a las milicias frentepopulistas, ocupaba en febrero de 1936 la candidatura a la que, fraudulentamente, se atribuyeron más votos en la provincia de Cáceres.
 
En conclusión, es insostenible la presentación de lo ocurrido en España desde el 16 de febrero de 1936 como la consecuencia de una victoria electoral de las izquierdas que se habría frustrado por una sublevación militar en julio.
 
En realidad hay que hablar de un proceso de ocupación del poder por parte del Frente Popular y del inicio de una ofensiva revolucionaria que conducirá, en los primeros momentos de la Guerra Civil, a la completa implosión política de un sistema.
 
78 años después, seguimos esperando a que la izquierda, española en general y cacereña en particular, que utiliza los trágicos episodios de la Guerra Civil para hacer política partidista a los gritos de “¡Viva el socialismo! ¡Viva la república!” y al ritmo de "La Internacional", empiece a reconocer sus propias responsabilidades y llegue a la conclusión de que no existía "la legalidad republicana".

[1] Cfr. Ley electoral, Gaceta de Madrid, 28-julio-1933
[2] Cfr. Apéndice I al dictamen de la Comisión sobre ilegitimidad de poderes actuantes el 18 de julio de 1936, Editora Nacional, Barcelona, 1939, págs.29-38.
[3] Ibid., p. 33-35.
[4] ABC (Madrid, 21 de febrero de 1936; edición de la tarde), p.29.
[5] Pueden verse los dictámenes periciales sobre dichas falsificaciones en Apéndice I al dictamen..., . ob. cit., págs. 36-38.
[6] Cfr. Fernando AYALA VICENTE, Las elecciones en la provincia de Cáceres durante la Segunda República; Mérida: Editora Regional de Extremadura, 2001.
[7] Antonio Manuel BARRAGÁN LANCHARRO, “Hace 75 años… José Giral y el pucherazo del Frente Popular en Cáceres (1936)”, en Ángel David MARTÍN RUBIO (coord.), Extremadura: de la República a la España de Franco (Una visión historiográfica); Madrid: Ediciones Barbarroja, 2012, págs. 29-38. [Pulse sobre este enlace para más información sobre el libro]
 
 
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La Iglesia y la Transición

 
En relación con el artículo publicado en Alfa y Omega: De la insuperable contribución de la Iglesia a la Transición. Impulsora de la democracia (n.804, 25-X-2012) pueden ser de interés algunas precisiones:
 
1. Sobre las presuntas fricciones de la Iglesia con el régimen de Franco, es cierto que algunos obispos pudieron moderar tendencias totalitarias existentes en personas o movimientos que participaban en un sistema tan heterogéneo. Dicha intervención no puede atribuirse a un elemento extrínseco, sino que fue consecuencia del sentido católico de un Estado en el que se había subrayado la proyección social que dimana de la inspiración de la Iglesia. Este principio fue formulado en las Leyes Fundamentales: «La nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la santa Iglesia católica, apostólica y romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación»
 
2. Más allá de episodios anecdóticos, el Vaticano II no supuso ninguna crisis grave, como lo demuestra la rápida adopción de sus exigencias de libertad religiosa, hecho «tan opuesto a la significación originaria del alzamiento y régimen español, como a la tradicional doctrina de la propia Iglesia católica», en expresión de Rafael Gambra. Eso no significa que la agitación de los años 60 y 70, manifestación no sólo de una agitación político-partidista, sino de una verdadera crisis interna de la Iglesia, afectara trágicamente a la Iglesia española y a sus relaciones con el Estado.
 
3. Tanto Pablo VI como algunos eclesiásticos favorecieron la deriva de los acontecimientos en la llamada Transición. Pero dicha postura no fue unánime, como lo demuestran, por ejemplo, las precisiones críticas publicadas con ocasión del referéndum constitucional por el arzobispo don Marcelo González, a las que se adhirieron 8 obispos. El resultado del proceso fue el establecimiento de un sistema en el que no se ha enseñado cuál es la misión específica del poder en lo moral y religioso, y en el que no se han inculcado eficazmente las exigencias morales del orden constitucional, por lo cual, aunque se reconociera su insuperable contribución a la Transición, no por ello podría hacerse un balance positivo, en lo que al cumplimiento de la misión específica de la Iglesia se refiere.
 
Nota publicada en la revista Alfa y Omega
Para una más aplia exposición histórica del período, recomendamos escuchar las conferencias de D.José Guerra Campos sobre la Iglesia en España (1936-1975)
 
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domingo, 2 de marzo de 2014

Dios realiza su designio: la Divina Providencia

"El Sermón de la Montaña" Fresco. Capilla Sixtina. Autores: Piero di Lorenzo (Piero di Cosimo) y Cossimo Rosselli
Las palabras de Jesús que escuchamos en el Santo Evangelio de este Domingo (VIII del Tiempo Ordinario; Mt 6, 24-34), nos animan a aumentar nuestra fe y a fomentar la virtud de la esperanza cristiana, de tal manera que confiemos en Dios, Creador de todo cuanto existe y Padre nuestro, y a lo largo de nuestra vida pongamos el corazón en las cosas que son verdaderamente importantes: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todas esas cosas se os darán por añadidura".

Dios mantiene y conduce la creación

Por modo general, Dios es llamado Padre de todos los hombres, por ser su Creador y por la admirable Providencia que tiene de todos ellos. Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término.
Las cosas creadas por Dios no pueden subsistir, después de creadas, sin su virtud infinita. Por eso mismo, Dios está presente en todas las cosas creadas por su Providencia, conservándolas en el ser con el mismo poder con que las creó al principio, sin lo cual volverían a la nada.
"Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida" (Sb 11, 24-26).

Dios realiza su designio: la Divina Providencia

La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada "en estado de vía" ("In statu viae") hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó.
Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección:
La solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Por eso Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: "No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿qué vamos a beber?... Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6, 31-33; cf 10, 29-31).

La providencia y el escándalo del mal

En esta providencia, Dios no impide la acción de las causas segundas, sino que, previniendo su acción, se sirve de ellas, ordenándolo todo con fuerza y con suavidad (Sab 8, 1)
Además, si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple.
En su poder Infinito, Dios podría siempre crear algo mejor. Sin embargo, en su sabiduría y bondad Infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo “en estado de vía” hacia su perfección última.
  • Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección.
  • Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien.
"Por lo tanto, el que crea que en Dios se da providencia, espere de su mano el alimento, pero considere que lo mismo debe esperar lo bueno que lo malo de lo que, si no fuere solícito, ni se librará del mal, ni podrá alcanzar el bien. Por ello añade: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia". El Reino de Dios es el premio de las buenas obras, y su justicia el camino de la piedad, por la que se va al reino. Si piensas en la gloria de los santos, es necesario que, o te separes del mal por temor de la pena, o te encamines al bien por el deseo de la gloria. Y si piensas en la justicia de Dios (a saber, qué es lo que Dios aborrece y lo que Dios ama), su misma justicia te manifiesta sus caminos, que siguen todos aquellos que lo aman" (Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17).
Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales Dios habrá conducido a la creación su hasta su perfección última, en vista de la cual creó el cielo y la tierra.

Fuente: Catecismo Romano y CATIC, 301-314

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