«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

viernes, 29 de junio de 2012

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: ZP y Cañizares: acotaciones perplejas ante un diálogo


El cardenal Antonio Cañizares, Prefecto de la  Congregación para el Culto Divino, y José Luis Rodríguez Zapatero, expresidente del Gobierno de España, y líder del PSOE durante una década, han debatido acerca de “El humanismo en el siglo XXI. Solamente disponemos de las síntesis publicadas en la prensa que han destacado algunas de las opiniones intercambiadas pero las estimamos más que suficientes. Esto nos permite una primera valoración que haremos sin entrar en otras cuestiones como la inoportunidad de conceder a Rodríguez Zapatero una autoridad de la que carece y el elevado contraste que ofrece el aparentemente inocuo discurso del dirigente socialista con lo que fue su obra al frente del Gobierno.
Sorprendente ha sido, sin duda, un recurso hábilmente empleado por parte de Rodríguez Zapatero. Se trata de haber  enlazado su intervención con las líneas del diálogo mantenido entre Jurgen Habermass y el actual Benedicto XVI: “En aquel diálogo se establece un modelo de respeto, neutralidad del Estado y aprendizaje a través del diálogo. Y eso viene por la importancia histórica del cristianismo en Europa”. Rodríguez alude al debate sostenido el 19 de enero de 2004 en la Academia Católica de Baviera (Munich) entre el filósofo alemán Jürgen Habermas y el Cardenal Joseph Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El tema abordado en aquella ocasión fueron “Las bases morales prepolíticas del Estado liberal”. Hoy, al recordar el precedente, el líder socialista ha conseguido que en el debate con Cañizares se dieran por incontrovertibles los principios de neutralidad del Estado y recurso al diálogo allí asentados.
Valores a la carta para todos
El primer punto de debate se ha establecido en torno a los privilegios de la Iglesia. Para Cañizares: “A veces parece que la Iglesia recibiese una serie de beneficios, pero no es así. Toda sociedad, aunque sea laica, necesita de valores no manipulables, válidos para todos. Y la crisis viene precisamente porque se ha perdido ese grupo de valores, sin los cuales no podemos conducir esta sociedad”. En respuesta, el expresidente ha opinado que “la religión debe abandonar ese intento de monopolizar todos los aspectos de la vida”.
A pesar de tal cuestionamiento que apunta a la propia naturaleza del hecho religioso que abarca al hombre en su totalidad, Cañizares vino a expresar su coincidencia con Zapatero en el común aprecio al marco político liberal: “estamos entre demócratas, pero no hay democracia sin conciencia, sin asentamiento en principios del bien y del mal, sean del credo que sean”.
Al expresar dicha opinión, el Cardenal se distancia de una amplia corriente de pensamiento —representada en buena medida por católicos— que precisamente han demostrado las deficiencias de la democracia no solo desde el punto de vista de los principios, sino también como mecanismo de participación y control del poder. La ausencia en el Estado constitucional de una autoridad que se sustente en una sustancia prejurídica, lejos de ser una garantía de respeto a las libertades y a los derechos humanos, deja a éstos inermes ante los vaivenes de la opinión pública y de los sistemas de representación política. Más aún cuando, en la práctica, ni siquiera existen instancias técnicas de control como podría ser, por ejemplo, un tribunal constitucional independiente de la casta política.
En su apología del marco democrático, Cañizares olvida interesadamente la verdadera cara de un marco político que aparenta la renuncia a cualquier idea previa o la neutralidad para luego servir de instrumento a la promoción de mentalidades y políticas muy concretas. Pensemos, por ejemplo, en la difusión de mentalidades divorcistas, abortistas, laicistas… promovidas de manera sistemática desde el propio Estado.
Por eso se ha hablado de “la ruina espiritual de un pueblo por efecto de una política”, en expresión de Francisco Canals, referida a una política que constituye la aplicación práctica de un sistema erróneo de conceptos sobre la vida y sobre la sociedad. Cerrar los ojos a la conexión entre los procesos políticos y la descristianización que se ha producido en los últimos siglos y se ha acelerado en los últimos decenios sería negar la realidad.
¿Qué conciencia?
Como previamente Cañizares ha buscado la fundamentación de la democracia en una conciencia sin vinculación concreta a ningún contenido objetivo (“asentamiento en principios del bien y del mal, sean del credo que sean”), Rodríguez Zapatero encuentra un terreno para la fácil coincidencia con el Cardenal en el terreno del más absoluto relativismo: “Estoy de acuerdo en lo de la democracia sin conciencia, porque democracia es conciencia, conciencia en los valores del respeto. Esa conciencia, en definitiva, se traduce en un núcleo esencial de principios, de derechos y de valores que tienen una plasmación normativa en las constituciones. Tengo el profundo convencimiento de que en las leyes hay un amplio reconocimiento de los valores que defiende el cristianismo. Ese núcleo esencial tiene que estar abierto también a los cambios que aporta la ciencia, a la innovación, a la capacidad de desarrollo… Pero ese núcleo, que ha costado históricamente esfuerzos, sangre y sueños, debemos mantenerlo. Y eso sólo se logra con la deliberación, el diálogo, la palabra, el discurso y el respeto, que es la palabra más bonita del castellano”. El juego de palabras “núcleo esencial” y, al mismo tiempo, abierto a los cambios, a la innovación… encuentra fácil eco en oídos eclesiásticos acostumbrados a equilibrios semejantes para justificar las transformaciones de la Iglesia en el siglo XX.
Sin embargo, la historia demuestra que esos “esfuerzos, sangre y sueños” de los que habla Zapatero y que las constituciones como plasmación de un núcleo esencial de principios, derechos y valores, no resuelven la cuestión de los fundamentos éticos del derecho: «la cuestión de si existen cosas que nunca pueden ser justas, es decir, cosas que son siempre por sí mismas injustas, o, inversamente, cosas que por su naturaleza siempre sean irrevocablemente justas y que por lo tanto estén por encima de cualquier decisión mayoritaria y deban ser respetadas siempre por ésta» (formulación de Ratzinger en la ocasión citada).
Repasando la intervención de Cañizares, no se puede negar la existencia de una cierta contradicción al dar por bueno un sistema que lleva jurídicamente a efectos que, se reconoce, son inadmisibles. Por eso se echa de menos alguna referencia para recordar que no es posible en conciencia instalarse tranquilamente en él, sin hacer lo necesario por enderezarlo y por desligarse de responsabilidades que no se pueden compartir. También resulta desconcertante la homologación de los conceptos del bien y del mal “sean del credo que sean”. Y es que no parece admisible —ni como mera hipótesis— juzgar de manera indiferenciada las creencias religiosas ni, menos aún, sus concreciones sociales, de las civilizaciones vinculadas a una religión: pensemos, por ejemplo, en el norte de África frente a la Europa que fue cristiana.
Una fe y razón que pretendieran limitarse recíprocamente, ayudarse mutuamente a enfilar el buen camino no pueden prescindir de un primer servicio que, históricamente, la razón ha prestado a la fe en el terreno de la apologética. La propia razón ayudaría a demostrar que de la propia existencia de una diversidad de religiones con contenidos muchas veces incompatibles se deduce que no todas pueden ser verdaderas. Sostener que ninguna de las religiones puede responder a una revelación objetiva resulta menos ilógico que postular que todas ellas lo hacen aunque sea en grados diferentes. A mi juicio resulta más coherente, aunque no por ello acertado, negarse a dar el salto en el vacío que supone el acto de fe que, una vez, dado admitir que pueda tener por objeto afirmaciones contradictorias.
Los silenciados términos de un diálogo
Tan sorprendente aún como lo hasta ahora expuesto, resulta la renuncia de Cañizares a recordar el derecho natural que ha sido, en especial en la Iglesia Católica, la figura de argumentación con la que históricamente se ha apelado a la razón común en la confrontación con la sociedad secular y con otras comunidades religiosas. Muy ceñido al ámbito cultural alemán y anglosajón, el pensamiento de Cañizares se constata deudor de la filosofía moderna y revela un desconocimiento o preterición del pensamiento católico tradicional.
Para el derecho natural de tradición cristiano-aristotélica lo bueno y lo justo se han de medir conforme a las exigencias ordenadas (en cuanto dirigidas a un fin) de la naturaleza humana, que siempre y en todos los casos ha de interpretarse según un criterio teleológico. El principio finalista, que tiene su raíz en la metafísica del ser, es, pues, el fundamento de la unidad esencial del ser y del deber, del ser y del bien. Y no cabe concebir el fin del hombre —esa es la aportación esencial del cristianismo— al margen de su vocación sobrenatural. Por el contrario, el iuspositivismo racionalista arranca del giro epistemológico y metodológico característico de la Modernidad que conducirá más tarde hacia la implantación del paradigma formalista y declarará definitivamente la autonomía del derecho frente a la religión o la moral.
Destronado —de manera tan poco convincente— el derecho natural de arraigada vinculación a la doctrina política católica, apenas queda lugar más que para una respectiva labor de vigilancia mutua entre fe y razón en la que resulta problemático incluso determinar quién se erige en portavoz de una y de otra.
De esa manera, Cañizares y Zapatero han terminado su encuentro con una invitación al diálogo planteado en unos términos en que no sería más que el monólogo de dos impostoras que ocupan el lugar de la fe y de la razón. Porque si el Racionalismo moderno no es sino caricatura de la verdadera razón, también la fe queda diluida al convertirse en ese interlocutor que conversa amigablemente con la razón de igual a igual en busca de una depuración mutua.
Ecclesia Digital: Texto íntegro del diálogo en Ávila entre el cardenal Cañizares y Rodríguez Zapatero
Tres recensiones del acto:
Religión en Libertad
Religión Digital
Infocatólica

4 Respuestas a ZP y Cañizares: acotaciones perplejas

  1. ZP es simplemente un granuja que se ha reido de los españoles entre otras muchísimas cosas con sus ministras-basura: La fresca de la Bibiana en el ministerio de Igualdad, la Carmen Chacón en Defensa y, como apoteósis de la tomadura de pelo, la Pajín, que no es ni enfermera, de ministra de Sanidad.
    Por eso cuando Cañizares va a “dialogar” con ZP hace una estupidez como la copa de un pino y deja en mal lugar a la Iglesia. ¿Cómo puede ser cardenal-prefecto de la Curia romana semejante personajillo? Claro, así nos va.
  2. Felicito al redactor por el acertado análisis y la claridad expositiva del artículo que descubre el reparto de papeles en el encuentro.
    Clarificador de nociones en torno a Modernismo, Liberalismo, Democracia, etc, muchas veces ajenos a la comprensión o el empleo por parte de los católicos.
    ¡Valioso TradicionDigital!
  3. No es de sorprender la escasez de nivel y criterio. Si hubiese sido un diálogo entre Tarancón y Suárez o Suquía y González, es evidente que habría mejorado sensiblemente la calidad de este diálogo.
    Nuestra Constitución que necesita una reforma (casi tanto como nuestra Iglesia) es buena, pero deficiente. Es necesario que el poder renuncie a cómo está actuando y siendo en favor de la ciudadanía, como la Iglesia también debe hacerlo. Mientras ambos permanezcan insensibles ante lo que es realmente lo que dicen representar, la esterilidad del diálogo estará garantizada.
    En fin, esperemos que esto mejore, porque lo han dejado…
  4. Armando Marchante
    No es la primera vez que el Cardenal Cañizares elogia el sistema democrático-liberal representado por nuestra actual Constitución. Continúa así lamentablemente la actuación de la mayoría del Episcopado español que incitó a los católicos a aprobarla con el pretexto de que contenía valores cristianos. El tiempo ha demostrado su profundo error ,singularmente bajo la dirección de ese Zapatero, tan partidario del diálogo, que nos ha traido el aborto, sin límites, el divorcio “expres” el matrimonio homosexual y, si le hubiese dado tiempo, la eutanasia. Todos ellos , como se ve, valores muy cristianos.
    Es muy lamentable que un Cardenal de la Iglesia Católica entre en ese juego so pretexto de “diálogo” y más que dé publicamente alguna autoridad al Sr. Zapatero


ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: Y si hoy nos arrancan las cruces...


El Consejo General del Poder Judicial ha dejado sin efecto el expediente iniciado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña contra el juez de lo contencioso-administrativo de Lérida apercibiéndole por tener un crucifijo en la sala de vistas. La noticia apenas se puede considerar una tregua y difícilmente puede ser visto como una victoria teniendo en cuenta las razones, puramente fácticas y positivistas, aducidas para no entrar en el fondo del asunto.
Cada vez que se habla de quitar los crucifijos de lugares públicos o de suprimir símbolos religiosos hay que reconocer que quienes promueven estas blasfemias demuestran coherencia para el error. Mucha más que aquellos otros -a veces denominados conservadores- que, en el fondo, comparten los principios en los que se inspiran dichas iniciativas aunque, a veces, se rasgan las vestiduras condenando sus consecuencias sin llegar a cuestionar el sistema que las ampara. Para estos últimos, el crucifijo es poco más que un signo cultural; no dice nada, no impone nada. Por eso piensan que puede estar sin problemas en instituciones como las escuelas, los ayuntamientos o los juzgados, instituciones que han abandonado hasta las más elementales referencias de lo que representan los valores de una sociedad sana. Sitios en los que igual se adoctrina para la ciudadanía que se practica la mal llamada educación sexual o se gestiona la corrupción económica y moral.
Es aleccionador que el argumento para mantener la imagen de Cristo en el Juzgado de referencia haya sido que sirve como instrumento para que se pueda ejercer el derecho individual al juramento. Y el ejemplo utilizado no puede ser más nefasto: los ministros que juran ante el Señor al tiempo que se integran en Gobiernos que promueven la descristianización.
Por el contrario, a quienes promueven la retirada de los crucifijos, sí les molestan y parecen ser los más conscientes de que puede haber pocos signos más radicales que un Dios crucificado. A Él pertenecen todos los derechos y nuestro es solamente el deber de rendirle adoración. Y porque tenemos el deber de adorar a Dios, tenemos el derecho de tener nuestras familias cristianas, nuestros templos, nuestras escuelas católicas… Y lo mismo habría que decir de las restantes instituciones sociales y polítitcas.
Esto último lo proclamaban las estrofas del himno de la fiesta de Cristo Rey que proclamaban a Nuestro Señor como Rey de la familia, del Estado, y de la Ciudad terrenal y que, con toda lógica teniendo en cuenta la pseudo-teología que la inspiraba, fueron suprimidas en la desgraciada reforma litúrgica promovida por el concilio Vaticano II:
Que con honores públicos te ensalcen
Los que tienen poder sobre la tierra;
Que el maestro y el juez te rindan culto,
Y que el arte y la ley no te desmientan.
Que las insignias de los reyes todos
Te sean para siempre dedicadas,
Y que estén sometidos a tu cetro
Los ciudadanos todos de la patria.
La renuncia a proclamar la necesidad del Reinado Social de Cristo Rey tiene su mejor expresión en la verdadera negación de su Realeza significada por esta transformación que ha pasado casi desapercibida.
A nadie extrañará que una vez arruinado el universo de valores vigentes hasta no hace mucho tiempo, su lugar vaya siendo ocupado por una nueva hegemonía: la de esa mentalidad, hoy dominante, sustrato permanente de una práctica política que es, al mismo tiempo, la consecuencia y el principal motor del proceso. Al servicio de esta estrategia se ponen medios tan dispares como la democracia, la demolición del Estado nacional, la inmigración, la auto-demolición de la Iglesia, la memoria histórica, la destrucción de la familia, la desmoralización del Ejército, la educación para la ciudadanía, la cultura de la dependencia promovida por una gestión económica de los recursos dirigida por el Estado…
Siguiendo este modelo, el sistema político actualmente implantado en España se edificó sobre tres pilares levantados entre 1978 y 1985: la destrucción de la nación (autonomías), la destrucción de la familia (divorcio) y la destrucción de la vida (aborto); hoy únicamente estamos asistiendo a las últimas consecuencias del proyecto puesto en marcha por las fuerzas políticas entonces dominantes. El árbol se plantó, ahora basta recoger sus frutos y lo único que admite una mínima disputa es quién habrá de llevarse la cosecha.
Muchos se preguntan si es posible salir de esta situación. Si hay alternativa, únicamente será posible en la medida que tenga lugar la recuperación de la hegemonía en la sociedad civil. Algo que implica la lucha por la Verdad ―que no se impone por sí misma― y la capacidad de generar instrumentos coercitivos que, al amparo de la ley, actúen como freno de las tendencias disgregadoras.
Por eso es lástima que en lugar de aceptar ovinamente los hechos, los católicos españoles no reaccionemos como vaticinaba el nicaragüense Pablo Antonio Cuadra Cardenal (1912-2002), poeta católico y colaborador de la revista Acción Española en los años en que la siniestra Segunda República española (esa que añoran algunos que no la conocieron) ordenó retirar los crucifijos de las escuelas:
¡Ay Virgencita que luces,
ojos de dulces miradas!
Que vieron llegar las Espadas,
que dieron paso a las Cruces.

Mira a tus Tierras Amadas!
Y si hoy nos arrancan las Cruces,
¡Brillen de nuevo las luces
del filo de las espadas!

sábado, 16 de junio de 2012

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: Apunte, de urgencia, sobre las Prelaturas Personales

 
Algunas informaciones recientemente publicadas, tienden a desvirtuar el perfil canónico de las prelaturas personales al afirmar que son estructuras “compuestas de prelado, presbiterio y fieles que siguen perteneciendo a las diócesis en las que viven”, llegándose incluso a hablar de que los fieles de una prelatura tienen una “doble dependencia”, del obispo de la diócesis en que residen y del prelado.

Las noticias surgen en el contexto de la fórmula que —de acuerdo con las declaraciones oficiales— la Santa Sede habría sugerido con vistas a un reconocimiento canónico de la Hermandad Sacerdotal de San Pío X, fundada por Mons.Lefebvre.
 
La confusión estriba en olvidar el origen y constitución de las prelaturas personales al tiempo que se desvirtúa la vinculación con esta estructura de los fieles laicos.

Carentes de cualquier precedente histórico, las prelaturas personales son una novedad introducida por el Concilio Vaticano Segundo. El decreto conciliar Presbyterorum ordinis (7-XII-1965), n. 10, estableció que, para «la realización de tareas pastorales peculiares en favor de distintos grupos sociales en determinadas regiones o naciones, o incluso en todo el mundo», se podrían constituir en el futuro, entre otras instituciones, «peculiares diócesis o prelaturas personales».

El texto, así extractado, podría inducir a confusión. Para aclarar el contexto, basta recordar que se sitúa en el documento dedicado a los sacerdotes y, más en concreto, en el punto referido a la distribución de los presbíteros y vocaciones sacerdotales. En ningún momento se habla en el Decreto conciliar de una estructura compuesta por fieles laicos, hombres y mujeres, aparte de los sacerdotes:

«Revísense además las normas sobre la incardinación y excardinación, de forma que, permaneciendo firme esta antigua disposición, respondan mejor a las necesidades pastorales del tiempo. Y donde lo exija la consideración del apostolado, háganse más factibles, no sólo la conveniente distribución de los presbíteros, sino también las obras pastorales peculiares a los diversos grupos sociales que hay que llevar a cabo en alguna región o nación, o en cualquier parte de la tierra. Para ello, pues, pueden establecerse útilmente algunos seminarios internacionales, diócesis peculiares o prelaturas personales y otras providencias por el estilo, en las que puedan entrar o incardinarse los presbíteros para el bien común de toda la Iglesia, según módulos que hay que determinar para cada caso, quedando siempre a salvo los derechos de los ordinarios del lugar» (PO, 10 § 2).

El Opus Dei —que había dado sus primeros pasos en la España de la preguerra y conocido una vertiginosa expansión posterior bajo la forma jurídica de Instituto Secular—fue erigido por Juan Pablo II en Prelatura Personal de ámbito internacional, mediante la Constitución apostólica Ut sit,del 28 de noviembre de 1982.

Se trata de un documento pre-codicial (ya que en el Código entonces vigente no aparecían estas estructuras) pero el nuevo Código de Derecho Canónico —publicado en 1983— despejaría cualquier duda acerca de la naturaleza de las prelaturas personales. Estas asociaciones encuentran acomodo a caballo entre los cánones dedicados a los ministros sagrados o clérigos y las asociaciones de fieles (cc. 294-297). En todo caso, fuera de la Parte II del Libro II que es la dedicada a la estructura jerárquica de la Iglesia.

La prelatura personal, por tanto, no se equipara a una Iglesia particular ni a otros  órganos de la constitución jerárquica de la Iglesia. Lejos de poderse hablar de una “doble jurisdicción”, los laicos no son el “pueblo” del Prelado ni el objeto de la acción pastoral de los clérigos incardinados en la Prelatura sino sus colaboradores. Los laicos  establecen una relación contractual de paridad (no unos votos) con la prelatura y permanecen bajo la jurisdicción de su Obispo diocesano sin modificar su propia condición personal, teológica o canónica, de comunes fieles laicos. La libre decisión de los interesados se encuentra en la base del derecho de asociación mientras que los fieles aparecen incorporados a las entidades jerárquicas por criterios objetivos.

La nota oficial de la Santa Sede habla de “una Prelatura Personal como el instrumento más adecuado para el eventual reconocimiento canónico de la Fraternidad”, coincidiendo en esto con la declaración hecha pública por la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.

Sin embargo, diversos comentaristas han dado fe de las dificultades que ofrece esta solución y no faltan fuentes —a mi juicio más precisas— que señalan cómo esa eventual figura estaría más inspirada en los “ordinariatos” aprobados para acoger a los fieles anglicanos que deseen volver a la Iglesia de Roma, que en una prelatura personal configurada al estilo de la única existente hasta ahora: la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei.

Sin entrar nosotros por ahora a valorar la oportunidad de un acuerdo práctico, al margen de las evidentes divergencias doctrinales, no parece que las prelaturas personales sean la solución canónica adecuada para encuadrar a la Hermandad fundada por Mons.Lefebvre.
En efecto, aunque se habla de prelatura personal en las notas oficiales ya cruzadas entre la Santa Sede y la Hermandad San Pío X, las prelaturas tienen como misión la incardinación del clero al servicio de una obra pastoral peculiar en cuanto a grupos sociales o territorios mientras que la obra de la Tradición nunca ha pretendido asimilarse a un carisma particular.

Además, supone una fórmula que prescinde de las numerosas obras de religiosos y religiosas adheridas de una u otra manera a la gran familia aglutinada por la Hermandad Sacerdotal San Pío X y dejaría a la intemperie a los laicos, sometidos a los avatares de las estructuras diocesanas.

ADDENDA:

1. Según el entonces Cardenal Ratzinger: "Iglesia particular y Prelatura personal se han de separar claramente, según el sentido del m.p. "Ecclesiae Sanctae", se han de distinguir según la legislación posconciliar, ya que cada una tiene su lugar y expresión propios [...] La Prelatura personal, en el sentido del motu propio, no es una Iglesia particular, sino una determinada asociación" (intervención en la Congr.Plenaria del 20/29-oct-1981)

2. Según el c.297 "Los estatutos determinarán las relaciones de la prelatura personal con los Ordinarios locales de aquellas Iglesias particulares en las cuales la prelatura ejerce o desea ejercer sus obras pastorales o misionales, previo el consentimiento del Obispo diocesano". Este principio tiende, precisamente, a evitar el problema de la duplicación de jurisdicción.Juzguensé las dificultades a las que daría lugar su aplicacióna a la Hermandad, establecida de facto, en los cinco continentes a través de 14 distritos (África, Alemania, América del Sur, Asia, Australia, Austria, Bélgica-Países Bajos, Canadá, EEUU, Francia, Gran Bretaña, Italia, México y Suiza) y 3 casas autónomas (España, Irlanda y Países del Este).

viernes, 15 de junio de 2012

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: Antifranquismo y bolcheviquismo de los privilegiados

Si algo estaba expresado con toda claridad en el programa electoral del partido al que los españoles respaldaron mayoritariamente en las últimas elecciones generales, era la destrucción de los últimos restos del complejo edificio de derechos laborales y sociales que apenas se mantenían en pié aquí y allá como mudos testigos de lo que fue una de las legislaciones laborales —probablemente la única de inspiración cristiana— más avanzada en su momento. 

Ahora, el despido es más barato. Ridículamente barato. Tan barato, que hace olvidar que el despedido es un ser humano. La negociación colectiva ha quedado reducida a las grandes empresas en las que los sindicatos de izquierdas afines al sistema puedan fácilmente controlar la situación. Lejos queda la representatividad sindical entendida como un instrumento que pone en pie de igualdad ante una mesa de diálogo a quienes son esencialmente desiguales. Todo ello acompañado de subida generalizada de impuestos y nuevas congelaciones de pensiones y salarios.

Mientras estaban en la oposición, los políticos peperos se encargaron de recordar por activa y por pasiva que el marco laboral hasta entonces vigente en España viene del franquismo, estaba inspirado en el que impuso Mussolini en la Italia fascista, y era el responsable de todos los males de la economía española, empezando por el paro.

En realidad, salvo la pura supervivencia de buena parte de los mecanismos de protección social, poco tenía que ver el marco socioeconómico esbozado a partir de la Transición y en los sucesivos gobiernos felipistas y aznaristas con la doctrina económico-social propia del Estado nacido del 18 de Julio y contenida en los Principios del Movimiento Nacional. La diferencia, sustancial, estriba en el monopolio concedido durante el diseño de la Transición a los sindicatos de izquierda parasitarios del apoyo gubernamental y en las razones que llevaron a eso que ahora se llama el centro-derecha a renunciar a un espacio propio en lo que a representatividad sindical se refiere, contribuyendo (en sus etapas de control del poder político) a la hegemonía de dichos sindicatos.

Son muchos los autores que convienen en señalar como una de las causas del deterioro de la convivencia en la España contemporánea y del estado de cosas que desembocó en la Guerra Civil la ausencia de unas verdaderas clases medias así como la enorme polarización social determinada por la gestación de alternativas revolucionarias como respuesta dominante a las consecuencias del liberalismo imperante desde el siglo XIX. Al tiempo, se puede afirmar que el Estado Nacional nacido del 18 de Julio y configurado posteriormente en las Leyes Fundamentales fue protagonista de un cambio sustancial, sin duda con deficiencias y desequilibrios, pero en el que una legislación laboral avanzada sirvió de fundamento para la pacificación social.

Aquella clase media que fue sinónimo de estabilidad y que prolongó su hegemonía durante las primeras décadas posteriores al cambio político se puede considerar hoy prácticamente desaparecida, debido —en primer lugar— a la temporalidad y precariedad del empleo, y después, al dramático volumen del paro con sus consecuencias humanas y morales de todo tipo. Pensemos, por poner un caso, en la dificultad de constituir nuevos núcleos familiares en estas circunstancias o en la incertidumbre a que se ven sometidos los ya existentes. Naturalmente, nos consta que la familia, no entra en el horizonte de las preocupaciones de los políticos que han gestionado la brillante trayectoria de nuestra “democracia” desde 1978.

El nuevo Gobierno ha recibido la confianza de los españoles para poner freno a este deterioro, pero no parece que el mejor camino pase por la subida de impuestos y la precariedad laboral. Habrá que plantearse medidas que no olviden que el bien común radica más allá de las recetas económicas neo-liberales. Habrá que tomar opciones concretas: ¿Recortar en Educación y Sanidad o volver a una administración centralizada que racionalice el gasto? ¿Recortar en fotocopias o eliminar organismos inútiles como el Senado? ¿Recortar en subsidios sociales justos o eliminar las comunidades autónomas? El PP parece tener muy claras sus opciones… buena parte de los españoles, también las tenemos. Y no parecen coincidir.

No parecerá ocioso que se alce la voz sobre estas cuestiones desde este portal. De no hacerlo, estaríamos renunciado a convicciones muy hondas que nos obligan a tomar muy en serio la certeza de que el hombre es portador de valores eternos, dotado de cuerpo y alma en unidad sustancial, capaz de condenarse o de salvarse, es decir transido de eternidad, concepto que rescata la dignidad humana y que exige una política permanente de elevación material, condición indispensable para que los hombres puedan llevar una existencia íntegra como seres religiosos y humanos.

Una concepción del hombre radicalmente divergente de la que sostiene la derecha liberal-conservadora y la izquierda socialista-revolucionaria, ambas coincidentes en su materialismo, como ponía de relieve José Antonio Primo de Rivera en un artículo publicado en el verano de 1935:
Llega al bolcheviquismo quien parte de una interpretación puramente económica de la Historia. De donde el antibolcheviquismo es, cabalmente, la posición que contempla al mundo bajo el signo de lo espiritual. Estas dos actitudes, que no se llaman bolcheviquismo ni antibolcheviquismo, han existido siempre. Bolchevique es todo el que aspira a lograr ventajas materiales para sí y para los suyos, caiga lo que caiga; antibolchevique, el que está dispuesto a privarse de goces materiales para sostener valores de calidad espiritual”.
Aunque sus palabras más duras iban dirigidas hacia los conservadores:
En cambio, los que se aferran al goce sin término de opulencias gratuitas, los que reputan más y más urgente la satisfacción de sus últimas superfluidades que el socorro del hambre de un pueblo, esos intérpretes materialistas del mundo, son los verdaderos bolcheviques. Y con un bolcheviquismo de espantoso refinamiento: el bolcheviquismo de los privilegiados” (ABC, 31 de julio de 1935).
Salarios de supervivencia, precariedad laboral, imposible acceso a la vivienda, desempleo generalizado… Al final, aquellos conservadores que condenaron al franquismo hace diez años se encuentran cómodos en el mismo escenario económico-social diseñado por la izquierda.

Y es que, una vez más, se dan la mano el antifranquismo y el bolcheviquismo de los privilegiados.

lunes, 4 de junio de 2012

Historia en Libertad: Suplemento especial en pdf: BICENTENARIO DE LAS CORTES DE CÁDIZ



Pulse sobre estos enlaces para descargarlo:

http://es.calameo.com/read/00123034402ecebf1dd15

http://www.scribd.com/doc/95775412/HenL-Suplemento1-Cortes-de-Cadiz

  • Bicentenario de la Constitución de Cádiz: nada que celebrar. Texto de Santiago Galindo Herrero
  • La Constitución liberal de 1812 por Alberto González Rodríguez
  • Sobre la sedicente Constitución de 1812 por Diego Mirallas Jiménez
  • Espíritu del 2 de mayo y espíritu de Cádiz por Ángel David Martín Rubio.
  • El engaño de las Cortes de Cádiz por Balbina García de Polavieja
  • Una valoración heterodoxa de la Constitución de 1812 por Eduardo Arroyo Pardo