«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

martes, 30 de septiembre de 2014

ANTONIO CAPONNETTO: La inseguridad es el régimen

Editorial 109 de Cabildo


Lanzada a rodar hace décadas como hija predilecta de la CIA —y fuera la especie enteramente cierta o no— la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional fue rechazada de plano por las izquierdas de todo ropaje, y aún por cuantos no deseaban quedar al margen de la más burda corrección política.


No se nos verá cruzar espadas a nosotros por aquella receta táctico-militar, que tuviera la procedencia que tuviese, adulteró y sustituyó el claro y tradicional concepto de guerra justa. Pero la verdad es que el abuso no quita el uso, y del rechazo por aquella estrategia no se sigue —como se ha seguido, con calamitosas consecuencias— que la noción misma de seguridad nacional y social deba descartarse a priori, cual si fuera pecado de leso macartismo estar reclamando amparo y protección para los ciudadanos y las instituciones naturales en que ellos se asocian.

A grupas del desmadre irrumpió el chifle no menor del garantismo jurídico y el del progresismo ideológico puesto insensatamente de moda en todos los ámbitos. De allí a la lenidad casi absoluta había un solo paso.

Ese paso criminal se ha dado hace rato, y la década kirchnerista se especializó en consumarlo. Cualquier diagnóstico al respecto es redundante. Como retratar el diluvio a la vera del arca bíblica, o la erupción del Vesubio en medio de las ruinas de Pompeya. No hay día, no hay familia, no hay sector económico, no hay espacio ni condición laboral o profesional que no tenga una víctima del delito registrable en sus experiencias cotidianas. Víctimas fatales o dañadas con graves consecuencias, entre las que no son menores la constatación de que la vulnerabilidad es irrefrenable y la confianza social entre nula y escasa.

Lo que más llama la atención, sin embargo, cuando se consuma un hecho delictivo de envergadura, como la ocupación de un predio o el saqueo de una zona, es un doble fenómeno que no podemos sino adjetivar de espantoso. Consiste el primero en la actitud mental y moral de los hombres de armas, quienes literalmente acosados y asediados durante décadas con el sentimiento de inferioridad y de culpa por ser represores, prefieren consentir en que el alud delictivo supere sus fuerzas, aún físicamente hablando, antes que aplicar todo el volumen disuasivo y operativo que las circunstancias reclaman. En ocasiones, ni siquiera aparece ese volumen represor previsto por las mismas leyes y el común sentido.

El segundo fenómeno es paralelo al primero. Ese alud delictivo está perfectamente organizado y adiestrado para operar. Brota de reductos conocidos, de madrigueras subsidiadas estatalmente, de guaridas con apoyo oficioso, de villorrios tenidos por paradigmáticas periferias, de marginalidades alentadas e importadas mediante una inmigración sostenida en la demagogia, de matones identificables y tomados por respetables líderes, de narcos con contactos rutinarios y fluidos con el gobierno, de organizaciones tuteladas cuando no engendradas por el oficialismo. Ese alud delictivo, por llamarlo de este modo, una vez consumadas las acciones más depredadoras, vuelve a ser absorbido por el anonimato, agazapado y a la espera del próximo golpe. Para ellos no corren los motes de gatillo fácil, de conculcadores de humanos derechos o de potenciales genocidas. Siempre habrá un Zaffaroni que,entre burdel y burdel, se haga de un tiempo para comprender “filosóficamente” a los hampones y extenderles su mano indulgente y libertaria.

No tendrá fin esta demencia trágica mientras no se extirpen las causas; que son muchas, y sin ser especialistas podemos colegirlas o conjeturarlas. Pero entre esas causas está la ejemplar. Esto es, el perverso y depravado ejemplo que proporcionan quienes mandan; caterva ya sin pudores en el ingrato arte de robar, mentir, adulterar la naturaleza, profanar lo más sacro y sacralizar lo más inmundo.

La inseguridad es el Régimen. Para quebrarle su espinazo homicida y regenerar la columna vertebral del cuerpo social, hay que abatir al Régimen. El primer acto posible para tamaña tarea es atreverse a decirlo. 

Antonio Caponnetto