«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

sábado, 20 de septiembre de 2014

GABRIEL GARCÍA: Escocia sigue siendo del Reino Unido‏



Las estadísticas de la consulta independentista de Escocia dan estos resultados: 2.001.926 han votado a favor del “No” (el 55,3 % del electorado) y 1.617.989 han votado a favor del “Sí” (el 44,7 % del electorado); siendo la participación del 84,48 % de un total de 4283392 personas.

Sinceramente, me alegro mucho de que Escocia siga formando parte del Reino Unido.

Y no sólo porque su independencia hubiera sido un argumento con el que los separatistas periféricos habrían exigido con más insistencia una consulta igual aquí.

A pesar de la poca simpatía que siento por lo anglosajón (tanto Reino Unido como Estados Unidos contribuyeron a destruir la España imperial y la Hispanidad), lo cierto es que el Reino Unido ha conservado hasta hace poco su vocación imperial (y una buena prueba de ello es, por desgracia, la ocupación que mantienen en Gibraltar e Irlanda del Norte) y eso me resulta preferible al nacionalismo folklórico y económico con el que han querido vender la secesión de Escocia.

No me gusta recurrir a los textos del pasado, pero recomiendo releer ahora el último párrafo del conocido artículo La gaita y la lira:
Así, pues, no veamos en la patria el arroyo y el césped, la canción y la gaita; veamos un destino, una empresa. La patria es aquello que, en el mundo, configuró una empresa colectiva. Sin empresa no hay patria; sin la presencia de la fe en un destino común, todo se disuelve en comarcas nativas, en sabores y colores locales. Calla la lira y suena la gaita. Ya no hay razón –si no es, por ejemplo, de subalterna condición económica– para que cada valle siga unido al vecino. Enmudecen los números de los imperios –geometría y arquitectura– para que silben su llamada los genios de la disgregación, que se esconden bajo los hongos de cada aldea.
Si sustituimos gaita por Escocia (la metáfora, en este caso, viene como anillo al dedo) y lira por Reino Unido, creo que se comprenderá por qué prefiero el patriotismo británico al nacionalismo escocés.

Además de que Reino Unido ha tenido una decidida política internacional (con tendencias a la piratería y centrada en la cuestión económica, eso es algo que tampoco olvido), los argumentos de los escoceses basados en una hipotética mejor situación económica y adornados con los bailes y los trajes típicos me ha recordado muchísimo a la propaganda de los separatistas periféricos en España (es habitual que los separatistas aquí recurran a la sardana o a los hombres cortando troncos para justificar que no son españoles, sólo hay que ver los actos folklóricos del Partido Nacionalista Vasco en el Aberri Eguna).

No entonaré el God save the queen ni daré vivas a una larga vida del Imperio Británico. Y seguiré deseando que los piratas salgan de Gibraltar y de Irlanda del Norte. Pero hoy me alegro de que siga existiendo uno de los pocos vestigios imperiales que sobrevive en el mundo, aunque sus gobernantes no hayan aprendido de la torpeza de dejar convocar una consulta secesionista y ahora anuncien que concederán más autonomía a Escocia.

Esto, por una parte, es un buen ejemplo de cómo las reivindicaciones separatistas que sufrimos aquí apenas son conocidas en el extranjero a pesar de los grandes medios de comunicación; porque, de saber en el Reino Unido a lo que se llega cuando se concede autonomía a quien desea la secesión, dudo que fueran tan estúpidos como para concedérsela.

Gabriel García Hernández