«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

sábado, 1 de noviembre de 2014

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: En la fiesta de Todos los Santos

Publicado en Adelante la Fe



El día primero de noviembre se celebra la fiesta de Todos los Santos. Con ella, la Liturgia de la Iglesia honra no sólo a todos aquellos que han sido beatificados o canonizados oficialmente, sino también a los Santos que sólo Dios conoce y a los que no se puede celebrar en particular. Todos ellos, en sus circunstancias y estados de vida propios, lucharon por conquistar la perfección y gozan actualmente en el Cielo de la visión de Dios.

La Iglesia alaba y agradece al Señor la merced que hizo a sus siervos, santificándolos en la tierra y coronándolos de gloria en el Cielo y, para procurarnos mayores gracias, multiplica los intercesores. Además, al proponernos el ejemplo de tantos Santos de toda edad, sexo y condición, y al recordarnos la recompensa que gozan en el Cielo, se nos exhorta a imitarlos en la práctica heroica de las virtudes.

I. Hay dos modos distintos de señalar el fin de la vida cristiana: primero, como fin último la gloria de Dios, y, segundo, como fin próximo la santificación del alma.

Dar gloria a Dios es el principio y el fin de toda la creación. El mismo Hijo de Dios se encarnó para redimir al hombre sin otra finalidad que la gloria de Dios. Todo, debe subordinarse a este Fin Último: «Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier cosa, todo habéis de hacerlo para gloria de Dios» (I Cor 10, 31).

Después de la glorificación de Dios, y subordinado a ésta de una manera perfecta, la vida cristiana tiene por finalidad nuestra propia santificación. El bautismo, puerta de entrada en la vida cristiana, pone en nuestras almas una “semilla de Dios”: es la gracia santificante. Ese germen divino está llamado a desarrollarse plenamente, y esa plenitud de desarrollo es la santidad. De tal forma, que todos estamos llamados a la santidad aunque en grados distintos.

Ahora bien, ¿en qué consiste propiamente la santidad? ¿Qué significa ser santo? ¿Cuál es su constitutivo íntimo y esencial?

Pueden darse varias respuestas que coinciden en lo sustancial. La santidad consiste en:

a) nuestra plena configuración con Cristo;
b) la unión con Dios por el amor
c) la perfecta conformidad con la voluntad divina

II. Insistamos, por ahora, en la necesidad que tenemos de configurarnos plenamente con Cristo para llegar a nuestra propia perfección.

Como dijimos antes, la glorificación de la Santísima Trinidad es el fin absoluto de la creación del mundo y de la redención y santificación del género humano. Pero esto se realiza por Jesucristo, con Jesucristo y en El. Todo se reduce, pues, a incorporarse cada vez más a Cristo para hacerlo todo «por El, con El y en El, bajo el impulso del Espíritu Santo, para gloria del Padre»: Recordemos, al respecto, la fórmula que utiliza la Liturgia en la culminación del Canon de la Misa y que condensa toda la vida cristiana: 

Por Cristo, con Él y en Él,
a Ti, Dios Padre Omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos. Amén

III. En la obra de nuestra propia santificación, los Santos –y en especial la Virgen Santísima- no sólo tienen importancia desde el punto de vista moral, en cuanto modelos de virtud. 

El dogma de la Comunión de los Santos nos enseña que en la Iglesia, por la íntima unión que existe entre todos sus miembros, son comunes los bienes espirituales que le pertenecen, así internos como externos.

Los bienes comunes internos en la Iglesia son: la gracia que se recibe en los Sacramentos, la fe, la esperanza, la caridad, los méritos infinitos de Jesucristo, los merecimientos sobreabundantes de la Virgen y de los Santos y el fruto de todas las buenas obras que se hacen en la misma Iglesia .

*

Con una fe llena de esperanza veneramos hoy a todos los santos como a amigos de Dios, invocamos con más confianza su protección y nos proponemos imitar sus ejemplos para ser un día participantes de la misma gloria. 

Que la Virgen María nos obtenga la gracia de creer firmemente en la vida eterna y sabernos en verdadera comunión con aquellos «que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz» (Canon Romano). 

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[1] Cfr. Antonio ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, Madrid: BAC, 1958, págs. 45-69.

[2] Cfr. San Pío X, Catecismo Mayor.
Ángel David Martín Rubio