Una especie de sopa maloliente es la que, con dos o tres tazas al día, los vencedores de la segunda guerra mundial nos siguen haciendo propaganda de sus virtudes y de las maldades del enemigo vencido. Tiene un sección importantísima, otra taza más, la del “Holocausto”, por supuesto que el judío, porque otros no cuentan.
Como tenemos buena memoria y ya cumplidos muchos tacos de almanaque, somos testigos de esa propaganda de los que serían vencedores, que empezaría a proyectarse en los cines de España muy poco antes de que las armas les fueran mal al bando alemán, hoy definitivamente “nazi”. Curiosamente, la propaganda cinematográfica alemana e italiana era inexistente, aparte de sus documentales (“Luce” y “Ufa”), que los otros también tenían (“Fox” y “Paté”) y que se proyectaban sin problemas, lo que podemos demostrar, si alguien cree que no es así, tirando de Hemerotecas.
Si consideramos, así a bote pronto, que empezaron en 1942, como ya estamos al final del año 2014, nos están dando sopas desde hace la friolera de 70 años. Muchas generaciones de españoles han crecido, no digamos que alimentados con esa sopa, pero sí con el añadido de sus diarias tazas. Y esta suele ser la base de sus parcos conocimientos de la Historia reciente. Nosotros, gracias a nuestra edad provecta, hemos conocido a los alemanes cuando eran buenos, leíamos “Adler” y “Signal” y admirábamos las excelentes ilustraciones de Hans Liska. Sencillamente éramos germanófilos. En nuestro entorno apenas si había anglófilos, gentes consideradas algo así como débiles mentales. Y resulta que yo era muy amigo de dos anglófilos, ambos con madre inglesa, dos buenos amigos. Gracias a ellos tuvimos acceso a “En Guardia”, revista de propaganda de guerra yanqui.
Han pasado los años, y al parecer en España sigue habiendo anglófilos, pero como yo no he cambiado, salvo de “carrocería” física, considero al anglófilo como un bicho raro, por no decir un bellaco o un traidor. Pero hoy, en España, el patriotismo se considera patrioterismo y por eso hay quien se considera anglófilo, es decir, simpatizante de un país que tiene sus patas sobre un pedazo de España mientras pudre su entorno con el contrabando, la droga y al paraíso fiscal para corruptos celtibéricos y nos muestra el desprecio más altivo. Pero como hablábamos de propaganda de los vencedores de la segunda guerra mundial, sigamos con este tema.
Termina la segunda guerra mundial, y la sopa se espesa se nos sirve de forma implacable durante decenas de años, día tras día, sin descanso, hasta el vómito por exceso de sopa. Una y otra vez nos proyectan en la tele las mismas películas que ya empezaron a ser viejas en 1945, aumentada la oferta con otras más modernas que también se repiten hasta la extenuación, la extenuación de sus víctimas, que los promotores siguen tan majos y frescos de “ideas”, como siempre. Y por último, con nuevas películas y series rodadas ayer mismo, como si el tiempo se hubiera detenido. Y no lo olvidemos, complementado todo, sin descanso alguno, con el tema del “Holocausto”.
Podríamos considerar, como un pellizco de picante en la sopa, las películas de esos vencedores que se refieren a la guerra civil española. Es frecuente la circunstancia de que el protagonista ha luchado en las “democráticas” brigadas internacionales, como el insoportable Humphrey Bogart de la mísera “Casablanca”, considerada una de las diez mejores películas de la Historia del Cine (¿cómo serán la 10 peores?). A España llegaron con la traidora “Transición”, ya que la anterior censura, hoy sustituida por otra mucho más dura, no permitía que viéramos tales maravillas. En una de ellas, “Y llegó el día de la venganza” (de Fred Zinnemann, judío austríaco emigrado a los EEUU), Gregory Peck, que ya tenía fama de “progre”, hace de bandolero del maquis español, mientras que Anthony Quinn es el guardia civil que trata de ponerle las peras al cuarto, aunque a lo mejor es al revés, cualquiera sabe. No sabemos nada más, ni siquiera quién gana el partido, aunque nos lo suponemos.
Citamos otra película que podría situarse en las listas del cine de humor, “Por quién Doblan las Campanas”, sacada de la pésima novela del mismo título escrita por el corresponsal de cara más dura que pisó la España en guerra: Hemingway. Es difícil acumular más tópicos made in USA en una sola película, pero allí lo consiguen. El delicado rostro de nuestra admirada y amada Ingrid Bergman, sueca trasmutada a joven de Salamanca represaliada por los “fascistas”, rostro tiznado para mostrar al respetable que la chica es española, que como todo el mundo sabe tienen la piel de color “tizne”, es todo un poema a la estupidez.
Algunas películas, pocas, resisten eso que se puede considerar historia, como son “La batalla de Inglaterra”, “El Día más largo” o las dos que rodó Klint Eastwood sobre Ivo Jima, una de ellas desde el punto de vista japonés (“Cartas desde Ivo Jima”). Y poco más.
Hemos de aceptar como una plaga bíblica las tazas de sopa diarias de los pelmazos vencedores de la segunda guerra mundial, para quienes eso de la reconciliación carece de sentido, mientras que aquí, en lo que antes se llamaba España tiene un sentido que roza lo esperpéntico. Porque la reconciliación imposible entre vencedores y vencidos, es decir, entre “nazis y fascista” y aliados, aquí fue posible entre rojos y azules, pero con la salvedad de que esta “reconciliación” consiste hoy, superados años de olvido de odios, donde todos estábamos unidos para reconstruir España, y pasando por encima del Valle de los Caídos, en dar la vuelta a la tortilla y aplastar a los vencedores con sopas aun más putrefactas que las otras, las “aliadas”, siendo hoy los vencidos los dueños de la cocina y de la sopa putrefacta. Porque aquí se trata de que, con la ayuda de la corrupta derecha política, los vencidos de otrora, sean los vencedores de ahora. Y en esa estamos, en una situación que podríamos denominar insoportable, aunque en realidad la dopada sociedad española lo soporta todo con estómago de acero. Excelente película con excelente guión y excelente dirección.
En los huecos que deja libre la programación televisiva para tarados, apoyados convenientemente por prensa y radio, no importa su secta política, mañana, tarde y noche nos meten con embudo como a pavos esa infecta sopa que acumula años, meses, días y horas de pútrido alimento. Después de la guerra se hicieron tres o cuatro películas que hoy ni siquiera serían consideradas de propaganda, ahora se hacen centenares y centenares… No hay una sola película, serie, informe o documental que resista una crítica seria y equilibrada. La baba del odio no se seca jamás.
Ultimamente han parido una serie televisiva, “El Rey”, un espectacular bodrio realizado por alguien, tiralevitas de nacencia, que no sólo debe de ser idiota, sino lo que es peor, cree que todos los españoles somos idiotas sin excepción y que lo somos antes que él. Y al día siguiente proyectan con raro entusiasmo “Espérame en el cielo”, una felonía de Antonio Mercero, que se hizo millonario en tiempos de Franco, cuya tele oficial lo mandaba a Europa a ganar premios, quien se entretiene en diseñar una historieta para gilipollas sobre un doble de Franco. Entre los asesores está Román Gubern, otra joya, esta vez “historiador”. El cartel lo dibuja Antonio Mingote, antiguo capitán del Ejército nacional, pero entonces, ya a la siniestra sombra de Ansón, no le dolían prendas en ridiculizar a quien fuera el general que le llevó a la victoria. Lo recordamos convertido en anti-falangista de aluvión… Y no olvidemos que las riendas de la tele oficial están hoy en manos del corrupto PP.
No es casual tal aluvión “antifranquista”, en el fondo un brutal ataque a varias generaciones de españoles que durante 40 años lucharon, se sacrificaron, trabajaron duro, muy duro, y ganaron con entusiasmo una España que esta chusma mediática y política no se merecen. Las pútridas sopas van haciendo su efecto para que un día, entre unos y otros, nos sorprendan (es un decir) con una nueva ley-componenda, por la que España deja de serlo para convertirse en otra cosa, objetivo que alguien desde alguna parte ha decidido desde hace años.
En la apestosa taza de sopa celtibérica están también los productos procedentes de las omisiones, porque en esas campañas desinformativas, no sólo mienten sino ocultan. Y ocultan pasajes históricos trascendentales como son la mayor persecución reli- giosa de la Historia, o los metódicos y programados asesinatos de Paracuellos. Pero también el bien pro- gramado saqueo del Patri- monio en sus capítulos sobre el oro del Banco de España, el saqueo del Museo del Prado y en general el robo y saqueo programado de un enorme Patrimonio nacional y privado, parte del cual se llevó a Méjico en el yate “Vita”. Y no podemos dejar en el tintero la impresionante destrucción del Patrimonio fuera de los “efectos colaterales” de una guerra, nos referimos a lo que el odio de los ancestros políticos de los que hoy mandan pudieron destruir impunemente en su triste retaguardia.
Pero al sistema le da igual, ya que su grito de guerra seguirá siendo: ¡toma otra taza de sopa, idiota!
Nosotros, para fastidiar, tiramos una piedra a la sopa que les revienta la taza en las narices, al lanzarles nuestro implacable ¡Arriba España!
Jesús Flores Thies |