Conferencia pronunciada el día 20 de noviembre de 2014, en el salón del restaurante La Montaña de El Pardo, organizada por el Club de Opinión Encuentros (www.opinion-encuentros.org)
1.- Introducción
Marxistas-leninistas en España, conservadores euroescépticos en Gran Bretaña, frikis contestatarios en Italia, neonazis en Grecia, ruralistas pseudo-ecologistas en Portugal, el chavismo venezolano, el indigenismo boliviano… ¿Cómo es posible que fenómenos tan dispares sean englobabas, de modo casi unánime, bajo un único concepto?
De entrada, se constata que el de “populismo”, en general, es un concepto negativo, despreciado y devaluado a priori. Por ejemplo, Fernando Savater, pensando en Podemos, lo define como «Democracia para perezosos mentales» en uno de los textos compilados en su reciente libro ¡No te prives! (Ariel, 2014). No en vano, a juicio de la inmensa mayoría de politólogos y comunicadores sociales, populismo es sinónimo de anti política, demagogia, caudillismo… soluciones simples y falaces para problemas complejos, en suma.
Todos los populismos, en su pluralismo, se proponen el reto de representar al conjunto del pueblo (el populus) frente a unas oligarquías (denominadas por los primeros como la casta, los privilegiados, la administración neocolonial, el imperialismo, la oligarquía financiera, Bruselas…) que habrían secuestrado la voluntad popular. “El pueblo, frente a las élites”, “los de abajo frente a los de arriba”, “los pobres frente a los ricos”; según el caso.
Pero, ¿no son acaso todos los partidos políticos “populistas” en cierto modo? Así, por ejemplo, la socialdemocracia ya no se remite exclusivamente a la clase obrera, sino al conjunto de los trabajadores. Los partidos de centro, liberales y ex-demócrata cristianos, por su parte, hablan de clases medias y del conjunto de la nación. Y las técnicas propagandísticas de unos y otros no pasan proponer unos eslóganes generalistas e imprecisos con los que prácticamente cualquiera podría identificarse.
2.- Un poco de Historia
Acaso la primera organización populista de la Historia fuera Narodnaia Volia –La voluntad del pueblo- que a finales del siglo XIX (1879) se alzó en medios universitarios contra el zarismo, en una mixtura de anarquismo, nihilismo e idealización del mujik ruso. Este último, a juicio de los teóricos populistas rusos, como paradigma de la sabiduría y buen carácter del campesinado ruso encarnaría al auténtico “pueblo” frente a la autocracia zarista que lo tiranizaría. El grupo desembocó en el terrorismo puro y duro. Tras el asesinato de Alejandro II, la organización fue desmantelada por los servicios de seguridad zaristas y la inmensa mayoría de sus miembros, ejecutados (entre ellos, Alejandro Ulianov, hermano mayor de quien sería conocido años después como Lenin).
Hacia 1891, en Estados Unidos de América, el People´s Party enarboló la bandera del campesinado y los más pobres frente a la clase política encarnada -por igual- por unos demócratas y republicanos dóciles ante los trusts, los bancos y los intereses del ferrocarril. Tampoco alcanzó mayor fortuna.
El catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Salamanca Manuel Alcántara Sáez, por lo que a España se refiere, determina que su primera expresión histórica «si bien no recibió entonces el apelativo de populista, lo protagonizó Alejandro Lerroux en la Barcelona de principios del siglo XX cuando buscaba el voto del proletariado inmigrante cuya proximidad al anarquismo era notable» (Populismo: el pueblo como coartada, revista Temas para el debate, número 240, noviembre 2014, pág. 28).
Y, aunque no guste esta hipótesis a la mayoría de intelectuales de hoy, alineados generalmente con los dogmas de lo políticamente correcto, es posible rastrear –con múltiples matices que nos llevarían a intereses polémicas, si bien muy lejos- diversas expresiones de carácter populista tanto en la dictadura de Primo de Rivera, como en el mismísimo Régimen de las Leyes Fundamentales. Así, la preeminencia de un líder carismático, la superación de la democracia liberal por una representación orgánica de la sociedad, la identificación pueblo español/nación, un partido único como encarnación de las esencias del pueblo, la extensión popular del bienestar social y de calidad de vida propios de las clases medias, etc.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, en Italia se creó, en el invierno de 1945, el Fronte dell´Uomo Qualunque (Frente del Hombre Común), a partir de una publicación homónima de carácter satírico, que denunciaba a la clase política y que reclamó de sus lectores propuestas de acción para mejorar las cosas. Su eslogan más conocido fue “¡Ya basta de partidos! ¡Queremos que nos devuelvan nuestro país!” No superó el 5 % de sus votos, de modo que poco después se disolvió.
En Francia, Pierre Poujade se alzó representando los intereses de agricultores, pequeños tenderos y artesanos, frente a los de las grandes superficies y las formas de hacer política en la IV República Francesa. Alcanzó un efímero éxito de 1953 a 1958; desapareciendo rápidamente. Como anécdota recordaremos que uno de sus parlamentarios elegidos por París en 1956, y el más joven de la Asamblea Nacional, era un tal Jean-Marie Le Pen.
En España, a lo largo de las últimas décadas, surgieron ocasionalmente algunos partidos populistas, más esperpénticos que otra cosa: la Agrupación Ruiz Materos, el GIL, el vampirizado CDS por Mario Conde…
Es en América Hispánica donde el populismo ganó mayor fortuna; vinculado al fenómeno del caudillismo (en muchos casos desde bases militares). Fue el caso del argentino Juan Domingo Perón y del movimiento que tomó su nombre; o el del régimen político del general Juan Velasco Alvarado (1968 – 1975) cuyos herederos terminarían en el APRA, todavía liderado por Alan García. Hoy día, los populismos continentales son nítidamente de izquierdas, pero un tanto alejados de los esquemas tradicionales del marxismo leninismo y de la social-democracia “clásicas”. Es el caso del bolivariano Hugo Chaves, espoleado por un importante sector del ejército venezolano; el del neoperonismo de los Kirchner; Evo Morales en Bolivia, a partir de su sindicato de cocaleros y el apoyo de las mayorías indígena; el Ecuador de Rafael Correa y su Alianza País; también, en cierto modo, Ollanta Humala en Perú con su Partido Nacionalista, primero, y Gana Perú, finalmente. En Europa, segundo gran foco de los populismos contemporáneos, éstos reaparecen en las dos últimas décadas. Pero nos encontramos con un conjunto de ideas muy heterogéneas: de extrema izquierda (Podemos, Syriza, Bloco de Esquerda), de derecha identitaria (Frente Nacional francés, Partido Liberal Austríaco…), neonazi (Amanecer Dorado…), ruralista (Partido da Terra, Portugal) anti-islámico y anti-turco (Partido por la Libertad holandés), conservador euroescéptico (UKIP, AfD, Verdaderos Finlandeses, Partido del Progreso Danés…), etc.
3.- Concepto de populismo
¿Qué une, entre sí, a movimientos tan dispares e incluso tan contradictorios? Ante todo ser calificados así por sus detractores; es decir, por los partidos del sistema y los grandes centros de poder (financiero, mediático, intelectual). Así lo afirma Ramón Cotarelo, politólogo y sociólogo de cabecera del PSOE, en particular de su Fundación Sistema, al afirmar que «El populismo no quiere asimilarse a los partidos de clase (burgueses o proletarios) o de causa específica, como los republicanos, los monárquicos, los regionalistas, los confesionales, etc. A su vez, estas y otras formas de partido vienen siendo la columna vertebral de los sistemas políticos desde el siglo XIX. Los sistemas de partidos presentan una relativa estabilidad que les ha permitido definir los términos de la acción colectiva de modo que son ellos quienes determinan que, si aparece un movimiento o partido nuevo con esa característica de querer defender la causa del pueblo, para entendernos, por encima de cualesquiera otras determinaciones, sería un fenómeno populista. Populismo viene a ser un concepto de rechazo o repudio y quiere decir aquí, simplemente, un afuereño en el orden común de la acción política» (Todos somos populistas, revista Temas para el debate, número citado, pág. 25).
Entonces, ¿qué modos de acción, ideas, u otros parámetros caracterizarían a los populismos?
Según el Diccionario de Ciencia Política de Alianza Editorial (1972, dirigido por Axel Görlitz), populismo sería un «Movimiento político heterogéneo caracterizado por su aversión a las élites económicas e intelectuales, por la denuncia de la corrupción política que supuestamente afecta al resto de actores políticos y por su constante apelación al pueblo...». Y para el Diccionario de Historia y Política del Siglo XX de Tecnos (2001, diversos autores), sería el «Término que se aplica generalmente a los movimientos políticos basados en la defensa de los intereses y aspiraciones primarios de las masas populares y que se caracteriza por su oposición a la democracia formal».
Veamos una elaboración más reciente. Es el supuesto del historiador José Álvarez Junco, quien en su artículo Virtudes y peligros del populismo (El País, 11/11/14) los sintetiza en los siguientes seis elementos.
Primero: «basan su discurso en la dicotomía Pueblo/Anti-pueblo».
Segundo: «la ausencia de programas concretos. (…) Quiero cambiar todo, decía el Lerroux juvenil. Estoy en contra de todo lo que está mal, declaró una vez el inefable Ruiz Mateos. Una vaguedad que les permite actuar como revolucionarios o como realistas según requieran las circunstancias».
Tercero: «los llamamientos emocionales dominan sobre los planteamientos racionales. (…) El objetivo de estas invocaciones es claro: no se trata de hacer pensar a sus oyentes sino de movilizarlos, de que entren en la arena política grupos hasta hoy indiferentes o marginados».
Cuarto: «a juzgar por sus proclamas, nadie puede llamarles anti-demócratas; al revés, el gobierno del pueblo es justamente lo que anhelan. Pero democracia es un concepto que admite al menos dos significados: como conjunto institucional, unas reglas de juego, que garantizan la participación de las distintas fuerzas y opciones políticas en términos de igualdad; y como “gobierno para el pueblo”, sistema político cuyo objetivo es establecer la igualdad social, favorecer a los más débiles. Desde esta segunda perspectiva, muchas dictaduras pueden declararse “democráticas”».
Quinto: «El movimiento está dirigido por un Jefe, un Caudillo, un Cirujano de Hierro, que aúna honradez, fuerza, desinterés y, sobre todo, identificación con el pueblo, con el que tiene una conexión especial, una especie de línea directa, sin necesidad de urnas ni sondeos».
Sexto y último: «Todos los populismos prosperan en un contexto institucional muy deteriorado, en el que los partidos tradicionales y los cauces legales de participación política, por corrupción o por falta de representatividad, están desprestigiados hasta niveles escandalosos».
A partir de todo lo anterior destacaríamos que los populismos serían hoy, antes que otra cosa, un estilo de hacer política, alejado de los modos propios de las familias políticas que sostienen al sistema de la mundialización (socialdemocracia, ex-democristianos, liberales), y que invoca los intereses de amplias franjas de la población que se sienten desatendidas por las élites. Pero este estilo de acción se remitiría, en todo caso, a ideologías preexistentes; pues poco nuevo puede “inventarse” a estas alturas de la Historia.
En América Hispana, los populismos de hoy serían proteccionistas, antinorteamericanos y tendencialmente izquierdistas; vocacionalmente presidencialistas y de baja capacidad de institucionalización. En todo caso, su asociación a un liderazgo carismático y personalista sería tal vez su principal seña de identidad.
En Europa, por lo que nos toca, independientemente de su matriz ideológica originaria (derechista o izquierdista), los diversos populismos europeos compartirían cierto euroescepticismo, mediante la defensa del Estado-nación, frente al europeísmo anónimo y burocrático de Bruselas; el proteccionismo y la defensa del Estado del Bienestar; la aplicación de diversas fórmulas de democracia directa al considerar en crisis la representativa. Pero conforme sus cosmovisiones de origen, se dividirían en identitarios (de la nación, de la religión autóctona, especialmente ante la irrupción de un islam agresivo, cerrado y fuertemente comunitario) frente a universalistas (multiculturalistas enemigos del judeo-cristianismo y, por tal rechazo, proclives al islam); conservadores (defensa de la familia, el orden, la jerarquía, el mérito, el esfuerzo) frente a radical-izquierdistas (liberacionistas, “buenistas”, partidarios de la ingeniería social).
Por su parte, los diferentes populismos de derechas apenas son asimilables entre sí; prueba de ello son las dificultades que vienen encontrado a la hora de constituir un grupo parlamentario en Estrasburgo. Por ello, a causa de la especial incidencia del factor “nacional”, acaso sea más preciso hablar, en su caso, de “nacional-populismos”. No obstante, otros aspectos los diferenciarían todavía más entre sí: el papel atribuido al libre mercado y su posición ante el Estado de Israel. Y por lo que respecta a sus mismísimos orígenes doctrinales, Lluís Bassets afirmaba, hace ya más de 12 años que «Las nuevas extremas derechas no son necesariamente antisemitas ni partidarias de sistemas totalitarios como venía sucediendo hasta hace unas pocas décadas. Son proamericanas y modernas, chovinistas y xenófobas, pero especialmente arabófobas e islamófobas. Liquidado el comunismo, centran su discurso de confrontación en un antiprogresismo visceral, de sarcasmo y diatriba virulenta, de descalificación sin debate de ideas respecto a todo lo que tenga que ver con la tradición de izquierdas, el Mayo del 68 y el socialismo» (El País, 23/06/02).
Pero, ¿por qué en España no ha arraigado un nacional-populismo al modo europeo? Acaso por no existir, apenas, una conciencia nacional española de la que nutrirse; o tal vez por el rechazo que sigue generando lo que se asimile, en cierto modo, a un todavía demonizado franquismo; incluso por los esfuerzos de Alianza Popular, primero y Partido Popular, después, en impedir que ninguna formación le hiciera sombra por su derecha. Lo que bien puede afirmarse es que buena parte de sus potenciales clientes ya ha sido captada por Podemos.
4.- Podemos: ¿populismo de izquierdas o marxismo-leninismo revolucionario?
Hablar de populismo hoy, en España, es hablar de Podemos.
Las formas desplegadas por Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, y sus colaboradores más próximos, vienen siendo calificadas, en general, como populistas. Pero, desde nuestro punto de vista, tal populismo se limitaría a su estilo; no en vano, sus bases ideológicas son de incuestionable factura marxista-leninista-revolucionaria. Han modificado su fraseología de combate. Ya no hablan de imponer la dictadura del proletariado; pero sí de desbancar a los “poderosos”, a los “de arriba”. Pablo Iglesias, recordemos, se remite a Lenin constantemente: así, le gusta afirmar en no pocas ocasiones que “estamos en un momento leninista…”, “hemos venido para conquistar el poder”. De modo que quieren el poder, no nos engañemos; no persiguen, como otros, unos buenos resultados electorales. Pero, ¿quieren devolver el poder al pueblo? No, quieren “asaltar los cielos”. ¿Para qué? Si su estrategia y premisas son leninistas, sus objetivos finales lo serán igualmente: forma parte de su lógica interna; es una cuestión de elemental coherencia. La conquista del poder, y su ejercicio, por tanto. ¿En qué dirección? Esa es la gran cuestión: ¿buscan sustituir espacial y generacionalmente a la vieja izquierda socialdemócrata, postcomunista, especialmente a esta segunda, en ambos casos, corruptas y anticuadas, o están explorando nuevas vías revolucionarias, una nueva síntesis en aras de la utopía comunista, mirando de reojo tanto a la Rusia de 1917 como al experimento bolivariano de la Venezuela de Chávez?
Insistimos: no han venido para “jugar”, para presentar falsas batallas, para retirarse rápidamente al primer fracaso. Así, el antes mencionado Álvarez Junco afirmaba también, en el artículo reseñado, que «Aunque los dirigentes populistas se proclamen anti-políticos y exijan que el poder —hoy en manos de políticos profesionales— retorne al pueblo, ellos también son políticos. Quieren gobernar, quieren el poder. Y cuando llegan a él, les molestan las cortapisas: no son de su agrado ni la división y el control mutuo entre poderes, propio de las democracias liberales, ni la existencia de una oposición crítica ni el que su mandato se termine a fecha fija. Su lógica es, la verdad, impecable: si el poder es ahora del pueblo, ¿por qué limitarlo?». Son revolucionarios profesionales, no rebeldes ocasionales, de modo que en su caudal genético portan las semillas de un remozado totalitarismo; una versión más actual y avanzada de la utopía progresista-marxista que se sirve de la “radicalización de la democracia” como herramienta de transformación social, cultural y, en definitiva, antropológica.
¿Por qué afirmamos, desde nuestro punto de vista, que son ante todo marxistas-leninistas revolucionarios? Partiremos de dos fragmentos de vídeo rescatados por D. Soriano en su artículo Iglesias, Monedero y el capitalismo: la ideología de Podemos en 10 frases (Libertad Digital, 8/11/14). En el primero de ellos, Juan Carlos Monedero, en el minuto 15 de un video fechado el 12 de febrero de 2013 afirma: «Marx era un moderno. Su concepción del tiempo era lineal. Siempre avanzamos: esclavos contra amos, siervos contra señores, burgueses contra propietarios... Esa concepción lineal del tiempo llevó a muchos a pensar que la siguiente crisis del capitalismo sería la última. Eso es un error. Pero de cada crisis el capitalismo sale con un abanico de respuestas más estrecho; eso no significa que la siguiente crisis sea la definitiva, pero sí que cada vez tiene menos herramientas para solventar las contradicciones que tiene el propio sistema. Tenemos que recuperar a los marxistas heterodoxos».
Podemos no propugna, por ejemplo, una lucha de clases a muerte entre obreros y burgueses, al estilo de la perpetrada en buena parte de los dos siglos anteriores, sino que habla de “los de arriba frente a los de abajo”. Pero esta categoría -que algunos califican como “transversal” y de la que se sirve, paradójicamente, alguien tal alejado de Podemos como es Marine Le Pen- no es una elaboración propia. Así, uno de los primeros en emplearla fue Fausto Bertinotti, líder de Refundación Comunista y del Partido de la Izquierda Europea (presidente de la Cámara de Diputados de Italia un par de años a partir de 2006). De hecho, en marzo pasado declaro que «El conflicto social se ha desplazado. Ya no lo es entre izquierda y derecha, sino entre los dominantes y dominados. Marine Le Pen debe su éxito a la comprensión de este cambio» (cita de Luca Andriola, autor de La Nuova Destra in Europa. Il populismo e il pensiero di Alain de Benoist, obra de 2014, entrevistado en correttainformazione.it el 31 de octubre pasado).
Por lo que respecta a sus tácticas, según estamos comprobando aparentemente novedosas y un tanto alejadas de las viejas intransigencia y belicosidad de los marxismos revolucionarios “clásicos”, con su violencia callejera, sus dinámicas huelguísticas, sus permanentes confrontaciones sociales, ¿son sinceros u oportunistas?
Pablo Iglesias, en el segundo de los videos mencionados, de fecha 16 de junio de 2014, decía: «La clave para entender la historia está en la formación de unas categorías sociales llamadas clases. (...) La política no tiene que ver con tener razón, sino con tener éxito. Puedes llegar a casa y saber que el materialismo histórico es clave para entender el desarrollo de los procesos sociales. Puedes llevar una bandera con la hoz y el martillo de metros y metros y volverte a casa con tu bandera mientras el enemigo se ríe de ti, porque los trabajadores le prefieren a él. (...) ¿Tú crees que yo tengo alguna contradicción con una huelga de 48 o 72 horas salvaje? Ninguna. (...) El enemigo nos quiere refugiados en nuestros símbolos de siempre, está encantado. (...) Había un compañero que hablaba de los soviets en 1905 y aquel calvo [Lenin] con aquella mancha en la cabeza que era una mente prodigiosa, entendió el análisis concreto de la situación concreta. Les dijo una cosa muy sencilla a todos los rusos: “Paz y pan”. Y cuando dijo “Paz y pan”, un montón de rusos que no tenían ni idea de si eran de izquierdas o de derechas dijeron “Pues va a tener razón el calvo éste”. Y al calvo le fue muy bien. No les dijo “Materialismo dialéctico”. Ésa es una de las principales lecciones del siglo XX».
En la configuración de Podemos, Pablo Iglesias y su equipo más próximo, e Izquierda Anticapitalista (IZAN), se han instrumentalizado mutuamente. IZAN es un pequeño y un tanto nebuloso, pero activo y muy estructurado, partido de ámbito estatal de raíces trotskistas, que ha nutrido táctica y materialmente a Iglesias. Para ilustrar esa simbiosis y su naturaleza, reproduciremos unos párrafos del documento de IZAN «Quienes Somos», fechado el 3 de agosto de 2010: «Las mujeres y los hombres de Izquierda Anticapitalista queremos relacionar los hilos rojo –que ha recorrido el siglo XX desde Petrogrado en 1917 a Barcelona en 1936, desde La Habana en 1959 a París en 1968, desde Managua en 1979 a Chiapas en 1994–, verde –que, frente a las catástrofes ambientales crecientes, como Harrisburg y Chernobil y el cambio climático, pretende redefinir nuestra forma de producir, consumir y vivir–, y violeta –que, no sólo cada 8 de marzo, sino también cotidianamente nos recuerda la necesidad de luchar contra el patriarcado y la opresión material y simbólica de las mujeres en cualquier parte del mundo–, y todos los colores de la revuelta que dibujamos los que estamos comprometidos con la lucha por otro mundo». Y continúa: «Desde Izquierda Anticapitalista sostenemos que la reconstrucción de la izquierda anticapitalista y de clase no se agota en el fortalecimiento y en la consolidación de las redes de activistas y los foros sociales. También hace falta construir un nuevo sujeto político con capacidad de tomar iniciativas políticas propias y que recoja las aspiraciones emancipatorias a menudo presentes en los movimientos sociales. Por eso, nos esforzamos por combinar la reconstrucción del movimiento obrero y el impulso de los movimientos sociales con la construcción de una alternativa anticapitalista que sea operativa tanto en la calle y como en las urnas. Creemos que es urgente levantar un proyecto que aporte una salida en positivo a las luchas, un programa coherente que desarrolle los contenidos que defendemos para el socialismo del siglo XXI y una estrategia revolucionaria realista que parta del análisis concreto de la situación concreta. En definitiva, no podemos quedarnos sólo en las luchas y en los noes. Hay que pasar a la propuesta, al qué queremos, a los síes que defendemos… Esta perspectiva se hace más urgente ante la deriva subalterna del social-liberalismo del PSOE de formaciones como IU o ICV-EUiA. Aun partiendo de unas fuerzas muy modestas, nuestro proyecto no se conforma con llegar a “los convencidos”, creemos que ha llegado el momento de levantar un proyecto anticapitalista y de clase que resulte útil y necesario para amplias capas sociales huérfanas de referente político y electoral. Una estrategia y un programa de ruptura con el capitalismo».
Tras un afortunado e inicial maridaje con IZAN, Iglesias está estructurando su partido al modo leninista: un modelo centralizado, dirigido de arriba abajo, arrinconando al “alma” más libertaria encarnada por Pablo Echenique y los suyos, quienes proponían un sistema más participativo y de cargos rotatorios acorde al “espíritu asambleario del 15-M”.
Iglesias, con toda seguridad, ha sido consciente en todo momento -no olvidemos que se formó en las juventudes del PCE- que el seguidismo literal de la fraseología y tácticas propias de los trotskistas, en lugar de facilitar su aproximación a sus potenciales electores, podría alejarlo de los mismos, a causa de los inevitables sectarismos y endémicos fraccionalismos que caracterizan a esa familia entre sí tan mal avenida. Por ello, ha excluido al peligro trotskista de IZAN al imponer el requisito de que no es posible militar en organizaciones de ámbito nacional y alcanzar cargos orgánicos relevantes en la estructura partidaria de Podemos.
Por ello, Podemos es Marx, y un poco, muy poco, Trotski. Y, sobre todos, otros autores marxistas. Veámoslo. Olga Rodríguez, en un artículo publicado el 28 de mayo en ElDiario.es titulado Más allá de las siglas: Ir donde está la gente, afirmaba que «No es casualidad que Antonio Gramsci sea referencia para algunos de los impulsores de Podemos. Como señaló Habermas, la cultura puede ser una poderosa herramienta inmovilizadora, y sus valores, el modo en que el orden se perpetúa. Dicho en palabras de Chomsky, la globalización extiende el control de una minoría privilegiada frente a una mayoría subordinada. La creación de una nueva hegemonía cultural -usando el término gramsciano- no podrá conquistarse a través de una organización política encerrada en sus sedes o en sus politburós, sino con iniciativas dispuestas a encontrarse con otros, a ser más movimiento social y menos partido político». Aquí se insiste, pues, en una clave decisiva para la comprensión de la naturaleza de Podemos: persigue la hegemonía cultural de la izquierda. En este sentido, no es el suyo un impulso nuevo: viene a ser una vuelta más en el programa de ingeniería social que se está implantando en España en las últimas décadas y que está provocando un cambio social, cultural y antropológico sin precedentes. Así, Podemos es ante todo una expresión más de la izquierda marxista: ni la anula, ni parte de cero. Es una fase “superior” en la larga marcha de la izquierda hacia la utopía final de una sociedad sin clases; un peldaño más a subir.
Concretemos, ahora, las razones del éxito e impacto de Podemos.
En primer lugar, de no existir un caldo de cultivo propicio, no habría podido eclosionar: el campo estaba sembrado. La tremenda crisis económica; una corrupción muy extendida y que en el caso de los partidos políticos del sistema ha evidenciado dramáticamente su auténtica naturaleza en contraste con el estado de necesidad de millones de españoles; la crisis de legitimidad de las instituciones públicas más relevantes; la desarticulación territorial del Estado español; la ilusionante ofensiva nacionalista. Todo ello exigía una respuesta intelectual y activista que no se vislumbraba… hasta que llegó Podemos.
Segundo. El predominio en la sociedad española de una mentalidad común, sentimental, favorable a las tesis de Podemos. Lo confirma Anna Grau, quien asegura en su texto El fenómeno Podemos: ¿por qué nadie supo verlo? (del libro de urgencia coordinado por John Müller Podemos. Deconstruyendo a Pablo Iglesias, Editorial Deusto, Barcelona, 2014) que «Sólo la izquierda se ha preocupado de llenar el hueco de las necesidades de liderazgo emocional, del apetito de conducción utópica que en muchos espíritus han dejado vacantes el desprestigio y desuso de la religión y la tradición, que digan lo que digan no han sido sustituidas por nada demasiado parecido ni a la ilustración ni a la razón. A una oscuridad más o menos conocida y segura, le ha seguido un intratable vacío. En la boca de las ideas y en la del estómago. Por eso a la izquierda en general se le toleran errores garrafales, mentiras clamorosas y una general impermeabilidad a la evidencia que jamás se le perdonarían a la derecha. Porque la izquierda, tal y como aquí la entendemos, aspira mucho menos a arreglar el país o el mundo que a hacernos sentir buenos, e incluso mejores de lo que somos».
Tercero. Ya estaban aquí, esperando el momento propicio. Integrada por politólogos y empleados públicos, más que procedentes de otras disciplinas o áreas profesionales, esos intelectuales orgánicos han configurado un equipo de trabajo pequeño, cohesionado, entregado a la causa, con múltiples conexiones sociales. Pero, en contra de lo que afirman, hay que señalar que cuentan con experiencias políticas previas. Efectivamente, en su mayoría no son concejales o parlamentarios. Pero llevan años trabajando en otros ámbitos sociales e intelectuales; y recordemos que, conforme tan mencionado dogma izquierdista, “todo es política”.
Cuarto. El empleo de un lenguaje actual, sencillo, cercano, comprensible, condensado en 140 caracteres, demagógico incluso, que bien empleado –y pensado más que nada para su difusión por las redes sociales- ha impactado eficazmente entre sectores juveniles y de afectados por la crisis; además de estratos del funcionariado y de la clase media. Han sustituido algunas de sus expresiones clásicas, según veíamos; tampoco quieren eliminar a la burguesía, pues aspiran a consumir y vivir como burgueses. Apenas se remiten a la Rusia soviética, nada a la China de Mao, y evitan referirse al socialismo bolivariano. En definitiva, nuevos lemas, viejos rencores. Círculos, en lugar de soviets. Democracia del pueblo, en lugar de dictadura del proletariado. Y ¡poder popular!, tan empleado en el Chille de Salvador Allende.
Quinto y decisivo factor: acceso a los medios de comunicación de masas. Afirmaron que apenas habían gastado 300.000 euros en la campaña de las europeas de mayo pasado: una verdadera estafa intelectual. Si se tradujeran en dinero efectivo los espacios que han disfrutado –y continúan haciéndolo aún más- en Cuatro y La Sexta, nunca habrían podido abordar semejante desembolso. Y de no ser por el periodista Jesús Cintora y otros como él, además de los jerarcas mediáticos que les dieron cancha en sus televisiones, no encontraríamos a Podemos hasta en la sopa.
Habiendo experimentado en Hispan TV (de financiación iraní) y en el programa La Tuerka (de Público TV, el diario que fundara el empresario de la comunicación y ex-trotskista Jaume Roures), se han servido de amistades personales, simpatizantes y oportunistas comerciales, para hacerse un hueco y convertirse en polemistas de referencia: no tanto por méritos propios, como por la incomparecencia –voluntario o forzoso- de portavoces de otros pensamientos alternativos en la etapa de crisis que vivimos.
Pero, ¿cómo es posible que unas cadenas televisivas privadas, dominadas por las grandes finanzas, siempre en busca de beneficios económicos, acojan y potencien a unos –en última instancia- “peligrosos revolucionarios” que pudieran volverse en su contra? Ante todo, con miras cortas, estos peligrosos revolucionarios proporcionan dinero a tales cadenas, pues generan audiencias y captan así mucha publicidad comercial. Acaso, también y con una perspectiva a medio plazo, desde las cúpulas de esos medios –en connivencia con concretos intereses partidarios- se pretende dividir a la izquierda. Tal vez, incluso y desde una perspectiva utópica y un tanto mesiánica, para “regenerarla” desde la creencia de intentar “reabsorberla” ulteriormente en el sistema, mediante un cambio generacional, de élites y formas; si es que son capaces tales jerarcas biempensantes de tan largas miras.
Al Partido Popular, con todo, se lo ponen un poco más fácil: ¡que vienen los rojos! Un intento de movilizar a sus desanimados votantes, presentándose como el orden frente a los profetas del caos. Y, de paso, segando la hierba bajo los pies de quienes intentan levantar alternativas a su derecha. Pero en este contexto, es inevitable recordar el destino de Kérenski o Von Papen al mencionar a José Manuel Lara o Mariano Rajoy.
Si en los años 20 y 30 del siglo pasado, intelectuales como Ortega fueron la referencia moral de millones de españoles, los de Podemos han ocupado el vacío existente hoy. No había alternativa: se han erigido audazmente en tal (en un “momento leninista”, que tanto le gusta decir a Pablo Iglesias) y han cumplido sobradamente con su papel; conscientes de su relevancia conforme el esquema gramsciano de la conquista de le hegemonía cultural y política.
En base a todo lo anterior proponemos la siguiente conceptualización de Podemos: se trata de un movimiento socio-político nominalmente asambleario y abierto, dirigido por un equipo de voluntad leninista y educación gramsciana, de raíces trotskistas y alimentado por el pensamiento post-marxista (inclusive la ideología de género), que pretende un cambio revolucionario en España que salve las conquistas individualistas de carácter burgués, con la pretensión última de la sustitución del capitalismo por una indeterminada democracia socialista de nuevo cuño, en el marco del universalismo mundialista. En suma: una nueva izquierda utópica relevo del comunismo desbancado por la Historia.
5.- A modo de conclusión
Finalizaremos este recorrido sobre los populismos, centrado en España, recordando unas líneas de José Javier Esparza, quien afirmaba en su artículo de Gaceta.es (16 de junio de 2014) Una nueva derecha para la segunda transición: «Más temprano que tarde va a haber una segunda transición política en España. Eso ya no lo duda nadie. Ahora de lo que se trata es de que esa segunda transición no conduzca a la desaparición del país, a la autodestrucción de la democracia». Dado que, según entiende, «… los separatistas y la izquierda ya tienen en mente, con mayor o menor claridad, su “segunda transición”», se preguntaba: «Pero, ¿y la derecha? La derecha, no. Para empezar, porque el partido que formalmente la representa, el PP, ya ha dejado de ser un partido de derecha. Y además, porque el PP ha venido aceptando en la teoría y en la práctica todos los desbordamientos del marco constitucional impuestos por los separatistas y la izquierda. Todo ello mientras, de boquilla, insiste en defender una Constitución en la que ya nadie cree, empezando por el propio Tribunal Constitucional. El PP ha quedado fuera de juego. Por vacío intelectual y por pereza política, está incapacitado para pintar nada en el nuevo paisaje.
Así las cosas, lo que se nos viene encima es una segunda transición con una transformación del modelo constitucional y sólo dos fuerzas –separatistas e izquierda- marcando la dirección y el ritmo. Esto conducirá inevitablemente a la redefinición de España en un solo sentido, marginando a medio país y, por tanto, incubando una ruptura de acentos mucho más dramáticos. Ya nos ha pasado más de una vez».
En cualquier caso, en este escenario de inquietantes incertidumbres y zozobras, Podemos seguirá protagonizando un papel muy relevante. Las elecciones municipales y autonómicas de 2015 nos proporcionarán muchas pistas del futuro: la voluntad de pacto del Partido Popular y PSOE y con quién; la aceleración o no del secesionismo catalán y, acaso, del vasco; la desaparición de Izquierda Unida, deglutida por Podemos, o su articulación. Y, otra cuestión importante, ¿qué hará Podemos ante el desafío secesionista? ¿Está dispuesta a dejar que España sea desmembrada si ello facilita su proyecto final orientado a una sociedad sin clases que supere al capitalismo? No en vano, según hemos visto, Podemos es la nueva izquierda que, desde la caída del Muro de Berlín, viene explorando nuevas vías en el contexto de los movimientos planetarios a favor o en contra de determinados aspectos de la globalización; una nueva síntesis revolucionaria en la dirección de la utopía comunista final, desbordando en ese camino a la socialdemocracia y a los comunistas “clásicos”. De este modo, el estilo populista de Podemos es una mera táctica coyuntural: pretenden el poder y aspiran a ejercitarlo. Pero, ¿qué líneas rojas están dispuestos a traspasar? Y de no ponerse límites, ¿qué resistencias pueden encontrar?
Fernando José Vaquero Oroquieta |