Lazos amarillos, de un cursi que da grima, colgando de árboles y farolas. Como no suelo estar a la última, cuando los vi, en una localidad de cuyo nombre no quiero acordarme, me asombré bastante porque creí que se trataba de una enfermedad infecciosa que sufrían algunos vecinos del lugar, y que el Ayuntamiento había decidido prevenir a los visitantes mediante el sistema clásico de los buques que entraban en cuarentena.
Al repetirse el decorado en el pueblo siguiente, mi alarma fue en aumento: ¡epidemia! Detuve el coche y pregunté a un transeúnte, quien, en tono socarrón, me aclaró que se trataba de la propaganda de la Asamblea Nacional de Cataluña para el 9N, quien había diseñado sus múltiples y variados carteles y pancartas con el mismo color. Fue entonces cuando me acordé del refrán que encabeza estas líneas de hoy y se lo repetí a mi interlocutor, quien me lo agradeció con una sonrisa cómplice, signo inequívoco de que no era muy partidario de los señores Mas y Junqueras y de la señora Carme Forcadell, presidenta de la mencionada ANC. De todas formas, le aclaré el significado de la palabra hortera, cosa que me permito hacer asimismo con los lectores con el diccionario de la RAE en mano: aconsejo, si son dados a las comprobaciones, que vayan directamente a la tercera acepción, pues la primera se refiere a un plato o escudilla de madera y la segunda, ¡horror!, es un madrileñismo (Apodo del mancebo de ciertas tiendas de mercado), cosa que no haría muy felices a los inductores de la presunta consulta para la independencia y del horrible color elegido; nos quedamos, pues, con la tercera: Vulgar y de mal gusto, términos que me parecen suaves para calificar a las mesnadas separatistas, por cierto.
¿Sabrán los diseñadores que el color amarillo es símbolo de la mala suerte en el mundo del teatro y que ningún actor que se precie lo lleva en escena? Al parecer, el origen data de 1673, cuando Jean Baptista Poquelin, es decir, Moliére, se sintió repentinamente enfermo en el estreno de El enfermo imaginario, tan enfermo que falleció a las pocas horas. Dado que asistimos a una auténtica representación teatral, que, como dije en un artículo anterior, tiene la apariencia de un vodevil y puede encerrar una verdadera tragedia para las generaciones de catalanes siguientes a esta de la rauxa, no me parece fuera de lugar recordar la anécdota.
En todo caso, si nos quedamos con el aspecto estético del asunto, la fealdad de los entorchados y colgaduras es proverbial y rezuma un total amarillismo de intenciones. Si se llama prensa amarilla aquella que estaba a sueldo de quienes detectaban el poder en perjuicio de la libertad de prensa y de la objetividad, es más que evidente que la correspondencia es exacta: estamos ante un caso típico en que una oligarquía, que goza de todos los privilegios y bulas (eclesiásticas, por supuesto), manipula a amplios sectores de la población, que es la que está sufriendo la crisis y el paro, con el señuelo de un Estado independiente parecido a una Arcadia, según esas pancartas y carteles de la ANC (por supuesto, de color amarillo), donde se promete desde, por ejemplo, trabajo para todos, educación de calidad, respeto a los maestros, votaciones con listas abiertas y ( ¡tremendo sarcasmo casi sangrante!) políticos honrados.
No han estado muy afortunados, no, quienes han elegido el amarillo como fondo de su propaganda. En estos días del Halloween puede inducir, además, al miedo. De hecho, no están afortunados en nada, empezando por su afán criminal de desmembrar España.
Manuel Parra Celaya |