«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

sábado, 29 de noviembre de 2014

CHRISTOPHER FLEMING: Una Muerte Repentina

Hans Memling: El Juicio Final
El domingo pasado, en la sobremesa de una reunión familiar, salió el tema de la muerte súbita provocada por una malformación cardiaca. Varios de los los presentes dijeron que esa muerte les parecía la mejor posible. La razones aducidas eran que "ni te enteras" y "te vas en un momento". Yo expresé mi opinión de que una muerte repentina era más bien una desgracia, la peor muerte posible. Mis cuñados ya saben de sobra lo que pienso sobre temas de fe y de moral, y me toman por un loco de manicomio. Sin embargo, todos se extrañaron muchísimo de oírme decir eso. Como si hubiera dicho que me encantaba tomar el sol en la lluvia.


A regañadientes (porque temía que nadie me entendería) me puse a explicar mis razones, y el diálogo con mi cuñado fue más o menos así:

  • (Yo) Cuando la muerte te pilla de manera inesperada no tienes tiempo de reconciliarte con Dios, de prepararte
  • (Cuñado) ¿Prepararte para qué? Para la Vida Eterna. ¿Qué necesidad tienes de prepararte para eso?
  • Si no estás en gracia cuando la muerte te alcanza, te condenas y vas al Infierno.
  • ¡Hombre, no seas exagerado!
  • No soy exagerado, es lo que siempre ha predicado la Iglesia.
  • Ya, pero ahora no se habla así. Yo creo que deberías ser menos radical en tu forma de hablar, porque puedes espantar a gente como yo de la Religión.
  • Pero si yo sólo te digo la Verdad, como siempre se ha predicado. No voy a mentirte y decirte que no pasa nada si mueres en pecado.
  • Pues, hay muchos curas que ya no hablan como tú, que son mucho más abiertos, más comprensivos.
  • Claro, porque adulteran el Evangelio para caer bien a la gente. Engañan a la gente y la gente se deja engañar.
  • Si eso es adulterar el Evangelio, yo prefiero un Evangelio adulterado. Cada uno elige su destino. Te vas a a quedar muy solo si predicas una religión de ese tipo.
  • Sí, suele pasar. Jesucristo se quedó muy solo en la Cruz.

He llegado a la convicción de que no sirve prácticamente de nada hablar de religión con personas que ya conocen tu punto de vista y han elegido vivir totalmente al margen de Dios. Si ellos te preguntan de buena fe por alguna cuestión, hay que contestarles amablemente, pero es una pérdida de tiempo y energía hablar del tema si no tienen una buena disposición. La gente adulta es responsable de sus decisiones, y no hay que dar la tabarra. Hay que dejar claro lo que uno cree, y dejar que los demás decidan por sí mismos. Cada uno dará cuenta de lo suyo ante el Juez.

Esta conversación familiar, a pesar de la frustración que me causó, me sirvió para hacer una reflexión sobre una Buena Muerte. La Letanía de los Santos, la más antigua de las letanías reconocidas por la Iglesia, contiene una oración muy llamativa:

De la muerte repentina e imprevista, líbranos, Señor.

Esta oración nos recuerda la visión católica de la Buena Muerte, una visión que en nuestra sociedad neo-pagana se ha perdido por completo. Como dice Nuestro Señor, debemos estar vigilantes, por vendrá como un ladrón en la noche (2 Pedro 3:10). Si vivimos siempre en gracia no hay nada que temer, porque aunque llegue la muerte hoy mismo estaremos preparados. Sin embargo, yo me conozco y sé lo débil que soy. Soy capaz de caer en pecado en cualquier momento. Si la muerte me viene de repente, y me sorprende en pecado, habré perdido mi alma y seré condenado. Esta gran verdad de la fe nos la recuerda el dicho popular, que Dios nos pille confesados, que aún se usa mucho, a pesar de que pocos ya aprecian realmente su sentido. Si morimos confesados, morimos en gracia (si hemos hecho una buena confesión), y tenemos la seguridad de alcanzar el Cielo.

Es dogma de fe que al morir cada uno es juzgado personalmente por Dios, y según el veredicto irrevocable se salva o se condena para toda la Eternidad. Con la muerte se acaba toda posibilidad de arrepentimiento, se acaba el tiempo de la misericordia. Tras la muerte ya sólo hay Juicio, Cielo e Infierno. Por este motivo, el que muera en pecado (en enemistad con Dios) jamás podrá gozar de la presencia divina, y será retenido para siempre en el Infierno. Todo católico debe creer esto para poder seguir siendo católico, y no caer en herejía.

Esto es lo que dice el Catecismo nuevo sobre el tema, en su artículo 1021:

La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe.

En el siguiente artículo dice esto:

Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre.

Los "católicos" que viven tranquilos, pensando que porque Dios es bueno nadie puede ir al Infierno (con la necesaria excepción de Adolf Hitler, por supuesto), deberían fijarse más en las palabras de Nuestro Señor y en las enseñanzas perennes de Su Iglesia. No hay ninguna verdad de fe en el que insisten tanto los Evangelios como la Condenación Eterna. Jesucristo habla de ella no menos de 49 veces. Muchos han querido falsear los Evangelios, y hablan de Nuestro Señor como si fuera una especie de teletubi, que nunca se molestaría por nuestros pecados, y menos condenar al Infierno a los que le rechazan. Hacer caso al buenismo bobalicón que predican los curas "modernos", que tanto abundan hoy en día, es una enorme temeridad, porque es efectivamente jugarse la Salvación.

El gran Doctor de la Moral, San Alfonso María de Ligorio, tiene un libro magnífico titulado Preparación para la Muerte, donde resume toda la tradición católica sobre este tema. Esto es lo que dice el santo sobre el momento de la muerte: 

¡Qué gran locura es, por los breves y míseros deleites de esta cortísima vida, exponerse al peligro de una infeliz muerte y comenzar con ella una desdichada eternidad! ¡Oh, cuánto vale aquel supremo instante, aquel postrer suspiro, aquella última escena! Vale una eternidad de dicha o de tormento. Vale una vida siempre feliz o siempre desgraciada. 
También advierte esto sobre una muerte repentina, y el remedio que debemos poner para asegurarnos una Buena Muerte:

¿Acaso no puede ser éste tu último día? No tardes en convertirte al Señor, y no lo dilates de día en día, porque su ira vendrá de improviso, y en el tiempo de la venganza te perderá (Ecl, 5, 8-9). Para salvarte, hermano mío, debes abandonar el pecado. Y si algún día has de abandonarle, ¿por qué no le dejas ahora mismo? ¿Esperas, tal vez, a que se acerque la muerte? Pero este instante no es para los obstinados tiempo de perdón, sino de venganza. En el tiempo de la venganza te perderá.

Si pudiera elegir mi muerte, eligiría sin duda una muerte lenta y dolorosa, pero sin perder mis facultades mentales. De esa manera me prepararía con tiempo, asegurándome de tener todo en orden antes de irme de este mundo. Pediría perdón a todos los que he ofendido, ofrecería mis dolores por la salvación de las almas, recibiría los sacramentos antes de enfrentarme a mi Juez, y me moriría con un sacerdote al pie de mi cama. Sin embargo, dado que yo no puedo elegir mi muerte, no tengo más remedio que vivir siempre en gracia, como si hoy fuera mi último día en esta vida.

Hay que rogar a Dios y a los santos por la gracia de una Buena Muerte. Es precisamente lo que hacemos cada vez que rezamos el Ave María y decimos:

Ora pro nobis pecatoribus, nunc et in hora mortis nostrae.

Si rezamos el Santo Rosario todos los días, quiere decir que le pedimos a la Santísima Virgen cincuenta veces al día que nos dé una Buena Muerte. Son 350 veces a la semana, 1500 al mes, unas 18.000 al año. Si somos fieles en la oración, es muy posible que lleguemos a la vejez después de más de un millón de peticiones por una Buena Muerte. ¿Cómo nos abandonará la Madre de Dios en ese momento tan decisivo, si le hemos pedido con tanta insistencia su ayuda?

Pidamos, pues, por una Buena Muerte, y vivamos siempre en gracia de Dios, porque no sabemos ni el día ni la hora de nuestra muerte. Si oramos sin desfallecer; si nos esforzamos diariamente por guardar los Mandamientos y practicar las virtudes cristianas; si vivimos y morimos en amistad con Nuestro Señor, nada hay que temer. Sin embargo, si vivimos como si Dios no existiera, despreocupados por las cosas espirituales, entregados a los placeres y la satisfacción de nuestras inclinaciones pecaminosas, la muerte vendrá un día sin avisar y nos arrastrará al Fuego Eterno, donde hay llanto y rechinar de dientes. 

Publicado en In novissimis diebus


Christopher Fleming