«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

miércoles, 1 de julio de 2009

PARA INFORMACIÓN DE LOS "OBISPOS VASCOS"

SACERDOTES VASCOS PROCESADOS EN LOS PRIMEROS DÍAS DEL MOVIMIENTO NACIONAL. EXPOSICIÓN RESUMIDA DE LAS IDEAS Y DATOS QUE SOBRE EL TEMA FIGURAN EN LA OBRA DEL PADRE BAYLE S.J. TITULADA "EL CLERO Y LOS CATÓLICOS VASCO-SEPARATISTAS Y EL MOVIMIENTO NACIONAL"

Dos épocas deben distinguirse en el proceso judicial con los sacerdotes nacionalistas:

a) La ocupación de Guipúzcoa por los nacionales, y la de Vizcaya; o sea más claro: la de los días de lucha violenta, primeriza, con los aceros recién desenvainados y las almas en ebullición, y

b) La que regula sus pasos, ordena su actitud, desarrolla su vida militar y civil en la calma de quien camina seguro y, por ello, calmoso.

La primera va marcada con hitos rojos; la segunda, limpia de horrores, tiene únicamente penas de cárcel o destierro.

Los sacerdotes fusilados por separatistas son 16, número exiguo al lado de los miles de sacerdotes y religiosos víctimas de los rojos: consideración de fuerza contra los gubernamentales, que hacen hincapié, hipócritamente en se charco de sangre y no reparan en los torrentes de odio

Pero el caso es gravísimo. Dice bien el Cardenal Gomá en su carta a Aguirre: “El fusilamiento de sus sacerdotes es algo horrendo, porque lo es de un ungido del Señor, situado por este hecho, en un plano sobrehumano, a donde no debieren llegar ni el crimen, cuando lo hay, ni las sanciones de la justicia humana que suponen el crimen”. Y es más horrendo el caso cuando la justicia, en el sentido de ejecución, la hacen católicos. “Pero también lamentaríamos profundamente —prosigue el Sr. Cardenal— la aberración que llevara a unos sacerdotes ante el pelotón que debiera fusilarlos, porque el sacerdote no debe de apearse de aquel plano de santidad ontológica y moral en que le situó su consagración para altísimos misterios”.

Vamos a examinar severamente la cuestión y que cada cual cargue con la responsabilidad que le toque.

Los sacerdotes que murieron —como infinitos en la zona roja, incluso Vizcaya— a manos de los bandidos que los curasen y diesen el paseíto, o los rematasen en las cubiertas de los barcos o galerías de las prisiones: fueron sentenciados y ejecutados en el sentido estricto de la palabra.

Y todos los fusilamientos, menos uno, se ordenaron en Guipúzcoa, es decir, en los principios de la campaña del Norte, cuando fueron beligerantes y dispararon contra el Ejército. Luego habrán perdido su misión apostólica, las atribuciones de los comandantes de columna eran casi omnímodas y la rapidez de la justicia —o de lo que tal se creyera— se imponía, como se impone siempre en los avances de un ejército por territorio enemigo donde la previsión y el escarmiento son normas poco menos que obligadas. No pueden dejarse atrás personas que con su influjo siembren o cultiven la malquerencia y los consiguientes ataques por la espalda.

Pues así fue allí. Los Militares, como los españoles generalmente, estaban persuadidos de que al Clero separatista se debía, más que a nadie, la actitud de los dirigentes y de los gudaris; que sin ellos, sin su declaración de que la guerra era lícita por su parte, de que la Pastoral del Obispo propio no obligaba, el territorio vasco estaría por España. Su influjo fue decisivo. Bastaba, pues, que una acusación señalase en la persona de un clérigo la culpa y se le probase, con más o menos escrupulosidad legalista, para que la pena dura, como en campaña viva, cayera sobre los denunciados. Ni se les ocurrió, seguramente, que el fuero eclesiástico exige trámites propios largos de andar.

Aguirre en su discurso del 22 de diciembre de 1936, asentó el principio que, muy atenuado, aplicaron los militares: “El carácter religioso no podrá eximir de las responsabilidades derivadas de actuaciones políticas contrarias a la ley”.

¿Que hubo denuncias falsas? Seguro. No que se admitiese cualquier delación, y en virtud de ella, sin cribar en fundamento... se fallara la sentencia. La verdad que no siempre se atuvieron a los trámites ordinarios; pero a todos se abrió expediente: la denuncia firmada, el informe a base de ella, los descargos del supuesto reo, etc. ante el Tribunal o ante el juez. Probablemente, por querer más seguridad, debida al carácter del acusado, los sacerdotes estaban en la cárcel más tiempo que los seglares en quienes la sentencia se cumplía rápidamente.

Pero, en fin de cuentas ¿hubo motivos suficientes para condenar a última pena a los 16 sacerdotes? Pregunta difícil de contestar a satisfacción de todos, sin tener delante los expedientes.

El Arzobispo de Santiago escribe, en carta a D. Alejo Aleta, haber oído a un teniente herido en Asturias, que entre los prisioneros hechos en aquel frente se contaban algunos sacerdotes vascos, a quienes se aprehendió mientras hacían fuego en compañía de los Milicianos de Bilbao.

El “Tebid-Arrumi” (La conquista de Vizcaya, p. 127) cuenta su conversación con otro, que se entregó prisionero cuando se le acabaron las municiones de la ametralladora que manejaba. A otro se le acusó —y por ello le fusilaron— de que por los Montes de Salinas de Leniz se pasaba al campo rojo-separatista, con los informes sobre las fuerzas y posiciones de los nacionales.

Peor fue lo de Rentería. Los requetés avisaron al cura y coadjutor (Sres. Leuscona y Albizu) que a las 10 del día siguiente irían a Misa. Los rojos prepararon una emboscada, y como no lo habían dicho los requetés sino a los sacerdotes, a ellos les echaron la culpa y les castigaron. A otro (o a un seminarista, no lo recuerdo, quien lo oyó al General Vigón) lo sorprendieron en una torre acaudillando a un grupo de mozos que desde ella disparaban: fue en el Valle de Tolosa.

Del célebre (por sus andanzas propagandistas en el extranjero) D. Ramón Laborda, asegura el Secretario del Juz­gado Especial de San Sebastián, D. Agustín Prado, haberlo visto en aquella ciudad, pistola en mano, acompañando a las milicias nacionalistas. Y suya fue la frase, en San Juan de Luz, al oír a unas señoras que Franco y Mola iban a salvar a España: “Lástima que Cristo escogiera, para salvar al mundo a los doce apóstoles, teniendo a los generales...”.

El Padre Miguel García Alonso, Superior de los Renden­toristas de Barcelona, asegura, in verbo sacerdotis, al Sr. Cardenal, lo siguiente:

“El lunes 22 de febrero del año corriente (1937) viniendo yo de Burgos a Pamplona, coincidí, en el mismo departa­mento del tren, con muchachos del Requeté, que volvían del frente de Madrid con días de licencia. Mientras yo rezaba en mi Breviario, ellos departían amistosamente, contándose sus azares de guerra. Uno de ellos, con voz natural y acento de sinceridad, decía a sus compañeros: “Chicos, yo, el peor rato que he pasado lo pasé aquí, en el frente de Vizcaya, el día que me tocó fusilar a un sacerdote. Y eso que se lo tenía bien merecido; porque estábamos en el puesto más avanza­do, y varias noches nos cortaron el teléfono de comunicación con el pueblo. Montamos guardia y pescamos cortando el hilo a un hombre joven, que resultó ser el cura. Lo llevamos a los jefes, y ni siquiera intentó defenderse: dijo que lo había hecho porque tenía que defender a los suyos. Lo condena­ron, y me tocó fusilarlo: él estuvo sereno; pero nosotros, muy mal rato”. Al oír esto, yo intenté llamar aparte al muchacho para precisar y autentificar el hecho; pero en esto, llegamos a Alsasua, y, en el cambio de tren lo perdí de vista. Por lo que pude deducir el chico era de Añorve. (Carta de Pamplo­na, 9 de abril de 1937).

Los procesos de los ejecutados se guardan, como es norma, fuera del alcance de los curiosos...

Papeles de autoridad, venidos extraoficialmente, dan luz en algunos casos que sirven de pauta.

Del Arcipreste de Mondragón...

1) Contra D. José Aristímuño se acumularon sus campa­ñas antiespañolas en “Euzkadi” y “El Día”, del que era inspi­rador, y en multitud de mítínes y conferencias nacionalistas, donde actuaba contra la prohibición del Sr. Obispo; haber instigado a los dirigentes vascos a recoger y repartir un depósito de armas que había en la parroquia del Buen Pastor, a la que estaba él adscrito.

2) El Párroco y Coadjutor de Rentería tuvieron por causa lo dicho sobre la denuncia de los requetés. Además la comunicación oficial del comandante de ese pueblo al Gobernador Militar de Guipúzcoa dice: “Tengo el honor de poner en conocimiento de V.E. que, por denuncias recibidas en esta Comandancia, se ha detenido en esta villa a los sacerdotes de la misma D. Gervasio Albizu Vidaur y D. Mar­tín Lecuona, acusados de ser nacionalistas exaltados: El primero fundador del Partido en ésta, y que siempre ha manifestado públicamente su desprecio a todo lo español, no ocultando sus simpatías por el Frente Popular, resaltan­do el hecho de que en octubre del 34, cuando el Movimiento catalán, se vanagloriaba de este levantamiento y manifesta­ba sus deseos de que lo imitasen los vascos. Ha sido el brazo derecho y consejero de un tal Loidi, último teniente-alcalde y presidente de la Comisión de Abastos y Finanzas del Frente Popular de Rentería.

El segundo, además de su exaltado nacionalismo, hacía pública propaganda en la escuela de una Sociedad que con el matiz de social-católica, era vergonzante nacionalista, hasta el extremo que, alguna vez, los padres de familia han protestado porque entre otras cosas, imponía multas por hablar español. En cierta ocasión, sugirió al párroco ayudar económicamente al Frente Popular. También era íntimo amigo del tal Loidi.

3) Don Jorge Iturricastillo, de la parroquia de Marín: El Comandante de Salinas de Léniz, comunica al de Mondra­gón, para que lo pase al juez especial de San Sebastián, que dicho sacerdote era dirigente del Partido, y tenía a su cargo el servicio de espionaje, antes de que los nacionales se apo­derasen del pueblo. Aconsejaba a los mozos se alistasen en las filas de los rojos.

4) Don Celestino Onaindía, y

5) Don Ignacio Peñagalícano. El primero, según el Co­mandante de Elgoibar, era propagandista acérrimo y recluta­dor de gudaris, organizador de entidades separatistas, inclu­so entre mujeres que han ayudado moral y materialmente al Frente Popular, interponía informes falsos en favor de perso­nas presas por su actuación en el Movimiento. El segundo colaborador de Onaindía y su encubridor: lo tenía escondido en su casa.

6) El Padre José Otaño, del Corazón de María: Se le acusó de sostener que la justicia estaba por los rojos, y que de buena gana se iría con ellos.

Repetimos que no copiamos de las actas judiciales... en ellas habría más causas. ¿Por qué? “La buena fe casaba en ellos la ley de Dios y la pureza de su ministerio con la malquerencia a España”.

El Religioso, poco ha citado (debe ser el P. Miguel). A todos se les formó proceso. En lo que ciertamente había deficiencias es en el modo de la ejecución. La justicia se hacía, en aquellos días, segura, pero prontamente y no había, al principio, ni abundancia de vehículos para conducir­los al lugar de la ejecución (por eso, algunos fueron mezcla­dos, en el coche con los demás reos), ni sobra de fusileros ni de enterradores; por eso cayeron y fueron enterrados mez­clados con los rojos y nacionalistas, permitiendo así Dios que sus cuerpos cayeran en la misma fosa con los que iban o aconsejaban estar unidos en la guerra. Pero soy testigo de la pena con que actuaron siempre los mismos ejecutores, y lo vieron los sacerdotes también; que por eso, viendo tan conmovido al que mandaba al pelotón de fusileros, uno de los sacerdotes le dio un abrazo. Y, finalmente, los mismos ejecutores retrasaban, si podían, de un día para otro la eje­cución, y destacaban sus jefes hacia las alturas, para poner un remedio, que, se lo aseguro, ha sido definitivo. Termino este punto con una sola idea, fruto de las informaciones serias que he recibido: todos los sacerdotes fusilados incu­rrieron en un delito que la ley española —como la de todos los países— castiga con la muerte: traidores o desertores de España, incurrieron en el delito de lesa patria”.

Que siempre las sentencias no estuviesen tan justifica­das, que en la sustancia y en el modo hubiese precipitación, en algunos, sinceramente lo creemos. Y debieron creerlo también arriba, puesto que a rajatabla se dio orden de cortar las ejecuciones sacerdotales.

LA JERARQUIA

La han acusado de haber callado entre lo que calificaban de crimen sacrílego (Aguirre, Osorio, Gallardo). Falso. El Cardenal de Toledo no bien se enteró de las circunstancias en que se ejecutaban los fusilamientos, tomó el coche y se presentó al Generalísimo, y le oyó la promesa formal de que no se repetirán. El propio Cardenal escribe al Vaticano: “He de consignar con satisfacción que las autoridades militares superiores particularmente el Generalísimo Franco, Jefe del Estado, quedaron desagradablemente sorprendidos por la noticia del hecho, que desconocían y reprobaron diciéndome textualmente el Jefe del Estado: “Tenga su Eminencia ¡a seguridad de que esto queda cortado terminantemente”.

Sobre el fusilamiento de sacerdotes se ha dejado una leyenda, no sólo en negarles la culpabilidad, sino en las cir­cunstancias de su prisión y muerte.

Sirva de muestra la del Sr. Aristimuño... nos los pintan brutalmente apaleado en la cárcel, de manera que al salir para la ejecución, iba tambaleándose con la cara hinchada de los golpes. Y lo aureolan para que la figura del mártir per­dure circundada de luces heroicas.

Algunos periódicos extranjeros publicaron detalles facilita­dos por un requeté refugiado en Francia según el cual Aristi­muño los conmovió de tal manera al dirigirle la palabra antes de morir, que se negaron a apuntarle.

Sin embargo, las cosas sucedieron de diversa manera.

Lo asistió en los últimos momentos el P. Juan Urriza, S.J. y nos escribe: “Que lo golpearon se dijo al principio, y fue voz que llegó a nosotros... por eso tuve empeño en pregun­társelo yo mismo al Sr. Arístimuño... Como sacerdote se portó muy bien. Pero estaba persuadido de que moría, y tra­taba las cosas con sinceridad, con la gravedad que el momento requería. Le pregunté expresamente ¿Le han pegado a Vd. en el interrogatorio? —No, me contestó rotun­damente; pero me han tratado muy mal. No había en él nin­guna señal de golpes. El mal trato debió ser moral. Esta es la verdad aunque no la crean... Nunca habló de política. Rezaba en castellano. Lo de que murió gritando “Gora Euz­kadi”, es absolutamente falso. A la hora de morir fue cristiano digno; fue más: fue sacerdote.

Excmo. Sr. Múgica, al Sr. Cardenal de Toledo (Roma, 10 de febrero de 1937).

“Reconozco gustosísimo y lleno de gratitud, el gran favor que, lo mismo a su Ema. Revma. como al Excmo. Sr. General Franco, debe la diócesis de Vitoria. Yo también hice diligen­cias, a ese efecto, donde me pareció necesario, de que se haya cortado ese estado de angustia y zozobra en que por dichas muertes, había quedado la Diócesis: favor que yo pro­curo todos los días, en mi pobreza purgar con oraciones que, bien sabe el Señor, van dirigidas para Gloria de la Santa Igle­sia Española y en triunfo de los ejércitos que tan valientemen­te luchan por traer a España la seguridad de la Religión.

TEXTO COMPLETO EN: Documentos inéditos para la historia del Generalísimo Franco, II-2, Fundación Nacional Francisco Franco, Madrid, 1992, pp. 5-37

Una transcripción del capítulo correspondiente del libro del P.Bayle en:
http://www.elbrigante.com/2009/07/el-fusilamiento-de-un-sacerdote-es-algo.html