«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Y SI HOY NOS ARRANCAN LAS CRUCES...



Vaya por delante mi repulsa para una medida judicial que pretende amparar la arbitraria decisión de seguir quitando crucifijos de lugares públicos; algo que, por cierto, se lleva años haciendo sin que nadie levante la voz. Pero hay que reconocer a quienes la han promovido más coherencia para el error que la que demuestran quienes en su día aceptaron la imposición de los principios en los que se inspira dicha sentencia y ahora se rasgan las vestiduras condenando las consecuencias pero sin cuestionar el sistema que las ampara.

Para estos últimos, el crucifijo es poco más que un signo cultural; de ahí que pueda estar sin problemas en una escuela laica que ha abandonado hasta las más elementales referencias de lo que supone la transmisión de la cultura en una sociedad sana. Una escuela en la que igual se enseña adoctrinamiento para la ciudadanía que educación sexual al estilo de ZP. Para ellos el crucifijo no dice nada, no impone nada. Por el contrario, a quienes promueven su retirada les molesta porque son conscientes de que puede haber pocos signos más radicales que un Dios crucificado. A él pertenecen todos los derechos y nuestro es solamente el deber de rendirle adoración. Y porque tenemos el deber de adorar a Dios, tenemos el derecho de tener nuestras iglesias, nuestras escuelas católicas. Lo mismo vale para la familia. Porque tenemos el deber de fundar una familia cristiana, tenemos el derecho de tener cuanto sirve para defender la familia cristiana.

Como rezaban las estrofas del himno que proclaman a Nuestro Señor como Rey de la familia, del Estado, y de la Ciudad terrenal y que fueron suprimidas en la desgraciada reforma litúrgica posterior al concilio Vaticano II: «Que con honores públicos te ensalcen / Los que tienen poder sobre la tierra;/ Que el maestro y el juez te rindan culto,/ Y que el arte y la ley no te desmientan./ Que las insignias de los reyes todos / Te sean para siempre dedicadas,/ Y que estén sometidos a tu cetro / Los ciudadanos todos de la patria» (Himno de la fiesta de Cristo Rey “Te saeculorum Principem”). La renuncia a proclamar la necesidad del Reinado Social de Cristo Rey tiene su mejor expresión en la verdadera negación de su Realeza significada por esta transformación que ha pasado casi desapercibida.

Lástima que en lugar de aceptar ovinamente una sentencia inicua, los católicos españoles no reaccionemos como vaticinaba el nicaragüense Pablo Antonio Cuadra Cardenal (1912-2002), poeta católico y colaborador de la revista Acción Española en los años en que la Segunda República ordenó retirar los crucifijos de las escuelas:
¡Ay Virgencita que luces,
ojos de dulces miradas!
Que vieron llegar las Espadas,
que dieron paso a las Cruces.

Mira a tus Tierras Amadas!
Y si hoy nos arrancan las Cruces,
¡Brillen de nuevo las luces
del filo de las espadas!

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lunes, 24 de noviembre de 2008

LOS QUE HABLAN HOY (I): Dom Anselmo Álvarez Navarrete, Abad del Valle de los Caídos


Homilía pronunciada por el abad del monasterio de Santa Cruz, Dom Anselmo Álvarez Navarrete, el 22 de noviembre de 2008, durante la Eucaristía celebrada en la Basílica del Valle de los Caídos por el eterno descanso de José Antonio Primo de Rivera, Francisco Franco y todos los caídos por España

Este año se han abierto de nuevo las puertas de la Basílica para que en este lugar de culto y en este cementerio, se celebren los sufragios acostumbrados por el alma de Francisco Franco, de José Antonio y de todos los caídos, enterrados aquí o en cualquier otro lugar de nuestra geografía.

Este acto, de tan larga tradición, coincide este año con el cincuentenario de la fundación, en que dio comienzo la vida religiosa y los restantes fines para los que fue destinado el Valle de los Caídos: el culto en la Basílica, la oración permanente por todos los caídos y por la paz y prosperidad de España, y aquel Centro de Estudios Sociales destinado a promover el conocimiento y las soluciones para los problemas sociales endémicos de la sociedad española.

Toda la obra aquí levantada, tanto la arquitectónica como la espiritual y social, está presidida por la voluntad de reconciliación que inspiró el conjunto de esos proyectos, expresada simbólicamente en la Cruz y activamente en el mausoleo que debía acoger las víctimas de la contienda, ya que éste debía ser «el Monumento a todos los Caídos, sobre cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la Cruz», según se declara expresamente en el Decreto/Ley fundacional.

La idea de hacer de la Cruz la referencia central de la reconciliación fue indudablemente certera. Ella ha sido el lugar donde se selló la reconciliación de Dios con los hombres, y donde todos hemos sido llamados a encontrarnos para sellarla entre nosotros mismos. No se nos ha dado otro nombre que el de Jesús ni otro signo que el de la cruz en que los hombres puedan hallar la salvación y la paz.

El grito de perdón y reconciliación que se escuchó en ella resuena hoy entre los hombres con la misma fuerza con que llegó hasta el Padre. Como nos dice la Escritura, «Él -Cristo- es nuestra paz. Él reconcilió a los hombres y a los pueblos, haciéndolos uno solo mediante la Cruz» (Ef 2, 13-16), de la que brotó el ofrecimiento hecho a todos: «paz a los que estabais lejos, paz a los que estabais cerca».

La Cruz es el apremio supremo al apaciguamiento. En ella está «el signo máximo de unidad y el vínculo de amor» ante el que los hombres pueden rendir sus diferencias y sentirse hermanos, con una fraternidad que emana de quien es el Padre común de los hombres, de Aquel que «quiso reconciliar consigo todos los seres, los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su Cruz», según la fuerte expresión de San Pablo (Col 1, 20). Nadie puede sustituir esta mediación. Como tampoco nadie puede impedir que cuando los hombres dejan de mirar a Dios se den la espalda entre sí.

La Cruz ha sido uno de los símbolos más determinantes de la nación española, como lo ha sido de todos los países de Europa, algunos de los cuales lo llevan aún en su propia bandera. En él España ha encontrado la fuente de energía e inspiración que ha sustentado sus mayores empresas, y hoy es el símbolo del Poder y de la Gracia sobre los que se apoya la esperanza de un futuro de concordia para nuestra sociedad.

El Valle ha sido ideado sobre esta columna, sobre la que se quería apoyar a España entera. Como junto a la Cruz del Calvario, a los pies de ésta se ha abierto un sepulcro en el que, entre todos, deberíamos proponernos enterrar no sólo los cuerpos muertos, sino todo lo que provocó su muerte: las injusticias, los agravios y enfrentamientos, las venganzas y las espadas. Un sepulcro que, como el de Jesús y como la misma Cruz, sea un símbolo de victoria sobre el mal y la muerte, y de triunfo de la vida, del amor y de la paz verdaderos.

Desde ella nos llega un llamamiento apremiante para que comprendamos que es la hora de la reconciliación, la hora de que los espíritus se abran definitivamente a la armonía y a la concordia, y de que todos dejemos atrás los antagonismos que levantan muros de incomprensión tantas veces irreductible, y que extenúan la vitalidad de nuestra sociedad.

A su sombra, por el contrario, puede volver a encontrarse un pueblo de hermanos que tiene en común la misma tierra y la misma sangre, que se ha alimentado secularmente en la misma fe y en la misma cultura, sobre las cuales ha construido una identidad y una historia comunes. Si las ramas de este árbol se han diversificado, todas parten del mismo tronco.

Esta es la realeza que Cristo, desde la Cruz, desea ejercer entre nosotros y en el mundo, y este es su derecho a proclamarla: «Tú lo dices: Yo soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo», afirmó Jesús ante el representante del emperador romano. Hoy -festividad de Cristo Rey del Universo- se nos vuelve a presentar la afirmación de la soberanía absoluta de Cristo -«sólo Tú Señor», proclamamos en el Gloria de la Misa-, y la invitación a entrar en este reinado, que ostenta como un título y un derecho que están «escritos en su capa y en su brazo, como se proclama en el (Ap 19, 16): Rey de reyes y Señor de los que dominan», títulos que derivan de la naturaleza divina de Cristo y de su condición de creador y redentor de la humanidad.

Un reinado cuya finalidad consiste en que su voluntad se realice en la tierra como en el cielo. Es decir, que la ley divina gobierne la vida de los hombres, en conformidad con la naturaleza del ser que el creador, en su sabiduría y amor, les ha destinado. En la tierra, pero no sólo en el interior de los corazones, sino en todas las esferas de la realidad humana.

Cristo es Rey del universo, del universo cósmico y del universo humano en todas sus dimensiones, no para someterlos caprichosamente, sino para hacerlos verdaderamente humanos: para que reflejen la auténtica condición y dignidad del hombre en su aristocracia divina y en la nobleza de su persona humana. Por boca de Cristo, esta realeza dice, de manera regia: dad al César y al hombre lo que les pertenece, y a Dios lo que es de Dios, algo que, en nuestros tiempos, pocas veces obtiene la respuesta recíproca que sería obvia. Pero ese es el estilo de la soberanía de Dios.

Como es también su estilo no presumir de ella. Nos asegura la Escritura (Fil 2, 6): «Dios a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios». Hoy tampoco. Y por eso los hombres tienen la sensación de que se ha ausentado o de que le han derrotado. Pero ello no va a ser una oportunidad para que el reino de este mundo pase a sus manos. La soberanía sobre él continuará perteneciéndole, y sólo depende de la hora señalada por Él el que esa condición divina y esa soberanía se hagan manifiestos y sean ejercidos por Él como Rey pacífico pero ya indiscutido.

Hoy como ayer muchos entre los hombres de nuestra generación repiten: «No queremos que Éste reine sobre nosotros», no queremos «que su nombre se pronuncie más» (Jer 11, 19). Lo que significa que hemos puesto en litigio algo más que la realeza y soberanía de Cristo. En el centro de la vida y de la historia vuelve a plantearse, de manera radical, la cuestión de Dios, cuya negación se presenta como condición para la definitiva liberación del hombre, como anuncio del fin de todo lo trascendente y del esfuerzo por transformar las conciencias a fin de cancelar en ellas las huellas de su memoria.

Pero ello no cambia la realidad: lo decisivo en la historia humana ha sido su desembarco en la orilla de la divinidad. Dios es la palabra más alta que ha sido puesta en su boca, la más decisiva que el hombre ha pronunciado, el progreso máximo en el que ha penetrado: el que le permite entrar en Dios y, en Él, llegar a ser «como Dios». Satán en el paraíso le hizo esta misma insinuación, pero con intención bien distinta y con resultado de expulsión del paraíso y de sí mismo.

Todos los que hoy le hacen la misma invitación preparan para el hombre igual destino. Porque lo humano está moldeado por lo divino, y cuando se pretende borrar esta dimensión se anula la propia condición humana. El despojamiento de las señas divinas del hombre: espíritu, alma, gracia, le sustrae el rasgo decisivo de su humanidad; altera el rostro y la identidad del hombre.

Ahora bien, Dios es el paradigma. El hombre es palabra de Dios: es el producto de su acción, su imagen. En Él está el soporte natural del hombre, la fuente de toda realidad, Aquel en el que todo, también el hombre, subsiste. De Él dimana toda racionalidad, toda verdad y justicia, toda paz y libertad, toda belleza y amor verdaderos. Por ello, el señorío de Dios es la primera legitimidad que se impone, fuerte y suavemente, como fundamento del orden humano.

El hombre no funda por sí mismo la verdad porque no funda el ser; por eso no es autosuficiente ante Dios. Y por eso, no se puede exiliar a Dios impunemente. La voluntad de eliminarlo está conducida por la decisión de afirmar la soberanía de la voluntad humana y, como ya ocurrió en el paraíso, de dar paso a un plan alternativo al de Dios. No hemos desistido del intento.

El drama de nuestro tiempo es, precisamente, que estamos queriendo hacer un mundo nuevo con hombres sin alma, que nuestra generación está siendo inducida a desobedecer todo lo que afirma la ley divina y natural y a aceptar cualquier idea o supuesto derecho en contradicción con ella. Pero el hombre no es un ser imaginario al que se pueda atribuir el contenido o la interpretación que cada uno guste, porque su entidad moral y humana no es el resultado de nuestra voluntad, sino una creación, es decir, una decisión divina, que sin embargo sabe que puede quedar invalidada por nuestra libertad.

El orden moral de los individuos y de la sociedad tiene su fuente en el mismo autor de la humanidad, por lo que no puede ser rectificado lo que nos constituye moralmente. Tal intento no origina ningún derecho moralmente válido, ni ante Dios ni ante la conciencia de los hombres.

Esos derechos derivan de Él, se consolidan en Él, y de Él obtienen su sentido y su fuerza, sin que su alteración por los hombres inmute esa realidad. «Sólo la Palabra de Dios es el fundamento de toda realidad» acaba de afirmar Benedicto XVI (Sínodo 2008, 6 oct). De hecho, el proyecto de sacar a la sociedad humana de la esfera de Dios es tan necio como pretender desviar la tierra de la órbita del sol.

De ahí que las provocaciones contra Dios concluyen siempre en amenaza sobre el hombre, al que se le arrebata la fuente primordial de su dignidad, de su libertad, de su derecho y de su perfección. La racionalidad de una sociedad y de un tiempo está siempre en proporción directa al espacio que reserva a Dios. Sin Él queda oculta esa imagen divina del hombre, lo que permite despojarlo de todo lo que hace de él un ser noble, sagrado e inviolable. Por eso, Dios representa el primer derecho del hombre, en el plano individual y en social: un derecho constitutivo, incondicional, universal e intemporal. Y por eso, no podemos evitar que lo que se construye al margen de Dios o contra Él sea un fraude, como no podemos evitar que Dios sea Dios.

La búsqueda de Dios ha sostenido el pulso de la humanidad, pese a tantos titubeos. Es en esa búsqueda donde el hombre se ha encontrado también a sí mismo, así como los proyectos humanos que le configuran sustancialmente. Ese ha sido, durante siglos, el eje de la cultura europea. El fundador de los monjes de occidente, San Benito, establece que la tarea esencial de los que llegan para habitar en el Monasterio es la de buscar a Dios, la misma que la de quienes llegan a esta gran casa de Dios que es el mundo y la sociedad humana.

El mundo y el hombre no estarán definitivamente consumados hasta que no vuelvan a estar en sintonía plena con Dios. El progreso del hombre se mide por esta armonía creciente entre la imagen -el hombre- y el prototipo divino. Ese fue el objetivo central de la acción de Dios en la creación, en la encarnación y en la redención. Ni Dios ni su obra descansarán hasta que en ellos -en el hombre y en la sociedad- se cumpla exactamente el plan de Dios.

La obediencia de los pueblos a la fe y a Cristo es su máximo honor y fortaleza, y cuando no obedecen a la fe y a Cristo han de hacerlo a cualquier falacia. La negación de Cristo cuartea todas las construcciones humanas; eso es lo que quedó significado cuando, a la muerte de Jesús, se resquebrajaron las rocas del Gólgota y se rasgó el velo del Templo. Ese desgarro se mantendrá y se profundizará hasta que los hombres reconozcan como única Verdad y única Vida al que murió y resucitó del sepulcro. Entonces será renovada la faz de la tierra.

El nuestro ha sido siempre un pueblo que se ha negado a perder a Dios. Con él repitamos, como en el pasado: «venga a nosotros tu reino»; «a Él sea la gloria, el honor y el imperio por los siglos de los siglos».

domingo, 23 de noviembre de 2008

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: La historia frente a la memoria y a la manipulación del pasado


Imagen: una muestra del terror frentepopulista en Andalucía (del libro La dominación roja en España)

Al prologar la Tesis Doctoral sobre de Julio Aróstegui, el prestigioso catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense escribía unas palabras que volvía a ratificar en octubre de 1977 en su introducción a una historia de la España del siglo XIX:

«Pocas cosas he pretendido yo enseñar en las aulas de la Universidad, como no
sean estas tres que a continuación declaro [...]» La tercera de las cosas
enunciadas era «el respeto a los hombres que fueron protagonistas del pasado,
remoto o próximo, y cuyas pasiones, actos y pensamientos hemos de intentar
comprender “sine ira et studio”, para no trasponer a ellos nuestra propia
pasión; porque la historia como ciencia se justifica precisamente por esa
capacidad de comprensión que, si es usada rectamente, debe hacerla instrumento
de paz entre los hombres y no de guerra, de concordia y no de discordia, de
diálogo iluminador de nuestra inteligencia y no de imposición coactiva de
cualquier dogmatismo cerrado» (La España del siglo XIX, 1808-1898, Espasa-Calpe
S.A., Madrid, 1981, p.15).
Por aquellas mismas fechas, Ramón Salas Larrazábal hacía públicos los resultados de una larga investigación acerca de las pérdidas humanas en la Guerra Civil Española y manifestaba que su intención era «rescatar el tema de ese terreno beligerante, condicionado por solicitaciones más o menos interesadas en ofrecer una determinada y preconcebida imagen de los hechos, y devolverlo al limpio campo de la investigación histórica» (Pérdidas de la guerra, Planeta, Barcelona, 1977, pp.29-30).

Los muertos de la Guerra Civil sacados del terreno beligerante para llevarlos al de una historiografía entendida como ciencia al servicio de la paz, la concordia y el diálogo. Un programa tan ambicioso y generoso, empezó a ser reemplazado muy pronto por otro proceso en el que las víctimas de la guerra volvieron a ser agitadas unilateralmente por la izquierda al tiempo que se empezaba a reivindicar la necesaria revisión de lo ocurrido en la Segunda República, la Guerra Civil y la España de Franco bajo el señuelo de la llamada recuperación de la memoria histórica.

La presión de los sectores más radicales (con los que se alinea el actual Gobierno) ha precipitado la aprobación de una Ley que, siendo fiel expresión de estos principios, encubre la voluntad característica de los sistemas políticos totalitarios: dar refrendo jurídico a una interpretación del pasado y sentar las bases para que en su día se apliquen medidas punitivas contra los disidentes. Probablemente sean regiones como Andalucía y Extremadura y, más en concreto provincias como las de Badajoz y Córdoba algunas de las que ha sufrido con más encono esta ofensiva que nada tiene que ver con la historia a no ser su empleo como arma de un combate caracterizado por frecuentes episodios de pobreza conceptual, deterioro moral, agresividad y eliminación de toda voz discordante.

Se reconoce de manera generalizada que estos planteamientos, así como su cobertura jurídica mediante la llamada Ley de la memoria histórica, significan la ruptura del consenso que se produjo en los años de la Transición y, en última instancia, una puesta en cuestión de la propia legitimidad de dicho proceso que acabaría desembocando en una nueva etapa constituyente.

Pero lo cierto es que la recuperación de la memoria histórica forma parte de un amplio proyecto de carácter cultural que tiene necesidad de un holocausto, de un genocidio para la descalificación sin paliativos de los vencedores en la Guerra Civil, primer paso para la reivindicación de la Segunda República con cuya presunta legitimidad pretenden conectar a la España actual la extrema izquierda y los regionalismos separatistas. Cuantos más anatemas recaen sobre las consideradas fuerzas oscuras del pasado, más se esforzarán nuestros contemporáneos en romper cualquier solidaridad con ellas.

Sin embargo, los trabajos de numerosos historiadores han demostrado que fueron las izquierdas quienes destruyeron la legalidad, propiciando con ello los sucesos posteriores. Como decía recientemente en la Universidad San Pablo-CEU el historiador norteamericano Stanley G. Payne, la violencia de los procesos contrarrevolucionarios suele ser alta pero no cabe olvidar la actuación subversiva precedente como elemento desencadenante.

El proceso histórico que desemboca en la España de 1936 tiene como precedente la actuación subversiva y terrorista de las fuerzas anti-sistema, especialmente activas desde finales del siglo XIX el durante el reinado de Alfonso XIII, y se acelera con la implantación de la República en 1931. Recordemos episodios como la Semana Trágica de Barcelona, la Huelga General revolucionaria de 1917 o los asesinatos de los presidentes del Gobierno Cánovas del Castillo, Canalejas y Dato.

La Segunda República española no representó más que la victoria impuesta por una minoría audaz que se adueñó del poder con el pretexto de unas elecciones municipales que no ganó y que, por sí mismas, no permitían ese fin.

Aunque con frecuencia se oye decir que la República se implantó de manera pacífica, se olvida que unas elecciones municipales no poseen, por naturaleza, legitimidad ni capacidad para determinar un cambio de régimen, siendo decisiva, por el contrario, la presión del Comité revolucionario que venía actuando desde meses atrás y que el 13 de abril dirigía un manifiesto al país acompañado de manifestaciones y alborotos en la calle. En la entrevista de Romanones con Alcalá Zamora, presidente de dicho Comité, éste se negó a aceptar ningún acuerdo y solo se avino a conceder un plazo para que el rey saliera de Madrid, transcurrido el cual no respondía de lo que ocurriera y Alfonso XIII se dio por enterado de la amenaza.

La parte mayoritaria y más sana del pueblo español se alejó paulatinamente del nuevo Régimen al comprobar cómo la Constitución y la práctica política de los años siguientes daban paso a una política sectaria, arbitraria y ajena a sus más profundas convicciones.

El balance de seis años de República no puede ser más deplorable: innumerables incendios de iglesias, conventos, bibliotecas, escuelas y obras de arte; una constitución que el propio Presidente Alcalá Zamora definiría como una invitación a la guerra civil; leyes como la de Defensa de la República o la de Vagos y Maleantes, que convertían en ordinarias las situaciones excepcionales y permitían la reiteración de la censura, cierre de periódicos, detenciones arbitrarias...; eliminación de la educación de iniciativa religiosa con grave perjuicio directo para cientos de miles de estudiantes; concesión del derecho de autonomía a las regiones, utilizado en el caso de Cataluña para socavar la legalidad y sublevarse contra ella; deterioro de las condiciones de vida reflejada en el aumento de las muertes por hambre, que volvieron a cifras de principios de siglo; brutalidad policial de la que los sucesos de Casas Viejas son únicamente un ejemplo; aumento espectacular de la delincuencia y deterioro del orden público con huelgas, incendios, saqueos, atentados, explosiones, intentonas revolucionarias… en pocos años la República provocó un número mucho mayor de muertes de obreros que las que habían tenido lugar durante todo el período de la Restauración.

La revolución de Octubre de 1934 fue, en realidad, un fracasado golpe de estado protagonizado por una amplia coalición de izquierdas y separatistas como respuesta a la victoria electoral del centro-derecha en las elecciones de noviembre de 1933. En Cataluña, en Asturias y en otros lugares se produjo un primer ensayo de los asesinatos, saqueos, incendios y tormentos repetidos en 1936 en mucha mayor proporción. Este golpe de estado protagonizado de manera muy especial por el Partido Socialista, desacredita cualquier intento de reivindicar a la izquierda española en los años previos a la Guerra Civil pues, como dirá Salvador de Madariaga, con ella había perdido hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936. Estos sucesos son la prueba de que, para Azaña y los socialistas, no se admitía que la República fuese una forma de Estado en la que cupiesen tendencias políticas diferentes sino que en la práctica se la consideraba un régimen que negaba el derecho a la existencia a quienes no comulgasen con sus postulados.

Sofocada la revuelta con las armas quedó de manifiesto la incapacidad de los más altos poderes para responder al atentado sufrido y, mientras la propaganda izquierdista clamaba contra una represión que no había existido, los mismos organizadores de la Revolución se preparaban para un segundo y definitivo asalto al poder que tendría lugar después de las elecciones de febrero de 1936.

El proceso que llevó al Frente Popular desde un ajustado resultado electoral a redondear una mayoría en las Cámaras tuvo su culminación con la ilegal destitución del Presidente de la República y su sustitución por Manuel Azaña. Durante los meses que transcurren entre febrero y julio de 1936 se asiste al desmantelamiento del Estado de Derecho con manifestaciones como la amnistía otorgada por decreto-ley, la obligación de readmitir a los despedidos por su participación en actos de violencia político-social, el restablecimiento al frente de la Generalidad de Cataluña de los que habían protagonizado el golpe de 1934, las expropiaciones anticonstitucionales, el retorno a las arbitrariedades de los jurados mixtos, las coacciones al poder judicial... Al tiempo, actuaban con toda impunidad los activistas del Frente Popular protagonizando hechos que, una y otra vez, fueron denunciados en el Parlamento sin recibir otra respuesta que amenazas como las proferidas contra Calvo Sotelo, sacado de su domicilio asesinado poco después por un piquete compuesto por miembros de las fuerzas de orden público y elementos civiles vinculados al Partido Socialista. No había ninguna razón para no pensar que, en poco tiempo, los objetivos de la revolución de Octubre se habían de alcanzar haciendo ahora un uso combinado de la acción directa y de los cauces legales.

Es dudoso que se pueda hablar de República a partir del 18 de julio, una vez comenzada la Guerra Civil, pero, de hacerlo así, estaríamos ante un régimen de naturaleza completamente diferente al que se delimitaba en la Constitución de 1931 pues en las zonas que permanecieron bajo el control del Gobierno, se produjo una revolución protagonizada de forma relativamente autónoma por socialistas, anarquistas y comunistas, grupos que en los meses siguientes iban a protagonizar una pugna interna por la hegemonía que desembocó en el predominio del comunismo de obediencia soviética. Aquella situación en la que su presidente del Gobierno, Largo Caballero, precisaba en una carta nada menos que a Stalin que «cualquiera que sea la suerte que el porvenir reserva a la institución parlamentaria, ésta no goza entre nosotros, ni aun entre los republicanos, de defensores entusiastas» (6-enero-1937) dio paso a una República convertida en satélite de la Unión Soviética cuya preponderancia se manifiesta en todos los aspectos de la vida pública: la política general, la prensa, la organización del terror, el Ejército Popular —sujeto al Comisariado Político y vigilado por la Misión Militar Soviética— y la Hacienda pública que envía a la URSS gran parte de las reservas de oro del Banco de España y de los bienes particulares depredados por los revolucionarios o por intervención estatal.

Párrafo aparte merece la persecución religiosa y la violencia desencadenada por los frentepopulistas. La represión fue de manera predominante el resultado del «procedimiento jurídicamente inconstitucional y moralmente incalificable, del armamento del pueblo, creación de Tribunales Populares y proclamación de la anarquía revolucionaria, hechos equivalentes a “patente de corso” otorgada por la convalidación de los [...] miles de asesinatos cometidos, cuya responsabilidad recae plenamente sobre los que los instigaron, consintieron y dejaron sin castigo» (Dictamen de la comisión sobre ilegitimidad de Poderes actuantes en 18 de julio de 1936). Esta violencia costó la vida a decenas de miles de personas.

Por lo que se refiere a la persecución religiosa, refiriéndose a la situación de la Iglesia Católica en la zona de España controlada por el Frente Popular alguien escribía a los pocos meses de comenzar la Guerra Civil:

«a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas
excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio. b) Todas las iglesias
se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido. c)
Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se
incendiaron. d) Los parques y organismos oficiales recibieron campanas, cálices,
custodias, candelabros y otros objetos de culto, los han fundido y aun han
aprovechado para la guerra o para fines industriales sus materiales. e) En las
iglesias han sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes,
cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos, llevando a
cabo –los organismos oficiales los han ocupado– en su edificación obras de
carácter permanente. f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la
vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas
clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos. g) Sacerdotes y
religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de
causa por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en
la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en
las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por
cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de
sacerdote o religioso. h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención
privada de imágenes y objetos de culto. La policía que practica registros
domiciliarios, buceando en el interior de las habitaciones, de vida íntima
personal o familiar, destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas,
libros religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerda».
Aunque apenas dan una idea de lo realmente ocurrido, estas palabras resultan suficientemente descriptiva, sobre todo porque no pertenecen a ningún documento de propaganda del bando contrario sino que forman parte de un Informe presentado el 9 de enero de 1937 por Manuel de Irujo, dirigente del Partido Nacionalista Vasco, ministro sin cartera en los dos Gobiernos de Largo Caballero y ministro de Justicia en el gabinete de Negrín.

En cuanto respuesta a esta situación, el Movimiento Nacional a que dio origen el Alzamiento del 18 de julio de 1936 tuvo la finalidad de poner término al estado de anarquía que ponía en peligro la propia supervivencia del orden jurídico pero enseguida se fue configurando con un contenido positivo que buscaba una total transformación de la vida española. En el fondo, la República no había sido sino la frustración más radical de este anhelo: ni se hicieron las transformaciones que España necesitaba ni se logró siquiera una mínima base de convivencia; por eso la respuesta al desafío revolucionario no podía ser la reacción pura y simple entendida como una vuelta al pasado y la defensa de privilegios e intereses. El Alzamiento de 1936 y la Guerra Civil no fueron una simple conmoción, una sacudida superficial para devolver después las cosas al estado en que se encontraban sino que destruyeron unas ideas y sus consecuencias pero alumbraron otras y se abrieron nuevos cauces que inspiraron y condicionaron la vida española durante muchos años con consignas que eran el polo opuesto a las que se habían querido implantar hasta entonces.

Como han puesto de relieve otros historiadores europeos, la elaboración de discursos que eluden estos análisis complejos tiende a imponer una visión de la historia sustentada en los valores que se pretenden imponer desde el presente y que oculta los conflictos, la dominación, las rebeliones y las resistencias o los reinterpreta a su gusto. Silenciar elementos como los señalados hasta aquí significa prescindir de la complejidad de los procesos históricos, del papel real que desempeñaron los protagonistas, de las luchas por la hegemonía en un determinado momento. En suma, se priva a los ciudadanos que se preguntan sobre problemas que a veces les afectaron directamente, a ellos o a su familia, de las posibilidades que la historia y el método de investigación histórica aportan como única herramienta para un conocimiento racional del pasado.

Se cuenta del emperador Carlos V que cuando era azuzado ante la tumba de Lutero a buscar los restos del heresiarca para entregarlos a la hoguera, respondió: “Ha encontrado a su juez. Yo hago la guerra contra los vivos, no contra los muertos”. Sea o no cierta la leyenda, hoy hay gente que prefiere hacer su particular guerra contra los muertos. Ahora bien, no olvidemos que el Cid, también ganaba las batallas después de muerto.

La Historia puede servir como fundamento de una convivencia equilibrada cuando se establece en los términos que ya señalaron los clásicos, es decir, procediendo con buena fe, sin encono sectario y tras someter a crítica la información aportada por las más diversas fuentes. Habría que felicitar a los habitantes de Cabra y de otros ciudades que sigan el ejemplo de lo que aquí se ha llevado a cabo hoy, porque gracias iniciativas como ésta se dispone de una magnífica herramienta para situar el conocimiento del pasado más inmediato en el necesario terreno de una historiografía entendida como ciencia al servicio de la paz, la concordia y el diálogo.

  • Conferencia en Cabra (Córdoba) el 8 de noviembre de 2008, en el Encuentro de Historia celebrado con motivo del LXX Aniversario del Bombardeo de la ciudad por la Aviación Roja

jueves, 20 de noviembre de 2008

LOS QUE ENTONCES HABLARON (IV): PÍO XII


Imagen: Pío XII, Montini y Ruiz Jiménez
http://www.fuenterrebollo.com/Gobiernos/pio12-ruiz-jimenez.jpg

RADIOMENSAJE A ESPAÑA DE S. S. PÍO XII
16 de abril de 1939

Con inmenso gozo Nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la católica España, para expresaros Nuestra paterna congratulación por el don de la paz y de la victoria con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad, probado en tantos y tan generosos sufrimientos.

Anhelante y confiado esperaba Nuestro Predecesor, de santa memoria, esta paz providencial, fruto sin duda de aquella fecunda bendición que en los albores mismos de la contienda enviaba «a cuantos se habían propuesto la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la Religión» ; y Nos no dudamos de que esta paz ha de ser la que él mismo desde entonces auguraba, «anuncio de un porvenir de tranquilidad en el orden y de honor en la prosperidad».

ESPAÑA, NACIÓN ELEGIDA
Los designios de la Providencia, amadísimos hijos, se han vuelto a manifestar una vez más sobre la heroica España. La Nación elegida por Dios como principal instrumento de evangelización del Nuevo Mundo y como baluarte inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo están los valores eternos de la religión y del espíritu.

La propaganda tenaz y los esfuerzos constantes de los enemigos de Jesucristo parece que han querido hacer en España un experimento supremo de las fuerzas disolventes que tienen a su disposición repartidas por todo el mundo; y aunque es verdad que el Omnipotente no ha permitido por ahora que lograran su intento, pero ha tolerado al menos algunos de sus terribles efectos, para que el mundo viera cómo la persecución religiosa, minando las bases mismas de la justicia y de la caridad, que son el amor de Dios y el respeto a su santa ley, puede arrastrar a la sociedad moderna a los abismos no sospechados de inicua destrucción y apasionada discordia.

Persuadido de esta verdad el sano pueblo español. con las dos notas características de su nobilísimo espíritu, que son la generosidad y la franqueza, se alzó decidido en defensa de los ideales de fe y civilización cristianas, profundamente arraigados en el suelo de España; y ayudado de Dios, «que no abandona a los que esperan en El» (Iudith, XIII, 17), supo resistir al empuje de los que, engañados con o que creían un ideal humanitario de exaltación del humilde, en realidad no luchaban sino en provecho del ateísmo...

SANTA MEMORIA
Y ahora, ante el recuerdo de las ruinas acumuladas en la guerra civil más sangrienta que recuerda la historia de los tiempos modernos, Nos con piadoso impulso, inclinamos ante todo nuestra frente a la santa memoria de los Obispos, Sacerdotes, Religiosos de ambos sexos y fieles de todas edades y condiciones que en tan elevado número han sellado con sangre su fe en Jesucristo y su amor a la Religi6n Católica: «majorem hac dilectionem nemo habet»: «no hay mayor prueba de amor» (Io., XV, 13).

Reconocemos también nuestro deber de gratitud hacia todos aquellos que han sabido sacrificarse hasta el heroísmo en defensa de los derechos inalienables de Dios y de la Religión, ya sea en los campos de batalla, ya también consagrados a los sublimes oficios de caridad cristiana en cárceles y hospitales...

POLÍTICA DE PACIFICACIÓN
A vosotros toca, Venerables Hermanos en el Episcopado, aconsejar a los unos y a los otros, que en su política de pacificación todos sigan los principios inculcados por la Iglesia y proclamados con tanta nobleza por el Generalísimo: de justicia para el crimen y de benévola generosidad para con los equivocados. Nuestra solicitud, también de Padre, no puede olvidar a estos engañados, a quienes logró seducir con halagos y promesas una propaganda mentirosa y perversa.

A ellos particularmente se ha de encaminar con paciencia y mansedumbre Vuestra solicitud Pastoral: orad por ellos, buscadlos, conducidlos de nuevo al seno regenerador de la Iglesia y al tierno regazo de la Patria, y llevadlos al Padre misericordioso, que los espera con los brazos abiertos...

En prenda de las copiosas gracias, que os obtendrán la Virgen Inmaculada y el Apóstol Santiago, patronos de España, y de las que os merecieron los grandes Santos españoles, hacemos descender sobre vosotros, Nuestros queridos hijos de la católica España, sobre el Jefe del Estado y su ilustre Gobierno, sobre el celoso Episcopado y su abnegado Clero, sobre los heroicos combatientes v sobre todos los fieles, Nuestra Bendición Apostólica.

EL MITO DE AL-ANDALUS


MARTIRIO DE SAN EULOGIO EN LA CÓRDOBA ISLÁMICA

En 1492 los Reyes Católicos conquistaban Granada, último bastión del antaño poderoso dominio islámico sobre la Península Ibérica; y sus sucesores llevarían a cabo la expulsión definitiva de los moriscos, elementos reticentes a cualquier proceso de integración. ¿Qué significado tuvieron estos hechos para la posterior historia de España? Fundamentalmente dos: La Reconquista incorporó definitivamente a España a la vida cultural del Occidente Europeo y la cultura hispano-islámica se convirtió e un recuerdo lejanísimo del pasado español.

No existe una continuidad racial, social, cultural y anímica entre los andalusíes (habitantes de Al-Andalus, también llamados hispano-musulmanes) y los andaluces (habitantes de Andalucía) y no digamos de cualquier otro territorio español. Serafín Fanjul (catedrático de Literatura Árabe de la Universidad Autónoma de Madrid) ponía de relieve –no sin aguda ironía− que debemos preguntarnos «si tiene una lógica mínima que gentes apellidadas López, Martínez ó Gómez, de fenotipo similar a los santanderinos o asturianos y que no conocen más lengua que la española, anden proclamando que su verdadera cultura es la árabe. Si no fuera patético sería chistoso».

Los actuales habitantes de Andalucía y de España no descendemos de los musulmanes de Al-Andalus sino de los repobladores norteños y de distintas procedencias europeas que los sustituyeron. La despoblación de musulmanes es una constante entre los siglos XIII al XVII. Es cierto que algunos monumentos supervivientes o formas artísticas (pensemos en el arte mudéjar) pueden llevar a conclusiones equivocadas pero no confundamos el impacto visual con la realidad. Lo mismo cabría decir de las expresiones lingüísticas o de otras formas culturales.

Por cualquiera de los dos capítulos el balance es altamente positivo. Sin la España de los Reinos cristianos y la Reconquista:

«La imagen de esa España enteramente islamizada que triunfaba en mis sueños era cruelísima. Nunca se había descubierto el sepulcro de Santiago, no había surgido la leyenda del Apóstol Caballero, no habían tenido lugar las peregrinaciones a Compostela y la cultura de la Europa cristiana no había pasado el Pirineo. No se habían escrito ni iluminado las maravillas de los llamados Beatos. No se habían construido nuestros templos prerrománicos en tierras cantábricas, ni los de estilo mozárabe al sur de los montes, ni después las iglesias y monasterios románicos y góticos. Nunca se habían alzado las grandes y bellas catedrales de Santiago, Zamora, Salamanca, León, Burgos, Toledo, Barcelona, Sevilla… No se habían escrito el “Poema del Cid”, ni los otros cantares de gesta. No se habían redactado los fueros municipales que garantizaron las libertades de ciudades y villas de los reinos cristianos, ni habían surgido las Cortes, embriones de Parlamentos. Y no podríamos recrearnos leyendo al arcipreste de Hita, a don Juan Manuel, al Canciller Ayala, etcétera» (Claudio Sánchez Albornoz).

Hay que reconocer que en el balance general de lo que ha significado la aportación de lo islámico al progreso cultural de la humanidad, el caso de la España islamizada presenta un balance altamente positivo aunque es dudoso que ello se deba a las propias capacidades de lo importado por los musulmanes; lo cierto es que la cultura española pre-arábiga tenía tal potencia que la presencia islámica apenas pudo eclipsarla y, en buena medida, bebió de sus fuentes. Me refiero a hechos como el empleo en arquitectura del arco de herradura, a la subsistencia de los sistemas de comunicación romanos o a la organización administrativa, a la continuidad de técnicas agrícolas romanas que los invasores adoptaron…

Pero lo cierto es que Al-Andalus no era un paraíso terrenal. Aquel lugar idílico en el que habrían convivido los fieles de las tres culturas (algo que todavía se utiliza como reclamo turístico) es algo sin ningún fundamento en los textos originales escritos por los protagonistas. Al-Andalus fue, antes que nada, un territorio sometido al Islam con las consecuencias que eso suponía: «aplastamiento social y persecuciones intermitentes de cristianos, fugas masivas de éstos hacia el norte (hasta el siglo XII), conversiones colectivas forzadas, deportaciones en masa a Marruecos (ya en tiempos almohades), pogromos antijudíos (v.g., en Granada, 1066), martirio continuado de misioneros cristianos mientras se construían las bellísima salas de la Alambra…» (Serafin Fanjul).

Las tres culturas vivían en un régimen de “getho”, de apartheid real. Eran comunidades yuxtapuestas, no mezcladas con regímenes jurídicos, económicos y de rango social distintos y con periódicas persecuciones muy cruentas como la sufrida por los cristianos en tiempos de Abderramán II o por los judíos en el siglo XII. Al historiador no le corresponde hacer ninguna condena moral por estos hechos que −en una u otra forma− tienen paralelos en todas las sociedades de su contexto pero menos aún debe asumir la tarea de idealizar el pasado al servicio de dos proyectos ideológicos que pueden llegar a darse la mano: la desmembración de España y la expansión actual del Islam.

Por eso se ha calificado de “Mito” la idea-fueza de un Al-Andalus construido a imagen y semejanza de las reivindicaciones de los islamizantes de hoy. Por eso no basta con ofrecer una reconstrucción histórica de lo sucedido de la que ya disponemos pero que no llega a nuestros estudiantes y a nuestros ciudadanos. En la medida que España no vuelva a ser lo que era para nuestros antepasados, una idea-fuerza, un proyecto sugestivo de vida común y eso no se concrete en medidas concretas de naturaleza cultural y política no nos extrañe que se repita la historia y, como ocurrió en la España del 711, la traición y la falta de conciencia de la propia identidad vuelvan a abrir el portillo al invasor.

domingo, 16 de noviembre de 2008

CONFERENCIA DE FERNANDO SUÁREZ EN CÁCERES







FERNANDO SUÁREZ GONZÁLEZLicenciado en derecho por la Universidad de Oviedo con premio extraordinario y doctor por la Universidad de Bolonia (1960). Profesor de derecho del trabajo en la Universidad Complutense de Madrid, ganó por oposición (1972), la cátedra de esa disciplina en la Universidad de Oviedo. Fue jefe nacional de Enseñanza y, entre 1960 y 1962, jefe de la Delegación Nacional de Juventudes al tiempo que consejero nacional de Educación. Entre 1962 y 1963 se hizo cargo de la Dirección del Instituto de la Juventud, mientras desempeñaba las labores de director del Colegio Mayor Diego de Covarrubias (1960-1970). En junio de 1973 fue nombrado director general del Instituto Español de Emigración. Procurador en Cortes por el tercio familiar por la provincia de León entre 1967 y 1971. Fue nombrado vicepresidente tercero y ministro de Trabajo el 5 de marzo de 1975 en el último gobierno del general Franco. Contribuyó destacadamente a la Transición española a la democracia, especialmente como miembro de la ponencia que defendió el Proyecto de Ley para la Reforma Política. Sus discursos en el pleno de las Cortes Españolas en defensa de dicho proyecto, son considerados, aún hoy, como de los más brillantes que se recuerdan en el hemiciclo. Catedrático emérito de Derecho del Trabajo de la UNED. En 2007 ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

jueves, 13 de noviembre de 2008

ENTREVISTA



Entrevista publicada en: Iglesia en Coria-Cáceres (9-noviembre-2008)

Don Ángel David Martín Rubio es el Delegado Diocesano de Fe-Cultura.
Es también párroco de Cañaveral e historiador


¿Qué significan las relaciones entre la fe y la cultura que son el contenido de tu Delegación? ¿Es algo puramente intelectual, que interesa a los teólogos o a una élite de pensadores o también al pueblo cristiano? ¿Hay pocos creyentes confesos en los diversos campos del arte y de la cultura? ¿A qué se debe?
No se trata de poner en relación dos realidades ajenas entre sí como serían la fe y la cultura sino de contribuir a que haya expresiones de la fe en el mundo de la cultura. Esto afecta a la vida del pueblo cristiano porque siempre se le puede plantear el ideal de vivir en una cultura impregnada por el Evangelio; de no hacerlo así serán otras filosofías o ideologías las que se impongan en el horizonte cultural. Hay pocos creyentes confesos en este mundo porque la cultura moderna además de ser dominante y excluyente, se ha construido sobre la negación del cristianismo. Esto es un proceso histórico de larga duración difícilmente reversible sin conversión.

¿Qué relación observas de esta temática con otras que afectan a la Delegación de Enseñanza, de Espiritualidad o de Asociaciones como “Hombre Nuevo”? ¿Tenéis proyectada alguna propuesta de acción conjunta?
El Concilio Vaticano II destacó la importancia de la cultura para el pleno desarrollo del hombre, los múltiples vínculos que existen entre el mensaje salvífico y la cultura, y el mutuo enriquecimiento entre la Iglesia y las culturas en la comunión histórica con las diversas civilizaciones. En cada uno de los campos apuntados (Enseñanza, Espiritualidad, Patrimonio...) hay numerosos puntos de contacto que permiten la colaboración con otras instancias de la Diócesis así como la puesta en marcha de iniciativas comunes.

– Con motivo del Año Paulino tenéis organizado un curso o unas conferencias: ¿podrías comentarlo e invitar a que asistan nuestros lectores? ¿Qué otras iniciativas están programadas?
Se trata de presentar la figura de San Pablo con especial atención a los planteamientos de carácter histórico-crítico sobre su biografía y actividad así como a su relación con la sociedad y la cultura de su tiempo; también vamos a participar junto con el Foro Historia en Libertad en la organización de las Jornadas de Historia Militar que por segundo año consecutivo se celebran en Cáceres, este año dedicadas a la Guerra de la Independencia (15 de noviembre). El día 17 de noviembre se inicia el ciclo de conferencias “Raíces Históricas de la España Actual” con la presencia del ex ministro Fernando Suárez; dicho ciclo continuará durante el resto del año y también tenemos programado un curso sobre el arte moderno y su influencia en la Liturgia.

Eres profesor de Historia de la Iglesia en Extremadura en el I. S. de CC. Religiosas Virgen de Guadalupe. ¿Crees que los diocesanos y extremeños conocemos nuestra historia y por qué no coinciden los límites provinciales y diocesanos?
Cuando se conoce esta historia resulta fácil de explicar esa diferencia ya que, precisamente, es fruto de un pasado en el que no siempre hay homogeneidad entre la administración civil y las estructuras Diocesanas, por cierto, mucho más antiguas. Pensemos en que la diócesis de Coria existía ya en el siglo VI mucho antes de que se empezara a hablar de Extremadura.
¿Se ha tergiversado el papel o la actuación de la Iglesia durante y después de la Guerra Civil, así como la actuación de Pío XII con los judíos, por ejemplo?
Todo depende del criterio desde el que uno haga la valoración. A mí, por ejemplo, la actuación de la Iglesia en los años de la Guerra Civil y posteriores me parece que ofrece un resultado muy positivo.
a) Destaca el hecho y el personaje histórico para ti más relevante en general y en Extremadura en particular.
– En general, la construcción de la cristiandad medieval y su defensa contra la Modernidad llevada a cabo, especialmente en España, durante siglos. Para Extremadura, la conquista y Evangelización de América. Como personajes históricos, todos los que han contribuido a esas dos obras.
b) Un libro preferido que recomendarías.
– “El silencio de Dios” de Rafael Gambra.
c) ¿Cómo disfrutas más: escribiendo, explicando en clase o “pastoreando” en Cañaveral?
– Digamos que... escribiendo lo que he explicado en clase, y esto puede hacerse durante un rato libre en Cañaveral.

d) ¿Cómo es tu imagen actual de la Iglesia en general? ¿Estamos a una buena altura: en qué más y de qué adolecemos?
- Me parece que la Iglesia actual está atravesando la crisis más grave de su historia porque comparto la existencia de una ley de la conservación histórica de la Iglesia que fue formulada por
el filósofo romano Amerio en los siguientes términos: la Iglesia está fundada sobre el Verbo Encarnado, es decir, sobre una verdad divina revelada y recibe la gracia necesaria para acomodar
su propia vida a dicha verdad (es dogma de fe que la virtud es posible en todo momento). La Iglesia no peligra en caso de no acomodarse a la verdad sino cuando se pone en situación de perder la referencia a la verdad. La Iglesia peregrinante no es dinamitada por efecto de las debilidades humanas sino por aquéllos que llegan a cercenar el dogma y formular en proposiciones teóricas las depravaciones que se encuentran en la vida. O como dice un amigo mío de manera más sencilla aunque no menos profunda: “hace más daño una idea equivocada que un fallo moral”.

Miguel Fresneda Corbacho
http://www4.planalfa.es/coriacaceres/hoja/hoja%209-11-2008.pdf

miércoles, 12 de noviembre de 2008

¿CAÍDOS DE UN BANDO O MÁRTIRES DE ESPAÑA?



Con frecuencia se oye decir que los mártires de la persecución religiosa desencadenada entre 1931 y 1939 no pertenecen a ninguno de los dos bandos en que quedó dividida España a partir de julio de 1936.

Evoquemos un suceso entre muchos que podrían citarse. Una tarde de agosto, un avión había logrado situarse a escasa altura sobre el patio central del Alcázar de Toledo y dejado caer con éxito un saco de víveres y un mensaje alentador. En la fortaleza resistían desde el 19 de julio unos centenares de hombres acompañados por sus familiares. En cambio, un intento de la aviación enviada por los sitiadores para bombardear el Alcázar tuvo fatales resultados para los sitiadores que murieron por decenas al caer las bombas extramuros del objetivo. La reacción y la impotencia ante el propio fracaso no tardaron en estallar. Aquella misma noche sacaron de la cárcel y llevaron a fusilar entre setenta y ochenta presos entre los que se encontraban el joven Luis Moscardó, hijo del jefe de los defensores del Alcázar y el prestigioso deán de la catedral primada, don José Polo Benito, este último uno de los 498 beatificados en Roma el 28 de octubre del pasado año.

Polo Benito es todo un símbolo del clero español que sufrió la persecución desencadenada por republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas que en poco más estaban de acuerdo que en el deseo de exterminar a la Iglesia. Nació en Salamanca en 1879. Se formó en el seminario de la ciudad y allí se ordenó en 1904. A partir de 1911 trabajó activamente por la comarca extremeña de Las Hurdes, donde desempeñó una importante labor previa a la célebre visita de Alfonso XIII a la zona. En su propio hogar estableció unas cocinas de caridad, con las que socorría a cientos de familias necesitadas. En 1923 fue nombrado deán de la catedral de Toledo. Hombre al mismo tiempo de letras y de piedad intensa, el martirio no fue sino la coronación de toda una vida. Por su parte, al Coronel Moscardó le habían amenazado con fusilar a su hijo si no entregaba el Alcázar. Su respuesta no pudo ser más elocuente. En España se volvía a luchar con acentos de Cruzada y, como en tiempos de la Reconquista seguía vivo el espíritu de Guzmán el Bueno. Junto a Polo Benito, Luis Moscardó cayó bajo el plomo en la Puerta de Cambrón.

Decir que aquellos mártires no tienen nada que ver con la Guerra Civil, ni con los Caídos de un bando ni con la España de Franco, a mí me suena a cobardía o a “lavado de cara”. Por eso prefiero evocar la historia tal y como fue. Porque la verdad es que, al mismo tiempo que Moscardó cumplía el último deseo de su padre: morir encomendando su alma a Dios y a los gritos de “¡Viva Cristo Rey!” y “¡Viva España!”; al tiempo que Polo Benito y sus compañeros subían al cielo, en el Alcázar un puñado de hombres, sostenidos por el mismo ideal, recibían la consigna que tantas veces les repitió Antonio Rivera Ramírez, el Angel del Alcázar, secretario diocesano de los jóvenes de Acción Católica, muerto como consecuencia de las heridas recibidas en el asedio y también en proceso de beatificación: “Tirad, pero tirad sin odio”.

La historia hay que contarla entera, tal y como fue. No nos vaya a pasar como a un viejo jesuita acomodado a los nuevos usos que, ante la perspectiva de recuperar la observancia religiosa propia de la Iglesia antes del Concilio, decía: "Es que si vuelve lo de antes, el primero que sale perdiendo soy yo"

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jueves, 6 de noviembre de 2008

EL SUPUESTO BOMBARDEO DE CABRA












Un anónimo comentarista de nuestro Blog afirma: "Discrepo absolutamente del fondo y la forma de este comentario. El ejercito de Franco, a través de la legión Condor bombardeo Guernica el 27 de Abril de 1.937,mucho antes de que,supuestamente el ejercito republicano hiciese lo propio en Cabra. Extraña a estas alturas que salga a relucir este bombardeo del que no se había hablado antes"

Revelador intento de involucrar a Franco en un suceso (el bombardeo de Guernica) en el que no le cupo ninguna responsabilidad directa.

En cuanTo a que el ejército republicano "supuestamente" hizo lo mismo, reproducimos algunas fotos de los efectos del bombardeo y el nombre de las víctimas.

Y para infomarse acerca de quién comenzó los ataques sobre la población civil remito al magnífico artículo de Patricio Hidalgo Luque en el siguiente enlace:
LOS BOMBARDEOS AÉREOS REPUBLICANOS SOBRE LA RETAGUARDIA NACIONAL DURANTE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA: APROXIMACIÓN AL CASO DE CÓRDOBA

Comentarios así demuestran hasta dónde puede llegar la capacidad de manipulación del pasado que estamos sufriendo

LISTADO DE VÍCTIMAS OBRANTE EN EL SANTUARIO NACIONAL DE LA GRAN PROMESA DE VALLADOLID

Aguilar Gallego, Petra. Obrera, 68.
Alonso Bonilla, Manuel. Soldado.
Aranda Serrano, Rafael. Obrero, 32.
Arévalo Camacho, Antonio. Hortelano, 66.
Ariza Aguilera, Cristóbal. Obrero, 50.
Barba Cubero, José. Hortelano, 63.
Bernal Gil, José. Cabo.
Borjas Mesa, José. Sargento de la Guardia Civil retirado, 57.
Borrallo Baena, Antonio. Obrero, 35.
Carabel de la Rosa, Manuel. Soldado.
Carrillo Cañero, José. 15.
Carrillo Ruiz, Celedonio. Obrero, 40.
Castillo Basurte, Rafael. 8.
Castro Arroyo, Rafael. Industrial, 43.
Castro Montero, Antonio. Soldado.
Castro Peña, Ana. Obrera, 48.
Cecilla Lama, Vicente. Hortelano, 50.
Córdoba Espinar, Antonia. Obrera, 17.
Cuevas Salazar, Rafael. Jornalero, 60.
Cumplido Valle, Natividad. Obrera, 21.
Delgado Hoyos, Manuel. Soldado.
Estacio Muñoz, Francisco. Prisionero, 29.
Fernández Morales, Eduardo. Soldado.
Fuentes Jiménez, Gabriela. Obrera, 60.
García Moral, Joaquín. Jornalero, 38.
García Reyes, Joaquín. Obrero, 63.
Gómez Castro, Francisco. Hortelano, 73.
González Agudo, Carmen. Obrera, 43.
González Castro, Soledad. 24.
González Guardeño, José. Obrero, 35.
Guardeño Castro, Antonio. Obrero, 35.
Guardeño Córdoba, Francisco. Obrero, 60.
Guardeño Guardeño, Antonia. 21.
Guardeño Guardeño, Antonio. 8.
Guardeño Guardeño, Juliana. 13.
Guardeño Guardeño, Mercedes. 13 meses.
Guardeño Santiago, Juliana. 43.
Guerrero Corpas, Francisco. Obrero, 73.
Guerrero Lama, Josefa. 70.
Guzmán Jiménez, Antonia. Obrera, 50.
Herrero Galisteo, Eusebio. Espartero, 54.
Hurtado Calzado, Diego. Herrero, 48.
Jiménez Fernández, Mariana. 10.
Jurado Ceballos, Antonio. Obrero, 70.
León Márquez, Manuel. Soldado.
López Álvarez, Emilio. Prisionero, 17.
López Chaves, José. Obrero, 48.
López del Valle, Antonio. Corredor, 43.
López Moya, Pedro. Obrero, 33.
López Ordóñez, Josefa. Obrera, 51.
López Ordóñez, Manuela. 40.
Maíz Nieto, Antonio. Obrero, 56.
Manchado Valverde, José. 65.
Medina Grande, Manuel. Obrero, 35.
Medina Oteros, Lorenza. Hortelana, 30.
Medina Oteros, Sierra. 21.
Mejías de Mora, Juan. Soldado.
Montero Molina, Ángel. 11.
Montero Molina, Antonio. 10.
Montes Montes, Rafael. Jornalero, 45.
Montoya Villasán, Enrique. Alférez GFRI “Alhucemas” nº 5.
Moñiz Cecilla, Rafael. Industrial, 43.
Moral Barranco, José. Zapatero, 50.
Morel Soto, Carmen. 14.
Moreno Arroyo, Antonio. 52.
Moreno Arroyo, José. 59.
Moreno Sabariego, Juan. Obrero, 65.
Moreno Vilchez, Manuel. Zapatero, 41.
Morillo Gaspar, Sierra. Obrera, 51.
Morillo Vera, Antonio. Obrero, 60.
Muñiz Marzo, Rafael. Obrero, 60.
Muñoz Castro, Luis. Obrero, 16.
Muñoz Morillo, Antonia. Revendedora, 45.
Ordóñez Castro, Manuel. Obrero, 60.
Ortiz Flores, Rafael. Obrero, 50.
Ortiz Gómez, Francisco. Hortelano, 42.
Payar Ruiz, Rafael. Guardia municipal, 40.
Peña Campos, Francisco. Obrero, 73.
Pérez Bermúdez, Ángel. Jornalero, 36.
Pérez Ruiz, Ángel. Obrero, 51.
Porras Arroyo, Joaquín. Obrero, 55.
Porras Bermúdez, Vicente. Obrero, 36.
Quero Hinestrosa, Antonio. Obrero, 50.
Rodríguez Moral, Francisco. Barbero, 45.
Roldán Alcántara, Manuel. Hortelano, 34.
Roldán González, Antonio.40.
Roldán Ortiz, Francisco. Obrero, 70.
Romero Ramírez, Diego. Obrero, 14.
Romero Roldán, Juan. Obrero, 60.
Rosa Flores, Sierra. Obrera, 50.
Ruiz Cuevas, Jesús. 9.
Ruiz Yedra, Antonia. 48.
Salcedo Pérez, Andrés. 30.
Sánchez Sánchez, Antonio. Cabo.
Serrano Córdoba, Antolín. 56.
Serrano Pulido, Francisco. Del campo, 48.
Urbano Serrano, Felipe. Obrero, 55.
Valle Valverde, Domingo. Obrero, 56.
Vega Benítez, Narciso. Soldado.
Zamorano Almagro, Domingo. Obrero, 58
Arriaga Castro, Cristóbal, 50 años.
Mesa Gaspar, Francisco, 53 años.
Rovira González, José
Moro Bonilla, Manuel, soldado.
Pocero Valverde, Carmen.
Pérez Flores, Rosario, 55 años.
De la Rosa Moreno, Francisco, 55 años

martes, 4 de noviembre de 2008

HABLANDO DE GENOCIDIOS: 70 ANIVERSARIO DEL BOMBARDEO DE CABRA

Muy pocos recuerdan que el 7 de noviembre de 1938 la Aviación a las órdenes del Gobierno republicano bombardeó la cordobesa ciudad de Cabra causando más de un centenar de muertos.

Desde el punto de vista técnico, la Aviación durante nuestra guerra vio la transición del avión biplano al monoplano, desarrollándose nuevas tácticas de combate aéreo a mayor velocidad y altura, se verificó el aumento del potencial de fuego de los cazas y se ejecutaron los primeros bombardeos de poblaciones como elemento de castigo hacia la población civil. En efecto, si bien durante la Primera Guerra Mundial ambos bandos habían bombardeado ciudades de la retaguardia enemiga, fue durante la Guerra Civil Española cuando se generalizó esta práctica, prevista en las doctrinas que sobre el poder aéreo se desarrollaron en Europa y en Estados Unidos en la época de entreguerras. En este último sentido es importante la distinción entre bombardeo táctico y estratégico. En el bombardeo táctico las fuerzas aéreas intentan derrotar al enemigo en una batalla en particular (en muchas ocasiones cooperando con otros elementos de las fuerzas armadas) mientras que en el bombardeo estratégico el objetivo es derrotar al enemigo en la guerra, realizando para ello una campaña de envergadura que mine poco a poco los recursos del adversario (ya sea su capacidad industrial, la moral de sus ciudadanos en retaguardia o cualquier otro procedimiento).

El bando republicano fue el primero en bombardear ciudades, de forma que antes de finalizar el mes de julio de 1936 ya habían sufrido estas agresiones Zaragoza, Córdoba, Sevilla y otras, según se reconoce en sus propios partes oficiales de guerra. Ahora bien, mientras que el Gobierno del Frente Popular inició una activa campaña publicitaria frente a los bombardeos nacionales, que llegó incluso al Vaticano, la propaganda nacional, mucho menos preocupada por estas materias, sólo acertó a responder tardíamente con unos folletos que registran menos bombardeos y muertos causados por el enemigo que los que hubo realmente como demostró el historiador Patricio Hidalgo Luque en una Comunicación presentada al II Congreso Internacional sobre la Segunda República y la Guerra Civil (Universidad San Pablo-CEU, 2006).

Aquel 7 de noviembre de 1938 la línea principal del frente se encontraba en el Ebro, muy lejos de Córdoba. Una de las bombas cayó en el mercado de Abastos de Cabra donde se hallaban reunidos los campesinos del entorno… Entre los muertos, población civil, mujeres y niños… La guerra estaba perdida pero había tiempo de seguir prolongando el sufrimiento y de provocar más destrucciones, incluso en lugares que el Ejército Popular ni siquiera soñó con pisar.

El Gobierno del socialista Negrín tenía un importante número de “artistas” a sueldo; recordemos que algunos de ellos estaban en nómina como comisarios políticos en el ejército mientras que la España nacional vivía volcada en el esfuerzo de guerra. Tal vez por eso, excepto algunas referencias en la prensa española y en algunas publicaciones afines del extranjero se habló muy poco de este bombardeo; no hubo un Picasso que inmortalizase la tragedia y en los libros de historia apenas se dedican unas líneas a lo ocurrido. Y es que las ciento ocho vidas de Cabra parecen pesar mucho menos que las ciento veinte de Guernica cuando se pasan por el filtro de la propaganda roja o de la memoria histórica.

Han pasado 70 años, pero quizás hoy como nunca se impone el deber de conocer el pasado para evitar que personajes como Zapatero y Garzón lo utilicen para controlar el presente.

Publicado en:

JORNADAS DE HISTORIA: 70 ANIVERSARIO BOMBARDEO DE CABRA (1938-2008)


sábado, 1 de noviembre de 2008

LOS QUE ENTONCES HABLARON (III): Don Marcelo González, Arzobispo de Toledo


Imagen: http://www.generalisimofranco.com/marcelo/01.htm

Durante los funerales celebrados en la Plaza de Oriente, el cardenal primado de España, don Marcelo González Martín, pronunció la siguiente homilía:

Hoy celebra la Iglesia la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Rey de la vida y de la muerte. De la vida porque Él, como de Dios, la hemos recibido. De la muerte, porque con su resurrección la ha vencido en su cuerpo glorioso, y ha asegurado la misma victoria a los que creen en Él. “Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo aquel que vive y cree en mi no morirá para siempre”.

Dejad que estas palabras crucen los cielos de la Plaza de Oriente y lleguen al corazón entristecido de los españoles. Trasmitídselas, y vosotros mismos, los que con el más vivo dolor podéis repetirlas porque creéis en Jesucristo, y por lo mismo, podéis demostrar que vuestra esperanza es al menos tan grande como vuestro dolor.

Vosotros, excelentísima señora y familiares de Francisco Franco, Reyes de España, Gobierno e instituciones de la nación. Su eco os será devuelto inmediatamente por un pueblo inmenso cuyo rumor se extiende sobre todas las tierras de España.

Estamos celebrando el Santo Sacrificio de la Misa y elevamos nuestras plegarias a Dios por el alma del que hasta ahora ha sido nuestro Jefe de Estado. He ahí sus restos, ya sin otra grandeza que la del recuerdo que aún puede ofrecernos de la persona a quien pertenecieron mientras vivió en este mundo. Frente a ellos nuestra fe nos habla, no del destino inmediato que les espera al ser depositados en un sepulcro, sino de la eternidad del misterio de Dios Salvador en que su alma será acogida, como lo será también ese mismo cuerpo en el día de la resurrección final. ¡Oh cristianos, niños y adultos, mujeres y hombres creyentes, hermanos míos en la fe de Jesucristo! Que vuestro espíritu responda en este momento a las convicciones que nacen de nuestra conciencia religiosa. Ante ese cadáver han desfilado tantos que necesariamente han tenido que ser pocos, en comparación con los muchos más que hubieran querido poder hacerlo, para dar testimonio de su amor al padre de la Patria, que con tan perseverante desvelo se entregó a su servicio.

Presentaremos a la adoración de todos ellos la Hostia Santa y pura de la Eucaristía, nos sentiremos incorporados a la oblación del Señor con la nuestra, podremos ceder, en beneficio de aquel a quien amábamos, los méritos que por nuestra participación pudiera correspondernos, y juntos rezaremos el Padrenuestro de la reconciliación y la obediencia amorosa a la voluntad de Dios, que está en los Cielos.

La espada de Franco
Ese hombre llevó una espada que le fue ofrecida en 1926 y un día entregó al cardenal Gomá, en el templo de Santa Bárbara de Madrid, para que la depositara en la catedral de Toledo, donde ahora se guarda. Desde hoy sólo tendrá sobre su tumba la compañía de la Cruz. En esos dos símbolos se encierra medio siglo de la historia de nuestra Patria, que ni es tan extraña como algunos quieren decirnos, ni tan simple como quieren señalar otros. Ojalá esa espada –él mismo lo dijo- no hubiera sido nunca necesaria; ojalá esa Cruz hubiera sido siempre dulce cobijo y estímulo apremiante para la justicia y el amor entre los españoles.

En este momento en que hablan las lágrimas y brotan incontenibles las esperanzas y los anhelos de toda España, el patriotismo como virtud religiosa, no como exaltación apasionada, pide de nosotros que levantemos nuestra mirada precisamente hacia la Cruz bendita para renovar ante ella propósitos individuales y colectivos que nos ayuden a vivir en la verdad, la justicia, el amor y la paz, exigencias del Reino de Cristo en el mundo.

Brille la luz del agradecimiento por el inmenso legado de realidades positivas que nos deja ese hombre excepcional. Gratitud que está expresando el pueblo y que le debemos todos, la sociedad civil y la Iglesia, la juventud y los adultos, la justicia social y la cultura extendida a todos los sectores. Recordar y agradecer no será nunca inmovilismo rechazable, sino fidelidad estimulante, sencillamente porque las patrias no se hacen en un día, y todo cuanto mañana pueda ser perfeccionado encontrará las raíces de su desarrollo en lo que se ha estado haciendo ayer y hoy, en medio de tantas dificultades.

La ilusión creadora de paz
Con la gratitud por lo que hizo, y siguiendo el ejemplo que nos dio, es necesaria, mirando al futuro, no sólo la esperanza, irrenunciable en cualquier hipótesis mientras que el hombre es hombre, sino algo más, la ilusión creadora de paz y de progreso, que es una actitud menos conformista y más difícil, porque obliga a conciliar a todos los esfuerzos de la imaginación bien orientada con la bondad de corazón y la buena voluntad. Ardua tarea a la que hemos de entregarnos a través de las pequeñas cosas de cada día y con las decisiones importantes de la vida pública, para que la libertad sea eficiente y ordenada, el pluralismo nos enriquezca en lugar de disgregarnos, la comprensión facilite el análisis necesario de las situaciones, y toda la nación, jamás esclava de las ideologías que por su naturaleza tienden a destruirla, avance hacia una integración más serena de sus hijos, unidos en un abrazo como el que él ha querido darnos a todos a la hora de morir, invocando en la conciencia los nombres de Dios y de España.

Mas, ¡qué fácil es proclamar principios y manifestar deseos cuando no se tienen las responsabilidades que atan o abren las manos! Por eso, en este momento, todavía lleno de aflicción, pero ya abierto hacia los nuevos rumbos que se dibujan en el horizonte, incapaz yo de dar consejos y temeroso de que también los hombres de la Iglesia podemos excedernos, con nuestra mejor voluntad, me detengo con respeto ante vosotros, hijos de España, y apelo a vuestra conciencia de ciudadanos rectos, o a vuestra fe religiosa en los que la profesan, para que no os canséis nunca de ser sembradores de paz y de concordia al servicio de un orden justo. Dentro del cual, y sin tratar de imponer a nadie convicciones que pueda no compartir, habéis de permitir, a quien habla como obispo de la Iglesia, que afirme su fe en que siempre hay una voz que puede ser escuchada; la voz de Dios, que en la vida y en la muerte nos llama sin cesar al perdón, al amor, a la justicia, y a las realizaciones prácticas con que esas actitudes tienen que manifestarse en la vida social de los pueblos. Estoy hablando de Dios porque creo muy poco en la eficacia duradera de los simples humanismos sociales. Jamás han existido tantos, y jamás han aparecido tantas incertidumbres en las conciencias de los hombres que se llaman libres.

Un pueblo que espera
Ese pueblo que sufre es también un pueblo que espera y sabe amar. Todos, desde el más alto al más bajo, en esta hora solemne en que se escriben capítulos tan importantes de nuestra historia, tenemos gravísimos deberes que cumplir; a todos se nos dice que si el grano de trigo no muere y se hunde en la tierra, queda infecundo. La civilización cristiana, a la que quiso servir Francisco Franco, y sin la cual la libertad es una quimera, nos habla de la necesidad de Dios en nuestras vidas. Sin Él y sus leyes divinas, el hombre muere, ahogado por un materialismo que envilece.

Para vos, Majestad, que al día siguiente de ser proclamado Rey os toca presidir las exequias del hombre singular que os llamó a su lado cuando erais niño, pido al Señor que os dé sabiduría para ser Rey de todos los españoles, como tan noblemente habéis afirmado, y que el combate por la justicia y la paz dentro del sentido cristiano de la vida no cese nunca. Y pido, para el que os llamó, que el mismo Dios le acoja benigno en su misericordia infinita, tal como humildemente se lo suplicó cuando le llegaba la muerte.

Y que la Patria perdone también a sus hijos, a todos cuantos lo merezcan. Será el primer fruto de un amor que comienza, y el postrero de una vida que acaba de extinguirse. “Requiem aeternam dona ei, Domine, et lux perpetua luceat ei”.

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