«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

martes, 29 de octubre de 2013

29-0ctubre: La necesaria poesía que promete

Hace hoy ochenta años, el 29 de Octubre de 1933, pronunciaba José Antonio Primo de Rivera en el madrileño Teatro de la Comedia un discurso que ha tenido una trascendencia comparable a pocas piezas oratorias.
 
En aquella España de los problemas, del eco del noventa y ocho, del regeneracionismo fracasado y de los complejos ante Europa, un joven creyente, fiel cumplidor de sus deberes religiosos y definido por la nobleza de su carácter, profesionalidad, elegancia en el trato, lealtad y espíritu de servicio, iba a levantar una bandera capaz de entusiasmar a muchos de sus compatriotas.

Por encima de soluciones técnicas más o menos acertadas y algunas de ellas, muy probablemente, superadas, el legado del fundador de la Falange radica en su opción por devolver a la política la dimensión moral que le pertenece y que, todavía hoy, vemos tantas veces negada. La vocación política de José Antonio derivó en impulso capaz de poner en pie a un pueblo al conjuro de una misión en la historia y de movilizar su capacidad de sacrificio. Por ese impulso moral, a la voz del Capitán, miles de jóvenes se movilizaron en los frentes de combate o fueron asesinados en la retaguardia frentepopulista cuando ya tenían el Cara al sol para "hacer más alegre nuestra muerte". Él mismo, caería bajo las balas de un pelotón de fusilamiento, tras la sentencia de un Tribunal que formaba parte de la maquinaria de terror puesta en marcha por el Gobierno del Frente Popular.
 
La saña de un lado... y la antipatía del otro
Si la Falange se consolida en cosa duradera, espero que todos perciban el dolor de que se haya vertido tanta sangre por no habérsenos abierto una brecha de serena atención entre la saña de un lado y la antipatía de otro. Que esa sangre vertida me perdone la parte que he tenido en provocarla, y que los camaradas que me precedieron en el sacrificio me acojan como el último de ellos.
 
Signo trágico, el de la muerte en acto de servicio, inseparable para los adheridos a la naciente Falange que se vieron sometidos a la violencia desatada por los dirigentes del Partido Socialista. Así lo denunciaba José Antonio en el Parlamento el 1 de febrero de 1934:
Frente a esas imputaciones de violencias vagas, de hordas fascistas y de nuestros asesinatos y de nuestros pistoleros, yo invito al señor Hernández Zancajo a que cuente un solo caso, con sus nombres y apellidos. Mientras yo, en cambio, le digo a la Cámara que a nosotros nos han asesinado un hombre en Daimiel, otro en Zalamea, otro en Villanueva de la Reina y otro en Madrid, y está muy reciente el del desdichado capataz de venta del periódico F.E.; y todos éstos tenían sus nombres y apellidos, y de todos éstos se sabe que han sido muertos por pistoleros que pertenecían a la Juventud Socialista o recibían muy de cerca sus inspiraciones. Estos datos son ciertos… Y nosotros, que tenemos en nuestras filas todas estas bajas y otros muchos heridos graves, nos hemos resistido a todos los impulsos vindicativos de los que nos pedían una represión enérgica y una represalia justa, porque consideramos mejor soportar, mientras sea posible, que abran bajas en nuestras filas que desencadenar sobre un pueblo una situación de pugna civil.
Silencian estas palabras quienes se empeñan en criminalizar a la Falange imputándole violencias y delitos o glosando airadamente la desvirtuada frase de José Antonio acerca de la "dialéctica de los puños y las pistolas":
Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque, ¿quién ha dicho —al hablar de "todo menos la violencia"— que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria.
De entrada, la frase en su justo sentido debería compartirla todo hombre de bien. Ante todo por ser muy alta la jerarquía de los valores atacados violentamente y que, por ello, han de ser defendidos con no menor contundencia: la unidad de destino de los pueblos de España, la libertad profunda del hombre, el trabajo como medio para una vida humana justa y digna y el espíritu religioso, clave de los mejores arcos de nuestra historia. Pero también por el entorno en que fueron pronunciadas. Interesadamente se olvida que no es posible comprender la dinámica de violencia en que desembocó la Segunda República y el papel que en ella desempeñaron los falangistas, cuando se ignora que este Movimiento perdió en sus primeros meses de existencia a decenas de sus miembros y simpatizantes, asesinados con el intento deliberado de frenar el crecimiento de la organización.
 
La vocación política de José Antonio fue respuesta al reto planteado por el socialismo marxista en lo que tiene de concepción anticristiana, interpretación materialista de la vida y de la historia, proclamación del dogma de la lucha de clases, desprecio de la religión, negación de la Patria y olvido de todo vínculo de hermandad entre los hombres. Pero estas afirmaciones que adquieren todo su valor cuando se constata que van precedidas del reconocimiento de la legitimidad del nacimiento del socialismo como defensa oportuna frente al Estado liberal
 
De ahí, la antipatía del otro lado. Porque la misma voz, en polémica con las derechas, pudo desenmascarar "un bolcheviquismo de espantoso refinamiento: el bolcheviquismo de los privilegiados" o describir irónicamente la insuperable paradoja liberal: Procure usted ser millonario:
Lector: si vive usted en un Estado liberal procure ser millonario, y guapo, y listo y fuerte. Entonces, sí, lanzados todos a la libre concurrencia, la vida es suya. Tendrá usted rotativa en que ejercitar la libertad de pensamiento, automóviles en que poner en práctica su libertad de locomoción…; cuanto usted quiera. ¡Pero ay de los millones y millones de seres mal dotados! Para esos, el Estado liberal es feroz. De todos ellos hará carne de batalla en la implacable pugna económica. Para ellos –sujetos de los derechos más sonoros y más irrealizables– serán el hambre y la miseria.
En un artículo vetado por la censura republicana, habló de "victoria sin alas" para referirse a la del 19 de noviembre de 1933, cuando las elecciones dieron paso a una sucesión de gobiernos en los que la derechista CEDA apoyaría en el parlamento al Partido Radical. Y el presagio no resultó errado: con una timorata presencia en el banco azul, Gil Robles eligió un camino que significaba el suicidio y la definitiva bancarrota de su partido, arrastrando en su fracaso las banderas que no había sabido defender durante el bienio estúpido:
Ni reforma agraria, ni transformación económica, ni remedio al paro obrero, ni aliento nacional en la política. Chapuzas para remediar algún estrago del bienio anterior y pereza. Pereza mortal para dejar que los problemas se corrompan a fuerza de días, hasta que llegue otro problema y los quite de delante (España estancada, 21 de marzo de 1935).
"Todos los días he hecho oración y rezado el Rosario" (José Antonio en la prisión)
La Falange y el Movimiento Nacional
Frecuentemente se ha tratado de contraponer a José Antonio con el Estado nacido el 18 de Julio. Para ello se siembran sospechas acerca de su intervención en el Alzamiento y se ha reprochado a las autoridades constituidas en la zona nacional (y en especial al general Franco) no haber hecho todo lo posible por liberarle de la cárcel de Alicante. Los hechos desmienten tales interpretaciones interesadas: José Antonio había participado en las iniciativas que conducen a poner remedio a la situación a través de un golpe de fuerza en un contexto en el que "ya no hay soluciones pacíficas. La guerra está declarada y ha sido el Gobierno el primero en proclamarse beligerante" (No Importa, 6-junio-1936). Documentos como la Carta a los militares de España no dejan lugar dudas aunque no es menos cierto que José Antonio trató de forzar el predominio falangista hasta que hubo de plegarse a la realidad de la relación de fuerzas y a la urgencia de la acción prevista. El reciente e imprescindible libro de Francisco Torres (El último José Antonio, Madrid: Barbarroja, 2013) ha demostrado con imponente aparato documental estos extremos así como los esfuerzos llevados a cabo desde el Cuartel General del Generalísimo para evitar el asesinato de José Antonio, último desenlace de una farsa judicial de la que hay un único responsable: el Gobierno republicano del Frente Popular.

Tal compromiso de José Antonio con el 18 de julio y la activa participación de los falangistas en la sublevación y en la guerra explican, en buena medida, que el Movimiento Nacional no se limitara a poner fin al estado de anarquía y de vulneración de la ley en que había desembocado la Segunda República. Desde los primeros momentos, se fue configurando con un contenido positivo que buscaba una total transformación de la vida española de acuerdo con unos postulados asumidos por el Nuevo Estado desde su temprana configuración en los albores de la contienda.

Años más tarde, se reprocharon a la España de las Leyes Fundamentales incoherencias con sus propios postulados teóricos, tanto con los inspirados en el pensamiento tradicionalista como con aquellos que se habían recogido de formulaciones como la Norma Programática de Falange Española de las JONS. Interesada y parcialmente, también, se subrayó la incompatibilidad entre unos y otros. Ahora bien, tampoco puede olvidarse  la falta de madurez del pensamiento político y económico falangista que había sido demoledor en el terreno de la crítica al socialismo y al liberalismo pero no había terminado de articular un modelo de Estado: ¿Quién desempeña la suprema magistratura del Estado? ¿Qué formas adquiere la centralización o la autonomía regional? ¿Separación o unidad de poderes? ¿Consejos o Cortes? ¿Partido único? ¿Sufragio universal o censitario? ¿Cómo se articula la representación orgánica? ¿Cuál es la forma jurídica de los Sindicatos nacionales? A ninguna de estas preguntas encontramos respuesta unívoca en la exégesis del discurso joseantoniano.

Cuando todavía hoy se discute en medios falangistas acerca de cómo hay que entender algunas de estas cuestiones, parece que no es posible exigir mayor precisión a aquellos hombres que estaban articulando y definiendo un Estado en circunstancias humanas y materiales muchísimo más difíciles. Y que lo hacían con una clara voluntad de sumar fuerzas, dando como resultado una necesaria heterogeneidad apenas incapaz, a veces, de poner sordina a las contradicciones. No olvidemos tampoco que, en la nueva situación nacida de la guerra, encontraron acomodo muchos de los que se habían caracterizado por su antipatía y hostilidad hacia la Falange en vida de José Antonio.

En todo caso, las ideas vertebradoras del nacionalsindicalismo se plasmaron en numerosas realidades prácticas que permiten atribuir a la obra de los falangistas integrados en la España de Franco realizaciones tan trascendentales como el cambio social, la promoción de la mujer, la formación de la juventud y la Organización Sindical. Por supuesto que esta afirmación no supone negar las deficiencias y los desequilibrios, menos aún pretende que el nacionalsindicalismo tuviera en la arquitectura del Nuevo Estado una hegemonía que en ningún momento alcanzó ni oculta las diferencias entre las realizaciones y algunas de las propuestas teóricas de José Antonio. Esta afirmación se deduce del sano realismo que supone comparar la España en cuya edificación intervino activamente la Falange, con la España anterior e incluso con la de nuestros días.

Durante el primer tercio del siglo XX, en el caldo de cultivo de las premisas teóricas y realizaciones prácticas del liberalismo, anarquistas, comunistas y socialistas habían gestado unas alternativas revolucionarias que condujeron a un paroxismo del que se empezó a salir no sin grandes dificultades. Por el contrario, el estado de cosas que comenzó en una Guerra Civil acabó desembocando en un cambio decisivo. Autores como Dalmacio Negro afirman que sólo a partir de entonces puede hablarse verdaderamente de un Estado y de aquí arranca también una sociedad más justa y, desde luego, más equitativa en la distribución de sus bienes, la superación de viejos problemas como el agrario y el alcance de una prosperidad nunca conocida antaño acompañada de conquistas sociales como la atención médica generalizada, difusión de la cultura, acceso de las masas a la educación, estabilidad familiar, escasa delincuencia...

En su testamento, José Antonio esperaba que "todos perciban el dolor de que se haya vertido tanta sangre por no habérsenos abierto una brecha de serena atención entre la saña de un lado y la antipatía de otro". Si no hubo lugar para tal brecha en 1936, a partir de 1957 la Falange quedó definitivamente descartada como solución de futuro para el régimen, precisamente cuando adquiría madurez para la actividad política la primera generación falangista de posguerra compuesta por hombres formados en el SEU, el Frente de Juventudes y la Guardia de Franco. En palabras del falangista Girón de Velasco, son los momentos en que se produce "la sustitución de la influencia del cardenal Herrera por monseñor Escrivá de Balaguer". (Si la memoria no me falla, Barcelona: Planeta, 1994, 201).

Soplaban nuevos vientos, y el Gobierno español hace suya la idea de que en la situación del momento la problemática política (es decir, las ideas) ceden ante la problemática técnica. Se abre así un período en el que se aprueba la Ley de Principios del Movimiento Nacional y la Ley Orgánica del Estado y se introducen, sin apenas discrepancias notables, las exigencias del Concilio Vaticano II, "tan opuesto a la significación originaria del Alzamiento y Régimen español como a la tradicional doctrina de la propia Iglesia católica", en expresión de Rafael Gambra (Tradición o mimetismo, Madrid: IEP, 1976, 89).

Las dificultades exteriores y, sobre todo, el deterioro del espíritu religioso y patriótico en interior, coinciden con una evolución hacia la democracia liberal y el socialismo entonces vigentes y una progresiva europeización bajo el pretexto del desarrollo económico. El Movimiento quedó reducido a funciones burocráticas y de movilización de masas. Incluso, en sus últimos años, su dirección recayó en políticos hábiles, dispuestos a aprovechar para la demolición del Estado de las Leyes Fundamentales la capacidad instrumental de dicho organismo así como su potencial de encuadramiento y de influencia. Aunque esperpéntica, pocas imágenes habrá más expresivas del fenómeno que la del Director General de Política Interior, Enrique Sánchez de León, avalando el proceso de transición ante las cámaras de TVE con el irrefutable argumento de que «Franco hubiera votado sí» (ABC, Madrid, 9-diciembre-1976, 95).


Poesía que promete
"Victoria sin alas", así calificó José Antonio el triunfo electoral de las derechas en noviembre de 1933. Aquellas palabras adquieren especial resonancia en la coyuntura en que nos movemos durante estos días, cuando todo hace pensar que apenas hay alguien dispuesto a hacer frente a una situación en la que está en peligro la propia supervivencia de España y de su personalidad forjada a lo largo de la historia.
Porque hay algunos que frente a la marcha de la revolución creen que para aunar voluntades conviene ofrecer las soluciones más tibias; creen que se debe ocultar en la propaganda todo lo que pueda despertar una emoción o señalar una actitud enérgica y extrema. ¡Qué equivocación! A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete! (Discurso fundacional de FE, 29-octubre-1933).
Cuando España se debate entre una absurda pasión política y la más extrema desilusión, José Antonio ayuda con el magisterio de su propia existencia a redescubrir la capacidad de vivir al servicio de una empresa que merece la pena; llenando de sentido cada una de sus horas y minutos, desempeñando una tarea con humildad, desprendimiento y discreción. Ni conformistas, ni indignados: el fundador de la Falange nos enseña a instalarnos en una vocación de servicio y sacrificio negando espacio a la soberbia solitaria de los utópicos y a la pereza, disfrazada de idealismo, de quienes se ufanan en llamarse rebeldes.

Con José Antonio es posible un sano patriotismo que resulta urgente recuperar del auténtico basurero al que lo han arrojado las izquierdas y las derechas. Las primeras renegando de la tradición histórica, del constitutivo esencial de España que no es otro que la interpretación católica de la vida; las derechas habiendo usado estos valores como gallardete para encubrir la defensa de sus privilegios y arrojándolos por la borda cuando les han parecido un lastre pesado. Y ambas, derechas e izquierdas, cediendo terreno al chantaje de los nacionalismos parasitarios.

De esa manera, la Patria se descubre como solar del hombre que es reconocido como portador de valores eternos, dotado de cuerpo y alma en unidad sustancial, capaz de condenarse o de salvarse, con vocación de eternidad, concepto que rescata el verdadero significado de la dignidad humana y que llena de sentido una política permanente de elevación material de la vida humana.

Para José Antonio ―como escribió José Luis López Aranguren en 1945― “la suprema libertad, cumplida en la vocación, y la suprema perfección, cumplida en la Obra acabada, se logran siempre a través de la resistencia, de lucha y, entre todas las luchas, la más alta, la lucha contra el dolor, que consiste en el sacrificio, en el heroísmo, en “dar ―como dijo José Antonio― la existencia por la esencia”, y la vida natural por la vida angélica” (La Filosofía de Eugenio d´Ors, Madrid: Ediciones y Publicaciones Españolas, 1945, 148).

Y es que parecen escritas para él, las palabras que él mismo pronunció ante los despojos de un mártir, y que siguen dando testimonio de la gran esperanza, la única esperanza:
Que Dios te dé su eterno descanso y a nosotros nos niegue el descanso hasta que sepamos ganar para España la cosecha que siembra tu muerte.

Anglicanos: unas peculiares “tradiciones” litúrgicas


El ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham, creado para integrar en la Iglesia Católica a fieles procedentes del anglicanismo, anunció el pasado 10 de octubre la aprobación por la Santa Sede de un peculiar Misal en el que se introducen no solo elementos procedentes del rito romano sino otros que, incomprensiblemente, se ponen en relación con la llamada “tradición anglicana”.

La primera celebración con el nuevo híbrido estuvo presidida por monseñor Keith Newton, alguien en quien se da la circunstancia de que es presbítero (aunque la noticia que hemos enlazado le califica erroneámente de obispo) pero usa las insignias pontificales por privilegio concedido a quienes se consideraban "obispos" anglicanos y, al convertirse, únicamente recibieron el orden del presbiterado por estar casados. Recordemos que la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus de Benedicto XVI (4 de noviembre de 2009) rompe por primera vez con la secular tradición occidental de reservar el ejercicio del ministerio sacerdotal para hombres célibes.

Pero hay una frase del citado documento cuyo alcance vemos dramáticamente concretado en el Misal ahora puesto en vigor. Se habla en Anglicanorum Coetibus nº III de “las tradiciones espirituales, litúrgicas y pastorales de la Comunión anglicana, como don precioso para alimentar la fe de sus miembros y riqueza para compartir”. Ahora bien, dichas “tradiciones” habría que “mantenerlas vivas en el seno de la Iglesia Católica”; es decir, hay que implantarlas en el seno de la Iglesia Católica pues nacieron y han sido cultivadas, hasta ahora, en el seno de una comunidad herética y cismática (la anglicana). Para conseguir este objetivo se establece que “sin excluir las celebraciones litúrgicas según el Rito Romano, el Ordinariato tiene la facultad de celebrar la Eucaristía y los demás sacramentos, la Liturgia de las Horas y las demás acciones litúrgicas según los libros litúrgicos propios de la tradición anglicana aprobados por la Santa Sede”.
El Catecismo de la Iglesia Católica, al hablar de las tradiciones litúrgicas indica que nacieron por razón misma de la misión de la Iglesia y afirma: “Las Iglesias de una misma área geográfica y cultural llegaron a celebrar el misterio de Cristo a través de expresiones particulares, culturalmente tipificadas: en la tradición del "depósito de la fe " (2 Tim 1, 14), en el simbolismo litúrgico, en la organización de la comunión fraterna, en la inteligencia teológica de los misterios y en los tipos de santidad” (nº 1202). Es por eso que dichas tradiciones son valiosas, en la medida que manifiestan una misma fe bajo diversos lenguajes expresivos porque la Iglesia «puede integrar en su unidad, purificándolas, todas las verdaderas riquezas de las culturas» (Ibid.). A la luz de esta caracterización resulta francamente incomprensible que en un documento católico se pueda hablar de manera positiva, como un valor a injertar en el propio seno de la Iglesia, de “tradiciones espirituales, litúrgicas y pastorales” nacidas en la "Comunión Anglicana", es decir nacidas al margen del depósito de la fe y como resultado de maniobras de inspiración política que condujeron a arrancar de la Iglesia Católica a uno de los pueblos de más arraigada historia cristiana de Occidente.

Pues precisamente siguiendo las disposiciones del citado nº III de Anglicanorum Coetibus, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos aprobó el 22 de junio de 2012 los textos litúrgicos para el Rito de las exequias y para el matrimonio y ahora lo hace con el Misal. Un Misal en el que se incluye material procedente del Libro de Oraciones anglicano –el Anglican Book of common prayer-, que data de 1662; oraciones escritas por Tomás Crammer, arzobispo de Canterbury en el siglo XVI o himnos ingleses de compositores como Howells, Elgar y Bairstow.
Basta recordar que Crammer fue la mano derecha de Enrique VIII en la gestación de la ruptura con Roma y el que dio la sedicente sentencia de nulidad de su matrimonio con Catalina de Aragón y convalidó el realizado ya en privado con Ana Bolena. Próximo a posiciones luteranas y, más tarde, calvinistas, fue uno de los grandes artífices de la obra protestantizadora de Inglaterra y murió ejecutado durante la breve restauración protagonizada por María Tudor (1556). Este es el perfil de las “autoridades litúrgicas” que ahora reconoce la Congregación presidida por el cardenal Cañizares. En cuanto al Anglican Book of common prayer de 1662 no es sino el último estadio evolutivo del Libro de la Oración Común usado por los anglicanos como regla práctica de su fe y culto. En él es evidente la mano de Crammer quien, por ejemplo, acentuó en alguna de sus redacciones la distancia con la Eucaristía católica, omitiendo cuidadosamente toda alusión al altar o al sacrificio. En la edición de 1662 se realizaron pocas enmiendas de importancia doctrinal e iban en el sentido de enfatizar el carácter episcopal del anglicanismo contra el presbiterianismo.

No deja de ser paradójico que este nuevo Misal “anglicano-católico” retome elementos aportados por Crammer, olvidando quizá que uno de los reproches más fundados que se hizo a la reforma litúrgica que dio origen al Misal de Pablo VI en 1969 estaba basado en los paralelismos, fácilmente detectables, con la obra del hereje inglés. Y eso por  no hablar de la metodología: Crammer fue vaciando de contenido las ceremonias que el pueblo inglés se resistía a abandonar. Así, en parte por el engaño y en parte por la violencia, la "antigua Fe" fue destruida en el lapso de pocas generaciones.
Por último, si hay algo sangrante en la aprobación de este Misal híbrido es que puede considerarse una verdadera afrenta a algo que sí ha sido una verdadera tradición del catolicismo inglés como se demuestra en el libro de Michael Davies sobre la reforma litúrgica anglicana: la defensa de la Misa romana.

Por citar solo un caso entre los recogidos rigurosamente por el historiador citado (La réforme liturgique anglicane, Clovis, 2005), recordemos el de Robert Welsh, párroco de la iglesia de Sto.Tomás de Exeter, a mediados del siglo XVI. El principal cargo que se le hizo fue “su oposición a la religión reformada…y su rechazo a abandonar los ritos y ornamentos papistas”. Y fue un protestante fanático, Bernard Duffield, el encargado de ejecutar la sentencia. La horca fue colocada en lo más alto del campanario de la propia iglesia de Welsh. El párroco fue alzado por medio de una cuerda atada a su cintura y después colgado de unas cadenas revestido de sus ornamentos sacerdotales y llevando atados en torno a su cuerpo un hisopo, un calderillo de agua bendita, una campanilla, un rosario y “otras pacotillas papistas parecidas”. Largo tiempo estuvo balanceándose de esta forma a modo de advertencia para la población…se le dejó morir de hambre y frío. Y el cronista Froude nos dice: “Estuvo pendiendo del campanario incluso después de que sus ornamentos se hubieron caído en pedazos y él reducido a un esqueleto por los cuervos. Durante todo este tiempo reinaba el orden en la iglesia de Sto.Tomás y un nuevo rector decía en inglés las plegarias del culto”.

Alguien podrá aducir que los textos de Crammer y otros anglicanos presentes en el Misal ahora aprobado desde Roma habrán sido cuidadosamente seleccionados y que su uso no es obligatorio, pero, de verdad, ¿era necesaria esta nueva humillación?

martes, 8 de octubre de 2013

La comunión de los divorciados: los alemanes vuelven a la carga


Inexplicablemente, hay medios de información religiosa que están dando pábulo a las muchas noticias que, al amparo del río revuelto, contribuyen a aumentar la confusión entre los católicos. En este caso merefiero a la noticia de que la archidiócesis de Freigburg quiere abrir la posibilidad de que los casados en segundas nupcias accedan a todos los sacramentos. Para ello, enviará esta semana un auto-denominado Manual de orientación para los directores espirituales con pretensiones de validez en todo el territorio alemán.

La historia viene de atrás, y nos permite evocar un episodio parecido ocurrido en 1993, cuando los obispos de la provincia eclesiástica del Rin Superior (Alemania) publicaron un documento sobre el Acompañamiento pastoral de los divorciados (10-julio) que provocó una crisis resuelta favorablemente desde el punto de vista doctrinal pero que no fue acompañada de medidas disciplinares contra los responsables.

Nada tiene, por tanto, de particular que los rebeldes interpretaran el pronunciamiento de Roma como un simple aplazamiento y haya seguido alentando la esperanza de un pronunciamiento oficial en contradicción con la doctrina de la Iglesia.

Obispos alemanes contra la pastoral católica
El texto citado apareció bajo la firma de Saier, Lehmann y Kasper. Oskar Saier, Arzobispo de Freigburg, falleció en 2008, habiendo presentado la renuncia en 2002 por razones de salud pero Lehmann y Kasper iban a alcanzar puestos de gran responsabilidad. Karl Lehmann, Obispo de Mainz, fue presidente de la Conferencia Episcopal Alemana durante 20 años, hasta enero de 2008, y fue creado Cardenal en 2001 por Juan Pablo II. Y Walter Kasper, Obispo de Rottenburg-Stuttgart, fue creado Cardenal en la misma fecha y presidió el Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos hasta 2010.

El documento tenía dos partes, una Carta Pastoral y, a continuación, unos Principios fundamentales para el acompañamiento pastoral. En la primera, se partía de la constatación del aumento en el numero de fracasos matrimoniales y divorcios, estableciendo un principio que sirve de línea argumental a toda la alternativa pastoral planteada:«La Iglesia no puede poner en discusión la palabra de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio, y sin embargo no puede tampoco cerrar los ojos frente al fracaso de muchos matrimonios». Aquí se apunta ya la contradicción nunca resuelta: se proclama teóricamente la doctrina revelada y enseñada por la Iglesia acerca de la indisolubilidad del matrimonio pero se propone una práctica en la recepción de los Sacramentos que, sin negarla, la deja sin efecto en la práctica.

Como responsabilidad de la comunidad cristiana se señalaba actuar contra la tendencia que quiere presentar el divorcio y el segundo matrimonio como una cosa normal y tratar con respeto y colaboración a los esposos cristianos que han sido abandonados y, por convicción interior, no piensan contraer una nueva unión, dando así testimonio de la indisoluble validez de su matrimonio. A este respecto, se recuerda que «quien, después de una separación, no se vuelve a casar civilmente, no está sometido a ningún género de restricciones con respecto a sus derechos y posición en la Iglesia». Afirmación, ésta última que no es, frecuentemente, resaltada con la atención que merece porque, tanto en el caso del cónyuge que ha solicitado la separación o el divorcio, como en el del que lo ha padecido, mientras no atenten un nuevo matrimonio civil, no existe ninguna dificultad para su admisión a los sacramentos. Eso sí, deberán concebir un arrepentimiento sincero de la culpa por la ruptura y acercarse al sacramento de la Penitencia reconociendo la pervivencia del vínculo y las obligaciones de él derivadas.

En cuanto a los divorciados que se han vuelto a casar civilmente,  se afirma que deben sentirse aceptados en la comunidad y que la comunidad tiene comprensión para su difícil situación. De esta forma, el documento no resuelve una de las mayores dificultades que plantea esta pastoral “comprensiva” con quienes han roto su matrimonio y es que, sin explicar cómo, pretende equiparar el apoyo y la aceptación tanto del cónyuge que ha sido abandonado como del que ha protagonizado el abandonado y contrae una nueva unión civil, sin exhortar a éste último a la conversión y al cumplimiento de las gravísimas responsabilidades que subsisten a raíz de su primera y legítima unión matrimonial.

En la segunda parte, se exponen los Principios fundamentales para el acompañamiento pastoral y se comienza recordando que la Iglesia ha abierto a los divorciados que se han vuelto a casar la posibilidad de acceso a la Eucaristía si viven su relación personal de forma casta. Como se afirma, no sin razón, en el documento alemán: «Muchos consideran tal recomendación no natural y no creíble […] indudablemente este modo de vida no puede ser verdaderamente realizado, durante mucho tiempo, por todos los divorciados que se han vuelto a casar, y por las parejas más jóvenes sólo raramente». Es curioso que, aunque en diversos documentos que se ocupan de los divorciados vueltos a casar se habla de esta fórmula, nunca se hace ninguna determinación concreta, dejando en el aire numerosos interrogantes y posibles conflictos. ¿Será una forma tácita de reconocer su nula operatividad práctica y las propias dificultades que plantea desde una perspectiva moral?

Finalmente se llega a plantear una posibilidad de una decisión de conciencia de la persona para la participación en la Eucaristía. Se trata de una decisión personal de conciencia pero tiene necesidad de una asistencia iluminadora y un acompañamiento imparcial de la autoridad eclesiástica. Ahora bien, el sacerdote respetará el juicio de conciencia de la persona.

La respuesta de la Congregación para la Doctrina de la Fe
Después de varias sesiones de “diálogo”, la Congregación para la Doctrina de la Fe hizo público una Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la recepción de la Comunión Eucarística por parte de los fieles divorciados casados de nuevo (14-septiembre-1994) en la que se reafirmaba la doctrina católica frente a la praxis introducida por los obispos alemanes.
En algunas partes se ha propuesto también que, para examinar objetivamente su situación efectiva, los divorciados vueltos a casar deberían entrevistarse con un sacerdote prudente y experto. Su eventual decisión de conciencia de acceder a la Eucaristía, sin embargo, debería ser respetada por ese sacerdote, sin que ello implicase una autorización oficial. En estos casos y otros similares se trataría de una solución pastoral, tolerante y benévola, para poder hacer justicia a las diversas situaciones de los divorciados vueltos a casar (nº 3) […] Por consiguiente, frente a las nuevas propuestas pastorales arriba mencionadas, esta Congregación siente la obligación de volver a recordar la doctrina y la disciplina de la Iglesia al respecto. Fiel a la palabra de Jesucristo, la Iglesia afirma que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el anterior matrimonio. Si los divorciados se han vuelto a casar civilmente, se encuentran en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios y por consiguiente no pueden acceder a la Comunión eucarística mientras persista esa situación (nº 4)».
Igualmente, la carta rechaza la doctrina de la llamada “nulidad de conciencia”, según la cual, si los fieles estuvieran “seguros en conciencia” de que el primer matrimonio había sido nulo, podrían acercarse a la comunión eucarística. El matrimonio no es una cuestión meramente privada sino que tiene una dimensión eclesial. Estrictamente hablando, el juicio sobre la validez o la nulidad de un matrimonio no es un juicio de la conciencia moral, es un juicio sobre una situación jurídica, social: la realidad o la inexistencia del matrimonio (nº 8).

En respuesta a esta Carta, los Obispos aludidos se vieron precisados a admitir que «Como se deduce del documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que ahora os transmitimos, apoyándose en la exhortación apostólica “Familiaris consortio”, no ha podido aceptarse nuestra posición en este punto. Debemos, por ello, tomar nota del hecho de que el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe no acepta a nivel de Iglesia universal, algunas afirmaciones contenidas en nuestra “Carta pastoral” y en nuestros “Principios”, por lo que no pueden ser una norma vinculante para la acción pastoral».

Sin embargo, las prensa se hizo eco de posiciones mucho más críticas de los prelados alemanes. Y el periódico ABC reproducía las objeciones de Lehman a la doctrina de la Santa Sede. Pocos años después, tanto él como Kasper, recibirían el cardenalato de manos de Juan Pablo II:
El presidente de la Conferencia Episcopal alemana, Karl Lehman, afirmó el pasado sábado que el Vaticano debería prestar más atención a aquéllos que critican sus posturas sobre la admisión de los católicos divorciados a los sacramentos. 
Para el prelado, si bien «la claridad de los principios es vital hoy, no es suficiente, pues la Iglesia tiene que ser capaz de ofrecer un hogar a aquellos que no son capaces de alcanzar y vivir conforme a los más elevados ideales». 
Tanto este obispo como otro prestigioso miembro de la Conferencia Episcopal alemana, Walter Kasper, habían aceptado que los católicos divorciados y vueltos a casar pudieran comulgar, previa consulta a un sacerdote y conocimiento de la postura oficial de la Iglesia, pero dejándoles a ellos la última palabra sobre si debían comulgar o no. El Vaticano recordó que la conciencia no podía actuar de manera subjetiva, al margen de las enseñanzas morales de la Iglesia (28-diciembre-1994, pág. 56; cfr. ibid. 15-octubre-1994, pág. 73).
Posteriormente, el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, publicó una Declaración sobre la admisión a la comunión de los divorciados vueltos a casar (24 de junio de 2000) en la que se explica el porqué de la inadmisibilidad a la comunión eucarística, haciendo una especial referencia a la interpretación del can. 915 del Código de Derecho Canónico («No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persisten en un manifiesto pecado grave»). Algunos habían propuesto que no se podría afirmar que los divorciados vueltos a casar entran en el supuesto de «quienes obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave», porque no se puede juzgar del interior de las personas. El Pontificio Consejo aclara que, ante una situación objetivamente contradictoria con la indisolubilidad del matrimonio, los fieles tienen la obligación de abstenerse de la comunión eucarística mientras no se resuelva acerca de la posible nulidad de dicho matrimonio.

Algunas conclusiones
El interés del episodio que hemos recordado no es meramente histórico y abre luz ante horizontes semejantes en los que desde la misma jerarquía de la Iglesia se hacen declaraciones imprudentes o se sugieren expectativas guiadas por el inmoderado deseo de aceptación desde criterios mundanos.
En los últimos meses estamos asistiendo a un notable incremento de la confusión doctrinal que se manifiesta no solo en la circulación de opiniones dispares sino en la presentación, como doctrina de la Iglesia, de ideas contrarias a la misma. Y es previsible que este panorama se mantenga e incluso se acentúe a partir de ahora. Por eso, conviene recordar que cualquier replanteamiento de la pastoral en relación con las situaciones matrimoniales irregulares no puede olvidar una serie de determinantes, especialmente estas dos:
  • La irregularidad no es una cuestión meramente formal, sino que es de naturaleza jurídica. En una situación matrimonial irregular puede darse la dimensión interpersonal (ruptura o separación de la pareja y creación de una nueva) y la social (admisión legal del divorcio y sucesivos matrimonios civiles) pero siempre falta la dimensión eclesial que no es algo accidental, añadido o superpuesto, sino esencial.
  • Incluso cuando se produce el recurso al divorcio y a la celebración de una nueva unión civil, el ordenamiento canónico vigente no excluye totalmente a los fieles de la vida eclesial y no establece los límites a la participación en ésta como una sanción. Ahora bien no se puede negar que esta situación —como cualquier otra que vista desde fuera pueda ser calificada objetivamente de pecaminosa— tiene consecuencias morales y pastorales.
Por eso, la Iglesia reafirma la imposibilidad de admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez civilmente. Y la reconciliación en el sacramento de la Penitencia —que abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio.

A mi juicio, el documento de los obispos alemanes, siendo muy cuidadoso con el sufrimiento de algunas personas a consecuencia del fracaso matrimonial, lo que es sin duda importante, fallaba clamorosamente en la consideración de estas afirmaciones. Y silenciaba, sistemáticamente, que tales situaciones pueden coincidir, al menos en alguna ocasión, con planteamientos y actitudes pecaminosas que se manifiestan en y a través de la misma irregularidad.

Una objeción similar cabría hacer a quienes, veinte años despúes, siguen proponiendo una revisión de la doctrina y la práctica pastoral de la Iglesia a partir de criterios similares a los rechazados en 1994 por la Congregación para la Doctrina de la Fe.