«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

domingo, 26 de octubre de 2014

P.JUAN CARLOS CERIANI: Fiesta de Cristo Rey

Publicado en Radio Cristiandad 

1º) La doctrina sobre la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo


Al principio del Año litúrgico encontramos ya una fiesta del Reinado de Cristo: la Epifanía.

Jesús acababa de nacer y se manifestaba a los reyes de Oriente y al pueblo de Israel como el Señor que tiene en su mano el reino, el poder y el imperio.

Acogimos a este Salvador, que venía a reinar sobre nosotros; y con los Magos le ofrecimos nuestros presentes, reconociéndolo y confesándolo como Rey.

Entonces, ¿por qué quiere la Iglesia que, al fin del año, celebremos una nueva fiesta del Reinado de Cristo, de su Reinado social y universal?

En la Epifanía aceptamos y proclamamos la naturaleza de este Reinado, así como la dignidad de Dios que poseía el Niño recién nacido.

Entonces cantamos el acercamiento de la gentilidad a la fe en la persona de los Magos que vinieron allá del Oriente a adorar al Rey de los Judíos.


La Iglesia quiere que pensemos hoy en las consecuencias de este llamamiento Universal a la fe de Cristo.

En la Encíclica Quas Primas, se enseña en qué sentido Cristo es Rey de las inteligencias, de los corazones y de las voluntades; quiénes son los súbditos de este Rey, el triple poder incluido en su dignidad regia y la naturaleza espiritual de su reinado.

Jesucristo es el Rey de las inteligencias humanas, porque es la misma Verdad. Y los hombres necesitamos buscar en Él la verdad y aceptarla con obediencia.

Jesucristo es Rey de las voluntades, porque, mediante el impulso y la inspiración de su gracia, nuestra voluntad debe someterse a la suya, con lo que viene nuestro ardor a inflamarse para acciones nobilísimas.

Jesucristo es Rey de los corazones, a causa de su caridad y de su mansedumbre y bondad, que atraen a las almas; y en efecto, no ha habido hombre alguno hasta hoy que haya sido amado como Jesucristo por todo el género humano, ni tampoco se verá en lo porvenir.

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2º) Consecuencias de esta doctrina, tanto en el orden individual como social 


El nombre y poder de Rey convienen a Cristo en el sentido propio de la palabra; se dice de Cristo que recibió de su Padre el poder, el honor y la dignidad regia en cuanto hombre, pues el Verbo de Dios no puede menos de poseer todo en común con su Padre y, por consiguiente, el imperio supremo y absoluto sobre todo lo creado.

La dignidad regia de Cristo se funda en la unión admirable que llamamos unión hipostática. Por consiguiente: los Ángeles y los hombres no sólo tienen que adorar a Cristo porque es Dios, sino que también tienen que obedecer y exteriorizar su sumisión a sus mandatos en cuanto hombre, porque, por el solo título de la unión hipostática, a Jesucristo se le dio poder sobre todas las criaturas.

La dignidad regia de Cristo lleva consigo un triple poder: legislativo, judicial y ejecutivo y sin él no se puede concebir aquélla.

Los Evangelios no se contentan con afirmarnos que Cristo ratificó algunas leyes, nos le presentan también dictando otras nuevas.

Jesús declara, además, que el Padre le otorgó el poder judicial. Este poder judicial implica el derecho de decretar para los hombres, penas y recompensas, aun en esta vida.
Y, por fin, también tenemos que atribuir a Cristo el poder ejecutivo, dado que es de necesidad para todos la obligación de obedecer a sus órdenes, y que ha establecido algunas penas de las que no se librará ningún culpable.

Que el reinado de Cristo ha de ser en cierto sentido principalmente espiritual y referirse a las cosas espirituales, Nuestro Señor lo confirmó con su modo de obrar. Con todo, no se puede negar, sin cometer un grave error, que el Reinado de Cristo-hombre se extiende también a las cosas civiles, puesto que recibió de su Padre un dominio absoluto, de tal modo que abarca todas las cosas creadas y todas están sometidas a su imperio.

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3º) La Cristiandad


Gracias a la Iglesia Católica y a su doctrina, todo cambió en el mundo: la teología, el dogma, la moral, las costumbres, la filosofía, la ciencia, las artes (la literatura, la música, la pintura, la escultura, la arquitectura), la educación, el derecho, la política, la economía… todo… toda la vida del hombre quedó transformada…

Dice León XIII, en su Encíclica Immortale Dei:

Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados.
En aquella época, la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad.
La religión fundada por Jesucristo se veía colocada firmemente en el grado de honor que le corresponde y florecía en todas partes gracias a la adhesión benévola de los gobernantes y a la tutela legítima de los magistrados.
El sacerdocio y el imperio vivían unidos en mutua concordia y amistoso consorcio de voluntades.
Organizado de este modo, el Estado produjo bienes superiores a toda esperanza.
Todavía subsiste la memoria de estos beneficios y quedará vigente en innumerables monumentos históricos que ninguna corruptora habilidad de los adversarios podrá desvirtuar u oscurecer.


¡Sí! Hubo un tiempo en que la doctrina católica iluminaba toda la vida del hombre y dirigía todas sus empresas. De este modo llegó a forjarse la Civilización Cristiana.

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4º) La situación actual, consecuencia de la Revolución Anticristiana


Pero contra esa Sociedad Católica se levantó la Revolución Anticristiana, el proceso revolucionario: Humanismo – Renacimiento – Protestantismo – Masonería – Filosofismo – Revolución Francesa – Siglo Estúpido – Revolución Comunista – Concilio Vaticano II…

Las naciones, en conjunto, se habían convertido al Señor, que les trajo, con los dones sobrenaturales, los beneficios de una civilización completamente desconocida del mundo antiguo.

Pero, desgraciadamente, en el campo fértil se sembró la cizaña en medio del buen grano…

Tres gritos de guerra infernales sacudieron especialmente esa magnífica construcción, esa fortaleza católica:

1º) ¡Cristo, sí, Iglesia, no! Fue el alarido apóstata del Lutero y del Protestantismo…
2º) ¡Dios, sí, Cristo, no! Como respuesta a la negación de la Iglesia, el deísmo descargó su vocerío negando a Cristo…
3º) La revolución atea no tardó en dar su grito de guerra: ¡Dios ha muerto!

Especialmente, hace ya 225 años que un error sumamente pernicioso destroza a todas las naciones: el laicismo.

Consiste éste en la negación de los derechos de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo sobre toda la sociedad humana, tanto en la vida privada y familiar, como en la vida social y política.

Los propagadores de esta herejía han repetido el grito de los judíos deicidas: No queremos que este reine sobre nosotros. Y con toda la habilidad, tenacidad y audacia de los hijos de las tinieblas, se han esforzado por echar a Cristo de todas partes.

Han declarado inmoral a la vida religiosa y expulsado a los religiosos; han intentado imponer a la Iglesia una constitución cismática; han decretado la separación de la Iglesia y del Estado y han negado a la sociedad civil la obligación de ayudar a los hombres a conquistar los bienes eternos; han introducido el desorden en la familia con leyes contrarias a la naturaleza del matrimonio; han suprimido los crucifijos en los tribunales, hospitales y escuelas.

Y, finalmente, han declarado intangibles sus leyes y han hecho del Estado un Dios.

Sea, pues, por la persecución manifiesta o por la presión hábil de un conjunto de instituciones sofisticadas, la mayor preocupación del Infierno radica en prohibir alabar, honrar, servir a Dios, Nuestro Señor, y, en consecuencia, entorpecer la salvación de las almas.

Que todas las cosas que hay sobre la tierra estén dispuestas, presentadas o consideradas de tal suerte que, lejos de ayudar al hombre en la obtención del fin que Dios le ha señalado al crearlo, lo desvíen de él o lo hagan olvidar.

¿Cuál es la ambición suprema de Satanás?

Animarlo todo, ordenarlo todo de tal suerte que no se pueda pensar en Dios sino lo más difícilmente posible…

¡Sí! Animarlo todo, ordenarlo todo: la teología, el dogma, la moral, las costumbres, la filosofía, la ciencia, la literatura, la música, la pintura, la escultura, la arquitectura, el derecho, la política, la economía; las instituciones, el poder, las modas, la enseñanza, los espectáculos, la prensa, la radio, la televisión, el cine, la atmósfera de la calle, el trabajo y el descanso, la comida y la bebida, el amor y el matrimonio, las diversiones y las tristezas, la religión misma (corrompiendo su doctrina), la vida toda entera, sin olvidar la muerte y la forma de morir…

¿Cómo poder negar que la descripción que acabamos de hacer del plan satánico coincide con la realidad de nuestra actual sociedad?

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5º) Cristo Rey no pierde sus derechos


El Salmo segundo, correlativo del ciento nueve, con su doctrina mesiánica y escatológica sumamente precisa, lo anuncia claramente:

¿Por qué se amotinan las gentes, y las naciones traman vanos proyectos? Se han levantado los reyes de la tierra, y a una se confabulan los príncipes contra Yahvé y contra su Ungido. “Rompamos, dicen, sus coyundas, y arrojemos lejos de nosotros sus ataduras.”
El que habita en los cielos ríe, el Señor se burla de ellos. A su tiempo les hablará en su ira, y en su indignación los aterrará: “Pues bien, soy Yo quien he constituido a mi Rey sobre Sion, mi santo monte.”
¡Yo promulgaré ese decreto de Yahvé! Él me ha dicho: “Tú eres mi Hijo, Yo mismo te he engendrado en este día. Pídeme y te daré en herencia las naciones, y en posesión tuya los confines de la tierra. Con cetro de hierro los gobernarás, los harás pedazos como a un vaso de alfarero.”
Ahora, pues, oh reyes, comprended; instruíos, vosotros que gobernáis la tierra. Sed siervos de Yahvé con temor y alabadle, temblando, besad sus pies, antes que se irrite y vosotros erréis el camino, pues su ira se encenderá pronto. ¡Dichoso quien haya hecho de Él su refugio!

Se anuncia, pues, en este oráculo profético la conjuración que, si bien se inició en Israel contra el cetro de Jesús, ha continuado desde entonces contra sus discípulos; y sólo en los últimos tiempos —a los cuales parece estar próximo el mundo de hoy— asumirá plenamente la forma aquí anunciada: la apostasía de las naciones, en vísperas del triunfo definitivo del divino Rey, que el final de este Salmo nos promete.

Los versículos 5 y 12 se refieren al Gran Día de Yahvé, tan frecuentemente anunciado por los Profetas, y que revela, en su lejano misterio, la primera y la segunda venida del Mesías, más o menos confundidas en una misma perspectiva.

Llegado el momento previsto en el Salmo ciento nueve, el Padre lanzará este anuncio “Pues bien, soy Yo quien he constituido a mi Rey sobre Sion, mi santo monte”, en respuesta a la rebeldía de los poderosos.

El Profeta Daniel anuncia este mismo triunfo de Cristo sobre sus enemigos, en la célebre profecía de la estatua quebrantada por la piedra que se desgaja sin concurso humano.

San Agustín hace decir a Nuestro Señor: “Aquí me veis levantado por Rey de Sión, y no os apesadumbre, oh reyes de la tierra. Esforzaos más bien por comprender lo que es vuestra realeza y elevad vuestras mentes. Es vuestra gloria el ser dóciles y sumisos a Aquel que os da el poder y la inteligencia y el saber perfecto.”

Ahora bien, frente “a esta peste de nuestros días” los Papas no han cesado de levantar su voz.

Pero, como la plaga iba en aumento, Pío XI quiso aprovechar el año jubilar para recordar solemnemente al mundo, por la Encíclica Quas primas del 11 de diciembre de 1925, el completo y absoluto poder de Cristo, Hijo de Dios, Rey inmortal de los siglos, sobre todos los hombres y sobre todos los pueblos de todos los tiempos.

Además, para que esta doctrina tan necesaria no se olvidase demasiado pronto, instituyó en honor de su Reinado Universal una fiesta litúrgica que fuese a la vez memorial solemne y reparación de esa apostasía de las naciones y de los individuos, que se afana por manifestarse en la doctrina y en los hechos en nombre del laicismo contemporáneo.

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6º) Pronóstico para el futuro


Sabemos que existen diversas predicciones y propuestas:

a) La ilusoria fantasía revolucionaria: con sus diversos proyectos y nombres.

b) Las esperanzas basadas en revelaciones privadas.

c) La Profecía Divinamente Revelada: según la cual la situación seguirá deteriorándose hasta llegar a la instalación del reino impío del Anticristo.

A esta última me atengo; y reitero un resumen de la misma en el siguiente punto.

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7º) La restauración final en y por Jesucristo: El Reino de Cristo Rey


a)
Las profecías bíblicas que se refieren al triunfo de la Iglesia en la presente edad señalan un crecimiento de la iniquidad que culminará con la apostasía.

Estamos muy lejos, después de veinte siglos de cristianismo, de ver algún país en el cual el Reino de Cristo sea efectivo, y ni siquiera se vislumbra en el futuro una semejante realización, sino más bien lo contrario.

Terminantemente se nos enseña no sólo que el mundo no mejorará poco a poco, sino que, por el contrario, irá obrando el misterio de iniquidad en el seno de la Cristiandad.

El misterio de iniquidad va en aumento. Presenciamos tiempos peligrosos, y vendrán aún mayores.

El enfriamiento de la caridad y la creciente apostasía son las señales que nos avisan que tenemos que levantar la cabeza y avivar nuestras esperanzas en la pronta intervención de Cristo.

b)

La Iglesia no ha de reinar ahora sobre el mundo puesto que es entresacada del mundo. No ha sido encargada de conquistar al mundo.

La conversión de todas las naciones no es la tarea de la Iglesia en la presente edad; sino que debe congregar a la Esposa de Jesús de entre las naciones.

La tarea de la Iglesia no está en llevar todo el mundo a Cristo, sino en hacer conocer a Cristo a todo el mundo por la predicación.

En la presente edad, no será la Iglesia, mediante un triunfo del Espíritu del Evangelio, sino Satanás, mediante un triunfo del espíritu de apostasía, el que ha de llegar a un reino que abarcará a todas las naciones. Pues el Reino Mesiánico de Cristo será precedido del reino apóstata del Anticristo.

La Iglesia, lejos de vencer la iniquidad que hay en el mundo, será acrisolada por esa misma iniquidad, que va penetrando desde el principio entre los cristianos.

De este modo, la iniquidad irá aumentando hasta llegar esos tiempos peligrosos, que las Escrituras anuncian con tanta insistencia.

Y agradable o no, tenemos que clamar a voz en cuello para que el trigo no sea sofocado por la cizaña, y los panes ázimos se guarden de la levadura.

Por lo tanto, la Iglesia no desea la conversión del mundo para que Jesús venga por segunda vez; sino que la Iglesia desea ardientemente la Segunda Venida de Jesús para que el mundo sea totalmente redimido.

Jesús nos manda, repetidamente y del modo más solemne, que no esperemos la realización del Reino Mesiánico, sino la vuelta del Señor para que establezca este Reino.

c)

El estado normal de la Iglesia en la presente edad es la persecución y no el dominio del mundo. Esta persecución no es su muerte, sino su vida.

El peligro mortal que amenaza a la Iglesia consiste en la fornicación con los reyes de la tierra con que Satanás la tienta constantemente.

Se ha objetado que esta doctrina presenta una sombría perspectiva del futuro; que es la filosofía de la desesperación; que está opuesta a la idea popular de que el mundo va progresando en el bien. Muchos agregan, sarcásticamente: “si todo esto es verdad, podemos cruzarnos de brazos y esperar la Venida de Cristo”.

No se trata de cruzarse de brazos en una espera estéril de la Venida del Señor, sino de ser dóciles instrumentos en las manos del Espíritu Santo con el fin de apresurar la congregación y presentación de la Esposa.

Aunque esta dura doctrina desagrada y desespera al cristiano mundano, el verdadero discípulo de Cristo la guarda con fidelidad y amor.

Ella lo confirma no sólo en su fe en Cristo, sino también en su acatamiento a los dogmas de la Iglesia, y lo orienta en los tiempos tormentosos por los que estamos pasando.

El verdadero discípulo no se desespera ni pliega los brazos para esperar la Venida de Cristo, durmiendo. Lleno de una “viviente esperanza”, la más “bienaventurada esperanza”, se esfuerza por salvar a algunos de esta mundana generación pecadora y adúltera.

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8º) ¿Qué debemos hacer?

 

Engañado por las mentiras de teólogos, filósofos, políticos y economistas, el hombre moderno busca una luz que lo oriente. Y no podrá hallarla sino en la Tradición Católica y en las Profecías.

El Apocalipsis del Apóstol San Juan, el último de los Libros que componen las Sagradas Escrituras, es una profecía sobre la Parusía o Segunda Venida de Cristo, con todo cuanto la prepara y anuncia.

Pues bien, también respecto a la interpretación de esta profecía es desorientado el hombre moderno por los pseudo-profetas y los malos doctores.

Hemos hallado en el Padre Castellani una orientación.

Comienza por preguntarse: ¿Qué podemos hacer nosotros, si todo esto depende de una serie de destrucciones sucesivas y forma parte de una destrucción que avanza?

Y responde: «Conserva las cosas que han quedado, las cuales son perecederas», le manda decir Jesucristo al Ángel de la Iglesia de Sardes, la quinta Iglesia del Apocalipsis; lo cual quiere decir «atente a la tradición».

Y se anticipa a la objeción que plantea la humana debilidad y la temerosa postura demasiado terrenal:

Pero esto es inhumano, se nos manda luchar por una cosa que va a perecer, luchar sin esperanza de victoria, lo cual es imposible al hombre.

Y la resuelve: Es imposible al hombre que está en el plano ético, cuyo signo es la lucha y la victoria; pero no al hombre que está en el plano religioso, el cual lucha por Dios, y sabe que la victoria de Dios es segura, y que él ha nacido para ser usado, quizá para ser derrotado, ¿qué importa? ¡Hemos nacido para ser usados! ¿Por quién? ¡No por el Estado, sino por el Padre que está en los cielos! “Porque sabes que no llegarás, por eso eres grande”.

Y termina por señalar la estrategia querida por Dios:

Tenemos que luchar hasta el último reducto por todas las cosas buenas que han quedado, prescindiendo de si esas cosas serán todas “integradas de nuevo en Cristo”, como decía San Pío X, por nuestras propias fuerzas o por la fuerza incontrolable de la Segunda Venida de Cristo.

“La Verdad es eterna, y ha de prevalecer, sea que yo la haga prevalecer o no”.

Por eso debemos oponernos a la ley del divorcio, debemos oponernos a la nueva esclavitud y a la guerra social, y debemos oponernos a la filosofía idealista, y eso sin saber si vamos a vencer o no.

“Dios no nos dice que venzamos, Dios nos pide que no seamos vencidos”.

Resumiendo todo:

La unión de las naciones en grandes grupos, primero, y después en un solo Imperio Mundial (sueño potente y gran movimiento del mundo de hoy) no puede hacerse sino por Cristo o contra Cristo.

Lo que sólo puede hacer Dios (y que hará al final, según creemos, conforme está prometido), el mundo moderno intenta febrilmente construirlo sin Dios; apostatando de Cristo, abominando del antiguo boceto de unidad que se llamó la Cristiandad y oprimiendo férreamente incluso la naturaleza humana, con la supresión pretendida de la familia y de las patrias.

Mas nosotros, defenderemos hasta el final esos parcelamientos naturales de la humanidad, esos núcleos primigenios; con la consigna no de vencer sino de no ser vencidos.

Es decir, sabiendo que si somos vencidos en esta lucha, ése es el mayor triunfo; porque si el mundo se acaba, entonces Cristo dijo verdad.

Y entonces el acabamiento es prenda de resurrección.

¡Viva Cristo Rey!
¡Viva María Reina!
¡Ven, Señor Jesús!
¡Venga a nosotros tu Reino!
Ut adveniat Regnum tuum, adveniat Regnum Mariae !

Juan Carlos Ceriani