Miles de banderas españolas y catalanas ondeaban en afirmación de unidad, porque esta mañana no había lugar para descalificaciones; allí no había de esos anti que, según Ortega, no son más que un tapón para las ideas; inevitables las referencias humorísticas a los principales actores de la tragedia de la fractura social y política y a los turistas a paraísos fiscales, eso sí, pero lo que predominaba era lo que los psicólogos denominan asertividad: deseo de que, entre la timidez o el miedo y la agresividad, predominara la afirmación de España, la de” todos juntos”, la que quiere incorporarse a un mundo en constante integración y no la de quienes prefieren encerrarse en su pequeña aldea.
No ha sido una concentración de signo partidista; allí han cabido todos: de la derecha a la izquierda (suponiendo que estas palabras signifiquen algo cuando está en entredicho el propio ser de España); claro que había -¡menos mal!- representantes de partidos políticos de esos que llamen despectivamente constitucionalistas; pero, superándolos en presencia y en ánimo, estaba el tejido social de entidades cívicas y culturales y, sobre todo, cientos de miles de ciudadanos de a pie.
Me ha llamado la atención, por una parte, la presencia de familias al completo, de esas que han tenido que aguantar la presión social de vecinos de escalera, de compañeros de trabajo, de amigos e, incluso, de familiares y amigos (no olvidemos que uno de los logros de la escalada secesionista de Mas y de sus aliados ha sido la división entre los catalanes, y, por su obra, ya conozco a quienes no intercambian palabra con sus hermanos y han roto relaciones con sus íntimos de toda la vida; en el mejor de los casos, existe un pacto tácito o expreso de no hablar de política).
En segundo lugar, destaco la presencia de miles de jóvenes; grupos de compañeros de Instituto, de esos sobre los que, diariamente, se vierte el veneno separatista en sus aulas; estudiantes con piercings o con tatuajes tontorrones, a lo mejor asiduos de discoteca el fin de semana, pero unidos en la fiesta de la afirmación española. He tenido el placer de saludar a antiguos compañeros de trabajo, a conocidos de los que no nunca hubiera sospechar la menor veleidad españolista; allí estaban (gracias, Sr. Mas).
Por supuesto, la prensa barcelonesa no se hizo eco de la convocatoria en noticia alguna; para más inri, se pronosticaban lluvias intensas para toda la jornada del domingo. Ni la ausencia de la letra impresa ni la amenaza del tiempo hostil han sido obstáculo para evitar que se desbordaran las previsiones más optimistas. No voy a entrar en la manida vulgaridad del baile de cifras; seguro que el Ayuntamiento nacionalista del Sr. Trías irá ridículamente a la baja, coreado por los medios de propaganda y difusión –que no de información- largamente subvencionados por ese Partido Único Separatista que domina corazones y mentes desde hace tantos años.
Y esa es la lección principal del día: a pesar de la constante presión; a pesar del martilleo incesante del agit-prop de los segregacionistas encaramados en los centros de poder; a pesar del respeto ajeno y al miedo a que te señalen con el dedo, la Cataluña de a pie se ha echado a la calle en este 12 de octubre, Día de España y de la Hispanidad, en esta Barcelona de nuestros pecados.
Manuel Parra Celaya |