«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

domingo, 24 de agosto de 2014

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo"


1. Como en otras ocasiones, el Evangelio de la Misa (Domingo XX Tiempo Ordinario-A: Mt 16, 13-20) nos presenta a Jesús en conversación sus discípulos. Respondiendo a su pregunta, ellos se hacen eco de las opiniones que existían en torno a Jesús: "Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas...". Las respuestas no son satisfactorias, los hombres no saben quién es en realidad Jesús aunque tienen de Él un concepto elevado, le consideran un profeta, un maestro, alguien que habla en nombre de Dios pero nada más que eso. Por eso, les pregunta: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?".

"Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mt 19, 27), por eso los discípulos no pueden limitarse a seguir una opinión superficial sino que deben conocer y proclamar a Aquel por quien han empezado a vivir una vida nueva.

Movido por la gracia, San Pedro contesta: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Jesús le llama bienaventurado por esa respuesta en la que confiesa abiertamente la divinidad de Jesucristo: "Bienaventurado eres, Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos".

2. Solo el don divino de la fe nos hace proclamar la realidad de Nuestro Señor Jesucristo en quien existen dos naturalezas: una divina y otra humana, distintas e inseparables, y una única Persona, la Segunda de la Trinidad Beatísima, que es increada y eterna y se encarnó.

En el Credo confesamos esta doble condición de Jesucristo: Dios y Hombre verdadero.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor. El segundo artículo del Credo Apostólico nos enseña que el Hijo de Dios es la segunda persona de la santísima Trinidad: que es Dios eterno, omnipotente, Creador y Señor como el Padre, que se hizo hombre para salvarnos, y que el Hijo de Dios hecho hombre se llama Jesucristo. El Hijo de Dios tomó cuerpo y alma, como tenemos nosotros, en las purísimas entrañas de María Virgen, por obra del Espíritu Santo, y nació de esta Virgen. Para redimir al mundo con su sangre preciosa, padeció bajo Poncio Pilato, murió en la Cruz y fue sepultado.

Al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Siendo como Dios igual al Padre en la gloria, fue como hombre ensalzado sobre todos los Ángeles y Santos y constituido Señor de todas las cosas. Nuestro Señor Jesucristo es Dios y, como consecuencia es el dueño de todas las cosas, de los elementos, de los individuos, de las familias y de la sociedad. Es el Creador y el fin de todas las cosas.

Él vive hoy. Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos.

3. La vida cristiana consiste en amar a Cristo, en imitarle, en servirle... Él mismo nos dice: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6).

a) Jesucristo es el único Camino. Nadie puede ir al Padre sino por Él. Solo por Él, con Él y en Él podremos alcanzar nuestro destino sobrenatural. Únicamente a través de Cristo, su Hijo muy amado, acepta el Padre nuestro amor y nuestro homenaje.

b) Cristo es también la Verdad. La verdad absoluta y total, Sabiduría increada, que se nos revela en su Humanidad Santísima. Sin Cristo, nuestra vida es una gran mentira.

c) Y es nuestra Vida: porque nos mereció la gracia, vida sobrenatural del alma; porque esa vida brota de Él, como vimos, de modo especial en los sacramentos; y porque nos la comunica a nosotros. Toda la gracia que poseemos es gracia de Dios a través de Cristo. Esta gracia se nos comunica a nosotros de muchas maneras; pero el manantial es único: el mismo Cristo.

Cuando se desvanece esta convicción en la divinidad de Cristo, único Camino, Verdad y Vida, entonces no hay fuerza para mantener la propia fe ante la invasión de las opiniones ajenas; de la inevitable diversidad se pasa al pluralismo como un valor en sí mismo y en virtud de una libertad religiosa mal entendida se coloca a todas las religiones en pie de igualdad y se otorgan los mismos derechos a la verdad y al error...

Cuando Jesucristo ya no es la sola Verdad y la fuente de toda Verdad basta muy poco para que los hasta entonces cristianos se alejen de la Iglesia, no practiquen su religión y su moral se vuelva deplorable.

Por eso, aunque Jesucristo murió por todos los hombres, no todos se salvan: “Porque o no le quieren reconocer o no guardan su ley, o no se valen de los medios de santificación que nos dejó. Para salvarnos no basta que Jesucristo haya muerto por nosotros, sino que es necesario aplicar a cada uno el fruto y los méritos de su pasión y muerte, lo que se hace principalmente por medio de los sacramentos instituidos a este fin por el mismo Jesucristo, y como muchos no reciben los sacramentos, o no los reciben bien, por esto hacen para sí mismos inútil la muerte de Jesucristo” (Catecismo Mayor).

Renovemos nuestra fe en la divinidad de Jesucristo y en las consecuencias que esa confesión tiene en nuestra vida, haciendo uso de los medios de santificación que Él ha dejado a nuestro alcance y aplicándonos el fruto de su Pasión y Muerte.

Escuchemos como dirigida a cada uno de nosotros la pregunta: "Y tú, ¿quién dices que soy Yo?" Y sepamos responderle con la fe de San Pedro: "Tú eres el Hijo de Dios vivo... el Camino, la Verdad y la Vida... La única Verdad que tengo que seguir como Camino para llegar un día a la Vida eterna".

Ángel David Martín Rubio