Venga ello ahora a cuento a raíz de la ingenuidad de los que consideran que el “caso Pujol” ha sido más que suficiente para desinflar el globo separatista en Cataluña, que es paralela a esa otra ingenuidad que se ha sorprendido con los tejemanejes del ex-Muy Honorable.
Transcribo casi textualmente y traducidos del catalán dos comentarios oídos al azar; el primero, de una apacible viejecita en tertulia apasionada con una congénere: “Fíjate en lo de Pujol… Parece mentira que un banco sea capaz de contar los secretos de quienes, a fin de cuentas, son sus clientes; ¡y los periodistas lo aprovechan para airearlo…!”. Luego, al parecer alarmada por un aldabonazo de su conciencia, añadió: “Con todo lo que sea Pujol…”.
El segundo comentario fue pronunciado en alta voz por un prójimo apoyado en la barra de un bar y oyendo las noticias de un telediario, con inequívoco acento andaluz: “¡Como si Pujol fuera el único…!”; evidentemente, no es el único, sobre todo si el caballero se refería a la Junta de Andalucía y otras hierbas, pero la justificación no deja de tener gracia (o ninguna, claro).
A fuer de sincero, confieso que hace días que no escucho ni leo otro tipo de justificación, también muy común cuando se destapó el pastel: “¡Por lo menos nos roban los de aquí…!”, que casa muy buen con las palabras atribuidas a Pilar Rahola –creo que posteriormente negadas en cuanto a esta autoría- pero indicadoras de un estado de ánimo: “Pujol no es ningún santo, pero es nuestro padre y, en el fondo, una víctima del sistema”.
Ni los múltiples “casos” precedentes, relativos a chanchullos, estafas, depredaciones y apandamientos, que han tenido como protagonistas a personajes del nacionalismo catalán, a sus partidos o a las instituciones en que estaban encaramados, han servido para quitar las ansias de “esteladas” ni lo conseguirán todos los que, eventualmente, puedan indagarse en el futuro. Me refiero, claro está, a los sectores separatistas. Porque, en sí, se trata de un fanatismo y, como tal, de carácter irracional; se basa, por una parte, en sentimientos exacerbados y, por la otra –y esto es lo grave- convenientemente adulterados, manipulados, retorcidos y exaltados por quienes tienen en su mano las riendas del cotarro.
Su terapia es larga y difícil. Requiere una gran dosis de paciencia y de tranquilidad de ánimo, cualidades de las que muchos catalanes que nos consideramos profundamente españoles adolecemos en el momento actual; los conocimientos históricos, los razonamientos políticos, las exigencias legales o los números de la economía (estos dos últimos recursos preferidos por el partido gobernante) resbalan a quienes ponen por encima de todo sus supuestos “agravios” o el odio que les han inculcado, sean clérigos o seglares. No importa que estén en minoría: su ruido, si tenemos en cuenta sus altavoces, pagados por fondos públicos, alcanzará todos los rincones de su microuniverso.
Con todo, se están apreciando posturas de retroceso en quienes, hasta hace poco, eran capaces de obviar las trampas o en quienes se dan cuenta de que sus intereses corren cierto peligro; véanse, por ejemplo, las “retiradas” de algunos cotizantes de la Fundación Pujol, las amenazas del clan a los “traidores” o la búsqueda desesperada de lo que llaman “terceras vías”; pero esto último también suena un poco a timo, pues aquí no se trata de “perseguir la superación del pensamiento antinómico” (Arnaud Imatz), sino de salvar algunos muebles.
A lo mejor, hay que rogar por el cumplimiento de ciertas palabras de Joan Maragall, en 1902, abuelo del diletante político socialista de hoy: “Para que el catalanismo se convirtiera en franco y redentor españolismo, sería menester que la política general española se orientara en el sentido del espíritu moderno que ha informado la vida actual, no solo de Cataluña, sino también de algunas otras regiones españolas progresivas. Mientras todas ellas continúen gobernadas por el viejo espíritu de la España muerta; mientras decir política española equivalga a decir absorción, fraseología y administración contra el contribuyente, entregada por el favor a tantos altaneros mendigos de levita, es imposible que ninguna región civilizada de esta España sea sincera y eficazmente españolista (…) Así pues, nada tendría de extraño que hubiera en la España viva más autonomistas, más separatistas y más extranjeristas que buenos españoles; porque ser buen español al uso parlamentario es fácil cosa; basta con cruzarse de brazos y dejar que España se hunda al son de retruécanos; mientras que para ser buen español a secas se necesita ser héroe. Pues bien, el catalanismo para ser españolismo ha de ser heroico, y su primera heroicidad ha de ser la mayor: vencerse a sí mismo. Vencer el impulso de apartamiento en que nació; vencer sus rencores y sus impaciencias, y vencer un hermoso ensueño”.
Así sea.
Manuel Parra Celaya |