Jesús y la cananea. Pieter Lastman (1617) |
En el Evangelio de la Misa (Domingo XX Tiempo Ordinario-A: Mt 15, 21-28), San Mateo nos presenta a Jesús con sus discípulos en la región de Tiro y Sidón. En aquellos territorios de Fenicia, habitaban personas que adoraban a los falsos ídolos de los paganos y que, por lo tanto, no pertenecían al pueblo de Israel ni practicaban la religión judía. Una mujer pagana se acerca a Jesús para pedirle la curación de su hija. El Señor le da una respuesta dura y distante en apariencia: “No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de Israel”, como si quisiera desentenderse de ella. En realidad está probando la fe de aquella cananea.y terminará haciendo un elogio de esa mujer que había demostrado su fe reiterando su petición con insistencia: “Grande es tu fe, hágase como quieres”. Y su hija quedó sana desde aquel momento.
Este episodio nos recuerda la importancia de la Fe que, como se enseña en la doctrina cristiana, es una virtud sobrenatural por la que creemos firmemente lo que Dios ha revelado y la Iglesia nos enseña.
Sin la Fe, ni podemos agradar
a Dios ni podemos salvarnos. Por eso, nosotros que hemos recibido de Dios este
gran beneficio de la Fe verdadera, hemos de ser agradecidos, conservarla y
aumentarla, evitando todo aquello que nos puede hacer perderla o que disminuya.
1. En relación con nosotros mismos: evitando las malas compañías, las malas lecturas, los
malos programas de televisión que siembran en nosotros la cizaña de la duda y
procurando también formar nuestra fe con buenas lecturas, escuchando las emisoras
de radio y de televisión católicas cuando estén a nuestra disposición y, sobre
todo con una vida cristiana sincera que supone la práctica de los mandamientos,
el ejercicio de las virtudes y la frecuente y devota recepción de los
Sacramentos.
Recordemos que no basta tener
fe para salvarse, sino que hemos de vivir conforme a lo que creemos, pues la fe
sin las obras es una fe muerta. Las buenas obras de que se nos pedirá cuenta particular el día del Juicio son las obras de misericordia, es decir, "aquellas con que se socorren las necesidades corporales o espirituales de nuestro prójimo" (Catecismo de San Pío X).
2. En relación con los que viven cerca de nosotros: Debemos robustecer la fe de nuestros hermanos cuando
vemos que peligra, combatiendo siempre la incredulidad y la irreligión con el
apostolado de nuestra palabra y, sobre todo, de nuestro ejemplo.
Esta obligación compete de
manera muy especial a los padres y madres de familias cristianas que se
comprometieron solemnemente a educar cristianamente a sus hijos cuando pidieron
para ellos el Santo Bautismo. Los padres deben pedir lo mejor para sus hijos,
como la mujer que hoy nos presentaba el Evangelio siguiendo con perseverancia a
Jesús hasta que cura a su hija. Y no hay don mayor que la fidelidad a la Fe.
3. En relación con toda la humanidad: hemos de procurar con nuestras oraciones y limosnas
por las misiones católicas, que se extienda la fe en aquellos lugares en que todavía no es
conocida.
La semana pasada veíamos,
como S.Pedro al vacilar en su fe se hundía en las aguas del lago. La falta de
Fe hace al cristiano miedoso en los peligros, abatido en las dificultades...
Pero donde la Fe es viva, donde no se duda del poder de Jesús y de su continua
presencia en la Iglesia, no habrá nunca peligro de naufragio.