«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

lunes, 1 de diciembre de 2014

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: ¿Rezamos al mismo Dios?


En relación con los comentarios que ha provocado alguna noticia de efímera actualidad y reiterada escenificación en los últimos años, puede ser oportuno recordar y precisar algunos conceptos que ya expusimos en otra ocasión acerca del Misterio de la Santísima Trinidad.

Un misterio, en general, es una verdad que es imposible comprender y demostrar naturalmente. Más en concreto, un misterio de la religión Católica es una verdad revelada por Dios, que debemos creer, aunque no podamos ni comprenderla ni demostrarla. Y son tres los principales misterios de nuestra santa religión revelados por Dios: la Santísima Trinidad, la Encarnación y la Redención. Con ser importantes los dos segundos, lo es más el primero porque constituye la vida divina en sí misma, que los dos otros presuponen.

Es más, sin aceptar el misterio de la Trinidad es imposible acoger el de la Encarnación y el de la Redención. Este es el escollo en el que tropiezan ineludiblemente otras religiones por muy cercanas al cristianismo que se las quiera presentar. El escollo procede de confundir entre sí, en la fe o en la piedad, a las divinas Personas, o de multiplicar su única Naturaleza, al distinguir las Personas; pues la fe católica nos enseña a venerar un solo Dios en la Trinidad y la Trinidad en un solo Dios.

Por eso, la fe en la Santísima Trinidad, lejos de ser una verdad pacíficamente poseída por la Iglesia, ha sido expresada en formulas dogmáticas sucesivamente más depuradas, y ha dejado un reguero de mártires que dieron su vida por confesarla. Puesto que la revelación del misterio de la Santísima Trinidad se ha llevado a cabo, sobre todo y principalmente, en el Verbo Encarnado y mediante Él mismo, no tiene nada de extraño que las primeras herejías trinitarias sean al mismo tiempo herejías cristológicas, y que las principales controversias versen acerca del Verbo, la segunda Persona. Basta pensar en las sucesivas crisis provocadas por los seguidores de Arrio que arrancaron la conocida expresión de San Jerónimo: «El mundo entero gimió de asombro al verse arriano».

Trinidad, monoteísmo y monolatrías


El primer atributo divino que se debe tratar teológicamente es la unicidad, ya que la religión cristiana tiene como dogma fundamental el monoteísmo. Es tan firme la conciencia cristiana acerca de la unicidad de Dios desde un principio que las herejías trinitarias desde el siglo II al siglo V no se inclinaban tanto al triteísmo[1] cuanto a un modalismo o al subordinacionismo[2].

Sostienen el monoteísmo más o menos perfecto, aparte de la religión cristiana, el judaísmo y el islamismo; y, si bien no un monoteísmo perfecto, lo defienden los más insignes filósofos griegos, Sócrates, Platón y Aristóteles. Es sencillamente un error el creer que el llamado “Dios de los filósofos” es distinto de Aquel que se ha revelado en la historia. No hay más que un solo Dios. Por ello se ha dado a conocer a su pueblo primeramente como «Aquel que es», y enseguida se ha dado a conocer como «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob»[3].

En ese sentido, se podría decir que los cristianos adoramos al mismo Dios a quien el hombre puede descubrir con la sola luz de la razón natural, o a quien adoraron los judíos en el pasado, o incluso al mismo al que adoran formas derivadas y degradadas del monoteísmo bíblico como lo es el islam. Los primeros informadores de Mahoma en relación con el monoteísmo fueron, casi con toda certeza, cristianos vinculados a grupos de comerciantes que se desplazaban por Arabia, no muy versados en la propia religión, deformada por el influjo de las herejías existentes entre ellas las de sentido judaizante.

Ahora bien, sería un grave error pensar que la Revelación pública íntegra es intrascendente; todo lo contrario, pues añade a nuestro conocimiento de Dios misterios inalcanzables para la razón, inabarcables para las falsas religiones y apenas esbozados en la Revelación del Antiguo Testamento.

«Sólo es monoteísta quien adora a la Santísima Trinidad, porque la Unidad de Dios es inseparable de la Trinidad de Personas. Es falso decir que los musulmanes son monoteístas. No lo son porque no adoran al Único Dios verdadero, que es Trino. Ellos son monólatras, o sea, que adoran un solo ídolo supremo. Dígase lo mismo de los judíos, que rechazaron la Revelación de la Santísima Trinidad. Ellos también dejaron la adoración del verdadero Dios Trino, para inclinarse ante un ser inexistente, un ídolo. Sólo hay una religión monoteísta: es la Católica, que adora a la Santísima Trinidad»[4].

Más absurdo aún sería pensar en concordar unos contenidos revelados divergentes pensando que habrían sido propuestos a hombres de distintas épocas o lugares. Algo así como si Dios se hubiese revelado también a Mahoma, diciendo todo lo contrario de lo que ha sido revelado por Jesucristo. Solamente encontramos un progresivo despliegue entre el Antiguo Testamento y Jesucristo, en la medida que la religión mosaica se ordena a Cristo y Éste cierra definitivamente el ciclo.

«De hecho fue así, que Dios reveló la religión a Adán y a los primeros Patriarcas, los cuales sucediéndose unos a otros y viviendo juntos muchísimo tiempo podían transmitírsela fácilmente, hasta que Dios nuestro Señor se formó un pueblo que la guardase hasta la venida de Jesucristo, nuestro Salvador, Verbo de Dios encarnado, quien no la abolió, sino que la cumplió, perfeccionó y confió como en custodia a la Iglesia por todos los siglos»[5].

Cristianismo e islamismo: ¿Creemos en el mismo Dios? 


Basta un conocimiento mínimo de la teología, de la moral y de la historia de las religiones para relegar al terreno de los mitos la existencia de «numerosos puntos de contacto» (expresión utilizada por el Cardenal Bea) entre nuestra fe y la profesada por los musulmanes.

La declaración Nostra Aetate del Vaticano Segundo, afirma que la Iglesia «mira también con aprecio» a los musulmanes porque adoran al único Dios; aunque no reconocen a Jesús, lo veneran como profeta y honran a la Virgen María. Ahora bien, ignorar estas diferencias equivale a relegar al terreno de la irrelevancia la divinidad de Jesucristo (que no es un profeta precursor de Mahoma) o la condición de Madre de Dios de Santa María (que es ontológicamente mucho más que la madre de un simple hombre-profeta). Incluso, en el mejor de los casos, la frase en cuestión induciría a pensar que es apreciable un concepto de Jesucristo y del propio Dios que deforma notablemente su propia esencia en cuanto nos ha sido revelada (Uno y Trino) [6].

Para clarificar definitivamente la cuestión debemos añadir que la divina Majestad de Dios puede ser considerada bajo el aspecto de Ser supremo, espíritu purísimo, infinito y eterno, creador y señor del universo y bajo el aspecto de su naturaleza trinitaria, como nos ha sido revelada por Jesucristo.

Si se considera solamente el primer aspecto, efectivamente el Dios de los cristianos sería el mismo que el de los musulmanes y que el de todos aquéllos que, con el recto uso de la razón natural, descubren y creen en el único Dios[7]. Ahora bien, la cuestión cambia radicalmente a la luz del dogma de la Santísima Trinidad, pues quien afirmara que el Dios de los cristianos es el mismo que el de los hebreos y los musulmanes prescindiendo de la Santísima Trinidad y de la encarnación del Verbo, verdadero y único Dios con el Padre y el Espíritu Santo, estaría negando en la práctica ambos dogmas.

Lo mismo podría decirse en cuanto a un culto meramente natural y otro de orden sobrenatural obediente a la verdad por el mismo Dios revelada y a los mandatos por él promulgados. No parecería razonable que un católico propusiera abandonar lo segundo para atentar lo primero en aras de un indiscriminado sincretismo. Sobre todo si se tiene en cuenta el salto cualitativo que constituye a los actos de culto del bautizado en virtud de su sacerdocio interno.

«Por lo que se refiere al Sacerdocio interno, todos los fieles después de bautizados se dicen Sacerdotes, y en especial los justos, que tienen el Espíritu de Dios, y que por el beneficio de su divina gracia son constituidos miembros vivos del Sumo Sacerdote Jesucristo. Porque éstos, mediante la fe inflamada por la caridad, ofrecen a Dios hostias espirituales en el altar de su corazón. Y de este género de sacrificio son todas las obras buenas y virtuosas relativas a la gloria de Dios» [8].

El choque con la doctrina de la gracia es evidente: el islam no es una religión sobrenatural y por consiguiente se carece de cualquier terreno sobre el que fundamentar actos de adoración, oración y culto. Y lo dicho, sirve también para las verdades religiosas: si son aceptadas por el testimonio de la razón, no son objeto de fe, sino de simple conocimiento racional. Por lo tanto, la diferencia entre aquél que acepta la Revelación y aquél que acepta lo que su razón (o una falsa religión) le propone no es solamente una diferencia de perfección en el conocimiento de Dios, sino una diferencia de fe: para uno son objeto de simple creencia humana, para otro es objeto de fe sobrenatural.

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En conclusión, frente a la idea –por divulgada no menos falsa– de que el Dios de los cristianos es el mismo que el de los musulmanes, basta recordar que éstos no creen en Jesucristo ni lo veneran como Dios. Y la raíz de la contraposición entre cristianismo e islamismo es de naturaleza teológica pues el Dios de los cristianos no es solamente el Dios único, sino el Dios Uno y Trino. Uno en la Naturaleza, Trino en las Personas. Para el islam, el Hijo de Dios es un “profeta” y la Santísima Trinidad una blasfemia. 

Señalar aparentes coincidencias sin resaltar las más que notables discrepancias sería como decir que apreciamos un producto que hace crecer el pelo aunque no ignoramos sus propiedades cancerígenas.

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[1] Se niega o se destruye, bien de modo manifiesto, bien de forma indirecta, la unidad de la naturaleza divina.
[2] Se niega la verdadera Trinidad de personas en Dios, pero esto puede llevarse a cabo de un doble modo: o bien por negarse la distinción real personal entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, manteniendo solamente una cierta distinción menor, modal o mera distinción de razón (afirma esto el monarquianismo y el modalismo); o bien por negarse explícita o implícitamente, la verdadera divinidad de la segunda y de la tercera persona, las cuales, quedan subordinadas a la primera que es el verdadero Dios (así se expresa el subordinacionismo).
[3] Para lo dicho hasta aquí cfr. DALMAU, José M., “Acerca de Dios Uno y Trino”, in: Sacrae Theologiae Summa, vol.2, Madrid: BAC, 1952.
[4] Revista Roma, 93 (abril-1986).
[5] Catecismo Mayor de San Pío X.
[6] Una síntesis de las diferencias entre judaísmo, islam y Cristianismo en: “¿Musulmanes y judíos creen en el “Dios único” de los cristianos? Si lo dice hasta el Papa… Pero el sensus fidei no puede aceptarlo”, in: Sí Sí No No (30-abril-2006). El punto 3 del documento conciliar citado acaba concluyendo que «si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres». No se explica cuál es el espacio común sobre el que se fundamentarían estos valores y se olvida así que si el islam, por ejemplo, practica y promueve la poligamia es porque está inscrita en su fe, en su credo religioso. «Si los abusos no proviniesen de las religiones, todas las religiones serían moralmente correctas, no abusivas: su moral sería verdadera […] Ahora bien, todas las falsas religiones (religiones humanas, religiones no reveladas por el Unigénito) están fundadas sobre el abuso: admiten el abuso en la práctica moral y se fundan sobre el abuso en la doctrina de su fe» (Romano AMERIO, Stat Veritas, Madrid: Editorial Criterio-Libros, 1998, pág, 134).
[7] Concilio Vaticano I: «Si alguno dijere que Dios vivo y verdadero, creador y señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema» (DH 3026). Pero la Iglesia también sostiene que el conocimiento natural de Dios no es la fe; que lo que se puede conocer de Dios por la razón natural es absolutamente insuficiente para salvarse y que en el estado actual del género humano las verdades religiosas naturales pueden ser conocidas por todos fácilmente, con firme certeza y sin ninguna mezcla de error únicamente por medio de la Revelación divina (Cfr. Pío XII, enc. Humani generis: DH 3876; cf. Concilio Vaticano I: DH 3005).
[8] Catecismo Romano II, 7, 23.

Ángel David Martín Rubio