En relación con el presente, su enfado es manifiesto: con Rajoy, por supuesto, más por ningunearlos que por contradecirles; con el Rey, a quien, con ocasión de su mensaje de fin de año, despreció públicamente el Sr. Mas; con la oposición socialista, por insistir en eso del federalismo y no apoyarles; con los llamados “fachas”, que, en Cataluña, son todos los que no piensan como ellos (a juzgar por la pintada que apareció en mi portal: “Españolismo es fascismo”). Ahora les ha tocado el turno a los de “Podemos”, a quienes asimismo han puesto como chupa de dómine por su aparición pública en Barcelona. Y me dice al oído un pajarillo que también están sumamente cabreados con don Álvaro Sáenz de Heredia por persistir en su musical sobre José Antonio Primo de Rivera.
En realidad, los separatistas (recuerde, amigo lector, nada de “independentistas”, como gustan en llamarse) están, por definición, enfrentados a todo aquello que está a su alrededor y no son ellos mismos, a su circunstancia, que decía Ortega, porque, quiéranlo o no, esta pone su granito de arena para su definición, y ellos, claro, solo quieren ser ellos, sin esa molesta circunstancia que cada día les contradice.
Y, en lo más íntimo, seguro que están enfadados consigo mismo, porque, en el fondo, están haciendo gala de unas constantes que, en negativo, son la quintaesencia de lo español: le tenacidad ante los muros que se encuentran a su paso en cada momento de su historia y aquellas “pulgas de Viriato” que, según Eugenio d´Ors, eran las culpables de que España no se hubiera acabado de alumbrar con las luces de la Ilustración; por cierto, que fue en el siglo XVIII, con sus odiados Borbones, cuando Cataluña comenzó su prosperidad, debida a partes iguales al esfuerzo de sus habitantes (nada preocupados por el centralismo), al europeísmo (que entraba a cuentagotas, pero algo era) y a la apertura de los puertos del Mediterráneo al comercio con América, anulando antiguos tratados que tenían su origen en la Edad Media. Todo ello corrobora mi tesis de que el “problema catalán” no es más que una parte del “problema de España”, para la que también don Eugenio atesoró una definición: “Perpetuo motín de Esquilache”, lo mismo da que se produzca en Vilafranca del Penedés que en Madrid.
El nacionalismo separatista –todo nacionalismo, en el fondo- es un perpetuo mirarse el ombligo, hasta el punto de que no se tienen ojos para mirar a otros puntos; por ejemplo, alrededor, donde reside el resto de pueblos con quienes se ha compartido, a lo largo de las generaciones, flaquezas y grandezas, errores y aciertos, heroicidades y miserias; hacia adelante, que es a donde suele caminar la historia de la humanidad, y lo hace por pasos, que, en nuestro caso catalán, se llaman Marcas Hispánicas, Condados, Reino de Aragón, y España; y, en el día de mañana, Europa; y hacia arriba, desde donde se nos inspiran los grandes ideales, los grandes valores humanos, que son la generosidad, la solidaridad, la apertura de miras…
Alguien identificó, simbólicamente, estos nacionalismos con el dulce sonido de la gaita y vino a decir que es embriagador, pero que, como toda embriaguez, es ilusorio y suele dejar resaca (esto lo digo de mi cosecha); no, no es malo gustar del sonido de la gaita, siempre que no dejemos de escuchar el sonido universal, intemporal, casi matemático, de la lira, el que suele acompañar los mejores momentos de unidad, de integración, de abrazo.
El enfurruñamiento permanente de los separatistas de Cataluña con el mundo mundial no es compatible con el clásico sonido de la lira; me atrevería a decir que tampoco lo es con el embriagador y dulce de la gaita nativa, mejor destinado a que las parejas bailen en las romerías populares; el ceño fruncido de los “irredentos” me suena más a la falta de armonía de las esferas pitagóricas, que produce así su efecto en nuestros conspicuos nacionalistas, los de todos los lugares de España y los de todos los lugares de Europa.
Manuel Parra Celaya |