«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

martes, 6 de enero de 2015

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: “Que se postren ante Él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan” (Sal 71, 11)

Luis de Morales: "Epifanía"

Celebra hoy la Liturgia de la Iglesia la fiesta de la Epifanía del Señor. El nombre que la designa viene del griego y es un término compuesto por la preposición “epí” (“sobre”) y la palabra “fanía” (“brillar, alumbrar”). Por lo tanto, “Epifanía” significa “brillar sobre”, es decir, “manifestarse”. Para la salvación de todos los hombres convenía que, ya desde la infancia, el Mediador entre Dios y los hombres se manifestase al mundo entero.


Son tres los misterios en que claramente se manifestó a los hombres la gloria de Jesucristo: la adoración de los Magos; su Bautismo en las aguas del Jordán y su primer milagro en las bodas de Caná. El próximo domingo conmemoramos el Bautismo de Jesús, quedando el 6 de enero dedicado a celebrar la manifestación de Jesús a los Magos [1].

I. ¿Quiénes eran estos hombres que vinieron a adorar al Niño nacido en Belén?

San Mateo los llama “Magos” y no precisa ni su número ni su procedencia exacta. «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo» (Mt, 2, 2). La aparición de la estrella y todo el tenor del contexto parecen referirse a sabios que cultivaban las ciencias, especialmente el estudio de los astros. Por tanto, habiendo aparecido una nueva estrella, conocieron por inspiración divina que era indicio del nacimiento del Rey de los judíos, Salvador de los hombres y por eso se pusieron en camino hacia Belén.

El rey recién nacido es a los ojos de los Magos un rey universal, tal como lo daban a conocer las profecías de la Sagrada Escritura que se habían ido extendiendo por el mundo entonces conocido. No se trata para ellos de un rey como los demás «sino del rey ideal, desde tiempo atrás anunciado y prometido por Dios, que había de salvar a su pueblo y a toda la humanidad» (Fillion).

II. La Liturgia de Epifanía aplica la profecía de Isaías a los Magos que como representantes de los gentiles adoraron al Redentor en Belén (1ª Lectura: Is 60, 1-6).

El profeta anuncia el reino de la gracia, la luz de la fe, el señorío efectivo de Jesucristo en el mundo. Nos describe a Jerusalén como la capital del reino mesiánico. Iluminada por la gloria de Dios, atraerá a sí los peregrinos de todos los pueblos del Oriente y del Occidente (las lejanas tierras de Tarsis que muchos identifican con el hispánico Tartessos).

Al meditar la grandiosidad de estos textos, no podemos menos que contemplar el misterio de la humillación de Jesucristo que, anunciado con tal gloria y esplendor, recibe en Belén los obsequios de aquellos Magos en tanto que Herodes «y toda Jerusalén con él» se alarman llegando el primero a ordenar la matanza de los niños inocentes al tiempo que la Sagrada Familia huye a Egipto (Mt 2, 13-18). «¿Cómo explicarse ese misterio de Cristo doliente si no estuviera también anunciado en las Escrituras?» (Mons. Straubinger).

«Él, en verdad, ha tomado sobre sí nuestras dolencias, ha cargado con nuestros dolores, y nosotros le reputamos como castigado, como herido por Dios y humillado» (Is 53, 4). 

Cristo padeció para restituir al Padre, en beneficio nuestro, el honor que la habíamos robado nosotros. Aquí está todo el Misterio de la Redención. Este es, también, el Misterio de Cristo del que nos habla San Pablo en la segunda lectura de la Misa: «Este misterio consiste en que también los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio» (Ef 3, 6).

Los dones de los Magos son una pública confesión de la divinidad y la realeza de Jesucristo. Y, ante ellos, Cristo se manifiesta como Salvador, que a través de su muerte va a redimir a la humanidad. Por eso la Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo.

«Reconozcamos en los magos adoradores las primicias de nuestra vocación y de nuestra fe, y celebremos con corazones dilatados por la alegría los comienzos de esta dichosa esperanza; pues, desde este momento se inicia nuestra entrada en la celestial herencia de los hijos de Dios» (S. León Magno).

FUENTES: Mons. STRAUBINGER, La Santa Biblia, in Is 53, 4; 60 1-3. 5-6 y Mt 2, 1. 2. 6. 11; Catecismo Mayor de San Pío X
 
Publicado en Adelante la Fe

[1] En el Misal Romano tradicional se hace conmemoración del Bautismo del Señor el 13 de enero, Octava de Epifanía.
Ángel David Martín Rubio