Vieja barca de tablas carcomidas y de maderas por olas quebradas. Piedra fuerte, cima armada, alcázar, refugio, muralla; arx.(1)
Con estos términos y en figuras tan contrastantes describía la Iglesia San Gregorio Magno hace catorce siglos. Y con tales imágenes, cien años ha, San Pío X refería la situación que él vivía. Fácil nos resulta comprender la imagen de la barca con tablas quebradas al sufrir la agitación que vive hoy la Iglesia Romana. Vieja barca de maderas quebradas y, sin embargo, pétrea solidez en la fe de Cristo apoyada.
Aprovechemos pues, estimados lectores, esta editorial para concluir el año centenario de San Pío X, recordando su visión de la Iglesia y del mal del modernismo descripta en la encíclica “Iucunda sane” del 12 de marzo de 1904, al cumplirse el décimo tercer centenario de la muerte del Papa San Gregorio Magno.
San Gregorio Magno en “Iucunda sane”
“Cuando Gregorio asumió el supremo pontificado, era grande la perturbación de la sociedad; casi extinguida la vieja cultura, el imperio romano decaía dominado e invadido por toda suerte de barbarie… El mismo Gregorio describe la Iglesia de Roma: una vieja nave, deshecha por la violencia... que hace agua por todas partes, rota a diario por los embates de la tempestad y cuyas tablas carcomidas anuncian el naufragio”.(2) Tablas carcomidas, maderas quebradas; barca que por todas partes hace agua.
Sin embargo, “es de admirar todo lo que hizo en poco más de trece años de pontificado. Sobresalió en la restauración de la vida cristiana en general”. Fieles, religiosos, clero y obispos sintieron su fuerza y ejemplo. Roma, Italia toda, Francia, España, África se vieron bendecidas por la preocupación constante de tal padre y pastor. Coronación de su celo fue la conversión del británico pueblo. Finalmente, gracias a San Gregorio Magno, “una sociedad inspirada en el cristianismo sustituía a la romana que, con el transcurso del tiempo, había dejado de existir”.
La pétrea solidez de la fe de Cristo
Su obra fue obra de Dios. En efecto, “tenía una increíble fuerza de espíritu, a la que continuamente proporcionaba nuevo aliento su fe viva en la palabra segura de Cristo y en sus divinas promesas. También confió plenamente en el poder divino entregado a la Iglesia, para poder cumplir bien su ministerio en la tierra”.(3)
En todo caso, los rumores de guerra angustian el corazón. Las sombras de muerte debilitan la razón. Ante esta pesadumbre de temor y pánico, el alma clama, ayer y hoy, por la paz. “El deseo de paz conmueve sin duda el corazón de todos y no hay nadie que no la reclame con vehemencia”.
Ante lo cual San Pío X exclama: “El recuerdo de todo esto, Venerables Hermanos, Nos conforta gratamente… La eficacia divina de la Iglesia no ha disminuido con el paso del tiempo, ni las promesas de Cristo han traicionado la esperanza; esas promesas son las mismas que fortalecían el ánimo de Gregorio, y las que Nos fortalecen por encima de tantas dificultades actuales y vicisitudes por las que estamos atravesando… La Iglesia, fiel a su propia naturaleza, sin romper jamás el lazo que la une al celestial Esposo, vive hasta hoy como una flor de juventud perenne, sostenida por la fuerza que proviene del corazón traspasado de Cristo muerto en la cruz”. La cierta confianza en la promesa de Cristo hace exclamar a San Pío X: “in arce Ecclesiæ sanctæ tutos Nos esse sentimus; Nos sentimos seguros en la roca-fortaleza de la Santa Iglesia”.
“¿Quién ignora, escribía Gregorio al patriarca Eulogio de Alejandría, que la Iglesia Santa se apoya en la solidez del Príncipe de los Apóstoles, solidez que nos hace recordar que el nombre de Pedro proviene de piedra?” Pétrea solidez la de nuestra Iglesia, cima armada, seguro refugio.
Tablas carcomidas por el modernismo
La certeza de la indefectibilidad divina no le impide a San Pío X ver los conatos del infierno para destruir la Iglesia. Y hay veces que la barca de Pedro tanto es golpeada por las olas infernales que sus carcomidas tablas truenan amenazantes. Fue así como desde el inicio de su pontificado nuestro Santo Patrono denuncia el mal del modernismo. En “Iucunda sane”, a siete meses de asumir el Papado, lo hace con rápidas pinceladas magistralmente completadas luego por la “Pascendi” —tres años después—. Con palabras plenas de actualidad San Pío X describe el hodiernus hic error idemque maximus:
“Este error moderno, el mayor de todos y del que proceden los demás, es la causa, que tanto nos duele, de la pérdida de la salvación eterna de los hombres y de los muchos daños que sufre la religión, que se harán mucho peores si no se les aplica la medicina. Niegan la existencia de todo orden sobrenatural: que Dios sea el creador de todas las cosas y que su providencia gobierne todo; niegan que haya milagros y, negándolos, necesariamente destruyen los fundamentos de la religión cristiana. Atacan los argumentos que demuestran la existencia de Dios, y con increíble temeridad —contra los primeros principios de la razón—, se rechaza el poderoso argumento, que no admite prueba en contrario, de que la causa, es decir Dios y sus atributos se conocen por los efectos”.
Señala así San Pío X que el error comienza en el campo filosófico; primero destruye el saber natural para luego destruir la revelación sobrenatural: “Proponen una ciencia falsa que por necesidad les lleva a conclusiones también falsas. Es evidente que todo es confusión, si se parte de un falso principio filosófico”.(4)
De ahí que nuestro venerado fundador, transmitiendo la enseñanza de los Papas, mandó que Santo Tomás de Aquino no sólo fuese nuestro maestro en teología sino también en filosofía.
Se llega al extremo de disolver la unidad de la familia
Continúa la encíclica adelantándonos lo que hoy los católicos perplejos presencian con las discusiones del Sínodo de la Familia: “No son menos dolorosas las desgracias que, para las costumbres humanas y para la vida de la sociedad civil, se siguen… No queda nada para controlar las pasiones desatadas y nefandas… De suerte que Dios los abandonó a los deseos de su corazón, a los vicios de la impureza, en tanto grado, que ellos mismos deshonraron sus propios cuerpos... Se llega al extremo de disolver la unidad de la familia, que es el primer y más firme fundamento de la sociedad civil”.
Y como quien hubiese escuchado un sermón en alguna parroquia o participado en reunión del moderno episcopado: “se equivocan por completo los que, dedicándose a hacer el bien, sobre todo en los problemas del pueblo, se preocupan mucho del alimento y del cuidado del cuerpo, y silencian la salvación del alma y las gravísimas obligaciones de la fe cristiana”.
La piedra del Magisterio infalible
Hoy por hoy muchos católicos conservadores se escandalizan ante estas extremas consecuencias de los principios modernistas pues se habían obstinado a justificar los cambios revolucionarios del Concilio Vaticano II dándole una interpretación en continuidad. Hoy ya no lo pueden hacer. Confundidos quedan. Otros, perdiendo la fe en la divinidad de la Iglesia, la toman como una mera institución humana. Sin embargo, las promesas de Cristo no han traicionado la esperanza.
En efecto, antes de la crisis modernista, el cielo nos dio la gracia de la certeza del magisterio infalible que, cual firme piedra, permite soportar la tormenta tempestuosa que actualmente sufrimos. En su encíclica en honor a la Virgen María, “Ad diem illum laetissimum”, San Pío X atribuye a la Inmaculada la definición de la infalibilidad magisterial. En pregunta retórica dice: “¿qué del magisterio infalible de los Pontífices proclamado tan oportunamente contra los errores que surjan en el futuro?” (5) Nuestro Protector vio con sobrenatural intuición la necesidad que tendríamos los católicos del siglo XXI de la solidez pétrea de un magisterio firme e infalible, como fue el de los Papas antes de la infestación modernista en y post Vaticano II, para resistir a “los errores que surjan en el futuro”.
Que en este año centenario de su muerte nuestro Patrono San Pío X nos dé la gracia de unir, en nuestro combate, una visión aguda y certera contra las tablas carcomidas del modernismo junto a la pétrea solidez de la fe y esperanza en el magisterio infalible, ciudadela imbatible.
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NOTAS:
1. La palabra latina arx, arcis significa alcázar, ciudadela; altura, cima; punto culminante; plaza fuerte, refugio, muralla.
2. El texto latino guarda su natural riqueza de belleza y precisión: “vetustam navim vehementerque confractam… undique enim fluctus intrant, et quotidiana ac valida tempestate quassatæ putridæ naufragium tabulæ sonant”.
3. “Vivida fides in Christi verbo certissimo in eiusque divinis promissis et máxima fiducia in collata divinitus Ecclesiae vi”.
4. “Falso nempe philosophiae principio corrumpi omnia necesse est”.
5. “Quid de inerranti pontificum magisterio tam apte ad mox erupturos errores adserto?”
Editorial de la Revista Iesus Christus nº 148
Padre Mario Trejo. Superior de Distrito de América del Sur. HSSPX |