Queridos Reyes (Magos):
Quien os escribe esta carta ha procurado que, durante el año que ha terminado y a pesar de los pesares, su corazón no se haya enturbiado ni por el resentimiento ni por la cerrazón de partido, de casta o de terruño; tampoco se encuentra bloqueado en sus ilusiones, porque tiene bien grabadas las palabras del general Mc Arthur: Uno no se vuelve viejo por haber vivido un cierto número de años; se vuelve viejo porque ha desertado de los ideales. Los años arrugan la piel, pero renunciar a un ideal arruga el alma. No sé si recibiréis muchas cartas de españoles de hoy con parecidos contenidos, pero, en todo caso, a todos ellos van dirigidas las peticiones.
El primer regalo que os pido es que alejéis de muchas mentes el afán de lucro, de desmesura en la riqueza, de predominio en lo material, y que borréis de un escobazo la corrupción, la picaresca y la mamandurria; por el contrario, traed trabajo para todos, pero del bueno, no del precario, de ese que pueda garantizar a todos los hogares una vida verdaderamente digna; no os olvidéis, siquiera de un poco de carbón para el pequeño Nicolás y toda su corte reflejada en los selfis…
Poned en la mente de nuestros jóvenes la semilla de la duda ante todo el mensaje políticamente correcto que los embarga; y que esa duda empiece a sustituir todo relativismo y les lleve al descubrimiento de muchas verdades, empezando por la Verdad con mayúscula, a la que muchos que somos considerados como carrozas llamamos Dios.
Que caigan vuestras bendiciones sobre todas las familias, ya que no tienen las del Papá-Estado, más ocupado en otros menesteres; y, especialmente, bendecid a los niños y a quienes están en proyecto de serlo, para que no les impidan llegar a este mundo ni la injusticia, ni la frivolidad, ni la incultura ni la legislación sectaria.
Un buen regalo (no olvidéis que os escribo desde Cataluña) sería el de la solidaridad, el abrazo, la altura de miras y la unidad entre todos los hombres y las tierras de España, haciéndoles ver que el verde césped de su aldea no tiene por qué oponerse al prado del valle vecino, ni hay por qué competir en que el campanario de una aldea sea más alto que el de los pueblos de alrededor.
Proteged con vuestros mantos a esos soldaditos españoles (e hispanos, en general), que, lejos de sus novias, esposas o madres, mantienen, consciente o inconscientemente, el estilo de su religión de hombres honrados; que su sentido del deber se contagie a los españoles con o sin uniforme.
Hacednos vivir en nuestra propia utopía, pero no en el ensueño prefabricado de cartón y oropel; ojalá el próximo día 6 abramos un paquete que contenga la alegría y el orgullo de ser españoles y que disipe cualquier asomo de rencilla o de rencor que quede en esa confusa memoria histórica, para incitar al esfuerzo común de hoy y a la esperanza de una tarea sugestiva para el mañana.
Convertidnos en verdaderos ciudadanos europeos, de una Europa fiel a sus auténticas raíces religiosas y culturales y que cada día pueda ser también más solidaria, más creyente y esté más unida. Me atrevo a sugeriros que traigáis luz a sus políticos y economistas, para que no confundan las churras con las merinas, el fin con los medios, la economía real del trabajo y la producción con la de la especulación financiera. Devolvednos, en suma, la orientación hacia el camino de una justicia profunda.
Todo lo que os pido en esta carta no nos lo ha podido traer Papá Noel, que se encuentra muy atareado en la puerta de los grandes almacenes haciendo sonar su campanilla; sigo creyendo que, por el contrario, vuestras campanas son las que los ángeles hicieron sonar en Belén, a donde llegasteis siguiendo la Estrella. Que ella nos siga guiando a todos los españoles en este Día de Reyes.
Manuel Parra Celaya |