Por la escasez y el tenor de sus intervenciones sobre el tema, se
impone la evidencia de que la cuestión litúrgica ocupa un lugar mucho
menos preponderante en el universo de Francisco que en el de su
inmediato predecesor. Y lo mismo puede decirse en relación con un
aspecto concreto: el de la Misa en el Rito Romano tradicional que
Benedicto XVI caracterizó como “Forma extraordinaria” en su Motu Proprio Summorum Pontificum (2007)[1].
Aunque
la liturgia no parece ocupar el centro de las atenciones de Bergoglio,
sin embargo, resulta inevitable cierta incertidumbre acerca de la
pervivencia en el tiempo de algunas de las iniciativas tomadas por
Ratzinger en este terreno. Nos referimos, en especial, al estatuto de
relativa tolerancia ofrecido a la Misa Tradicional y la tímida puesta en
marcha de una apenas esbozada reforma de la reforma destinada a limar algunos de los excesos más estridentes de la reforma litúrgica posconciliar.
Quizá
por eso, se miran con lupa los escasos pronunciamientos de Francisco al
respecto. Tanto en acciones de gobierno (caso de las restricciones
impuestas a los Franciscanos de la Inmaculada) como en palabras y comentarios a diversos interlocutores. Y da la impresión de que se dimensionan con exceso tanto los presuntos respaldos como las no tan sutiles reticencias.
Especial repercusión han tenido las declaraciones del Arzobispo checo Jan Graubner, de Olomouc en Radio Vaticano
con motivo de unas palabras de Francisco en torno a los fieles
adheridos a la Liturgia Tradicional que el propio Arzobispo caracteriza
de “declaración bastante fuerte” y pone en contraste con un tono habitual de “gran afecto, atención y sensibilidad por todo, en orden a no herir a nadie”:
Cuando estábamos discutiendo acerca de quienes están interesados en [son aficionados a] la antigua liturgia y desean regresar a ella, era evidente que el Papa habla con gran afecto, atención y sensibilidad por todo, en orden a no herir a nadie. Sin embargo, hizo una declaración bastante fuerte cuando dijo que él entiende que la vieja generación regrese a lo que experimentó, pero que no puede entender que las generaciones más jóvenes deseen regresar a ello. “Cuando busco más a fondo -dijo el Papa- me parece que es más bien una especie de moda ["fashion" en el original inglés de la noticia]. Y si se trata de una moda, por lo tanto, no es una cuestión que necesite mucha atención. Sólo es necesario mostrar un poco de paciencia y amabilidad con las personas que son adictas a una cierta moda. Pero considero de gran importancia profundizar en las cosas, porque si no profundizamos, ninguna forma litúrgica, ésta o aquélla, nos puede salvar”.
De
entrada, hay que reconocer que la constatación de Francisco es
irrebatible. La Liturgia Romana Tradicional no solamente goza de muy
buena salud en lo que a respaldo de los fieles católicos se refiere sino
que resulta especialmente relevante el número de los que desearíamos
celebrarla o asistir a ella de manera exclusiva, dejando a un lado la
liturgia reformada. Y muchos de nosotros pertenecemos a las generaciones
más jóvenes y que, por tanto, no tuvimos posibilidad de haberla
conocido antes de su práctica extinción en 1969.
Para entender el
proceso por el que esta Liturgia ha llegado a convertirse en “una moda”
conviene no olvidar que las medidas disciplinarias aplicadas con motivo
de las ordenaciones sin mandato pontificio llevadas a cabo por monseñor
Lefebvre el 30 de junio de 1988 no tuvieron el efecto deseado ni
provocaron un desmoronamiento entre los sacerdotes y fieles adheridos a
la gran obra de la Tradición. No solamente la Hermandad de San Pío X
continuó con toda normalidad su labor apostólica incrementando
notablemente el número de sus miembros y fieles bajo su atención
pastoral sino que, al amparo de las tímidas concesiones apuntadas en la Carta Apostólica Ecclesia Dei
(1988), surgieron -en número relativamente elevado- grupos y
congregaciones religiosas adheridos a la Liturgia Tradicional que,
promoviendo su estudio y celebración, la extendieron a muchos que hasta
entonces la desconocíamos.
A partir de 1988 -y aunque las relaciones entre la Comisión Ecclesia Dei
y los grupos adheridos a la Liturgia Tradicional no siempre eran
fluidas- parecían haberse superado definitivamente situaciones como las
promovidas por el tristemente célebre "indulto" otorgado por Juan Pablo
II en 1984 (Quattuor abhinc annos).
Allí se imponían condiciones leoninas que exigían entregar el nombre de
los sacerdotes y fieles que deseaban celebrar y asistir a las Misas
"indultadas" concediendo el permiso exclusivamente a ellos. Medida
policíaca sin precedentes en el ámbito de la Liturgia católica.
Ya en el pontificado de Benedicto XVI, el Motu proprio de 2007, acompañado de una significativa Carta a los obispos y complementado con una posterior Instrucción Universae Ecclesiae
(2011) ha abierto paso a una liberalización teórica, siempre
obstaculizada en la práctica. Hoy el Rito Romano Tradicional es mucho
más que una “moda” y constituye, en forma evidente, el sostén de muchas
familias, de obras católicas, de escuelas, de vocaciones religiosas y
sacerdotales…
Aún así resulta difícil de aceptar que este sea el clima más propicio para explicar la difusión de la moda que
parece preocupar a Francisco, sobre todo cuando el uso de estas formas
rituales no ha sido, generalmente, promovido o facilitado desde
instancias oficiales. Recluidos en lugares inverosímiles, sometidos a
traslados y a cambios de horario, limitados en el número de sus
celebraciones, silenciados en lo que a proyección pública se refiere… Ni
sacerdotes ni fieles gozamos –sobre todo en España– de verdadera
libertad para ejercer el derecho a celebrar y participar en la Liturgia
de acuerdo con las normas del citado Motu Proprio de Benedicto
XVI. Las celebraciones de los católicos tradicionales se desarrollan, en
muchos lugares, en condiciones que recuerdan a las del culto privado
protestante que toleraban los católicos antes del Vaticano II: a algunos
no les permiten ni tocar las campanas.
En este contexto, sería de
desear que Francisco diera el paso de preguntarse por las razones más
profundas de esta predilección, especialmente entre los más jóvenes, por
la Liturgia tradicional. Sobre toda para saber si piensa neutralizarla
con algo más que con una “paciencia y amabilidad” hacia sus adictos que,
hasta ahora, ha brillado por su ausencia.
[1] En Summorum Pontificum
se introdujo por primera vez la distinción entre forma ordinaria y
extraordinaria para referirse, respectivamente, al Misal Romano
promulgado por Pablo VI (1970) y al Misal Romano promulgado por San Pío V
y nuevamente por el beato Juan XXIII (1962).
Publicado en Tradición Digital