«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

sábado, 8 de marzo de 2014

¿Y por qué está de moda?

 
Por la escasez y el tenor de sus intervenciones sobre el tema, se impone la evidencia de que la cuestión litúrgica ocupa un lugar mucho menos preponderante en el universo de Francisco que en el de su inmediato predecesor. Y lo mismo puede decirse en relación con un aspecto concreto: el de la Misa en el Rito Romano tradicional que Benedicto XVI caracterizó como “Forma extraordinaria” en su Motu Proprio Summorum Pontificum (2007)[1].
 
Aunque la liturgia no parece ocupar el centro de las atenciones de Bergoglio, sin embargo, resulta inevitable cierta incertidumbre acerca de la pervivencia en el tiempo de algunas de las iniciativas tomadas por Ratzinger en este terreno. Nos referimos, en especial, al estatuto de relativa tolerancia ofrecido a la Misa Tradicional y la tímida puesta en marcha de una apenas esbozada reforma de la reforma destinada a limar algunos de los excesos más estridentes de la reforma litúrgica posconciliar.
Quizá por eso, se miran con lupa los escasos pronunciamientos de Francisco al respecto. Tanto en acciones de gobierno (caso de las restricciones impuestas a los Franciscanos de la Inmaculada) como en palabras y comentarios a diversos interlocutores. Y da la impresión de que se dimensionan con exceso tanto los presuntos respaldos como las no tan sutiles reticencias.
 
Especial repercusión han tenido las declaraciones del Arzobispo checo Jan Graubner, de Olomouc en Radio Vaticano con motivo de unas palabras de Francisco en torno a los fieles adheridos a la Liturgia Tradicional que el propio Arzobispo caracteriza de “declaración bastante fuerte” y pone en contraste con un tono habitual de “gran afecto, atención y sensibilidad por todo, en orden a no herir a nadie”:
Cuando estábamos discutiendo acerca de quienes están interesados en [son aficionados a] la antigua liturgia y desean regresar a ella, era evidente que el Papa habla con gran afecto, atención y sensibilidad por todo, en orden a no herir a nadie.  Sin embargo, hizo una declaración bastante fuerte cuando dijo que él entiende que la vieja generación regrese a lo que experimentó, pero que no puede entender que las generaciones más jóvenes deseen regresar a ello. “Cuando busco más a fondo -dijo el Papa- me parece que es más bien una especie de moda ["fashion" en el original inglés de la noticia]. Y si se trata de una moda, por lo tanto, no es una cuestión que necesite mucha atención. Sólo es necesario mostrar un poco de paciencia y amabilidad con las personas que son adictas a una cierta moda. Pero considero de gran importancia profundizar en las cosas, porque si no profundizamos, ninguna forma litúrgica, ésta o aquélla, nos puede salvar”.
De entrada, hay que reconocer que la constatación de Francisco es irrebatible. La Liturgia Romana Tradicional no solamente goza de muy buena salud en lo que a respaldo de los fieles católicos se refiere sino que resulta especialmente relevante el número de los que desearíamos celebrarla o asistir a ella de manera exclusiva, dejando a un lado la liturgia reformada. Y muchos de nosotros pertenecemos a las generaciones más jóvenes y que, por tanto, no tuvimos posibilidad de haberla conocido antes de su práctica extinción en 1969.
 
Para entender el proceso por el que esta Liturgia ha llegado a convertirse en “una moda” conviene no olvidar que las medidas disciplinarias aplicadas con motivo de las ordenaciones sin mandato pontificio llevadas a cabo por monseñor Lefebvre el 30 de junio de 1988 no tuvieron el efecto deseado ni provocaron un desmoronamiento entre los sacerdotes y fieles adheridos a la gran obra de la Tradición.  No solamente la Hermandad de San Pío X continuó con toda normalidad su labor apostólica incrementando notablemente el número de sus miembros y fieles bajo su atención pastoral sino que, al amparo de las tímidas concesiones apuntadas en la Carta Apostólica Ecclesia Dei (1988), surgieron -en número relativamente elevado- grupos y congregaciones religiosas adheridos a la Liturgia Tradicional  que, promoviendo su estudio y celebración, la extendieron a muchos que hasta entonces la desconocíamos.
 
A partir de 1988 -y aunque las relaciones entre la Comisión Ecclesia Dei y los grupos adheridos a la Liturgia Tradicional no siempre eran fluidas- parecían haberse superado definitivamente situaciones como las promovidas por el tristemente célebre "indulto" otorgado por Juan Pablo II en 1984 (Quattuor abhinc annos). Allí se imponían condiciones leoninas que exigían entregar el nombre de los sacerdotes y fieles que deseaban celebrar y asistir a las Misas "indultadas" concediendo el permiso exclusivamente a ellos. Medida policíaca sin precedentes en el ámbito de la Liturgia católica.
 
Ya en el pontificado de Benedicto XVI, el Motu proprio de 2007, acompañado de una significativa Carta a los obispos y complementado con una posterior Instrucción Universae Ecclesiae (2011) ha abierto paso a una liberalización teórica, siempre obstaculizada en la práctica. Hoy el Rito Romano Tradicional es mucho más que una “moda” y constituye, en forma evidente, el sostén de muchas familias, de obras católicas, de escuelas, de vocaciones religiosas y sacerdotales…
 
Aún así resulta difícil de aceptar que este sea el clima más propicio para explicar la difusión de la moda que parece preocupar a Francisco, sobre todo cuando el uso de estas formas rituales no ha sido, generalmente, promovido o facilitado desde instancias oficiales. Recluidos en lugares inverosímiles, sometidos a traslados y a cambios de horario, limitados en el número de sus celebraciones, silenciados en lo que a proyección pública se refiere… Ni sacerdotes ni fieles gozamos –sobre todo en España– de verdadera libertad para ejercer el derecho a celebrar y participar en la Liturgia de acuerdo con las normas del citado Motu Proprio de Benedicto XVI. Las celebraciones de los católicos tradicionales se desarrollan, en muchos lugares, en condiciones que recuerdan a las del culto privado protestante que toleraban los católicos antes del Vaticano II: a algunos no les permiten ni tocar las campanas.
 
En este contexto, sería de desear que Francisco diera el paso de preguntarse por las razones más profundas de esta predilección, especialmente entre los más jóvenes, por la Liturgia tradicional. Sobre toda para saber si piensa neutralizarla con algo más que con una “paciencia y amabilidad” hacia sus adictos que, hasta ahora, ha brillado por su ausencia.

[1] En Summorum Pontificum se introdujo por primera vez la distinción entre forma ordinaria y extraordinaria para referirse, respectivamente, al Misal Romano promulgado por Pablo VI (1970) y al Misal Romano promulgado por San Pío V y nuevamente por el beato Juan XXIII (1962).
 
Publicado en Tradición Digital