La
liturgia celebra hoy la fiesta de la Cátedra de San Pedro, con la que
se da gracias a Dios por la misión encomendada al apóstol san Pedro y a
sus sucesores. Se habla de la Cátedra que es la sede fija del
obispo, puesta en la iglesia madre de una diócesis, que por eso se llama
"catedral", como símbolo de la autoridad del obispo, y en particular de
su Magisterio, es decir, de la enseñanza evangélica que, en cuanto
sucesor de los Apóstoles, está llamado a conservar y transmitir.
“Por más que ya las sepáis y estéis incluso afianzados en la presente verdad -escribe San Pedro en su segunda Carta-, nunca cesaré de recordaros estas cosas, pues considero un deber estimularos con mis exhortaciones mientras habito en esta tienda de campaña, que pronto abandonaré, según me ha manifestado nuestro Señor Jesucristo. Pero me esforzaré para que en todo tiempo, después de mi partida, podáis tener presentes estas cosas” (2 Pdr 1, 12-15).
I.- Después de la
resurrección de Jesucristo, San Pedro residió en Jerusalén y, más tarde,
en Antioquía, la ciudad donde los discípulos empezaron a llamarse
cristianos. Allí predicó el Evangelio, y volvió después a Jerusalén,
donde se desató una sangrienta persecución. Liberado por el ministerio
de un ángel, después del martirio de Santiago, abandonó Palestina y se
retiró a otro lugar. San Jerónimo afirma que Pedro llegó a Roma en el
año segundo del principado de Claudio, que corresponde al año 42 después
de Cristo. Allí derramó su sangre por Cristo en la persecución de Nerón
y su tumba, en la Basílica vaticana, da a entender, también de un modo
material y visible, que Simón Pedro es, por expresa voluntad divina, la
roca fuerte, segura e inconmovible que soporta el edificio de la
Iglesia entera a través de los siglos.
II.- El Evangelio de la Misa (Mt 16, 13-19) recoge la confesión de fe de San Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
Había preguntado Jesucristo y sus discípulos respondieron haciéndose
eco de las opiniones más diversas. Solamente San Pedro responde con una
afirmación clara de su divinidad: Bienaventurado eres, Simón hijo de
Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi
Padre que está en los Cielos.
“Es que era Pedro siempre el primero y el más diligente y fervoroso en el amor y servicio de Cristo; y como Dios nuestro Señor le vio tan bien dispuesto para recibir sus dones, le ilustró con una extraordinaria luz, para que conociese las grandezas de Cristo. Y así, arrebatado con la fuerza de esta luz, ganó por la mano a todos los demás discípulos y, en nombre de todos, respondió” (Saturnino Osés, Horas de Luz, Bilbao, Mensajero, 1955, p. 437)
También
hay ahora opiniones discordantes y erróneas acerca de Jesús y una gran
ignorancia sobre su Persona. Solo el don divino de la fe nos hace
proclamar:
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;
La vida cristiana consiste en amar a Cristo,
en imitarle, en servirle... Moisés, por mandato de Dios, levantó su mano
y golpeó por dos veces la roca, y brotó agua tan abundante que bebió
todo aquel pueblo sediento (Num 20, 1-13.). Esa roca era Cristo,
dirá San Pablo (1Co 10, 4). Y aquel agua era figura de la Vida que sale
a torrentes de Cristo y que saltará hasta la vida eterna (Cfr. Jn 4,
14; 7, 38). Y es nuestra Vida: porque nos mereció la gracia, vida
sobrenatural del alma; porque esa vida brota de Él, de modo especial en
los sacramentos; y porque nos la comunica a nosotros. Toda la gracia que
poseemos, es gracia de Dios a través de Cristo. Esta gracia se nos
comunica a nosotros de muchas maneras; pero el manantial es único: el
mismo Cristo, su Humanidad Santísima unida a la Persona del Verbo, la
Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Hagamos nuestra esta profesión de fe, especialmente cada vez que asistimos a la Santa Misa ¡Tú eres el Cristo!
En el sacrificio del Calvario que se renueva en cada celebración,
encontraremos a Santa María, que estuvo presente al pie de la Cruz y
participó de un modo pleno y singular en la Redención. Que ella nos
enseñé las disposiciones con que debemos vivir el sacrificio
eucarístico, donde se ofrece su Hijo, para que la gracia de Cristo
transforme toda nuestra vida.
Nota litúrgica: El
Martirologio Romano celebró durante siglos el 22 de febrero la fiesta
de la Cátedra de San Pedro en Antioquía y el 18 de enero la de su
Cátedra en Roma. La reforma del calendario promovida por Juan XXIII
unificó las dos conmemoraciones el 22 de febrero.
Publicado en Tradición Digital