«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

miércoles, 11 de febrero de 2015

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: Benedicto y Francisco: a los dos años de una renuncia histórica


 
Hay general coincidencia en calificar de histórica la renuncia de Benedicto XVI el 11 de febrero de 2013[1]. Abdicación papal que tuvo lugar en unas circunstancias que no cuentan con ningún verdadero precedente en dos mil años de cristianismo[2].
 
Más allá de las justificaciones alegadas por el protagonista, dos años después seguimos sin conocer con certeza las verdaderas razones que llevaron al Papa a tomar esa resolución y, por eso, nos abstenemos de cualquier juicio o interpretación al respecto. Pero eso no significa permanecer al margen de la realidad ni negar la trascendencia de la decisión.

Ya en su momento no compartimos las reacciones a medio camino entre el entusiasmo y el sentimentalismo y nos sigue causando estupor la unánime aceptación elogiosa que el hecho suscitó[3]. La renuncia de Benedicto XVI no levantó en nosotros oleadas de admiración, ni podemos calificarla de testimonio valiente. Nos produjo una inmensa tristeza y el tiempo ha confirmado que acabó dando paso a circunstancias, si cabe, todavía más duras que las que la Iglesia venía arrastrando en las últimas décadas.



I.- Otra cosa es el balance que ya podemos empezar a hacer de un papado que se inició con prometedoras perspectivas dada la categoría intelectual y espiritual unánimemente reconocida a Ratzinger desde su época de profesor universitario y a su paso por la Congregación para la Doctrina de la Fe.


A la espera de que el paso del tiempo y el acceso a las fuentes documentales permitan una perspectiva propiamente histórica, ya puede hablarse de un pontificado frustrado sin apenas decisiones positivas. Y las que pudieran señalarse, no compensan ni logran disipar las dudas que provocan la gestión de asuntos como las finanzas vaticanas, los escándalos del fundador de los Legionarios de Cristo y las filtraciones de documentos de la diplomacia romana. No en vano, el sucesor de Benedicto XVI comenzó su trayectoria haciendo un alarde de anunciadas, inconcretas (y todavía inéditas) reformas en el seno de la Curia que dejaban en muy mal lugar las condiciones a que la habían llevado sus inmediatos predecesores.


Ni siquiera, se le evitaron a Ratzinger malentendidos de tan pésimo efecto como los provocados por declaraciones especialmente desafortunadas que obligaron a rectificaciones y aclaraciones, como su discurso en Ratisbona sobre el islam o la presentación del uso del preservativo por un “prostituto” como «un primer acto de moralización».


Especialmente triste para nosotros como españoles, fue el absoluto silencio por parte de la Sede romana con ocasión de la ratificación por parte del Jefe del Estado de la completa despenalización del aborto. Tampoco se promovió la renovación efectiva de un episcopado anclado en las peores prácticas posconciliares ni una desautorización de las connivencias con el separatismo de buena parte de los obispos y el clero en las regiones afectadas por este problema.


Alguien podría objetar a lo que venimos diciendo determinados gestos y nombramientos, así como documentos cuya importancia no podemos negar. Por ejemplo, la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio Summorum Pontificum (2007), acompañada de una Carta a los Obispos que ilustraba las razones de su decisión de promulgar una ley universal con la intención de reglamentar el uso de la Liturgia Romana en vigor en el año 1962[4].   Aunque, también hay que subrayar la ausencia de cualquier medida concreta en la dirección de la pregonada reforma de la reforma. Aunque se habló de documentos en gestación y se desataron rumores, dudas, inquietudes, comentarios… los resultados obtenidos no pudieron ser más magros.


Además, para presentar estas iniciativas como un cambio de rumbo hacia lo tradicional habría que ir contra la voluntad reiteradamente manifestada por el propio Benedicto XVI de considerar irrenunciable la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio posconciliar. 


Encontramos aquí la clave del proyecto de Ratzinger que ha presentado en numerosas ocasiones al Vaticano II como la respuesta al secular conflicto del Catolicismo con la Ilustración y el Liberalismo. Y esto hasta tal punto que su pontificado se puede interpretar como la búsqueda de una síntesis equidistante de la Tradición Católica y de los excesos revolucionarios, reconciliando a la Iglesia con la Modernidad y cerrando en falso la ruptura introducida por el nominalismo, la reforma protestante y sus secuelas.


Para ello, Benedicto XVI propuso una interpretación que ya había anticipado en sus escritos anteriores[5] y que encontró una precisa formulación cuando en el Discurso ante la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005 habla de una «hermenéutica de la reforma, de la renovación dentro de la continuidad» frente a una «hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura»[6].


El argumento es reiterado después en los sucesivos terrenos a que el propio Benedicto XVI lo aplica como es la reforma litúrgica o su particular visión de la libertad religiosa propuesta a los estados como “laicidad positiva”. Pero las soluciones aportadas en esos campos se resienten de la debilidad del principio en que se fundamentan y que, una vez refutado en su raíz, carece de virtualidad para dar respuesta a los problemas planteados por todos aquellos que, a lo largo de cincuenta años han reiterado y perfilado sus objeciones al Concilio Vaticano II y han puesto de manifiesto algunos de sus puntos débiles: colegialidad y duplicidad de la potestad suprema, ecumenismo, libertad religiosa…[7]


Benedicto XVI reprocha a la “hermenéutica de la ruptura” haber hecho una reforma precipitada, que no es una realidad orgánica, vital, sino una yuxtaposición rápida, artificial. En lugar de producirse una evolución lenta y homogénea, lo ocurrido en el posconcilio fue una violenta ruptura con el pasado. A partir de unos presupuestos radicalmente historicistas y evolucionistas en los que -lejos de concebir la transmisión de la Tradición como la enseñanza fiel de una verdad inmutable- se ve un cambio, un discurrir perpetuo en el que las instituciones, los ritos y las declaraciones del pasado contienen, en germen y en última instancia, el pensamiento moderno[8]. De ahí que pueda afirmarse, como lo hacía, el entonces cardenal Ratzinger que «no hay sino una sola Iglesia, es la Iglesia del Concilio Vaticano II. El Vaticano II representa la tradición»[9].


Este argumento tiene su importancia porque a él se pueden reducir bajo sus diversas formas todos los dicterios que los apologistas conservadores del Concilio lanzan contra los católicos fieles a la Tradición. Es decir que, para ellos, basta constatar los términos en los que se expresa el "magisterio" conciliar y posconciliar para concluir que esa nueva enseñanza es la tradición aquí y ahora. «La tradición soy yo» viene a decir el neo-magisterio emulando al absolutismo del Rey Sol. Se difumina así la convicción de que el propio Magisterio (incluso supremo) tiene barreras infranqueables y se vacía al depósito de la Revelación de cualquier contenido objetivo, dejándolo sometido a una continua actualización.


Pretender que a la hora de interpretar la enseñanza de la Iglesia sobre la libertad religiosa, sobre el ecumenismo, sobre la colegialidad episcopal o la Liturgia se recurra al propio Concilio y al magisterio que le ha seguido, y no a un elemento objetivo de confrontación externo al Concilio y al magisterio posconciliar pero no ajeno a la Iglesia (es decir, la Revelación) equivale a encerrar el problema en un círculo vicioso donde el elemento que ha de ser interpretado se convierte, a su vez, en el criterio de interpretación. Llegamos así desde la hermenéutica de la reforma a la hermenéutica del absurdo[10].


Por el contrario, y como es sabido, la Iglesia tiene que confrontar continuamente su enseñanza con unos contenidos objetivos que son las verdades que Dios ha revelado y que se contienen en la Sagrada Escritura y en la Tradición[11]. Lo contrario equivale a sostener una concepción nominalista de la autoridad y de la obediencia en la que la verdad sería lo propuesto por aquella en cada momento. Relativismo historicista y falsa concepción de la obediencia que deja al católico en manos de los grupos de presión que, a la hora de decidir, inclinan siempre a su favor la balanza de una Jerarquía débil y complaciente. Una autoridad que, en nombre de la obediencia, impone a los obedientes que hagan lo que empezaron a poner en práctica los desobedientes.

 

II.- Si, como decíamos al principio, todavía es pronto para un balance definitivo del pontificado de Benedicto XVI y del alcance de su renuncia, de la trayectoria de su sucesor apenas podemos ofrecer unas pinceladas impresionistas.


De entrada, cabría anotar que la fuerte personalidad del electo ha minimizado notablemente los efectos que podría provocar la presencia junto a él del dimisionario. Es verdad que Ratzinger ya no tiene los poderes de pontífice de la Iglesia universal. Pero tampoco ha querido volver a ser lo que era antes de ser Papa y ha asumido un nuevo estado de vida que es la forma en la que él interpreta ese compromiso «para siempre» que asumió cuando aceptó su elección. “Rezando” y “aconsejando”, Ratzinger establece una relación con su sucesor que, significativamente, ha sido definida como dialéctica. Efectivamente, antes de él, otros Papas habían renunciado (el último, por cierto, Gregorio XII ¡en 1415!). Pero Joseph Ratzinger ha sido el primero que ha deseado ser llamado "Papa emérito" y seguir vistiendo con el hábito blanco «en el recinto de San Pedro»[12], desconcertando a muchos y haciendo temer que se instaurase en el vértice de la Iglesia un dualismo.


Diarquía o no, lo cierto es que no hay argumentos para subrayar en exceso la discontinuidad entre ambos pontificados. Es cierto que las formas, a las que volveremos a aludir, marcan una gran distancia entre el que fuera profesor universitario alemán y el jesuita porteño. Pero tampoco cabe olvidar las líneas maestras de la actuación de Bergoglio al frente del episcopado de Buenos Aires al que fue elevado por Juan Pablo II en 1992 (y al cardenalato en 2001), descritas magistralmente en artículos y libros como los de Antonio Caponnetto[13]. Que el perfil doctrinal, del entonces cardenal Bergoglio era, en muchos aspectos, muy semejante al de Joseph Ratzinger lo afirmaba Giorgo Bernardelli en febrero de 2013[14], es decir antes de que Bergoglio se convirtiera en Francisco[15]. No es necesario, pues recurrir, a las fantasías y a las conspiranoias para detectar que, por debajo de las enormes diferencias de origen, carácter y formación entre Ratzinger y Bergoglio, late una profunda continuidad en la “operación sucesión” llevada a cabo entre febrero y marzo de 2013.


Tampoco se puede decir que nada ha cambiado. Con la proclamación de Francisco parecieron diluirse en el horizonte del mundo católico la práctica totalidad de los argumentos de naturaleza teológica que Benedicto XVI había afrontado. Basta comparar los temas que ocupaban las portadas de los medios de información religiosa hace dos años con los que se han impuesto desde marzo de 2013. La comunión de los divorciados, la integración de los homosexuales, la invocación a las periferias y la proliferación de imágenes como el olor a oveja de los pastores han ocupado el lugar de las preocupaciones litúrgicas, cristológicas, o vinculadas con las relaciones fe-razón, tan frecuentes en las intervenciones de Benedicto XVI[16].


Y la razón, probablemente, radica en lo que está constituyendo el “plato fuerte” del nuevo pontificado: las declaraciones papales. En el transcurso de estos meses, el pontífice argentino ha multiplicado los cauces de expresión (misas “en Santa Marta”, entrevistas, ruedas de prensas… que se solapan con los cauces oficiales y obligan a toda una exégesis para fijar el contenido de sus enseñanzas) y, sobre todo, han proliferado los juegos de palabras, las sugerencias seguidas de escandalosos comentarios mediáticos, las filípicas acerbas … especialmente cuando habla de manera improvisada, es decir, cuando dice lo que realmente piensa en lugar de leer textos preparados[17].


Ahora bien, a dos años vista, ¿qué va a quedar de todo esto? Es aquí donde las opiniones se dividen ante la realidad de una reforma anunciada cuyos perfiles no se acaban de concretar y que se puede reducir a la fusión y creación de nuevos dicasterios. La renovación de personal en Roma y en las diócesis, tampoco parece ir más allá de un ajuste de cuentas entre sectores enfrentados. Tal vez sea en el terreno doctrinal donde más incertidumbre e incomodidad ha creado la puesta en marcha de una enorme maquinaria sinodal que no ha hecho sino aumentar la indefinición en este terreno.


El tiempo corre en su contra y mientras los apologistas de Francisco siguen esperando, los sectores más radicales le reclaman que dé pasos concretos en la dirección que ellos esperan y otros, no tan complacientes, ya empiezan a considerarle un “Papa de transición”[18] que está causado una gran conmoción, pero más de estilo que de fondo.


Probablemente haya un poco de todo y lo que realmente pretende Francisco sea consolidar las modificaciones doctrinales introducidas en el Concilio Vaticano II a partir de cambios disciplinares más audaces que los promovidos por sus predecesores. Tal y como el cardenal Madariaga declaró recientemente: «El Concilio propulsó renovaciones institucionales, siguiendo la lógica del Espíritu. Estas reformas engloban todos los niveles de la organización eclesial [...] Pero los cambios funcionales e institucionales en sí mismas resultaron ser insuficientes, superficiales... El Papa quiere llevar esta renovación hasta el punto en que será irreversible»[19].


Es común la opinión según la cual la crisis de la Iglesia es una crisis de inadaptación a los avances de la civilización moderna, siendo necesaria para su superación una apertura (un aggiornamento) para converger con el espíritu del mundo secularizado y autónomo. En este terreno, Francisco comparte con sus predecesores el proyecto de reconciliar a la Iglesia con el mundo moderno a partir de las “renovaciones” (mejor dicho, innovaciones) introducidas en el Concilio Vaticano II. Pero, a diferencia de Benedicto XVI, no pretende lograrlo mediante una síntesis dialéctica en la que también se depuren determinados valores del relativismo de raíz liberal dominante[20] sino mediante la introducción de una serie de prácticas que, acompañadas de las sugerencias lanzadas aquí y allá en un discurso sorprendentemente coherente, consoliden las transformaciones[21] previamente aceptadas[22].

En ese sentido, estimamos que el cardenal Kasper (cuya sintonía con las expectativas papales no es necesario subrayar aquí) es sincero cuando afirma que no está proponiendo un cambio doctrinal sino meramente disciplinar, aunque sería más explicito si subrayara que de lo que se trata es de sacar las consecuencias disciplinares de las variaciones a que venimos aludiendo[23].


Hasta ahora están predominando las escenificaciones puramente mediáticas y de imagen. ¿Servirán, como todo parece apuntar, para abrir paso a nuevas desviaciones doctrinales?

Al igual que ocurrió en el Concilio y el posconcilio, hasta dónde se llegue por este camino en la disolución de la especificidad del cristianismo como religión revelada y en la liquidación de los restos conservados en medio del naufragio general, dependerá en buena medida de la capacidad de resistencia que encuentre el proyecto auspiciado desde la colina vaticana. Cuestión ésta que merecería un artículo monográfico que valorase el impacto de las estrategias benedictinas sobre las filas de los potenciales resistentes así como los que se podrían incorporar a ellas ahora que el “efecto Francisco” impide a muchos seguir mirando a otro lado ante la crisis de la Iglesia.

*


Por último, más que las vicisitudes que todavía nos han de deparar las iniciativas de Bergoglio, a los católicos nos debería inquietar la persona del que sea llamado a sucederle. No es que descartemos el milagro de un Papa católico y valiente que al proponerse restaurar todas las cosas en Cristo, apresure el retorno glorioso del Señor al precio del martirio de los suyos. Pero lo más previsible es alguien que corone la obra incoada por sus predecesores consolidando una nueva etapa en la transformación de la Iglesia.


Por eso, el estado de alma de un católico que quiera permanecer fiel a su fe en las circunstancias en las que nos encontramos tendrá que ubicarse, de una manera o de otra, en el ámbito de lo que podemos denominar de modo genérico “la gran obra de la Tradición” y ésta en su conjunto debe afrontar un serio debate y una reflexión teológicamente fundada que le lleve a superar por absolutamente irreal el discurso de la esperanza restauracionista poniendo el afán en la batalla de resistencia y el propio testimonio personal e institucional.

Publicado en Adelante la Fe

Ángel David Martín Rubio




[1] Benedicto XVI, Declaración, Roma, 11-febrero-2013.


[2] Nos hemos ocupado a fondo de la cuestión de los precedentes históricos de las renuncias papales en: Ángel David MARTÍN RUBIO, “La renonciation de Benoît XVI (Examen historique et canonique d’una situation inédite)”, Catholica (París) 124 (2014) 97-106.


[3] Un ejemplo de la diferente vara de medir que se aplicó a la hipotética renuncia de su predecesor la encontramos en este testimonio. «En cuanto al supuesto de renunciar por condiciones de salud [Juan Pablo II], escribí esta nota y me parece ahora oportuno darla a conocer, como ejemplo de la obediencia y prudencia heroicas de Juan Pablo II: “se ha limitado a comentar (don Stanislao) que el Papa –que personalmente está muy desprendido del cargo– vive abandonado en la Voluntad de Dios. Se confía a la divina Providencia. Por lo demás, teme crear un precedente peligroso para sus sucesores, porque alguno podría quedar expuesto a maniobras y presiones sutiles por parte de quien desease deponerlo», Julián HERRANZ, En las afueras de Jericó (Recuerdos de los años con san Josemaría y Juan Pablo II, Madrid: Rialp, 2007, págs. 432-433. El propio Herranz formaría para de la comisión encargada de gestionar la situación abierta por la renuncia de Benedicto XVI.


[4] El 13 de mayo de 2011, la Pontificia Comisión Ecclesia Dei hizo público el contenido de la Instrucción Universæ Ecclesiæ , fechada el 30 de abril y relativa a la aplicación del Motu Proprio Summorum Pontificum.


[5] Citamos, a modo de ejemplo el libro en que se recoge la larga entrevista concedida en 1984 por el entonces cardenal Ratzinger a Vittorio Messori, periodista de la Revista 30 Giorni: Informe sobre la Fe, Madrid: B.A.C., 1985; capítulo II: “Descubrir de nuevo el Concilio”. «Si por “restauración” se entiende un volver atrás, entonces no es posible restauración alguna. La Iglesia avanza hacia el cumplimiento de la historia, con la mirada fija en el Señor que viene. No: no se vuelve ni puede volverse atrás. No hay, pues, “restauración” en este sentido. Pero si por “restauración” entendemos la búsqueda de un nuevo equilibrio después de las exageraciones de una apertura indiscriminada al mundo, después de las interpretaciones demasiado positivas de un mundo agnóstico y ateo, pues bien, entonces una “restauración” entendida en este sentido (es decir, un equilibrio renovado de las orientaciones y de los valores en el interior de la totalidad católica) sería del todo deseable, y por lo demás, se encuentra ya en marcha en la Iglesia. En este sentido puede decirse que se ha cerrado la primera fase del posconcilio». Ratzinger también ha subrayado el aspecto rupturista del Vaticano II: «Si se desea presentar un diagnóstico del texto [“Gaudium et Spes”] en su totalidad, podríamos decir que (en unión con los textos sobre la libertad religiosa y las religiones del mundo) se trata de una revisión del Syllabus de Pío IX, una especie de Anti-Syllabus [...] Limitémonos a decir aquí que el texto se presenta como Anti-Syllabus y, como tal, representa una tentativa de reconciliación oficial con la nueva era inaugurada en 1789» (Joseph RATZINGER, Les Principes de la théologie catholique, París: Téqui, 1985, págs. 426-427).


[6] En ese sentido, Ratzinger –primero como teólogo y después como Papa- se revela mucho más agudo analista que los rupturistas o los conservadores que suelen obviar el problema. Los primeros ponen el acento precisamente en lo que el Concilio tuvo de ruptura y lo valoran positivamente. Los conservadores afirman la continuidad pero no logran demostrarla ni resultan convincentes a la hora de deslindar las causas de la crisis de la Iglesia de los propios textos conciliares y de las directrices pontificias y episcopales. Aunque insuficiente por esto último, resulta imprescindible y abre caminos para la superación del problema, la lectura propuesta por monseñor Guerra Campos, excepcional en el plúmbeo horizonte intelectual más reciente.


[7] Cfr. Álvaro CALDERÓN, Prometeo, La religión del hombre. (Ensayo de una hermenéutica del Concilio Vaticano II), Madrid: Hermandad Sacerdotal San Pío X, 2011; Roberto de MATTEI, Il Concilio Vaticano II, Una storia mai scritta, Turín: Edizioni Lindau, 2010; Brunero GHERARDINI, Vaticano II: una explicación pendiente, Navarra: Editorial Gaudete, 2011. Una síntesis divulgativa en: Ángel David MARTÍN RUBIO, “50 aniversario del Concilio Vaticano II: nada que celebrar”.


[8] Una formulación expresa del historicismo subyacente al pensamiento de Ratzinger lo encontramos con frecuencia en sus textos. «Hay decisiones del Magisterio que [...] son sobre todo una expresión de prudencia pastoral y una especie de disposición provisional  [...]. Se puede pensar al respecto en las declaraciones de los Papas del siglo pasado sobre libertad religiosa, así como en las decisiones antimodernistas de comienzos de este siglo  [...]. En los aspectos de sus contenidos, [estas declaraciones y decisiones] fueron superadas, después de haber cumplido su deber pastoral en un determinado momento histórico» (en L’Osservatore Romano, 27-junio-1990). « El deber, entonces, no es la supresión del Concilio, sino el descubrimiento del Concilio real y la profundización de su verdadera voluntad. Esto implica que no puede haber retorno al Syllabus, el cual bien pudo ser un primer jalón en la confrontación con el liberalismo y el marxismo naciente, pero no puede ser la última palabra» (Les Principes de la Théologie Catholique, Paris: Téqui, 1985, páginas 426-437).


[9] Palabras de Ratzinger, citadas por monseñor Lefebvre en la conferencia de prensa del 15 de junio de 1988.


[10] La reducción al absurdo no es una simple pirueta para desacreditar el argumento sino la lógica consecuencia de una metodología que prescinde de la lectura de los textos para fijar su verdadero sentido. No se pierda de vista que el subjetivismo moderno habla de “hermenéutica” poniendo el acento no en alguna dificultad particular sino en la dificultad general que el hombre tendría para transmitir su pensamiento. Nadie ha hablado, por ejemplo, de una hermenéutica del Concilio de Trento o del Vaticano I. No cabe duda de que una de las causas de la actual crisis ha sido el abandono del del realismo moderado de Santo Tomás de Aquino consumado desde antes del Concilio.


[11] «Pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación trasmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de la fe» (Pastor aeternus; Dz 1836).



[13] Especialmente, La Iglesia traicionada, Buenos Aires: Editorial Santiago Apóstol, 2010. Hay una reedición en 2015. Cfr. “Un retrato sin concesiones”. Está por hacer un estudio de la trayectoria biográfica de Bergoglio en relación con la historia contemporánea de la Iglesia en Argentina que, sin duda, ofrecería perspectivas muy sabrosas para interpretar al personaje. Brindamos el proyecto a nuestros amigos de más allá del Océano.



[15] Perspectiva que habría que confrontar con la del padre Juan Carlos Scannone, un jesuita discípulo de Karl Rahner, que lo tuvo como alumno, y que adscribe al arzobispo de Buenos Aires a la “escuela argentina” de la teología de la liberación (La Croix, 18 de marzo de 2013).


[16] Cfr. Andrés TORRES QUEIRUGA “El papa pastor frente al restauracionismo preconciliar”; en polémica con Olegario González de Cardedal, subraya «la profundidad teológica del papa pastor Francisco». Evidentemente se trata de un puro voluntarismo que, para salvar su tesis, necesita identificar las posiciones de Ratzinger y sus apologistas con el “restauracionismo preconciliar”. Risum teneatis amici?


[17] Una antología en: “Nouvelles de Rome occupée : la papauté discréditée”, Le Sel de la Terre 91 (2014-1015).




[20] Así ocurre, por ejemplo, en el caso de la llamada “laicidad positiva”. La Iglesia renunciaría definitivamente a que la Revelación sirva de fundamento para la organización política al tiempo que se espera por parte de los Estados modernos una adecuada valoración del hecho religioso, de todo hecho religioso, en plano de igualdad y con espacios previamente delimitados de presencia en la vida pública. Cfr. Ángel David MARTÍN RUBIO, “Moral y leyes: Un “sambenito” al que la Iglesia no puede renunciar”. Una formulación explícita de la incorporación de los valores del liberalismo la encontramos reiteradamente en los escritos de Ratzinger: «El problema en los años 60 era el de asumir los mejores valores expresados en dos siglos de cultura "liberal". Hay valores, en efecto, que, si bien nacidos fuera de la Iglesia, pueden encontrar su lugar -una vez deparados y corregidos- en su visión del mundo. Esto ha sido hecho ya Pero ahora el clima es diverso: ha empeorado mucho por referencia a lo que justificaba un optimismo, acaso ingenuo. Es necesario, pues, buscar un nuevo equilibrio» (Joseph RATZINGER, entrevista en la revista Gesú, noviembre-1984, cit.por José Mª ROVIRA BELLOSO, “Significación histórica del Vaticano II” en Casiano FLORISTÁN - Juan José TAMAYO, El Vaticano II, veinte años después, Madrid: Ediciones Cristiandad, pág. 36). Muy significativo al respecto: «Por tanto, pienso que precisamente el cometido y la misión de Europa en esta situación es encontrar este diálogo, integrar la fe y la racionalidad moderna en una única visión antropológica, que completa el ser humano y que hace así también comunicables las culturas humanas. Por eso, diría que la presencia del secularismo es algo normal, pero la separación, la contraposición entre secularismo y cultura de la fe es anómala y debe ser superada. El gran reto de este momento es que ambos se encuentren y, de este modo, encuentren su propia identidad»; Palabras de Benedicto XVI a los periodistas durante el vuelo hacia Portugal, 11-mayo-2010.


[21] Empleamos este concepto siguiendo la caracterización que del mismo hizo Romano Amerio. Cfr. Iota Unum, Salamanca: 1994, passim y, especialmente, capítulo 1 y epílogo.


[22] Una explicación similar, con particular incidencia en la concepción dialéctica que venimos aplicando y que resulta imprescindible para una comprensión de estos procesos en: Mauro TRANQUILLO, “Papa Francisco, un intento de lectura del nuevo pontificado” «El papa Bergoglio presenta una imagen de la Iglesia que entra en una fase completamente nueva, nueva, incluso a la “ortodoxia posconciliar” encarnada en la hermenéutica de la reforma de Ratzinger. Benedicto XVI sería así, tal vez deliberadamente, una síntesis (en el sentido modernista) de la doctrina católica pre-conciliar con el post-concilio, una especie de punto de llegada del sujeto-Iglesia, que ya está lista para embarcarse en una nueva antítesis, en una nueva ruptura en el ritmo vital del cual habla Pascendi. De hecho, a sabiendas de lo que la encíclica del Papa San Pío X dijo del papel de la autoridad en la Iglesia, según los modernistas [Pascendi, nº 2], parece que todo se ha hecho con arte: romper con la ortodoxia católica en el Concilio (revolución), síntesis de todo esto con Ratzinger (síntesis vital hecha visible en la equiparación de los dos ritos), y ahora contraposición de esta síntesis. En la práctica, a partir de ahora la ruptura será presentada entre el “pre y post- Bergoglio”, en lugar de entre el “pre y post-Concilio”».