Será muy listo y tendrá cuatro o cinco carreras universitarias, pero desde luego la bioética que suelta este señor en las páginas de los múltiples periódicos propiedad del grupo Vocento, es todo menos católica.
El P. Masiá, SJ. Un hereje SÍ es tolerado dentro de la Iglesia. |
En el caso de una unión celebrada religiosamente, la iglesia [sin mayúscula] que antes acompañó a los esposos en su enlace, atestiguando su promesa [no sus votos] con la bendición divina para animarles a cumplirla [la gracia santificante se reduce así a tener buenas intenciones], puede y debe ahora, cuando se ha producido el desenlace, acompañarles desde la fe para sanar, si las hubiera, las heridas que haya dejado la separación y apoyar igualmente desde la fe a quienes emprenden el camino de rehacer su vida.En otras palabras, hay que bendecir a los que traicionan sus votos sagrados de matrimonio, al juntarse con personas que no son sus legítimos esposos. No explica el P. Masiá cómo es posible "rehacer su vida", un eufemismo modernista que quiere decir vivir en adulterio, desde la fe, cuando de lo que se trata es precisamente actuar en contra de la fe. Pero no hace falta que haga ahora una exposición sobre la doctrina cristiana del matrimonio. Doctores tiene la Iglesia. Está todo escrito en blanco y negro, desde el Nuevo Testamento hasta el Catecismo de 1992. Lo que me interesa es reflexionar sobre el "fenómeno Masiá".
Este es el mismo Masiá que, cuando hace años estalló la controversia sobre quitar los crucifijos de los colegios y hospitales públicos, dijo que en la universidad jesuita donde enseñaba en Japón los había quitado todos, porque el crucifijo no era culturalmente relevante para los japoneses. Con esta anécdota nos hacemos una idea del espíritu misionero que mueve al P. Masiá, un dignísimo sucesor de San Francisco Javier. Vamos, me imagino perfectamente al santo patrón de las misiones, escondiendo su crucifijo porque no era "culturalmente relevante" para los paganos japoneses del siglo XVI. Espera, ¿qué fue lo que dijo el Apóstol de las Gentes, San Pablo? Nosotros predicamos a Cristo crucificado; escándalo para los judíos, locura para los gentiles. (1 Corintios 1:23) No sé lo que predica el P. Masiá, pero evidentemente no es a Cristo crucificado.
A este jesuita le he seguido algo la pista. Entre café y café, he tenido la desfortuna de leer como este "especialista en bioética" justificaba el aborto, la eugenesia, los métodos anticonceptivos, la sodomía, y prácticamente cada pecado imaginable relacionado con la bioética. En su caso se confirma el dicho popular: dime de lo que presumes y te diré de lo que careces, porque si este hombre es un referente en la bioética, también lo es Pol Pot en el campo de la filantropía.
El P. Santiago González. Un sacerdote tradicional NO es tolerado en la Iglesia |
Más de uno se preguntará cómo es posible que un religioso que no sólo predica contra la fe y la moral de la Iglesia, sino que desobedece a sus superiores, puede seguir dentro de su Orden y seguir ejerciendo como sacerdote. Esto es precisamente lo que podríamos denominar el "fenómeno Masiá": una actitud de permisividad desde la jerarquía hacía todo tipo de herejes, que ha creado el clima idóneo para su proliferación, con el resultado predecible de una pérdida de fe en todos los ámbitos de la Iglesia.
Cada católico cuya fe ha sobrevivido la catastrofe post-conciliar podría ilustrar este "fenómeno Masiá" con experiencias personales desagradables, y yo no soy la excepción, en parte porque a los jesuitas los conozco mucho más de lo que quisiera. Recuerdo a uno en particular que me dio catequesis de confirmación. Este señor, siempre uniformado como buen jesuita moderno, con la pinta de un profesor universitario progre pero algo pasado de moda, me contaba cosas tan curiosas como que el Purgatorio era "un invento de la Edad Media", o que el dogma de la Inmaculada Concepción era "teológicamente imposible". Eso en clases de catequesis de confirmación. ¡Imagínense lo que diría tras un par de copas! Yo era un converso reciente, y las clases rápidamente se convirtieron en batallas apologéticas entre él y yo. Un día se hartó tanto de mi "intransigencia doctrinal" que me echó literalmente del aula. Tengo un recuerdo imborrable de bajar las escaleras del Centro Loyola mientras ese jesuita me gritaba a pleno pulmón: ¡Vete a Rouco Varela, a ver si necesita a algún fanático como tú! Entonces yo no tenía ni idea de quién era Monseñor Rouco, pero sí me daba cuenta de que algo serio fallaba. Por defender los dogmas que leía en el Catecismo, el sacerdote que se supone me tenía que enseñar dicho Catecismo me llamaba "fanático" y me echaba de su clase.
¡Si levantara cabeza! |
En los sitios por los que he ido dando tumbos, hasta encontrar el catolicismo auténtico, he comprobado en mis propias carnes este "fenómeno Masiá". Los herejes tenían campo libre para confundir a los fieles, mientras que los sacerdotes "antiguos" tenían todo tipo de dificultades para llevar adelante su apostolado. Cuanto más ortodoxo y tradicional era un grupo, más problemas tenía. Y no me refiero con el mundo, que sería lo natural, sino con las autoridades eclesiásticas. Otro sacerdote, mi antiguo párroco, me dio una charla un día sobre "la evolución de los dogmas", para persuadirme de que toda la doctrina católica no era más que una construcción académica del hombre, y que lo importante era la "experiencia religiosa". En aquel entonces sólo supe contestarle que en la fe lo que era verdad antes también lo es ahora, porque Dios no cambia.
Años más tarde, leí la magistral encíclica de San Pío X, Pascendi, y el Juramento Anti-Modernista de 1910, que reza así: rechazo absolutamente la suposición herética de la evolución de los dogmas. También leí el libro del P. Dominique Bourmaud, Cien Años de Modernismo, y me enteré de que esa tontería de la "experiencia religiosa", por encima de cualquier verdad revelada, proviene de Schleiermacher y otros teólogos protestantes del siglo XIX. Al contagiarse con el veneno subjetivista y naturalista de los protestantes, los teólogos católicos de aquella época cayeron en lo que San Pío X llamó la síntetis de todas las herejías: el modernismo. Saber todo esto está muy bien, pero si yo, que nunca he estudiado (al menos de manera formal) la filosofía y la teología, soy plenamente consciente de que ese párroco es un hereje, ¿cómo es que no lo saben en la diócesis? Digo esto, porque este señor, lejos de ser un cura marginado en una aldea remota, donde se supone no puede hacer demasiado daño, está en una parroquia importante de la capital y da clases en el seminario diocesano. ¿Qué clase de fe tendrán los (pocos) hombres que se ordenan tras su paso por un seminario infectado por herejes? La pregunta es retórica, y todos sabemos la respuesta; a la vista está.
Para entender la terrible situación en la que nos encontramos, hay que hacer un poco de Historia. Al desenmascarar San Pío X a los modernistas a principios del siglo XX, la Iglesia se libró de un terrible peligro, y pudo disfrutar de un periodo de esplendor hasta el final del pontificado de Pío XII. Sin embargo, igual que un cáncer, que aparentemente se ha extirpado de un organismo, y luego resurge con mayor virulencia, en la Iglesia el modernismo reapareció y aprovechó el Concilio Vaticano II para extender su veneno por todo el Cuerpo Místico. Esta vez, en lugar de un Supremo Pontífice que combatía la herejía, Juan XXIII decidió aplicar la medicina de la misericordia. En lugar de condenar los errores contra la fe, lo que habían hecho todos sus predecesores, permitió (no sabemos si por ingenuidad o por algo peor) que la mentira cohabitara cómodamente con la Verdad, con el razonamiento de que la Verdad se impone por sí sola. No obstante, ya llevamos casi 60 años de la medicina de la misericordia, y miren a dónde nos ha conducido: la mayoría de católicos de Occidente han perdido la fe y continentes enteros han vuelto al paganismo. Si un árbol se juzga por su fruto, yo diría que esa supuesta "misericordia" en realidad no es más que complacencia y cobardía.
En estos tiempos difíciles nos toca luchar, no solamente contra el mundo y sus engaños, sino contra los que deberían estar de nuestro lado. Nuestros pastores, con poquísimas pero honrosas excepciones, han pactado una tregua con los lobos, pensando que así los apaciguarán. Esta debilidad de los pastores no ha hecho más que envalentonar al Enemigo, que devora al rebaño a un ritmo espantoso, mientras que los pastores se acuestan plácidamente a dormir la siesta. Ya sabemos lo que ocurrirá a los malos pastores, si no se arrepientan a tiempo. Los que ostentan cargos de responsabilidad en la jerarquía de la Iglesia serán juzgados con mayor severidad que los sacerdotes corrientes, y a su vez los sacerdotes y religiosos serán juzgados con mayor severidad que los laicos. Los que están arriba del todo, especialmente el Vicario de Cristo, deberían temblar con santo temor de Dios, porque su juicio particular será implacable. Los Papas que han presidido sobre el colapso de la fe, tolerando todo tipo de herejías y sacrilegios en el lugar santo, habrán tenido que dar cuenta a Dios por cada ofensa a Su Gloria. Y el que ahora ocupa la Cátedra de San Pedro debería meditar sobre las tremendas palabras de San Atanasio en el Concilio de Nicea: el suelo del Infierno está pavimentado con calaveras de obispos.
Publicado en In novissimis diebus
Christopher Fleming |