La fiesta propia del Santísimo Sacramento de la Eucaristía debería ser el Jueves Santo, o día de su institución por Cristo. Aquella noche: «Habiendo amado Jesús a los suyos que estaban en el mundo, al fin les amó extremadamente» (Jn 13,1). Y para dejarles una prenda de este su admirable amor, viendo que llegaba «la hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1) y queriendo permanecer con ellos siempre hasta la consumación del mundo (Mt 28,20), realizó con inefable sabiduría un misterio que trasciende toda humana posibilidad y comprensión.
Pero a aquel Jueves de Gloria sigue el Viernes de la Pasión y de la Muerte de Cristo. Por eso la Iglesia traslada la solemnidad de dicha fiesta al día de hoy, para poder honrar ese misterio con pleno regocijo. Y no solamente en los templos sino también con las procesiones eucarísticas que recorren las calles de nuestros pueblos y ciudades.
Decadencia del culto eucarístico en nuestros días
Desde los primeros tiempos, la Eucaristía no ha sido una posesión pacífica para la Iglesia; también en ella se ha cumplido la profecía de Simeón: Puesto está... para blanco de contradicción y las propias palabras de Cristo: no he venido a traer paz, sino guerra. Recordemos el escándalo de los discípulos en Cafarnaum: «Duras son estas palabras ¿quién puede oírlas?» (Jn 6,60ss).
Pero quizás nunca como en nuestros días se puede hablar de una auténtica crisis en la vida eucarística de la Iglesia, de la que encontramos numerosos indicios:
● Un debilitamiento de la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía que ha llevado a descuidar la práctica de las normas acerca de las condiciones en que se ha de recibir la Comunión: cada vez son más numeroso los fieles que no tienen inconveniente en comulgar con relativa frecuencia y, sin embargo, no suelen acercarse al Sacramento de la Penitencia (CEpEs, 4-marzo-1999).
● Una gravísima disminución y en ocasiones la total desaparición de la adoración al Santísimo y del culto eucarístico fuera de la celebración de la Santa Misa; el olvido del silencio y la veneración ante su augusta presencia (cómo entramos y estamos en la Iglesia).
● La degradación de lo sagrado silenciando la naturaleza esencialmente sacrificial de la celebración de la Santa Misa que se convierte en una simple expresión humana de condolencia o alegría. Esas “Misas” en las que se pisotea el sentido de lo sagrado y se vulnera la orden expreso de la Iglesia: «nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia» (SC 22).
Único remedio: la fe de la Iglesia en la Eucaristía
La Eucaristía está íntimamente ligada a la vida de la Iglesia. En la Santa Misa hace presente la Iglesia sobre sus altares el sacrificio de Cristo, fuente de nuestra redención y por la santa comunión se unen los fieles a Cristo y transforman su vida en la de Él; nacidos a la vida de la gracia en las aguas del bautismo, se alimentan de la Eucaristía con un pan celestial, un alimento espiritual.
Por eso, una crisis como la que afecta a la Iglesia desde hace ya tantos años, se traduce automáticamente en un detrimento de la vida eucarística de los cristianos. ¡Cuántas veces lamentamos ver a nuestras familias sin hijos, a nuestros seminarios y casas religiosas sin vocaciones y a nuestras iglesias sin conversiones...! Pero no se puede uno lamentar de los efectos y no poner remedio ante las causas. Y seguramente, no es de las menos importantes esta pérdida de la fe en el misterio de la Eucaristía tal y como la ha confesado la Iglesia durante siglos y la ha expresado en su liturgia tradicional.
Pidamos hoy para siempre la gracia de una fe eficaz en el misterio de la Santísima Eucaristía que nos lleve a reconocer a Jesucristo oculto bajo las apariencias de pan y vino, a descubrirle presente en el Santísimo Sacramento del Altar; a confesar que en la Sagrada Hostia está el mismo Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, con su Cuerpo, sangre, alma y Divinidad... Y que esta fe oriente de tal manera nuestra vida que, al morir, podamos contemplarle eternamente en la Gloria.
Ángel David Martín Rubio |