Como ampliación a nuestro anterior artículo, queremos explicitar lo que allí se apuntaba al decir que:
El título de María Madre de la Iglesia fue proclamado de una manera solemne porBasta para ello recordar las palabras pronunciadas por el entonces Obispo de Coria-Cáceres Monseñor Llopis Ivorra en una audiencia concedida a los fieles cacereños en la Concatedral de Santa María de Cáceres el 26 de noviembre de 1964. En su alocución dio cuenta de los trabajos del Concilio durante esta Tercera Sesión. Además de algunas alusiones al modo práctico en que se estaba llevando a cabo la reforma litúrgica, se refirió a dos de las cuestiones que más polémica habían causado durante la Tercera Sesión, la primera de ellas era la siguiente:
el Papa Pablo VI en un discurso dirigido a los Padres conciliares en noviembre
de 1964. Cuando muchos de estos obispos especialmente los centroeuropeos,
respaldados por brillantes asesores y teólogos a los que faltaba el sentido de
la fe, se oponían a dicho título porque le veían como un peligro para sus
aspiraciones sincretistas y ecuménicas, tuvieron que escuchar al Papa llamar a
María Santísima, Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el Pueblo de Dios,
tanto de los fieles como de los pastores que la llaman madre amorosa.
Sobre la Virgen María, Madre de la Iglesia.Desde sus inicios, el Concilio se había puesto en la órbita de la escuela teológica alemana, situada a su vez bajo la influencia de la mariología protestante, a la cual no se quería contradecir. De entre tantos títulos marianos, quería Pablo VI que el de Madre de la Iglesia fuese consagrado en el esquema sobre la Santísima Virgen o por lo menos en el capítulo del esquema de Ecclesia a que aquél fue reducido.
Los padres no esperábamos esta declaración del Papa. Nos sorprendió gratamente a la mayoría. Una minoría se oponía pensando en que ellos podría ser obstáculo para la eficacia de la unión principalmente con los protestantes, cuando se intente.
No miraban ellos directamente a las prerrogativas y grandezas de la Santísima Virgen, en la cual reconocen en particular este título de María: la tienen y la saben “Madre de la
Iglesia”; pero atendiendo a los protestantes estimaban improcedente una manifestación pública al efecto.
El sector más numeroso lo ansiábamos y lo habíamos pedido. Nos mismo, en uno de nuestros votos, que en sustancia está recogido en el esquema “de beata Maria Virgine”, nos habíamos manifestado en su favor.
¿Qué haría el Papa?¿Rechazaría?¿Admitiría?¿Callaría?¿Hablaría? Había expectación y el Santo Padre no la defraudó.
En el discurso de clausura reconoció y proclamó a María Santísima Madre de la Iglesia [...] Fue éste un acto de autoridad de Pablo VI para reconocer el sentir general de la Iglesia y mostrar la personal supremacía del Papa sobre el Concilio o independientemente del Concilio.
Pero la asamblea no lo deseaba; la mayoría conciliar sostuvo que ese título no era esencialmente distinto de otros que, o basculan entre lo poético y lo especulativo, o son de incierto significado o carecen de base teológica, obstaculizando así la posible unión con los protestantes. Fue entonces cuando Pablo VI, con un acto de autónoma autoridad, procedió a su proclamación solemne en el discurso de clausura de la tercera sesión (21-noviembre-1964).