1. Una consideración sobre el sentido nacional del 2 de mayo, es decir sobre las aportaciones de dicha fecha a la identidad española, puede partir de la siguiente afirmación: la trascendencia de dicho episodio histórico no se limita a lo ocurrido entonces. El 2 de mayo pudo haber sido una gloriosa pero estéril rebeldía contra el despotismo de Napoleón a no ser porque tuvo capacidad de poner en marcha un doble proceso:
― Transformación política iniciada mediante la constitución de Juntas, práctica normal en la España del Antiguo Régimen en momentos de crisis política y, por tanto, de naturaleza para nada revolucionaria.
― Guerra de la Independencia, cuya importancia a la hora de provocar el colapso del proyecto napoleónico no es necesario encarecer aquí.
2. Sin negar que en el 2 de mayo y en la guerra a que da paso existiera un elemento causal que pudiéramos llamar de independencia nacionalista, en el sentido de afirmación propia frente al extranjero, a mi juicio no se trata del factor decisivo. Es cierto que una rabiosa rebeldía se apoderó de los madrileños cuando se les puso delante de los ojos de manera dramática que eran los franceses quiénes determinaban la vida política española. «Para ellos, como ha señalado acertadamente Lovett, España era el mejor país del mundo, las españolas las más guapas de las mujeres, su religión la única verdadera, y su monarca el mejor de los reyes. Un pueblo tan profundamente orgulloso y contento consigo mismo, mal podía ser dominado por una nación extranjera» (Alfonso Bullón de Mendoza, en Javier Paredes (coord.), España, siglo XIX, Madrid, Actas, 1991, pág.64). Sin embargo, no es menos cierto que era Francia la que venía determinando durante años la política española sin que ello despertara la menor inquietud en personas como Godoy quien valoraba así su propia política: «España, entre todas las naciones vecinas de Francia, fue la única que durante 15 años consecutivos de sacudidas violentas, mientras los imperios y los reinos, se veían trastornados, conmovidos hasta sus cimientos, mutiladas sus provincias, España, digo fue la única que se mantuvo en píe, conservando sus Príncipes legítimos, su religión, leyes, costumbres, derecho, y la completa posesión de sus vastos dominios en ambos hemisferios» (Manuel Godoy, Memorias del Príncipe de la Paz, Tomo 1, BAE, Madrid, 1956, págs.14-15). Y franceses eran también los Cien mil hijos de San Luis recibidos de manera entusiasta en 1823 para hacer frente a los revolucionarios encaramados en el poder durante el llamado Trieno Liberal.
3. No estamos, por lo tanto, únicamente ante una guerra contra el francés sino ante una guerra contra la etapa imperial de la Revolución Francesa, al igual que la de 1793-1795 lo había sido contra la etapa jacobina de dicha Revolución. El bonapartismo ―que recibe su apelativo del apellido del corso― significa en la historia de cualquier proceso revolucionario la fase de institucionalización y las guerras napoleónicas no son una simple expansión nacionalista sino la difusión a escala europea de los principios jacobinos.
Así se explica que, para la inmensa mayoría de los españoles, la Guerra de la Independencia fuera guerra de religión contra las ideas heterodoxas del siglo XVIII difundidas por las legiones napoleónicas. De ahí también la actividad de la jerarquía eclesiástica y su participación activa en el alzamiento y guerra contra los franceses.
Basta referirse a la actuación del octogenario Obispo de Coria D.Juan Álvarez de Castro para alentar y sostener el esfuerzo bélico protagonizado por sus diocesanos. Su actividad quedará truncada en apenas un año pues la venganza francesa se cruza en su camino poniendo fin a lo que no era sino brillante culminación de una trayectoria coherente que se había iniciado con anterioridad. Así, cuando estalla la guerra contra los revolucionarios como consecuencia de la ejecución de Luis XVI, escribe una Circular a sus diocesanos para que ayuden a nuestro Ejército. Iniciado el alzamiento de mayo de 1808 contra los franceses, invita al Cabildo a contribuir con sus caudales al sostenimiento de las tropas y, atendidas las obligaciones de la Mitra, aplica las restantes rentas a los gastos de la campaña; ordena rogativas por el triunfo de las armas españolas (14-junio-1808); el 23 de junio exhorta al alistamiento que la Junta Suprema de Gobierno de la Provincia estaba emprendiendo. Para ello se habría de verificar un juramento de todos los fieles en sus Parroquias ante el Señor Sacramentado expuesto; en primer lugar debían prestarlo los eclesiásticos quienes explicarían después al pueblo, congregado en un día fijado por mutuo acuerdo entre los curas y las juntas respectivas, las obligaciones contenidas en la fórmula empleada:
«Juramos, prometemos a ese Divino Señor Sacramentado guardar la más perfecta
unión y respeto y veneración a la Justicia, olvidar para siempre de todo corazón
los sentimientos particulares, defender nuestra Santa Religión, a nuestro amado
Soberano y Señor don Fernando VII y las propiedades, hasta derramar las últimas
gotas de nuestra sangre» (Cit.por Miguel Ortí Belmonte, Episcopologio Cauriense,
Cáceres, Diputación Provincial de Cáceres-Servicios Culturales, 1959, pág.157).
La repercusión de estas pastorales y circulares del Obispo en la Diócesis y fuera de ella era grande. Extremadura se levantó en armas como una sola persona y sus sierras se hicieron impenetrables para los ejércitos napoleónicos durante mucho tiempo. El Prelado promete, en nombre de Dios, la bienaventuranza eterna a los que mueren por la Patria; da todo cuanto tiene; sus iglesias se empobrecen; entrega las joyas que se funden y sus graneros se abren... Cuando un Ejército francés, con el Mariscal Soult al frente, se apodera de Plasencia y entra en Coria el 13 de agosto de 1809, se sabía lo mucho que el Obispo de Coria había contribuido al esfuerzo de guerra y que estaba refugiado en Hoyos. Hasta allí se trasladó un escuadrón el 29 de agosto, sacaron de la cama al venerable prelado —que, además de su edad, se encontraba muy debilitado y en peligro de muerte— y caído en el suelo le dispararon dos tiros de fusil, no sin antes saquear la casa y causar la muerte a uno de los ancianos que se habían refugiado allí, resultando heridos uno de los familiares y otros cinco ancianos.
Los ejemplos semejantes a éste pueden multiplicarse. Es conocidísima la enumeración de Menéndez Pelayo:
«La resistencia se organizó, pues, democráticamente y a la española, con ese
federalismo instintivo y tradicional que surge en los grandes peligros y en los
grandes reveses, y fue, como era de esperar, avivada y enfervorizada por el
espíritu religioso, que vivía íntegro a lo menos en los humildes y pequeños, y
acaudillada y dirigida en gran parte por los frailes. De ello dan testimonio la
dictadura del P. Rico en Valencia, la del P. Gil en Sevilla, la de Fr. Mariano
de Sevilla en Cádiz, la del P. Puebla en Granada, la del obispo Menéndez de
Luarca en Santander. Alentó la Virgen del Pilar el brazo de los zaragozanos,
pusiéronse los gerundenses bajo la protección de San Narciso; y en la mente de
todo estuvo, si se quita el escaso número de los llamados liberales, que por
loable inconsecuencia dejaron de afrancesarse, que aquélla guerra, tanto como
española y de independencia, era guerra de religión contra las ideas del siglo
XVIII difundidas por las legiones napoleónicas. ¡Cuán cierto es que en aquella
guerra cupo el lauro más alto a lo que su cultísimo historiador, el conde de
Toreno, llama, con su aristocrático desdén de prohombre doctrinario, singular
demagogia, pordiosera y afrailada supersticiosa y muy repugnante! Lástima que
sin esta demagogia tan maloliente, y que tanto atacaba los nervios al ilustre
conde, no sean posibles Zaragozas ni Geronas!» (Historia de los heterodoxos
españoles, Madrid, BAC, 1978; Libro VII, Capítulo 1; consultado en http://www.cervantesvirtual.com/ –
21-junio-2008)
Y tampoco faltará la justificación teológica del esfuerzo. Como escribía el padre Vélez en 1813:
«La misma religión es la que ha armado ahora nuestro brazo para vengar los
insultos que ha sufrido del francés en nuestro suelo. Ella ha reanimado nuestra
debilidad al ver que se trataba de privarnos de sus cultos: ella nos puso las
armas en la mano, para resistir la agresión francesa, que a un tiempo mismo
atacaba el trono y destruía el altar. La religión nos condujo a sus templos,
bendijo nuestras armas, publicó solemnemente la guerra, santificó a nuestros
soldados y nos hizo jurar al pie de las santas aras, a la presencia de
Jesucristo en el Sacramento, y de su Santísima Madre en sus iglesias, no dejar
las armas de las manos hasta destruir del todo los planes de la filosofía de la
Francia y de Napoleón contra el trono de nuestros reyes y contra la fe de
nuestra religión» (Fray Rafael de Vélez, Preservativo contra la irreligión o
contra los planes de la falsa filosofía contra la Religión y el Estado, reimpr.
en México, 1813, pág.100) «Toda la España se llegó a persuadir, que dominando la
Francia perdíamos nuestra fe. Desde el principio se llamó a esta guerra, guerra
de religión: los mismos sacerdotes tomaron las espadas, y aun los obispos se
llegaron a poner al frente de las tropas para animarlos a pelear» (ibid.
pág.110; consultado en http://www.books.google.es/ –
21-junio-2008).
4. Si bien es cierto que en 1808 se produce el desmantelamiento de una estructura política que en sus formas existentes había sido incapaz de hacer frente a la crisis que va del Motín de Aranjuez a las abdicaciones de Bayona y a la invasión francesa, no parece que deba buscarse en ello una significación política sino eminentemente bélica. La crisis política del Antiguo Régimen en España no es consecuencia natural del 2 de mayo sino del proceso bélico en el que actuarán como mecanismo desencadenante del proceso las Cortes de Cádiz, un organismo en cuya actuación se comprueba:
- El carácter netamente innovador de sus decisiones, con muy pocas concesiones a la corriente tradicional. Federico Suárez definió a los innovadores como el grupo que pretende adoptar el modelo revolucionario francés, más o menos moderado y más o menos traducido al español, pero del que resultaría necesariamente un régimen ex novo. Son los liberales (cfr. Federico Suárez, La crisis política del Antiguo Régimen en España (1808-1840), Rialp, Madrid, 1988, passim).
- La perfecta homogeneidad de su programa, impuesto con absoluta consecuencia de principio a fin. Parece claro que los innovadores, sin constituir mayoría, supieron llevar en todo momento la iniciativa, presentaron planes más preparados y completos y predominaron sobre la abigarrada diversidad de los que no pensaban como ellos.
En el terreno religioso los liberales se muestran continuadores de la corriente jansenista-regalista y mientras el pueblo combate por la fe y la Constitución proclama la confesionalidad del Estado y la unidad católica (artículo 12: «La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el exercicio de qualquiera otra») los diputados favorecen un ambiente en el que ―al amparo de la libertad de prensa y con lenguaje desvergonzado y chistoso― se desprestigiaba a los clérigos y a la religión desde las publicaciones periódicas. Nadie, sin embargo, llegó a superar la fama de Bartolomé J. Gallardo que, a partir de abril de 1812, produjo un formidable escándalo con su Diccionario crítico burlesco lleno de irreverencias volterianas que estaban al borde de la blasfemia (puede consultarse en http://www.cervantesvirtual.es/). Basta citar, la consideración que le merecen los frailes contra quienes el liberalismo descargará toda su artillería en los años venideros:
«[…] Siempre han sido la peste de la república (V. Capilla.) tanto en los
pasados como en el presente siglo; si bien, por evitar quebraderos de cabeza,
nunca se han tenido por del siglo hasta el presente, como ciertas castas de
gente que claman y reclaman por la españolía en cuanto á los derechos, sin
hablar jamás de obligaciones. Son animales inmundos que, no sé si por estar de
ordinario encenagados en vicios, despiden de sí una hedentina ó tufo que tiene
un nombre particular, tomado de ellos mismos: llámase fraíluno. Sin embargo,
este olor que tan inaguantable nos es á los hombres, diz que á las veces es muy
apetecido del otro sexo, especialmente de las beatas, porque hace maravillas
contra el mal de madre.
Un doctor conozco yo, hombre de singular talento,
que tenía escrita en romance una obra clásica en su línea sobre el instinto,
industria, inclinaciones y costumbres de todos los animales buenos y malos del
género frailesco que se crían en nuestro suelo. Si este libro apreciable,
distinto de la Monacología latina, se hubiera publicado años ha en España,
podría haber sido de suma utilidad para la religión y buenas costumbres; mas ya
cuando salga a luz, si de salir tiene, le considero inútil é impertinente, en no
saliendo luego luego; porque al paso que llevan, todas estas castas de alimañas
van a perecer, sin que quede piante ni mamante; por la razón sin réplica de que
les van quitando el cebo, y todo animal, sea el que fuere, vive de lo que come.
Item: les van también quitando las guaridas, de suerte que se van quedando como
gazapos en soto quemado. ¡Animalitos de Dios! es cosa de quebrar corazones el
verlos andar arrastrando, soltando la camisa como la culebra, atortolados y sin
saber donde abrigarse. -¡Oh tempora!».
¿Sorprenderán las matanzas de frailes en la España liberal con una ideología mecida al arrullo de tan dulces conceptos como los vertidos desde el Cádiz de las Cortes? Al tiempo, la asamblea gaditana se dedicaba a promover iniciativas como la expulsión del Obispo de Orense D.Pedro Quevedo, la supresión del llamado Voto de Santiago (una contribución pagada por los campesinos de algunas regiones al cabildo compostelano), la abolición de la Inquisición, la reforma de conventos, la desamortización, la expulsión del Nuncio Gravina…
La reacción doctrinal alcanzará especial relieve en la Pastoral del 12 de diciembre de 1812, una instrucción conjunta para orientación doctrinal de sus respectivos fieles, emitida por seis obispos que −para evitar los desmanes de los ejércitos napoleónicos y las presiones de la legalidad impuesta por José I en los territorios diocesanos sometidos a su jurisdicción− se habían refugiado en Mallorca. El texto lleva como fecha de impresión la de 1813 y sus cuatro capítulos tratan de La Iglesia ultrajada en sus ministros, La Iglesia combatida en su disciplina y su gobierno, La Iglesia atropellada en su inmunidad y La Iglesia atacada en su doctrina. En su análisis de este documento concluye Román Piña que:
«sin lugar a dudas es la primera muestra de un enfrentamiento abierto entre un
Parlamento considerado depositario de la soberanía nacional, y un sector
importante de la jerarquía eclesiástica del país, que ve en peligro tanto los
derechos y prerrogativas de la Iglesia, como la influencia o peso social de los
valores religiosos que defiende» (Román Piña Homs, «Parlamentarismo y poder
eclesiástico frente a frente: la Instrucción Pastoral conjunta de 12 de
diciembre de 1812», en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea. Homenaje a
Federico Suárez Verdeguer, Rialp, Madrid, 1991, págs.404-405).
5. A la vista de todo lo expuesto podemos concluir:
a) El arraigo en el pasado del secular conflicto que atraviesa la historia contemporánea española y que no es algo coyuntural o resultado de problemas más o menos intrascendentes (como lo hubiera sido una simple querella dinástica).
b) La incapacidad del liberalismo español para articular un proceso de modernización económica y participación política se remonta a sus propios orígenes que dan paso a un modelo basado en los propios intereses y no en las reivindicaciones más auténticas de la nación. La tantas veces repetida libertad e igualdad, ausente como en pocos sistemas políticos de la España del siglo XIX y comienzos del XX, apenas hace necesario recurrir a la crítica filosófico-teórica para la demolición polémica del liberalismo español.
c) La estrecha relación entre ortodoxia política y religiosa y la imposibilidad práctica de perseverar en la segunda cuando no se es consecuente con la primera. Entendemos por “heterodoxia política” la de todos aquellos que de hecho han negado la dimensión teológica en el plano político, la de aquellos que practicando políticamente un criterio puramente mecanicista se niegan a reconocer las exigencias éticas del obrar político, consideran la religión como asunto válido para los actos de significación personal e inválido para los de dimensión social.
d) La existencia ―aunque todavía minoritaria― de un episcopado y un clero afrancesado y colaboracionista e incluso los torpes intentos de reconciliar al liberalismo con la Iglesia puestos en práctica desde muy temprano, ponen de relieve la licitud y necesidad de una resistencia en el terreno cultural y político fundamentada religiosamente a pesar de la oposición de algunos eclesiásticos, por muy arriba que éstos se sitúen.
*
El dos de mayo
Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto,
la campana y el cañón;
sobre tu invicto pendón
miro flotantes pendones,
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas funerarias,
de la iglesia las plegarias,
y del arte las canciones.
Lloras, porque te insultaron
los que su amor te ofrecieron…
¡a ti, a quien siempre temieron
porque tu gloria admiraron;
a ti, por quien se inclinaron
los mundos de zona a zona;
a ti, soberbia matrona
que, libre de extraño yugo,
no has tenido más verdugo
que el peso de tu corona!
Do quiera la mente mía
sus alas rápidas lleva,
allí un sepulcro se eleva
cantando tu valentía;
desde la cumbre bravía
que el sol indio tornasola,
hasta el África, que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!
Tembló el orbe a tus legiones,
y de la espantada esfera
sujetaron la carrera
las garras de tus leones;
nadie humilló tus pendones
ni te arrancó la victoria;
pues de tu gigante gloria
no cabe el rayo fecundo,
ni en los ámbitos del mundo,
ni en el libro de la historia.
Siempre en lucha desigual
cantan tu invicta arrogancia,
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial;
en tu suelo virginal
no arraigan extraños fueros;
porque, indómitos y fieros,
saben hacer sus vasallos
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros.
Y aún hubo en la tierra un hombre,
que osó profanar tu manto...¡
Espacio falta a mi canto
para maldecir su nombre!
Sin que el recuerdo me asombre,
con ansia abriré la historia;
presta luz a mi memoria,
y el mundo y la patria a coro,
oirán el himno sonoro
de tus recuerdos de gloria.
Aquel genio de ambición
que, en su delirio profundo,
cantando guerra, hizo al mundo
sepulcro de su nación,
hirió al ibero león
ansiando a España regir;
y no llegó a percibir,
ebrio de orgullo y poder,
que no puede esclavo ser,
pueblo que sabe morir.
¡Guerra! clamó ante el altar
el sacerdote con ira;
¡guerra! repitió la lira
con indómito cantar:
¡guerra! gritó al despertar
el pueblo que al mundo aterra;
y cuando en hispana tierra
pasos extraños se oyeron,
hasta las tumbas se abrieron
gritando: ¡Venganza y guerra!
La virgen, con patrio ardor,
ansiosa salta del lecho;
el niño bebe en su pecho
odio a muerte al invasor;
la madre mata su amor,
y, cuando calmado está,
grita al hijo que se va:
"¡Pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate, y muere:
tu madre te vengará!"
¡Y suenan patrias canciones
cantando santos deberes;
y van roncas las mujeres
empujando los cañones;
al pie de libres pendones
el grito de patria zumba,
y el rudo cañón retumba,
y el vil invasor se aterra,
y al suelo le falta tierra
para cubrir tanta tumba!...
¡Mártires de la lealtad
que del honor al arrullo
fuisteis de la patria orgullo
y honra de la humanidad...
en la tumba descansad,
que el valiente pueblo ibero
jura con rostro altanero
que, hasta que España sucumba,
no pisará vuestra tumba
la planta del extranjero!
Bernardo López García, "El dos de mayo" (1866)