«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

miércoles, 3 de septiembre de 2008

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: La persecución religiosa en España, 1931-1939

Intervención en las Primeras Jornadas sobre la persecución religiosa en el siglo XX "Memorias da intolerancia"

Lisboa, 28-junio-2008. ASOCIACIÓN CULTURAL KAROL WOYTILA


En nuestra exposición vamos a buscar las raíces de la persecución religiosa que tuvo lugar en España entre 1931 y 1939 para tratar de entender la respuesta de la Iglesia que, por razones interesadas, es objeto de la incomprensión de muchos de nuestros contemporáneos

PRESUPUESTOS DOCTRINALES


Para acercarse al conocimiento histórico de una persecución religiosa conviene centrar el tema en el ámbito conceptual más amplio y complejo de las relaciones Iglesia-Estado. En este terreno cabe reducir las muchas cuestiones que podrían plantearse a dos referencias fundamentales:

1. Si el Estado o poder público debe profesar la religión católica e inspirar en ella sus leyes y fines de acción o, por el contrario, debe mantenerse indiferente o positivamente hostil ante las materias religiosas.

2. Qué consideración jurídica debe recibir la Iglesia Católica y en que términos legales tiene que encauzarse el desarrollo de su actividad. Cuestión esta mucho menos relevante desde el punto de vista teórico y que depende en buena medida de cómo se solucione la primera parte del problema.

A la primera cuestión, la respuesta de la teología católica y de la práctica eclesiástica ha sido unánime durante siglos. Y en esto han sido fieles intérpretes de la enseñanza de Jesús Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Palabras pronunciadas en una sociedad teocrática como pretendía serlo el judaísmo o en un cesarismo o “paganismo de Estado” como el que practicaban los romanos. Palabras que deben completarse con una segunda parte implícita: El César también es de Dios.

En efecto, el catolicismo ve el Derecho y el Estado revestidos de una relativa significación religiosa porque son objeto de una inspiración religiosa: el Derecho positivo debe concretar un Derecho natural que se asienta en la suprema ley divina y el bien común que la autoridad civil reconoce como fin no es ajeno al destino sobrenatural del hombre sino que se debe ordenar a él como condición y jalón previo. Y en la gestación histórica de la sociedad, del Estado y del Derecho, la religión católica no predetermina unívocamente formas y sistemas pero ejerce una doble influencia al oponerse esencialmente a determinadas realizaciones (por ejemplo, el comunismo intrínsecamente perverso) y al inspirar una estructura fundamental y un espíritu en quien legisla o administra justicia (por ejemplo, la salvaguardia y los límites de la propiedad privada) [1].

Por el contrario, las ideologías dominantes en el mundo moderno parten de presupuestos muy distintos para llegar a conclusiones diametralmente opuestas que pueden pasar por considerar a la religión como un asunto meramente privado (a la manera del liberalismo) o como algo que hay que eliminar (Escuela de la sospecha: Marx-Nietzsche-Freud) y las ideologías inspiradas en estas filosofías.

El papel de la religión católica en la sociedad y el Estado. Esta es la raíz del conflicto Iglesia-Estado, lo específico de las persecuciones religiosas sufridas por la Iglesia en el ciclo del mundo contemporáneo: siglos XIX y XX - de la Revolución Francesa a la Guerra Fría).

RAÍCES HISTÓRICAS DE LA PERSECUCIÓN ESPAÑOLA DE 1931-1939


Aunque la persecución religiosa es algo común a muchos otros países durante este período (Francia, Rusia, Méjico…), hay algo propio del caso español que se deriva del protagonismo peculiar que la religión católica ha tenido en la creación, desarrollo, mantenimiento y crisis de nuestra identidad nacional.

Si es verdad que Europa fue en gran parte obra de la Iglesia y de la Religión Católica, en el caso de España tal obra fue determinante para su ser hasta el punto que desde que existe como entidad política diferenciada, se la encuentra vinculada a la tradición católica como parte constitutiva de su tradición política, plasmada en leyes, en instituciones, en formas de vida y de comportamiento. “La implantación de los Mandamientos de Cristo como ley para la vida social” (en expresión del extremeño Elías de Tejada). De esta manera, España y los españoles se forjan y maduran en la lucha secular contra el Islam y el protestantismo; en la defensa y en la difusión de la fe católica.

Mientras que en el resto de Europa se verificaba la ruptura de la Cristiandad, culminada en la paz de Westfalia (1648) pero precedida con la ruptura filosófica de Occam, religiosa de Lutero, moral de Maquiavelo, política de Bodino y jurídica de Hobbes; mientras que la Europa moderna se disponía a seguir el criterio de Locke y a configurar el orden socio-político a espaldas de la religión. España se mantenía en el camino que Europa había seguido hasta entonces y ahora abandonaba. Pero este panorama empieza a cambiar radicalmente a comienzos del siglo XIX.

La situación política y social anterior a la persecución religiosa de 1931-1939, no venía siendo neutral respecto al catolicismo español. Durante dos siglos se había intentado, legal y extralegalmente, en la teoría y en la práctica, arrancar de raíz los fundamentos religiosos de los españoles, considerados como nocivos por bastantes de los gobernantes y de las fuerzas subversivas que pugnan por apoderarse del Estado en las dos fases revolucionarias (liberal y socialista) que caracterizan a la historia de los siglos XIX y parte del XX.

Después de la guerra de la Independencia en la cual se combate por la religión, por la Patria y por el rey, el liberalismo naciente se impone en Cádiz y da origen al liberalismo político que hará del siglo XIX el siglo del laicismo (o como gustaba decir a los mismos liberales, del “anticlericalismo”). Durante este período hubo desamortizaciones, supresión de órdenes religiosas, exclaustraciones de monjas en despiadadas condiciones, destierros, prohibición de conferir órdenes o de publicar documentos, detenciones por simple motivo de “opinión”, o asesinatos por el mismo “motivo”, a veces en masa, como los de religiosos en 1834-35, sin que se hiciera nada por evitarlos o castigarlos… Los amantes de la libertad hicieron sufrir mucho a la Iglesia pero, probablemente, el daño mayor se produjo cuando el secularismo agresivo y triunfante desde los orígenes del liberalismo consiguió alcanzar un modus vivendi con la Iglesia al lograr un reconocimiento de la Jerarquía, laminando el que debiera haber sido apoyo incondicional al carlismo, en lo que tenía de restauración de la unidad católica, a cambio de unas migajas en el presupuesto y de una nominal declaración de confesionalidad que se hacía compatible con la proliferación de sectas y la libertad de propaganda para el más corrosivo laicismo. Era la situación que denunciaba Ramón Nocedal:

«No, ni el mundo en general, ni España especialmente se pierden sólo por culpa
del liberalismo; se pierden también, y muy principalmente, por culpa de los que
abandonan la lucha, y entienden que cumpliendo sus obligaciones particulares ya
pueden dejar que azoten a Cristo y crucifiquen a la Patria, y aún ayudar a los
sayones, o al menos guardarles la ropa, por un pedazo de pan o por no reñir con
nadie» [2].

Pese a todo, para el radicalismo liberal y el obrerismo revolucionario aquella situación era un clericalismo en el que la Iglesia debería sucumbir entre las ruinas del Estado y la sociedad.
Por eso Vicente Palacio Atard habla de una doble cuna del laicismo en España:

«la raíz intelectual, fruto del subjetivismo liberal y del positivismo
científico, considera a la Iglesia enemiga del progreso; y la raíz popular, con
una enorme fuerza pasional, descarga sus emociones en un enconado odio a la
Iglesia» [3].

Dejando aparte la imprecisión de identificar al pueblo con grupos de delincuentes [4] en ambos casos se pone de relieve cómo antes de que la atmósfera persecutoria llegara al máximo de su enrarecimiento había mediado toda una etapa de legislación ofensiva para las creencias de la mayoría de los españoles en tanto que el pueblo sería objeto de las propagandas más disolventes desembocando así en una positiva oposición al catolicismo. Pero esta distinción no debe hacer olvidar que ambos laicismos estuvieron siempre muy unidos pues cuando el pueblo saqueaba o incendiaba edificios religiosos, e incluso cuando asesinaba a los sacerdotes, lo único que hacía era poner en práctica las consignas difundidas por la prensa y las publicaciones anticlericales. La expansión de las ideas, las manifes­taciones violentas exteriores y las medidas legislativas estaban concatenadas, como orientadas al mismo fin. La propaganda llevaba a la acción, y ambas impulsaban las medidas de gobierno.

A lo largo de este tiempo, la Jerarquía española y aún la Santa Sede no eludieron su opinión sobre esta situación que denunciaron con claridad, haciendo notar también las causas internas de la crisis analizando los fallos del catolicismo español y sugiriendo posibles remedios. De estos aspectos, creo importante resaltar un aspecto que, por ser constante en años posteriores, ilustra y facilita la comprensión de posturas y hechos: la crítica al laicismo de Estado entendido como separación hostil y rechazo de la herencia espiritual y católica de España. Esta crítica estará presente en todos los pronunciamientos públicos de la Iglesia española, en las manifestaciones de la Santa Sede y en la línea de actuación de los comportamientos inspirados en el catolicismo.

SIGNIFICADO REVOLUCIONARIO DE LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA Y DE LA GUERRA CIVIL


Si el peculiar papel del catolicismo en la formación de España es el primer factor que explica la peculiar ofensiva sufrida; el segundo es que nuestra nación conoció a mediados de los años treinta un proceso revolucionario similar al que había dado lugar años atrás al nacimiento de la Unión Soviética.

Unida a esa experiencia revolucionaria, se sitúan los hechos que se sucedieron inmediatos al estallido de la guerra. El más significativo, el de la persecución religiosa sangrienta. Del total de los 6.832 eclesiásticos asesinados –obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas- más de cinco mil lo fueron en los meses de julio a diciembre de 1936, a los que hay que añadir los miles de laicos, también sacrificados por razón de su fe.

1. Un análisis objetivo nos revela que el inicio de la persecución religiosa fue anterior a 1936; se remonta a 1931, cuando llegó al poder una coalición de republicanos burgueses y socialistas que coincidían en considerar a la religión como un obstáculo al progreso y un respaldo de las formas conservadoras de poder. Otra cosa es que la guerra (o mejor dicho, la definitiva desaparición del estado de derecho entre febrero y julio de 1936), permitiera a ese laicismo alcanzar una virulencia que antes no había sido posible. Los artículos de la Constitución y las medidas tomadas con posterioridad demostraron que se pretendía elaborar un marco legal negando la existencia política, social y cultural de un amplio sector de la sociedad española y, además, consagrando esta exclusión en el plano jurídico. El paso siguiente sería la invasión de la esfera de la intimidad y hasta de la vida. La quema de conventos, la persecución religiosa legislativa y la eliminación masiva de eclesiásticos y seglares en 1934 y 1936-1939 serían pasos sucesivos de una misma secuencia lógica en la que finalmente acabaron dándose la mano dos formas de laicismo: el elitista y burgués de los partidos liberales (con la legislación) y el populista de los partidos revolucionarios (con la acción directa).

2. Menos fundamento aún tiene justificar la persecución religiosa por los defectos seculares de la Iglesia. La tesis sostenida puede resumirse con pocas palabras: «La Iglesia hizo una perfecta ecuación de orden, paz y religión con los intereses políticos y económicos de una clase, olvidando e ignorando donde estaba la verdad de un pueblo oprimido y que en el otro bando la “persecución religiosa” fue en gran parte la respuesta a la agresión violenta del bando que la Iglesia defendía» [5]. Otras veces se afirma que las muertes de eclesiásticos ocurridas durante la Guerra Civil habrían tenido como objetivo acabar con «activos agentes al servicio de los intereses de los sectores sociales rurales tradicionalmente dominantes» [6]; más que de persecución religiosa o de laicismo habría que hablar, todo lo más, de un anticlericalismo explicado por el fácil recurso de la lucha de clases. Los sacerdotes y religiosos habrían muerto, dejando aparte otras explicaciones más peregrinas, debido a que la Iglesia Católica se habría ganado la animadversión del pueblo por haberse olvidado de éste, no haber atendido sus necesidades y haberse aliado estrechamente con los sectores reaccionarios y capitalistas. Con razón ha dicho Pío Moa que si diéramos crédito a semejantes afirmaciones llegaríamos al absurdo de tener que afirmar que el Frente Popular anhelaba una Iglesia «intelectualmente brillante, pastoralmente eficaz, firmemente asentada en la conciencia popular y sin un solo cura reprobable, y que la persiguió por sentirse frustrado en sus buenos deseos» [7].

La persecución religiosa no tuvo como única ni principal causa los vicios o defectos de los eclesiásticos ni de los católicos en general sino que fue el resultado de la aplicación práctica de los postulados de unas ideologías que son esencialmente ateas o difunden la crítica a la Iglesia Católica como consecuencia obligada de sus tesis fundamentales.

3. En un primer momento coincidieron en esta ofensiva las fuerzas que protagonizaron los primeros pasos de la República. Socialistas, anarquistas, comunistas, republicanos de izquierda y algunos regionalistas diferían entre sí en casi todo: en la forma del Estado, en la organización económica, en la consideración hacia los grupos sociales, en el papel de la religión, la cultura y la enseñanza... Únicamente había un punto de coincidencia: la voluntad decidida de construir artificialmente una sociedad carente de todo fundamento religioso. Poco importa que algunos de ellos dejaran un lugar irrelevante a dichas creencias en un rincón discreto de la conciencia mientras que otros optaban por una persecución en la que no había lugar ni para esos espacios de intimidad. Al final, serían los sectores más radicales los que actuaron sin trabas sirviéndoles de comparsa los pretendidamente moderados como ocurriría de manera trágica en el caso de los nacionalistas vascos.

Ahora bien, la propia evolución política de la República y de la España en guerra iba a provocar la marginación de los republicanos y la persecución directa a los anarquistas desembocando en una situación cuyo protagonismo decisivo corresponde a organizaciones marxistas de inspiración soviética, primero por la seducción que lo ocurrido en Rusia desde 1917 causaba en los fanáticos seguidores del socialista Largo Caballero, el Lenin español, y después porque el intervencionismo soviético en la Guerra acabará provocando una total dependencia de la zona llamada “republicana”. De aquí que en el magisterio episcopal y pontificio se identifique lo ocurrido en España con una persecución causada por el comunismo.

RADICALISMO DE LA PERSECUCIÓN


Refiriéndose a la situación de la Iglesia Católica en la zona de España controlada por el Frente Popular alguien escribía a los pocos meses de comenzar la Guerra Civil:
«a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas
excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio. b) Todas las
iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y
absolutamente suspendido. c) Una gran parte de los templos, en Cataluña
con carácter de normalidad, se incendiaron. d) Los parques y organismos
oficiales recibieron campanas, cálices, custodias, candelabros y otros
objetos de culto, los han fundido y aun han aprovechado para la guerra o
para fines industriales sus materiales. e) En las iglesias han sido
instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras,
cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos, llevando a
cabo –los organismos oficiales los han ocupado– en su edificación obras de
carácter permanente. f) Todos los conventos han sido desalojados y
suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de
culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y
derruidos. g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a
prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si
bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde
se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las
poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por
cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter
de sacerdote o religioso. h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de
retención privada de imágenes y objetos de culto. La policía que
practica registros domiciliarios, buceando en el interior de las
habitaciones, de vida íntima personal o familiar, destruye con escarnio
y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto
se relaciona o lo recuerda» [8].
Aunque apenas dan una idea de lo realmente ocurrido, estas palabras resultan suficientemente descriptiva, sobre todo porque no pertenecen a ningún documento de propaganda del bando contrario sino que forman parte de un Informe presentado el 9 de enero de 1937 por Manuel de Irujo, dirigente del Partido Nacionalista Vasco, ministro sin cartera en los dos Gobiernos de Largo Caballero y ministro de Justicia en el gabinete de Negrín.

LA RESPUESTA DE LA IGLESIA


Es en este contexto y en esta realidad, donde deben situarse los pronunciamientos sobre el sentido de la guerra, claros e inequívocos desde el principio hasta su final.

Y adquieren especial valor porque la Iglesia podía haberse limitado a presentarse como víctima de una persecución religiosa y a tratar de neutralizar los efectos de ésta adaptándose en la medida de lo posible a la nueva situación.

Por el contrario: en el mismo discurso a quinientos españoles en que habló por primera vez de «verdaderos martirios en todo el sagrado y glorioso significado de la palabra» , Pío XI mandaba su bendición «a cuantos se habían propuesto la difícil tarea de defender y restaurar los derechos de Dios y de la religión» [9] y, al acabar la guerra, el papa Pío XII concebía el primordial significado de la victoria nacional en los siguientes términos: «el sano pueblo español, con las dos notas características de su nobilísimo espíritu, que son la generosidad y la franqueza, se alzó decidido en defensa de los ideales de fe y civilización cristiana, profundamente arraigados en el suelo fecundo de España; y ayudado de Dios, “que no abandona a los que esperan en Él” (Iud 13,17), supo resistir el empuje de los que, engañados con lo que creían un ideal humanitario de exaltación del humilde, en realidad no luchaban sino en provecho del ateísmo» [10].

Probablemente aquí estriba la radical incomodidad que provoca setenta años después hablar de la persecución religiosa en España, no tanto entre quienes se proclaman continuadores de la ideología de los verdugos sino entre aquellos que deberían haber recogido la herencia de unos héroes y mártires que están inseparablemente unidos a una Guerra Civil que adquirió caracteres de Cruzada. Una simbiosis que se produce no solo por la coincidencia cronológica sino por una íntima comunión de ideales, magníficamente expresada en figuras como la del Beato Anselmo Polanco, Obispo de Teruel, firmante de la Carta Colectiva en la que el Episcopado Español daba cuenta al mundo de lo que estaba ocurriendo en España y mártir en febrero de 1939.

Veamos con detalle la postura de la Iglesia a través de una serie de importantes documentos

Los informes del Cardenal Gomá
El cardenal primado, Isidoro Gomá, que carecía de noticias previas acerca del Alzamiento, se salvó de los efectos de la persecución religiosa (aunque su diócesis, Toledo, fue una de las más afectadas) por coincidir aquellas fechas con una estancia en Tarazona (provincia de Zaragoza) que quedó en zona nacional. Se trasladó a Pamplona y allí se convirtió en informador oficioso para la Santa Sede acerca de lo que estaba ocurriendo en España.

Su primer informe al Vaticano fue despachado el 13 de agosto [11]. Partiendo de la tesis de que el catolicismo era víctima, llegaba a la conclusión de que de no haberse producido el Alzamiento se habría implantado en España una dictadura comunista y extinguido la Iglesia en el caso de que triunfase el Frente Popular. Gomá manifestaba tres preocupaciones fundamentales:

En primer término, la postura del nacionalismo vasco contraria en la práctica a la doctrina de la Iglesia de no anteponer los intereses particulares a los del catolicismo.

Tras la ola persecutoria y de desmantelamiento iniciada en 1931, de cuya responsabilidad nadie podía declararse absolutamente inocente, la Iglesia, aun en el caso de victoria del bando que la protegía, iba a encontrarse ante una formidable tarea de reconstrucción difícil de llevar a cabo.

Por último, detectaba influencias exteriores que calificaba de paganizantes en el bando nacional. Advertía la existencia de un sector que preconizaba una especie de laicismo del Estado, tendencia que juzgaba poco conveniente. «Falta ver el alcance que se dará a esta proposición».

En sus posteriores informes, Gomá insiste en éstas y en otras cuestiones, pero con frecuencia insiste en un criterio: la postura del Jefe del Estado al que juzgó siempre un católico convencido era para el Primado como un seguro de que esta orientación cristiana del Estado prevalecería en las líneas de la política general:
«Por lo que atañe a su representación religiosa y moral puede afirmarse en
general que los elementos más significativos de estos organismo son bonísimos
católicos, algunos de ellos hasta piadosos. Me es grato consignar los nombres
del Generalísimo, católico práctico, que me consta reza todos los días el santo
rosario, enemigo irreconciliable de la masonería y que no concibe el Estado
Español fuera de las líneas tradicionales de catolicismo en todos los órdenes…»
[12].
Las dos ciudades 
El 30 de septiembre, el obispo de Salamanca, Enrique Plá y Deniel, publicaba una carta pastoral que titulaba Las dos ciudades. Tomando como base la doctrina agustiniana sobre las dos ciudades (la de aquellos que por amor a Dios llegan al menosprecio de sí mismos, y aquella otra que por amor a sí mismos desprecian a Dios), llegaba a la conclusión de que aquella contienda era, en realidad, una cruzada, pues se estaba dirimiendo la supervivencia de la Iglesia en España.
«En el suelo de España luchan hoy cruentamente dos concepciones de la vida, dos
sentimientos, dos fuerzas que están aprestadas para una lucha universal en todos
los pueblos de la tierra […] ¿Cómo justificar la toma de partido de la Iglesia?
La explicación plenísima nos la da el carácter de la actual lucha que convierte
a España en espectáculo para el mundo entero. Reviste sí, la forma externa de
una guerra civil pero en realidad es una cruzada. Fue una sublevación, pero no
para perturbar sino para restablecer el orden […] Ya no se ha tratado de una
guerra civil sino de una cruzada por la religión y por la patria y la
civilización. Ya nadie podrá tachar a la Iglesia de perturbadora del orden que
ni siquiera precariamente existía» [13].
La Carta Colectiva del Episcopado Español 
El 12 de diciembre de 1936, Gomá fue recibido por el Papa. Captó inmediatamente las dificultades que tendría que vencer porque «en Roma predominan en este respecto las conveniencias de la diplomacia sobre las exigencias de esta expresión de fe y entusiasmo religioso que ha acompañado al estallido de la guerra». Eran varios los sectores que presionaban: Múgica, esgrimía el asunto de los sacerdotes vascos; Vidal y Barraquer, volvía a su idea de una negociación que permitiese alcanzar la paz religiosa. El clero francés se negaba a ver en Franco otra cosa que un peligroso aliado de Hitler…

La declaración de «cruzada» por parte de los obispos españoles causó impacto en los ambientes católicos. Produjo en Francia una profunda división. Este país tenía intereses directos respecto a lo que estaba sucediendo en España: junto a las cuestiones religiosas estaban las consideraciones políticas, derechas frente a izquierdas y germanofilia. En consecuencia, los católicos se dividieron y Jacques Maritain, cuya influencia sobre los monseñores vaticanos era muy grande, se situó a la cabeza de un grupo de intelectuales católicos empeñados en demostrar que era falso el principio y que la República tenía razón. Para los católicos, que experimentaban la más cruel de las persecuciones, era un verdadero escándalo que pudieran colocarse al lado de los verdugos [14].

La “Carta colectiva” del Episcopado Español de 1 de julio de 1937 no supuso innovaciones en juicios ya dados con anterioridad, aunque lógicamente por el número y relieve de los firmantes –dos cardenales, seis arzobispos, treinta y cinco obispos (uno de los cuales, el de Teruel, daría posteriormente testimonio de la firma con su sangre) y cinco vicarios capitulares- y por su notoria repercusión mundial, sigue constituyendo el documento más importante para definir la postura de la Jerarquía española ante la guerra.

En la Carta se manifestaba ante la opinión pública, especialmente extranjera, que las causas de la guerra había que buscarlas en una situación anterior de continuos atropellos a los ciudadanos españoles en el orden económico y social que habían puesto en gravísimo peligro la misma existencia del bien público, del orden y de la paz.

Se exponía que el alzamiento había sido en su origen un movimiento nacional en defensa de los principios fundamentales de toda sociedad civilizada.

Ate el mundo entero, se apoyaba de forma rotunda a uno de los bandos por razones de orden social, moral y religioso: «hoy por hoy no hay en España más esperanza para reconquistar la justicia y la paz y los bienes que de ella derivan que el triunfo del Movimiento Nacional» [15].

Terminamos con las siguientes conclusiones inspiradas en las de María Luisa Rodríguez Aisa:

1º) El factor religioso, constituyó uno de los elementos sustanciales de la guerra de España. Como tal fue constantemente señalado en los pronunciamientos públicos oficiales, tanto de la Iglesia como de las autoridades del bando nacional. Pero también aparece como gran protagonista en las manifestaciones de autoridades republicanas y de partidos y grupos políticos que apoyaron a este bando, en el sentido de destruir o desterrar el catolicismo como una de las bases de la identidad española.

2º) La situación de hecho de la Iglesia y los católicos, a partir de 1931, pero especialmente desde 1936, fue de acoso y persecución abierta, situación que algunos sectores justificaban por considerarla necesaria para la renovación de España porque atribuían a la Iglesia ser una de las principales causas de los males de la sociedad española. En algunos partidos, casi era convicción obligada, debido a sus propios presupuestos marxistas en los que la religión constituía un elemento alienante que había que destruir.

3º) No puede extrañar, por tanto, que por parte de la Iglesia católica, a través de sus portavoces, se insistiera en que los elementos claves del conflicto no eran los cambios sociales, políticos o económicos, sino que se estaba dilucidando la pervivencia o no del cristianismo en España y, por tanto de todas sus manifestaciones de civilización y cultura.

4º) La respuesta al laicismo agresivo, nunca será promover la presunta autonomía de las realidades temporales o la independencia Iglesia-Estado, ni siquiera la neutralidad (si es que puede existir). Es unánime la convicción de que la única alternativa posible a la persecución religiosa es la re-cristianización que pasa por el reconocimiento de lo que el pensamiento tradicional español llama ortodoxia pública, es decir, el establecimiento de un régimen político «que afirma un contenido de principios, verdades o valores de carácter superior e inmutable como base de su convivencia moral y de sus leyes» [16]. Como respuesta a la persecución religiosa y como consecuencia del carácter religioso de la Guerra «En cierto modo, puede decirse que la Cristiandad como comunidad desaparecida en Europa en su calidad de orden universal a partir de la Paz de Westfalia, y eclipsada de la estructura política de las naciones desde la Revolución, reaparece con los combatientes de 1936 y renace como “ortodoxia pública”, al menos parcialmente, en el Régimen Nacional surgido de aquel Alzamiento» [17].

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1 Cfr. GAMBRA, Rafael, La unidad religiosa y el derrotismo católico (Estudio sobre los principios religiosos de las sociedades históricas y en particular sobre el catolicismo en la nacionalidad española), Ediciones Nueva Hispanidad, Buenos Aires, 2001, pp.54-57.
2 Cit.por: GÓMEZ-RODULFO, Jaime de Carlos, Antología de Ramón Nocedal y Romea, Editorial Tradicionalista, Madrid, 1952, p.27.
3 PALACIO ATARD, Vicente, Cinco historias de la República y de la Guerra, Editora Nacional, Madrid, 1973, p. 41.
4 Identificación que favorecerán las izquierdas y, más en concreto, el Partido Socialista al atribuir al “pueblo” los sucesos que acompañaron a los orígenes de la República, dando así cobertura a la violencia. Basta recordar a los abogados socialistas defendiendo a los asesinos de Castilblanco (Badajoz) y pretendiendo justificar lo allí ocurrido con una campaña de prensa que despertó la indignación de quiénes habían vivido en este pueblo extremeño antes de quedar sometido a la propaganda marxista, verdadera responsable de lo ocurrido.
5 TUÑÓN DE LARA, Manuel (dir.), Historia de España. IX. La crisis del Estado: Dictadura, República, Guerra (1923-1939), Barcelona, 1981, p.384.
6 COBO ROMERO, Francisco, La guerra civil y la represión franquista en la provincia de Jaén. 1936-1950, Diputación Provincial, Jaén, 1993, p.261.
7 Cfr. MOA, Pío, Los mitos de la guerra civil, La Esfera de los libros, Madrid, 2003, pp.230-237.
8 El texto íntegro del memorial fue publicado por un hermano de su autor bajo seudónimo: LIZARRA, A de [Andrés Irujo Ollo], Los vascos y la República Española. Contribución a la historia de la guerra civil, Editorial Vasca Ekin, Buenos Aires, 1944, pp.201ss.
9 Cit.por MONTERO MORENO, Antonio, Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939, BAC, Madrid, 1998, p.741.
10 Radiomensaje al pueblo español (16-mayo-1939), cit.por MONTERO MORENO, Antonio, ob.cit., 744.
11 Cit.por: RODRÍGUEZ AISA, María Luisa, El cardenal Gomá y la guerra de España, CSIC, Madrid, 1981, pp.371-378.
12 Cit.por RODRÍGUEZ AISA, María Luisa, ob. cit., p.72.
13 Texto completo en: MONTERO MORENO, Antonio; Historia de la persecución religiosa en España, BAC, Madrid, 1998, pp.608-788.
14 Cfr. TUSELL, Javier y GARCÍA QUEIPO DE LLANO, Genoveva, El catolicismo mundial y la guerra de España, BAC, Madrid,1993, pp. 96-124.
15 Carta Colectiva del Episcopado Español de 1 de julio de 1937, en GOMÁ, Isidro, Por Dios y por España, Rafael Casulleras, Barcelona, 1940, p.584. Como afirma María Luisa Rodríguez Aisa: «Las excepciones de dos firmas en la Carta Colectiva, la del obispo de Vitoria, Mateo Múgica, y la del cardenal de Tarragona, Vidal y Barraquer, no empañan lo más mínimo esa unanimidad en admitir como una de las claves de la guerra, la religiosa. Es más, la documentación en torno a esta cuestión pone de relieve que lo que los dos obispos alegaron para no firmar, fueron motivos de conveniencia pastoral o reservas de tipo político en la utilización posterior, pero no una negación de la realidad del factor religioso en la contienda».
16 GAMBRA, Rafael, Tradición o Mimetismo, IEP, Madrid, 1976, p.94.
17 GAMBRA, Rafael, Tradición o Mimetismo, IEP, Madrid, 1976, p.96-97.