En este Domingo de Pascua la Liturgia de la Iglesia nos invita a llenarnos de santa alegría por el misterio de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Con la palabra Resurrección significamos que Cristo triunfó de la muerte al reunirse su alma santísima con el cuerpo, del cual se había separado por la muerte. Comienza así una vida gloriosa e inmortal en la que el Hijo de Dios encarnado conserva sus llagas gloriosas, que nos recuerdan permanentemente que el Resucitado fue Crucificado por nosotros, y nos alcanzó la redención por medio de la cruz.
1. El misterio de Cristo resucitado es el corazón de la Iglesia.
No se puede entender de ningún modo lo que significa la Iglesia en el mundo si se la concibe únicamente como una sociedad de hombres que buscan la verdad o que coinciden en un programa de acción; o si se concibe al mismo Cristo únicamente como un fundador, en quien los sucesores ven al maestro o al ejemplo perdurable.
Tanto los Apóstoles como sus sucesores lo que hacen es anunciar y actualizar la presencia constante de Cristo Salvador a través de la historia. El Bautismo nos incorpora al cuerpo de Cristo. Y Cristo-cabeza se siente vitalmente ligado con todos sus miembros.
Gracias a la presencia de Cristo resucitado, la Iglesia es más que nosotros y podemos decir que la Iglesia es nuestra madre porque es el ámbito que nos garantiza la actuación salvadora del Señor. El verdadero magisterio eclesiástico nos transmite la fe pura, sin permitir que se disuelva en la corriente turbia de las opiniones humanas y los sacramentos nos levantan, por encima de una mera convivencia humana, a participar de una vida superior.
2. Cada uno de nosotros hemos sido hechos miembros de la Iglesia el día que recibimos el Sacramento del Bautismo.
Desde entonces se nos imprimió el carácter de cristianos, fuimos hechos hijos de Dios y se nos habilitó para recibir los demás sacramentos. Por eso, en numerosas ocasiones, el apóstol San Pablo pone en relación el Bautismo con la resurrección de Jesucristo:
“Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo y morimos, para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida. Pues si hemos llegado a ser una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección parecida” (Rom 6, 4-5).Por lo tanto de la resurrección de Cristo debemos sacar dos ejemplos.
a) Que después de haber lavado las manchas del pecado, comencemos un nuevo modo de vida en el cual resplandezcan la integridad de costumbres, la inocencia, la santidad, la modestia, la justicia, beneficencia y humildad.
b) Que perseveremos en este género de vida tan constantes que con la ayuda de Dios jamás nos apartemos del camino de la virtud una vez comenzado.
No solamente significan las palabras del Apóstol que la resurrección de Cristo se nos propone por ejemplar de la nuestra, sino también declaran que ella nos da, así virtud para resucitar, como fuerzas y espíritu para perseverar en la santidad y justicia, guardando los mandamientos de Dios. La resurrección de Jesucristo no solamente nos da fuerza para conseguir la santidad, sino que nos esfuerza para perseverar en esta nueva vida, sirviendo piadosa y santamente a Dios.
Resucitemos espiritual pero realmente con Jesús, vivamos de su vida, según sus enseñanzas… Una vida de hijos de Dios aquí en la tierra, para que Él nos haga participar de su vida gloriosa en el Cielo
Así lo pedimos por intercesión de la Virgen Santísima, a quien la Iglesia felicita por la Resurrección de su Hijo (Reina del Cielo, alegraté…) y le pide: «Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre».
Elaborado a partir de: Catecismo para párrocos y Cristo presente en la Iglesia nuestra Madre
Publicado en Tradición Digital