«El Magisterio de la Iglesia, que tiene el deber de promover y custodiar la doctrina de la fe y preservarla de las recurrentes asechanzas procedentes de algunas corrientes de pensamiento y de determinadas praxis, en repetidas ocasiones se interesó durante el siglo XIX por los resultados del trabajo intelectual del sacerdote Antonio Rosmini Serbati (1797-1855), poniendo en el Índice dos de sus obras en 1849, absolviendo ("dimettendo") después del examen, con decreto doctrinal de la Sagrada Congregación del Índice, las opera omnia en 1854 y, sucesivamente, condenando en 1887 cuarenta proposiciones, tomadas principalmente de obras póstumas y de otras obras editadas en vida, con el decreto doctrinal, denominado Post obitum, de la Sagrada Congregación del Santo Oficio (Denz 3201-3241)».
Con estas ajustadas palabras, que luego serán re-interpretadas en el propio documento, se inicia la Nota sobre el valor de los decretos doctrinales con respecto al pensamiento y a las obras del sacerdote Antonio Rosmini Serbati
firmada por el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de
la Fe, cardenal Joseph Ratzinger, el 1 de julio de 2001. En dicho
texto, se hace aplicación de una de las tesis más características del
propio Ratzinger: el historicismo de las condenas doctrinales y, más
aún, del propio Magisterio.
«Hay decisiones del Magisterio que no pueden ser la última palabra sobre una materia como tal, sino un anclaje importante para el problema, y sobre todo una expresión de prudencia pastoral, una especie de disposición provisional. Su contenido sigue siendo válido, pero los detalles en los que las circunstancias de tiempo pueden haber influido necesitan correcciones más tarde. En referencia a esto, se puede pensar así tanto de las declaraciones de los papas del siglo pasado sobre la libertad religiosa como de las decisiones antimodernistas de principios de siglo» (L’Osservatore Romano. Edición semanal, 27 de junio de 1990, p. 9).
Con
motivo de la beatificación de Rosmini que tuvo lugar el 18 de noviembre
de 2007, el Cardenal Saraiva Martins había confirmado en una entrevista
la gran estima que sentían hacia él los papas posconciliares y que se
manifestaba en hechos como las palabras pronunciadas por Pablo VI en
varios discursos y las citas de Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio. Fue singular además la relación con Juan Pablo I, pues a pesar de que éste se doctoró con una tesis muy crítica con él, «hay testimonios dignos de fe que cuentan que el papa Luciani expresó su deseo de rehabilitar personalmente la figura de Rosmini». Sin duda soplaban aires teológicos muy distintos a los que predominaban cuando, en 1941, comenzó su Tesis Doctoral.
Todos,
pues, se apresuraron a justificar la beatificación y a limpiar de
cualquier sospecha a la figura de Rosmini, antaño condenado por sus más
que discutibles juicios en el terreno moral, eclesiológico, litúrgico e
incluso socio-político (con su postura contraria a la soberanía del Papa
sobre los Estados Pontificios) y hoy elevado a la condición de precursor del Concilio Vaticano II, a pesar de que algunas de las lacras lamentadas por él en sus Cinco Llagas, incluso se han agravado.
En
conclusión, nada habría que oponer a la beatificación de Rosmini pues
la condena de su obra era consecuencia, ante todo, de factores
determinados por la contingencia histórico-cultural y eclesial del
tiempo, sin que respondieran a una consideración objetiva de su figura y
de su obra. Hasta los jesuitas, se decía, antaño tan combativos contra
Rosmini habían cambiado de opinión…
Pero llega el 4 de abril de 2014 y, en uno de sus discursos matutinos,
Francisco se refiere a Rosmini, sin nombrarle expresamente aunque
señalando una serie de rasgos suficientemente representativos; en
especial, su libro Las cinco llagas de la Iglesia, en el que «reprochaba a la Iglesia de alejarse del camino del Señor» y, así, ha sido reconocido por los medios.
Francisco pone patas arriba las sutiles argumentaciones que venimos
exponiendo y ahora resulta que Rosmini fue considerado hereje en su
tiempo y ha sido la Iglesia la que ha cambiado su juicio en relación con
él porque «sabe arrepentirse». Puede ser apenas un matiz, pero
conviene subrayar cómo Bergoglio caracteriza a Rosmini como heterodoxo
mientras que Ratzinger, en su documento citado, reservaba tan duro
calificativo para el sentido de la interpretación que el Magisterio de
la Iglesia había hecho del pensamiento rosminiano».
«También tantos pensadores de la Iglesia fueron perseguidos. Pienso en uno, ahora, en este momento, no lejos de nosotros, un hombre de buena voluntad, un profeta de verdad, que con sus libros reprochaba a la Iglesia de alejarse del camino del Señor. Pronto fue llamado al orden, sus libros puestos en el índice, le quitaron la cátedra y así para este hombre terminó su vida: no hace mucho de esto. ¡Pasó el tiempo y hoy es beato! ¿Pero cómo es que ayer era un hereje y hoy es beato? Porque 'ayer los que tenían el poder querían silenciarlo, ya que no les gustaba lo que decía. Hoy la Iglesia, que gracias a Dios sabe arrepentirse, dice: 'No, este hombre es bueno!'. Es más, está en el camino de la santidad: es un beato"».
No entramos en la simplificación que
se hace de la figura de Rosmini y de la problemática de sus condenas,
silenciando las dificultades filosófico-teológicas de su obra escrita,
más allá de su condición de sacerdote piadoso, reconocida por autores
como Romano Amerio, que pone a la par en él «la profundidad de la especulación teológica y la profundidad de la inspiración religiosa» (Iota Unum,
cap. XIV). Pero no podemos sino lamentar aquí esta nueva apología del
relativismo más absoluto que tiende a difuminar la certeza de cualquier
afirmación doctrinal, siempre susceptible de ser emplazada a la espera
de una rectificación ulterior. Las palabras de Francisco llevan hasta
sus últimas consecuencias los principios citados en la Nota de
Ratzinger, principios que restan a las fórmulas doctrinales su propio
valor y las reducen a la condición de producto socio-cultural de una
determinada época. Así se destruye el concepto mismo del Magisterio
eclesiástico e incluso de la Revelación divina.
Ahora bien, tal
vez sin pretenderlo, Francisco viene a justificar las posiciones de
resistencia que resultan tan desagradables para quienes se apresuraron a
explicar la rehabilitación de Rosmini argumentando sobre la ortodoxia
del sujeto. Posiciones de resistencia que resultan tan desagradables
para quienes han reaccionado ante la doctrina y la praxis posconciliar
negando explícitamente la existencia de una contradicción, la realidad
de una ruptura. Y es que no vemos razón para no poder pronunciar la
frase en presente y sostener que también en la Iglesia de hoy “los que
tienen el poder” quieren silenciar a otros porque no le gusta lo que
dicen.
Benedicto XVI y Francisco sitúan así a los “neocones” ante
la disyuntiva: o historicismo absoluto (y por lo tanto relativismo) o
reinterpretación del pasado vía peticiones de perdón. O lo que es peor;
tener que asumir ambas cosas al tiempo que reclaman y practican una
concepción errónea de la obediencia trufada de nominalismo. Del
historicismo y de las peticiones de perdón, hemos conocido
manifestaciones muy tristes e igualmente auto-demoledoras. Que es de lo
que se trata.
Publicado en Tradición Digital