«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

martes, 20 de enero de 2009

ELOGIO DEL TRABAJO BIEN HECHO

Con frecuencia los historiadores nos vemos en la necesidad de someter a crítica el trabajo que otros compañeros de profesión han realizado. Lo hacemos en primer lugar para comprobar si estas nuevas aportaciones al acervo bibliográfico o documental son de utilidad para nuestras propias investigaciones y determinar mejor los campos en los que todavía se pueden hacer avances de interés para el conocimiento del pasado. Esta crítica sirve también para alertar a otros acerca de lo mismo y resulta especialmente útil cuando, en circunstancias como las que actualmente se dan en España, la oligarquía política está haciendo un uso de la historia al servicio de sus intereses.

En mi trayectoria personal tengo que reconocer que los críticos han sido generosos. Me gustaría ser agradecido con tantas personas que me han apoyado y se han hecho eco de mis investigaciones o han facilitado la publicación de mis libros y artículos. Especialmente estimulantes son las referencias que se hacen desde una disidencia con los planteamientos de fondo pero que reconocen la seriedad del trabajo que hay detrás. En contraste, tampoco han faltado las descalificaciones por parte de historiógrafos de segunda fila aunque todavía no he merecido que nadie me haga objeto de un título semejante al que Alberto Reig Tapia dedicó a uno de los mejores historiadores de la España contemporánea: Anti Moa. En ese libro, apenas he merecido de Reig más atención que unos ingeniosos juegos de palabras acerca del color de mis camisas que, como es bien sabido, se han movido entre el negro y el azul.

Peor trato he recibido de las instancias públicas que gestionan un dinero, procedente de todos los ciudadanos, y que se dedica a lo que ellos llaman promover la cultura. Mis libros encontraron el no en una Editora Regional, mis artículos carecen de calidad científica para aparecer en la revista editada por una Diputación Provincial y, últimamente, un alcalde de pueblo me ha vetado la aparición de un artículo en una revista de ámbito local “por razones políticas”. Sinceramente, no me extraña, el socialismo confunde la administración del Estado con la de un cortijo y ha convertido la bandera de la libertad, que antaño enarbolaba, en un trapo con el que esconder sus vergüenzas.

Y es que la crítica a una investigación histórica no se puede hacer desde esa mezcla de ignorancia y pasiones pseudo-políticas que caracterizan a nuestros dirigentes. Como tampoco se puede promover la difusión de aquellos trabajos que no han sido elaborados con las referencias epistemológicas que caracterizan a la Historia como una peculiar manera de conocimiento que, siendo al mismo tiempo arte y ciencia, se convierte en el único modo de conocimiento objetivo del pasado. Un respeto escrupuloso hacia las fuentes a la que hay que hacer objeto de una sana crítica; un aprecio espontáneo por aquellos que han escrito del tema antes que nosotros, una pasión sincera por la verdad que lleva a la reconstrucción lo más fiel posible de los hechos, una interpretación discreta que no busca juzgar sino entender para poder exponer y que renuncia para ello al uso de ideologías o corrientes filosóficas que ya poseen una explicación a priori.
Qué lejos está de nosotros la generación de aquellos historiadores que fueron verdaderos maestros en el arte del trabajo bien hecho. Cuando cualquier cosa se presenta a la sociedad en que vivimos como si fuera un trabajo de historia por el simple hecho de ocuparse del pasado, serena el alma evocar a gente como Federico Suárez, Carlos Seco, José María Jover, Vicente Palacio o Luis Suárez, solamente algunos ejemplos entre otros muchos de lo que era posible cuando en España se cultivaba la excelencia como algo más que un reclamo publicitario. ¡Fascistas! Dirá al oír estos nombres cualquier universitario imberbe al tiempo que deletrea penosamente algún documento o redacta apresuradamente unas líneas de las que luego sacará provecho uno de sus profesores, probablemente un simple funcionario de la historiografía.

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http://www.diarioya.es/content/elogio-del-trabajo-bien-hecho