Hace hoy ochenta años, el 29 de Octubre de 1933, pronunciaba José Antonio Primo de Rivera en el madrileño Teatro de la Comedia un discurso que ha tenido una trascendencia comparable a pocas piezas oratorias.
En
aquella España de los problemas, del eco del noventa y ocho, del
regeneracionismo fracasado y de los complejos ante Europa, un joven
creyente, fiel cumplidor de sus deberes religiosos y definido por la
nobleza de su carácter, profesionalidad, elegancia en el trato, lealtad y
espíritu de servicio, iba a levantar una bandera capaz de entusiasmar a
muchos de sus compatriotas.
Por encima de soluciones técnicas más
o menos acertadas y algunas de ellas, muy probablemente, superadas, el
legado del fundador de la Falange radica en su opción por devolver a la
política la dimensión moral que le pertenece y que, todavía hoy, vemos
tantas veces negada. La vocación política de José Antonio derivó en
impulso capaz de poner en pie a un pueblo al conjuro de una misión en la
historia y de movilizar su capacidad de sacrificio. Por ese impulso
moral, a la voz del Capitán, miles de jóvenes se movilizaron en los
frentes de combate o fueron asesinados en la retaguardia frentepopulista
cuando ya tenían el Cara al sol para "hacer más alegre nuestra muerte".
Él mismo, caería bajo las balas de un pelotón de fusilamiento, tras la
sentencia de un Tribunal que formaba parte de la maquinaria de terror
puesta en marcha por el Gobierno del Frente Popular.
La saña de un lado... y la antipatía del otro
Si
la Falange se consolida en cosa duradera, espero que todos perciban el
dolor de que se haya vertido tanta sangre por no habérsenos abierto una
brecha de serena atención entre la saña de un lado y la antipatía de
otro. Que esa sangre vertida me perdone la parte que he tenido en
provocarla, y que los camaradas que me precedieron en el sacrificio me
acojan como el último de ellos.
Signo trágico, el de
la muerte en acto de servicio, inseparable para los adheridos a la
naciente Falange que se vieron sometidos a la violencia desatada por los
dirigentes del Partido Socialista. Así lo denunciaba José Antonio en el
Parlamento el 1 de febrero de 1934:
Frente a esas imputaciones de violencias vagas, de hordas fascistas y de nuestros asesinatos y de nuestros pistoleros, yo invito al señor Hernández Zancajo a que cuente un solo caso, con sus nombres y apellidos. Mientras yo, en cambio, le digo a la Cámara que a nosotros nos han asesinado un hombre en Daimiel, otro en Zalamea, otro en Villanueva de la Reina y otro en Madrid, y está muy reciente el del desdichado capataz de venta del periódico F.E.; y todos éstos tenían sus nombres y apellidos, y de todos éstos se sabe que han sido muertos por pistoleros que pertenecían a la Juventud Socialista o recibían muy de cerca sus inspiraciones. Estos datos son ciertos… Y nosotros, que tenemos en nuestras filas todas estas bajas y otros muchos heridos graves, nos hemos resistido a todos los impulsos vindicativos de los que nos pedían una represión enérgica y una represalia justa, porque consideramos mejor soportar, mientras sea posible, que abran bajas en nuestras filas que desencadenar sobre un pueblo una situación de pugna civil.
Silencian estas palabras quienes se empeñan en
criminalizar a la Falange imputándole violencias y delitos o glosando
airadamente la desvirtuada frase de José Antonio acerca de la "dialéctica de los puños y las pistolas":
Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque, ¿quién ha dicho —al hablar de "todo menos la violencia"— que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria.
De entrada, la frase en su
justo sentido debería compartirla todo hombre de bien. Ante todo por ser
muy alta la jerarquía de los valores atacados violentamente y que, por
ello, han de ser defendidos con no menor contundencia: la unidad de
destino de los pueblos de España, la libertad profunda del hombre, el
trabajo como medio para una vida humana justa y digna y el espíritu
religioso, clave de los mejores arcos de nuestra historia. Pero también
por el entorno en que fueron pronunciadas. Interesadamente se olvida que
no es posible comprender la dinámica de violencia en que desembocó la
Segunda República y el papel que en ella desempeñaron los falangistas,
cuando se ignora que este Movimiento perdió en sus primeros meses de
existencia a decenas de sus miembros y simpatizantes, asesinados con el
intento deliberado de frenar el crecimiento de la organización.
La
vocación política de José Antonio fue respuesta al reto planteado por
el socialismo marxista en lo que tiene de concepción anticristiana,
interpretación materialista de la vida y de la historia, proclamación
del dogma de la lucha de clases, desprecio de la religión, negación de
la Patria y olvido de todo vínculo de hermandad entre los hombres. Pero
estas afirmaciones que adquieren todo su valor cuando se constata que
van precedidas del reconocimiento de la legitimidad del nacimiento del
socialismo como defensa oportuna frente al Estado liberal
De ahí, la antipatía del otro lado. Porque la misma voz, en polémica con las derechas, pudo desenmascarar "un bolcheviquismo de espantoso refinamiento: el bolcheviquismo de los privilegiados" o describir irónicamente la insuperable paradoja liberal: Procure usted ser millonario:
Lector: si vive usted en un Estado liberal procure ser millonario, y guapo, y listo y fuerte. Entonces, sí, lanzados todos a la libre concurrencia, la vida es suya. Tendrá usted rotativa en que ejercitar la libertad de pensamiento, automóviles en que poner en práctica su libertad de locomoción…; cuanto usted quiera. ¡Pero ay de los millones y millones de seres mal dotados! Para esos, el Estado liberal es feroz. De todos ellos hará carne de batalla en la implacable pugna económica. Para ellos –sujetos de los derechos más sonoros y más irrealizables– serán el hambre y la miseria.
En un artículo vetado por la censura republicana, habló de "victoria sin alas"
para referirse a la del 19 de noviembre de 1933, cuando las elecciones
dieron paso a una sucesión de gobiernos en los que la derechista CEDA
apoyaría en el parlamento al Partido Radical. Y el presagio no resultó
errado: con una timorata presencia en el banco azul, Gil Robles eligió
un camino que significaba el suicidio y la definitiva bancarrota de su
partido, arrastrando en su fracaso las banderas que no había sabido
defender durante el bienio estúpido:
Ni reforma agraria, ni transformación económica, ni remedio al paro obrero, ni aliento nacional en la política. Chapuzas para remediar algún estrago del bienio anterior y pereza. Pereza mortal para dejar que los problemas se corrompan a fuerza de días, hasta que llegue otro problema y los quite de delante (España estancada, 21 de marzo de 1935).
La Falange y el Movimiento Nacional
Frecuentemente
se ha tratado de contraponer a José Antonio con el Estado nacido el 18
de Julio. Para ello se siembran sospechas acerca de su intervención en
el Alzamiento y se ha reprochado a las autoridades constituidas en la
zona nacional (y en especial al general Franco) no haber hecho todo lo
posible por liberarle de la cárcel de Alicante. Los hechos desmienten
tales interpretaciones interesadas: José Antonio había participado en
las iniciativas que conducen a poner remedio a la situación a través de
un golpe de fuerza en un contexto en el que "ya no hay soluciones pacíficas. La guerra está declarada y ha sido el Gobierno el primero en proclamarse beligerante" (No Importa, 6-junio-1936). Documentos como la Carta a los militares de España
no dejan lugar dudas aunque no es menos cierto que José Antonio trató
de forzar el predominio falangista hasta que hubo de plegarse a la
realidad de la relación de fuerzas y a la urgencia de la acción
prevista. El reciente e imprescindible libro de Francisco Torres (El último José Antonio, Madrid: Barbarroja, 2013)
ha demostrado con imponente aparato documental estos extremos así como
los esfuerzos llevados a cabo desde el Cuartel General del Generalísimo
para evitar el asesinato de José Antonio, último desenlace de una farsa
judicial de la que hay un único responsable: el Gobierno republicano del
Frente Popular.
Tal compromiso de José Antonio con el 18 de julio
y la activa participación de los falangistas en la sublevación y en la
guerra explican, en buena medida, que el Movimiento Nacional no se
limitara a poner fin al estado de anarquía y de vulneración de la ley en
que había desembocado la Segunda República. Desde los primeros
momentos, se fue configurando con un contenido positivo que buscaba una
total transformación de la vida española de acuerdo con unos postulados
asumidos por el Nuevo Estado desde su temprana configuración en los
albores de la contienda.
Años más tarde, se reprocharon a la
España de las Leyes Fundamentales incoherencias con sus propios
postulados teóricos, tanto con los inspirados en el pensamiento
tradicionalista como con aquellos que se habían recogido de
formulaciones como la Norma Programática de Falange Española de las
JONS. Interesada y parcialmente, también, se subrayó la incompatibilidad
entre unos y otros. Ahora bien, tampoco puede olvidarse la falta de
madurez del pensamiento político y económico falangista que había sido
demoledor en el terreno de la crítica al socialismo y al liberalismo
pero no había terminado de articular un modelo de Estado: ¿Quién
desempeña la suprema magistratura del Estado? ¿Qué formas adquiere la
centralización o la autonomía regional? ¿Separación o unidad de poderes?
¿Consejos o Cortes? ¿Partido único? ¿Sufragio universal o censitario?
¿Cómo se articula la representación orgánica? ¿Cuál es la forma jurídica
de los Sindicatos nacionales? A ninguna de estas preguntas encontramos
respuesta unívoca en la exégesis del discurso joseantoniano.
Cuando
todavía hoy se discute en medios falangistas acerca de cómo hay que
entender algunas de estas cuestiones, parece que no es posible exigir
mayor precisión a aquellos hombres que estaban articulando y definiendo
un Estado en circunstancias humanas y materiales muchísimo más
difíciles. Y que lo hacían con una clara voluntad de sumar fuerzas,
dando como resultado una necesaria heterogeneidad apenas incapaz, a
veces, de poner sordina a las contradicciones. No olvidemos tampoco que,
en la nueva situación nacida de la guerra, encontraron acomodo muchos
de los que se habían caracterizado por su antipatía y hostilidad hacia
la Falange en vida de José Antonio.
En todo caso, las ideas
vertebradoras del nacionalsindicalismo se plasmaron en numerosas
realidades prácticas que permiten atribuir a la obra de los falangistas
integrados en la España de Franco realizaciones tan trascendentales como
el cambio social, la promoción de la mujer, la formación de la juventud
y la Organización Sindical. Por supuesto que esta afirmación no supone
negar las deficiencias y los desequilibrios, menos aún pretende que el
nacionalsindicalismo tuviera en la arquitectura del Nuevo Estado una
hegemonía que en ningún momento alcanzó ni oculta las diferencias entre
las realizaciones y algunas de las propuestas teóricas de José Antonio.
Esta afirmación se deduce del sano realismo que supone comparar la
España en cuya edificación intervino activamente la Falange, con la
España anterior e incluso con la de nuestros días.
Durante el
primer tercio del siglo XX, en el caldo de cultivo de las premisas
teóricas y realizaciones prácticas del liberalismo, anarquistas,
comunistas y socialistas habían gestado unas alternativas
revolucionarias que condujeron a un paroxismo del que se empezó a salir
no sin grandes dificultades. Por el contrario, el estado de cosas que
comenzó en una Guerra Civil acabó desembocando en un cambio decisivo.
Autores como Dalmacio Negro afirman que sólo a partir de entonces puede
hablarse verdaderamente de un Estado y de aquí arranca también una
sociedad más justa y, desde luego, más equitativa en la distribución de
sus bienes, la superación de viejos problemas como el agrario y el
alcance de una prosperidad nunca conocida antaño acompañada de
conquistas sociales como la atención médica generalizada, difusión de la
cultura, acceso de las masas a la educación, estabilidad familiar,
escasa delincuencia...
En su testamento, José Antonio esperaba que "todos
perciban el dolor de que se haya vertido tanta sangre por no habérsenos
abierto una brecha de serena atención entre la saña de un lado y la
antipatía de otro". Si no hubo lugar para tal brecha en 1936, a
partir de 1957 la Falange quedó definitivamente descartada como solución
de futuro para el régimen, precisamente cuando adquiría madurez para la
actividad política la primera generación falangista de posguerra
compuesta por hombres formados en el SEU, el Frente de Juventudes y la
Guardia de Franco. En palabras del falangista Girón de Velasco, son los
momentos en que se produce "la sustitución de la influencia del cardenal Herrera por monseñor Escrivá de Balaguer". (Si la memoria no me falla, Barcelona: Planeta, 1994, 201).
Soplaban
nuevos vientos, y el Gobierno español hace suya la idea de que en la
situación del momento la problemática política (es decir, las ideas)
ceden ante la problemática técnica. Se abre así un período en el que se
aprueba la Ley de Principios del Movimiento Nacional y la Ley Orgánica del Estado y se introducen, sin apenas discrepancias notables, las exigencias del Concilio Vaticano II, "tan
opuesto a la significación originaria del Alzamiento y Régimen español
como a la tradicional doctrina de la propia Iglesia católica", en expresión de Rafael Gambra (Tradición o mimetismo, Madrid: IEP, 1976, 89).
Las
dificultades exteriores y, sobre todo, el deterioro del espíritu
religioso y patriótico en interior, coinciden con una evolución hacia la
democracia liberal y el socialismo entonces vigentes y una progresiva
europeización bajo el pretexto del desarrollo económico. El Movimiento
quedó reducido a funciones burocráticas y de movilización de masas.
Incluso, en sus últimos años, su dirección recayó en políticos hábiles,
dispuestos a aprovechar para la demolición del Estado de las Leyes
Fundamentales la capacidad instrumental de dicho organismo así como su
potencial de encuadramiento y de influencia. Aunque esperpéntica, pocas imágenes habrá más expresivas del fenómeno que la del Director General de Política Interior, Enrique Sánchez de León, avalando el proceso de transición ante las cámaras de TVE con el
irrefutable argumento de que «Franco hubiera votado sí» (ABC, Madrid, 9-diciembre-1976, 95).
Poesía que promete
"Victoria
sin alas", así calificó José Antonio el triunfo electoral de las
derechas en noviembre de 1933. Aquellas palabras adquieren especial
resonancia en la coyuntura en que nos movemos durante estos días, cuando
todo hace pensar que apenas hay alguien dispuesto a hacer frente a una
situación en la que está en peligro la propia supervivencia de España y
de su personalidad forjada a lo largo de la historia.
Porque hay algunos que frente a la marcha de la revolución creen que para aunar voluntades conviene ofrecer las soluciones más tibias; creen que se debe ocultar en la propaganda todo lo que pueda despertar una emoción o señalar una actitud enérgica y extrema. ¡Qué equivocación! A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete! (Discurso fundacional de FE, 29-octubre-1933).
Cuando
España se debate entre una absurda pasión política y la más extrema
desilusión, José Antonio ayuda con el magisterio de su propia existencia
a redescubrir la capacidad de vivir al servicio de una empresa que
merece la pena; llenando de sentido cada una de sus horas y minutos,
desempeñando una tarea con humildad, desprendimiento y discreción. Ni
conformistas, ni indignados: el fundador de la Falange nos enseña a
instalarnos en una vocación de servicio y sacrificio negando espacio a
la soberbia solitaria de los utópicos y a la pereza, disfrazada de
idealismo, de quienes se ufanan en llamarse rebeldes.
Con José
Antonio es posible un sano patriotismo que resulta urgente recuperar del
auténtico basurero al que lo han arrojado las izquierdas y las
derechas. Las primeras renegando de la tradición histórica, del
constitutivo esencial de España que no es otro que la interpretación católica de la vida;
las derechas habiendo usado estos valores como gallardete para encubrir
la defensa de sus privilegios y arrojándolos por la borda cuando les
han parecido un lastre pesado. Y ambas, derechas e izquierdas, cediendo
terreno al chantaje de los nacionalismos parasitarios.
De esa manera, la Patria se descubre como solar del hombre que es reconocido como portador de valores eternos,
dotado de cuerpo y alma en unidad sustancial, capaz de condenarse o de
salvarse, con vocación de eternidad, concepto que rescata el verdadero
significado de la dignidad humana y que llena de sentido una política
permanente de elevación material de la vida humana.
Para José Antonio ―como escribió José Luis López Aranguren en 1945― “la
suprema libertad, cumplida en la vocación, y la suprema perfección,
cumplida en la Obra acabada, se logran siempre a través de la
resistencia, de lucha y, entre todas las luchas, la más alta, la lucha
contra el dolor, que consiste en el sacrificio, en el heroísmo, en “dar
―como dijo José Antonio― la existencia por la esencia”, y la vida
natural por la vida angélica” (La Filosofía de Eugenio d´Ors, Madrid: Ediciones y Publicaciones Españolas, 1945, 148).
Y es que parecen escritas para él, las palabras que él mismo pronunció ante los despojos de un mártir, y que siguen dando testimonio de la gran esperanza, la única esperanza:
Que Dios te dé su eterno descanso y a nosotros nos niegue el descanso hasta que sepamos ganar para España la cosecha que siembra tu muerte.