«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

martes, 29 de octubre de 2013

Anglicanos: unas peculiares “tradiciones” litúrgicas


El ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham, creado para integrar en la Iglesia Católica a fieles procedentes del anglicanismo, anunció el pasado 10 de octubre la aprobación por la Santa Sede de un peculiar Misal en el que se introducen no solo elementos procedentes del rito romano sino otros que, incomprensiblemente, se ponen en relación con la llamada “tradición anglicana”.

La primera celebración con el nuevo híbrido estuvo presidida por monseñor Keith Newton, alguien en quien se da la circunstancia de que es presbítero (aunque la noticia que hemos enlazado le califica erroneámente de obispo) pero usa las insignias pontificales por privilegio concedido a quienes se consideraban "obispos" anglicanos y, al convertirse, únicamente recibieron el orden del presbiterado por estar casados. Recordemos que la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus de Benedicto XVI (4 de noviembre de 2009) rompe por primera vez con la secular tradición occidental de reservar el ejercicio del ministerio sacerdotal para hombres célibes.

Pero hay una frase del citado documento cuyo alcance vemos dramáticamente concretado en el Misal ahora puesto en vigor. Se habla en Anglicanorum Coetibus nº III de “las tradiciones espirituales, litúrgicas y pastorales de la Comunión anglicana, como don precioso para alimentar la fe de sus miembros y riqueza para compartir”. Ahora bien, dichas “tradiciones” habría que “mantenerlas vivas en el seno de la Iglesia Católica”; es decir, hay que implantarlas en el seno de la Iglesia Católica pues nacieron y han sido cultivadas, hasta ahora, en el seno de una comunidad herética y cismática (la anglicana). Para conseguir este objetivo se establece que “sin excluir las celebraciones litúrgicas según el Rito Romano, el Ordinariato tiene la facultad de celebrar la Eucaristía y los demás sacramentos, la Liturgia de las Horas y las demás acciones litúrgicas según los libros litúrgicos propios de la tradición anglicana aprobados por la Santa Sede”.
El Catecismo de la Iglesia Católica, al hablar de las tradiciones litúrgicas indica que nacieron por razón misma de la misión de la Iglesia y afirma: “Las Iglesias de una misma área geográfica y cultural llegaron a celebrar el misterio de Cristo a través de expresiones particulares, culturalmente tipificadas: en la tradición del "depósito de la fe " (2 Tim 1, 14), en el simbolismo litúrgico, en la organización de la comunión fraterna, en la inteligencia teológica de los misterios y en los tipos de santidad” (nº 1202). Es por eso que dichas tradiciones son valiosas, en la medida que manifiestan una misma fe bajo diversos lenguajes expresivos porque la Iglesia «puede integrar en su unidad, purificándolas, todas las verdaderas riquezas de las culturas» (Ibid.). A la luz de esta caracterización resulta francamente incomprensible que en un documento católico se pueda hablar de manera positiva, como un valor a injertar en el propio seno de la Iglesia, de “tradiciones espirituales, litúrgicas y pastorales” nacidas en la "Comunión Anglicana", es decir nacidas al margen del depósito de la fe y como resultado de maniobras de inspiración política que condujeron a arrancar de la Iglesia Católica a uno de los pueblos de más arraigada historia cristiana de Occidente.

Pues precisamente siguiendo las disposiciones del citado nº III de Anglicanorum Coetibus, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos aprobó el 22 de junio de 2012 los textos litúrgicos para el Rito de las exequias y para el matrimonio y ahora lo hace con el Misal. Un Misal en el que se incluye material procedente del Libro de Oraciones anglicano –el Anglican Book of common prayer-, que data de 1662; oraciones escritas por Tomás Crammer, arzobispo de Canterbury en el siglo XVI o himnos ingleses de compositores como Howells, Elgar y Bairstow.
Basta recordar que Crammer fue la mano derecha de Enrique VIII en la gestación de la ruptura con Roma y el que dio la sedicente sentencia de nulidad de su matrimonio con Catalina de Aragón y convalidó el realizado ya en privado con Ana Bolena. Próximo a posiciones luteranas y, más tarde, calvinistas, fue uno de los grandes artífices de la obra protestantizadora de Inglaterra y murió ejecutado durante la breve restauración protagonizada por María Tudor (1556). Este es el perfil de las “autoridades litúrgicas” que ahora reconoce la Congregación presidida por el cardenal Cañizares. En cuanto al Anglican Book of common prayer de 1662 no es sino el último estadio evolutivo del Libro de la Oración Común usado por los anglicanos como regla práctica de su fe y culto. En él es evidente la mano de Crammer quien, por ejemplo, acentuó en alguna de sus redacciones la distancia con la Eucaristía católica, omitiendo cuidadosamente toda alusión al altar o al sacrificio. En la edición de 1662 se realizaron pocas enmiendas de importancia doctrinal e iban en el sentido de enfatizar el carácter episcopal del anglicanismo contra el presbiterianismo.

No deja de ser paradójico que este nuevo Misal “anglicano-católico” retome elementos aportados por Crammer, olvidando quizá que uno de los reproches más fundados que se hizo a la reforma litúrgica que dio origen al Misal de Pablo VI en 1969 estaba basado en los paralelismos, fácilmente detectables, con la obra del hereje inglés. Y eso por  no hablar de la metodología: Crammer fue vaciando de contenido las ceremonias que el pueblo inglés se resistía a abandonar. Así, en parte por el engaño y en parte por la violencia, la "antigua Fe" fue destruida en el lapso de pocas generaciones.
Por último, si hay algo sangrante en la aprobación de este Misal híbrido es que puede considerarse una verdadera afrenta a algo que sí ha sido una verdadera tradición del catolicismo inglés como se demuestra en el libro de Michael Davies sobre la reforma litúrgica anglicana: la defensa de la Misa romana.

Por citar solo un caso entre los recogidos rigurosamente por el historiador citado (La réforme liturgique anglicane, Clovis, 2005), recordemos el de Robert Welsh, párroco de la iglesia de Sto.Tomás de Exeter, a mediados del siglo XVI. El principal cargo que se le hizo fue “su oposición a la religión reformada…y su rechazo a abandonar los ritos y ornamentos papistas”. Y fue un protestante fanático, Bernard Duffield, el encargado de ejecutar la sentencia. La horca fue colocada en lo más alto del campanario de la propia iglesia de Welsh. El párroco fue alzado por medio de una cuerda atada a su cintura y después colgado de unas cadenas revestido de sus ornamentos sacerdotales y llevando atados en torno a su cuerpo un hisopo, un calderillo de agua bendita, una campanilla, un rosario y “otras pacotillas papistas parecidas”. Largo tiempo estuvo balanceándose de esta forma a modo de advertencia para la población…se le dejó morir de hambre y frío. Y el cronista Froude nos dice: “Estuvo pendiendo del campanario incluso después de que sus ornamentos se hubieron caído en pedazos y él reducido a un esqueleto por los cuervos. Durante todo este tiempo reinaba el orden en la iglesia de Sto.Tomás y un nuevo rector decía en inglés las plegarias del culto”.

Alguien podrá aducir que los textos de Crammer y otros anglicanos presentes en el Misal ahora aprobado desde Roma habrán sido cuidadosamente seleccionados y que su uso no es obligatorio, pero, de verdad, ¿era necesaria esta nueva humillación?