Sorprendente ha sido, sin duda, un recurso hábilmente empleado por parte de Rodríguez Zapatero. Se trata de haber enlazado su intervención con las líneas del diálogo mantenido entre Jurgen Habermass y el actual Benedicto XVI: “En aquel diálogo se establece un modelo de respeto, neutralidad del Estado y aprendizaje a través del diálogo. Y eso viene por la importancia histórica del cristianismo en Europa”. Rodríguez alude al debate sostenido el 19 de enero de 2004 en la Academia Católica de Baviera (Munich) entre el filósofo alemán Jürgen Habermas y el Cardenal Joseph Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El tema abordado en aquella ocasión fueron “Las bases morales prepolíticas del Estado liberal”. Hoy, al recordar el precedente, el líder socialista ha conseguido que en el debate con Cañizares se dieran por incontrovertibles los principios de neutralidad del Estado y recurso al diálogo allí asentados.
Valores a la carta para todos
El primer punto de debate se ha establecido en torno a los privilegios de la Iglesia. Para Cañizares: “A
veces parece que la Iglesia recibiese una serie de beneficios, pero no
es así. Toda sociedad, aunque sea laica, necesita de valores no
manipulables, válidos para todos. Y la crisis viene precisamente porque
se ha perdido ese grupo de valores, sin los cuales no podemos conducir
esta sociedad”. En respuesta, el expresidente ha opinado que “la religión debe abandonar ese intento de monopolizar todos los aspectos de la vida”.A pesar de tal cuestionamiento que apunta a la propia naturaleza del hecho religioso que abarca al hombre en su totalidad, Cañizares vino a expresar su coincidencia con Zapatero en el común aprecio al marco político liberal: “estamos entre demócratas, pero no hay democracia sin conciencia, sin asentamiento en principios del bien y del mal, sean del credo que sean”.
Al expresar dicha opinión, el Cardenal se distancia de una amplia corriente de pensamiento —representada en buena medida por católicos— que precisamente han demostrado las deficiencias de la democracia no solo desde el punto de vista de los principios, sino también como mecanismo de participación y control del poder. La ausencia en el Estado constitucional de una autoridad que se sustente en una sustancia prejurídica, lejos de ser una garantía de respeto a las libertades y a los derechos humanos, deja a éstos inermes ante los vaivenes de la opinión pública y de los sistemas de representación política. Más aún cuando, en la práctica, ni siquiera existen instancias técnicas de control como podría ser, por ejemplo, un tribunal constitucional independiente de la casta política.
En su apología del marco democrático, Cañizares olvida interesadamente la verdadera cara de un marco político que aparenta la renuncia a cualquier idea previa o la neutralidad para luego servir de instrumento a la promoción de mentalidades y políticas muy concretas. Pensemos, por ejemplo, en la difusión de mentalidades divorcistas, abortistas, laicistas… promovidas de manera sistemática desde el propio Estado.
Por eso se ha hablado de “la ruina espiritual de un pueblo por efecto de una política”, en expresión de Francisco Canals, referida a una política que constituye la aplicación práctica de un sistema erróneo de conceptos sobre la vida y sobre la sociedad. Cerrar los ojos a la conexión entre los procesos políticos y la descristianización que se ha producido en los últimos siglos y se ha acelerado en los últimos decenios sería negar la realidad.
¿Qué conciencia?
Como previamente Cañizares ha buscado la fundamentación de la democracia en una conciencia sin vinculación concreta a ningún contenido objetivo (“asentamiento en principios del bien y del mal, sean del credo que sean”), Rodríguez Zapatero encuentra un terreno para la fácil coincidencia con el Cardenal en el terreno del más absoluto relativismo: “Estoy de acuerdo en lo de la democracia sin conciencia, porque democracia es conciencia, conciencia en los valores del respeto. Esa conciencia, en definitiva, se traduce en un núcleo esencial de principios, de derechos y de valores que tienen una plasmación normativa en las constituciones. Tengo el profundo convencimiento de que en las leyes hay un amplio reconocimiento de los valores que defiende el cristianismo. Ese núcleo esencial tiene que estar abierto también a los cambios que aporta la ciencia, a la innovación, a la capacidad de desarrollo… Pero ese núcleo, que ha costado históricamente esfuerzos, sangre y sueños, debemos mantenerlo. Y eso sólo se logra con la deliberación, el diálogo, la palabra, el discurso y el respeto, que es la palabra más bonita del castellano”. El juego de palabras “núcleo esencial” y, al mismo tiempo, abierto a los cambios, a la innovación… encuentra fácil eco en oídos eclesiásticos acostumbrados a equilibrios semejantes para justificar las transformaciones de la Iglesia en el siglo XX.
Sin embargo, la historia demuestra que esos “esfuerzos, sangre y sueños” de los que habla Zapatero y que las constituciones como plasmación de un núcleo esencial de principios, derechos y valores, no resuelven la cuestión de los fundamentos éticos del derecho: «la cuestión de si existen cosas que nunca pueden ser justas, es decir, cosas que son siempre por sí mismas injustas, o, inversamente, cosas que por su naturaleza siempre sean irrevocablemente justas y que por lo tanto estén por encima de cualquier decisión mayoritaria y deban ser respetadas siempre por ésta» (formulación de Ratzinger en la ocasión citada).
Repasando la intervención de Cañizares, no se puede negar la existencia de una cierta contradicción al dar por bueno un sistema que lleva jurídicamente a efectos que, se reconoce, son inadmisibles. Por eso se echa de menos alguna referencia para recordar que no es posible en conciencia instalarse tranquilamente en él, sin hacer lo necesario por enderezarlo y por desligarse de responsabilidades que no se pueden compartir. También resulta desconcertante la homologación de los conceptos del bien y del mal “sean del credo que sean”. Y es que no parece admisible —ni como mera hipótesis— juzgar de manera indiferenciada las creencias religiosas ni, menos aún, sus concreciones sociales, de las civilizaciones vinculadas a una religión: pensemos, por ejemplo, en el norte de África frente a la Europa que fue cristiana.
Una fe y razón que pretendieran limitarse recíprocamente, ayudarse mutuamente a enfilar el buen camino no pueden prescindir de un primer servicio que, históricamente, la razón ha prestado a la fe en el terreno de la apologética. La propia razón ayudaría a demostrar que de la propia existencia de una diversidad de religiones con contenidos muchas veces incompatibles se deduce que no todas pueden ser verdaderas. Sostener que ninguna de las religiones puede responder a una revelación objetiva resulta menos ilógico que postular que todas ellas lo hacen aunque sea en grados diferentes. A mi juicio resulta más coherente, aunque no por ello acertado, negarse a dar el salto en el vacío que supone el acto de fe que, una vez, dado admitir que pueda tener por objeto afirmaciones contradictorias.
Los silenciados términos de un diálogo
Tan sorprendente aún como lo hasta ahora expuesto, resulta la renuncia de Cañizares a recordar el derecho natural que ha sido, en especial en la Iglesia Católica, la figura de argumentación con la que históricamente se ha apelado a la razón común en la confrontación con la sociedad secular y con otras comunidades religiosas. Muy ceñido al ámbito cultural alemán y anglosajón, el pensamiento de Cañizares se constata deudor de la filosofía moderna y revela un desconocimiento o preterición del pensamiento católico tradicional.
Para el derecho natural de tradición cristiano-aristotélica lo bueno y lo justo se han de medir conforme a las exigencias ordenadas (en cuanto dirigidas a un fin) de la naturaleza humana, que siempre y en todos los casos ha de interpretarse según un criterio teleológico. El principio finalista, que tiene su raíz en la metafísica del ser, es, pues, el fundamento de la unidad esencial del ser y del deber, del ser y del bien. Y no cabe concebir el fin del hombre —esa es la aportación esencial del cristianismo— al margen de su vocación sobrenatural. Por el contrario, el iuspositivismo racionalista arranca del giro epistemológico y metodológico característico de la Modernidad que conducirá más tarde hacia la implantación del paradigma formalista y declarará definitivamente la autonomía del derecho frente a la religión o la moral.
Destronado —de manera tan poco convincente— el derecho natural de arraigada vinculación a la doctrina política católica, apenas queda lugar más que para una respectiva labor de vigilancia mutua entre fe y razón en la que resulta problemático incluso determinar quién se erige en portavoz de una y de otra.
De esa manera, Cañizares y Zapatero han terminado su encuentro con una invitación al diálogo planteado en unos términos en que no sería más que el monólogo de dos impostoras que ocupan el lugar de la fe y de la razón. Porque si el Racionalismo moderno no es sino caricatura de la verdadera razón, también la fe queda diluida al convertirse en ese interlocutor que conversa amigablemente con la razón de igual a igual en busca de una depuración mutua.
Ecclesia Digital: Texto íntegro del diálogo en Ávila entre el cardenal Cañizares y Rodríguez Zapatero
Tres recensiones del acto:
Religión en Libertad
Religión Digital
Infocatólica
Por eso cuando Cañizares va a “dialogar” con ZP hace una estupidez como la copa de un pino y deja en mal lugar a la Iglesia. ¿Cómo puede ser cardenal-prefecto de la Curia romana semejante personajillo? Claro, así nos va.
Clarificador de nociones en torno a Modernismo, Liberalismo, Democracia, etc, muchas veces ajenos a la comprensión o el empleo por parte de los católicos.
¡Valioso TradicionDigital!
Nuestra Constitución que necesita una reforma (casi tanto como nuestra Iglesia) es buena, pero deficiente. Es necesario que el poder renuncie a cómo está actuando y siendo en favor de la ciudadanía, como la Iglesia también debe hacerlo. Mientras ambos permanezcan insensibles ante lo que es realmente lo que dicen representar, la esterilidad del diálogo estará garantizada.
En fin, esperemos que esto mejore, porque lo han dejado…
Es muy lamentable que un Cardenal de la Iglesia Católica entre en ese juego so pretexto de “diálogo” y más que dé publicamente alguna autoridad al Sr. Zapatero