«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

domingo, 12 de octubre de 2014

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: Bendita y alabada sea la hora...

Bendita y alabada sea la hora
en que María Santísima vino en carne mortal a Zaragoza.
Por siempre sea, por siempre sea, bendita y alabada


Nuestra Señora del Pilar (Bayeu)

I. La Fiesta de Nuestra Señora del Pilar nos recuerda, un año más, aquella venerada y antiquísima tradición según la cual la Virgen María, cuando aún vivía, se apareció en carne mortal al apóstol Santiago, acompañada de ángeles que traían una columna o pilar como signo de su presencia. 

España ha sido siempre la «tierra de María Santísima» y no hay un momento de su historia, ni un palmo de su suelo, que no estén señalados con su nombre dulcísimo. Pero entre tantas advocaciones, acaso no haya otra tan entrañable ni tan enraizada como la de la Virgen Pilar, venerada en Zaragoza, en España y en todas las naciones de Hispanoamérica e invocada como patrona por numerosas instituciones como el Benemérito Cuerpo de la Guardia Civil y el de Correos.


Contra esa columna, al paso de los siglos, se rompieron las oleadas de las herejías en el período gótico, las nuevas persecuciones de la dominación arábiga y la impiedad de los tiempos nuevos, resultando así cimiento inquebrantable no sólo de una nación grande, sino también de toda una dilatada y gloriosa estirpe. «Yo he elegido y santificado esta casa —parece decir Ella desde su Pilar— para que en ella sea invocando mi nombre y para morar en ella por siempre» (cf. 2 Paral. 7, 16). Y toda la Hispanidad, representada ante la Capilla. angélica por sus airosas banderas, parece que le responde: «nosotros te prometemos quedar de guardia aquí, para velar por tu honra, para serte siempre fieles y para incondicionalmente servirte».

II. Si Jesucristo, el Hijo de la Virgen María es Dios, indudablemente con todo derecho y justicia se ha de llamar Madre de Dios aquella que lo concibió, y si una sola es la persona de Jesucristo, y ésta divina, es claro que hemos de llamar a María, no sólo Madre de Jesucristo hombre, sino Madre de Dios.

De aquí se derivan como de una misteriosa y viva fuente la gracia especial de María y su suprema dignidad después de Dios.

Al saludarla hoy con su bello título de Madre de Dios, no olvidemos que, por haber nacido de Ella el Redentor del género humano, por eso mismo es Madre de todos nosotros, a quienes Jesucristo ha tomado por hermanos.

Una manifestación particular de esta Maternidad Espiritual de María Santísima la encontramos en la aparición de Nuestra Señora en Zaragoza y en la devoción a la Virgen del Pilar.

Santiago y los convertidos. Basílica del Pilar (Zaragoza)
III. ¿Qué beneficios aportó a España, y nos aporta a nosotros, esta venida de la Madre de Dios en carne mortal a Zaragoza? Si consideramos atentamente, son dos las gracias otorgadas y de las cuales podemos aprovechar:

1) El don de la Fe. La Santísima Virgen visitó España para llevar la Fe Católica. «La fe es la sustancia de lo que se espera la prueba de lo que no se ve […] Sin fe es imposible ser grato, porque es preciso que el que se llega a Dios crea su ser y que es remunerador de los que le buscan» (Hb 11, 1-6).

La fe viva es el único fundamento sobre el cual se puede apoyar la esperanza de los bienes venideros, para lo cual ha de estar animada por el amor, ya que sin éste no desearíamos esos bienes. Muy necesario es, pues, avivar la fe. «Tenemos pues que pedirla, porque es un don de Dios (Mc 9, 23), y buscarla, especialmente en las Sagradas Escrituras (pues la fe viene de la Palabra: Rom 10, 17); y no averiguar otra explicación para nuestras tristezas y nuestras faltas de espíritu o de conducta: todas vienen de que no le creemos a Jesús, pues si le creemos, Él habita en nuestros corazones y vivimos de Él como el sarmiento de la vid (Jn 15, 1ss)» (mons. Straubinger, ibid.).

De ahí que debamos hacer el propósito de vivir una vida de piedad cada día más intensa, más profunda, y más sincera; velando por la pureza de las costumbres; sin abrir jamás nuestras puertas a ideas y a principios, que por triste experiencia bien sabemos dónde conducen; sin permitir que se resquebraje la solidez de las familias, puntal fundamental de toda sociedad; reprimiendo el deseo de gozos inmoderados y la codicia de los bienes de este mundo; amando a todos nuestros hermanos, pero principalmente al humilde y al menesteroso. Y Ella entonces seguirá siempre siendo nuestra especial protectora.

2) La segunda gracia concedida por la Virgen es un Amor de predilección, manifestado por una protección especial hacia el pueblo español y hacia los pueblos hispanoamericanos.

Desde el momento que la Madre de Dios bendijo las tierras españolas con su presencia personal y con su Imagen y Pilar milagrosos la religión católica comenzó a producir sus frutos. Y una parte importante del patrimonio y de la herencia de esa Fe Católica está constituida por la devoción mariana. España e Hispanoamérica son marianas, sus buenos hijos aman a la Virgen María, se enorgullecen de ser sus vasallos, propagadores de sus prerrogativas y defensores de sus privilegios.

¡Bien merece sin duda ninguna esta manifestación de nuestra piedad el Corazón Purísimo de la Virgen, sede de aquel amor, de aquel dolor, de aquellos altísimos afectos, que tanta parte fueron en la redención nuestra, principalmente cuando Ella «stabat iuxta Crucem», velaba en pie junto a la Cruz (cf Jn 19, 25)!

Ante el trono de la Madre Santísima del Pilar, a su Corazón Inmaculado nos confiamos, entregamos y consagramos para que su amor y patrocinio acelere la hora del triunfo en todo el mundo del Reino de Dios y todas las generaciones humanas, pacificadas entre sí y con Dios, la proclamen bienaventurada entonando el eterno «Magnificat» de gloria, amor y gratitud al Corazón de Jesús, único refugio donde pueden hallarse la Verdad, la Vida y la Paz.
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Fuente: Radiomensaje de Pío XII al Congreso Mariano Nacional de España (12 de octubre de 1954) y P. Juan Carlos Ceriani: Sermón en la Fiesta de Nuestra Señora del Pilar

Ángel David Martín Rubio