«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

martes, 3 de junio de 2014

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: Ascensión del Señor

La vida de Jesús en la tierra no concluye con su muerte en la Cruz, sino con la Ascensión a los Cielos. Es el último misterio de la vida del Señor aquí en la tierra. La Iglesia católica confiesa como dogma de fe que Jesucristo subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre.

Cristo resucitado tiene un cuerpo real, ciertamente glorificado y transformado por el Espíritu, pero verdadero y en su sustancia última el mismo que nació de la Virgen María, fue clavado en la Cruz y depositado en el sepulcro. Y es ese cuerpo, con la señal de su Sacrificio redentor (Cfr. Ap 5, 6), el que, ante los ojos de los Apóstoles, se elevó hacia los cielos.

1. Dos aspectos del misterio.
En el misterio de la exaltación de Cristo podemos distinguir dos puntos de vista diferentes y complementarios.

El hecho histórico, ocurrido en el tiempo y en el espacio (la Ascensión visible a los cielos 40 días después de Pascua), es expresión de otro acontecimiento que tuvo lugar desde el momento de la Resurrección: una exaltación celeste, invisible pero real, por la que Cristo resucitado subió junto a su Padre, desde el día de la Resurrección: La Ascensión fue una manifestación visible que Él se dignó dar de tal exaltación y que acompañó a su última partida en el monte de los Olivos.

La fe católica afirma ambas realidades, que están íntimamente ligadas. Cristo quiso darnos el testimonio visible de su Ascensión, de forma que nos constara más claramente la historicidad de su Resurrección y exaltación.

2. La exaltación y glorificación de Cristo.
Los símbolos de fe al referirse al misterio de la Ascensión suelen usar la fórmula “subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre“.

Estar sentado -advierte el Catecismo romano- no significa aquí una situación o figura del cuerpo sino que expresa la posesión firme y estable de la regia y suprema potestad y gloria que (Cristo) recibió del Padre” (p. I, c. 7, n. 3). En otras palabras, con una metáfora, se indica “la incorporación definitiva de la naturaleza humana de Cristo a la gloria oculta de la vida divina” (Schmaus).

La Ascensión, en ese sentido, significa:
-         La conclusión del tiempo durante el cual Cristo se manifestaba de manera visible a sus discípulos, retirándose de nuestra vista hasta el día en que volverá con todo su poder y majestad (Parusía).
-         La plena glorificación de Cristo: “Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 7-11).

La exaltación de Cristo en la Ascensión hay, pues, que verla a la luz de la unidad del misterio de la Redención. La Ascensión hace definitiva la victoria de Cristo sobre la muerte conseguida en la Resurrección, es la plenitud de la Resurrección. Pero tiene su comienzo en la misma Cruz. La glorificación de Cristo comienza con la muerte de cruz, ya que en ella, en la Cruz, se realiza el sacrificio supremo y definitivo y tiene lugar el triunfo absoluto sobre el pecado y la muerte. La Resurrección, la Ascensión y el envío del Espíritu Santo (que conmemoraremos el próximo Domingo) son fruto de la Cruz.

Digamos, finalmente, que si bien la Ascensión indica que Cristo ha retirado su presencia visible, no por ello se ha alejado de nosotros. La Humanidad de Cristo es causa ejemplar de nuestra salvación y, por tanto, la exaltación de la Humanidad de Cristo ha de reflejarse de alguna manera en la salvación de los hombres. Enseña Santo Tomás que la Ascensión es causa de nuestra salvación de dos modos.

a) Por parte nuestra, en cuanto que por la ascensión de Cristo nuestro espíritu se mueve hacia Él, pues por ella se da lugar a la fe, a la esperanza y a la caridad, y además se acrecienta con ello nuestra reverencia hacia Él, dado que lo consideramos como Dios celestial; según dice también el Apóstol: «Y aun a Cristo, si le conocimos según la carne, ahora no lo conocemos así» (2 Cor 5, 16).

b) Por parte suya, en cuanto a las cosas que Él hizo, ascendiendo para nuestra salvación:
- Nos preparó, efectivamente, el camino para subir al cielo, como Él mismo dice: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar» (Jn 14, 2). Y en Miqueas se lee: «Subirá delante de ellos el que les abrirá el camino» (2, 13). Pues siendo Él nuestra cabeza, es necesario que los miembros sigan allí hacia donde fue la cabeza. Por eso se dice: «Para que donde yo estoy, estéis también vosotros» (Jn 14, 3). «Subiendo a las alturas, llevó cautiva la cautividad, repartió dones a los hombres» (Ef 4, 8); esto es, porque condujo consigo al cielo, como a lugar extraño a la naturaleza humana, a los que habían sido retenidos cautivos por el diablo, habiéndolos conquistado de la manera más gloriosa por la victoria que reportó sobre el enemigo.

- Porque así como el pontífice en el Antiguo Testamento entraba en el santuario para pedir a Dios por el pueblo, así también Cristo entró en el cielo para interceder por nosotros (Hebr 7, 25). Por lo mismo que Dios exaltó de ese modo la naturaleza humana en Cristo, también se compadece de aquéllos por los que el Hijo de Dios tomó la naturaleza humana.

- A fin de que, constituido como Dios y Señor sobre su trono celestial, derramase desde allí sobre los hombres los dones divinos, según aquello del Apóstol: «El mismo que bajó es el que subió a los cielos para llenarlo todo» (Ef 4, 10), Subió sobre todos los cielos, para llenar todas las cosas esto es, con sus dones. La pasión de Cristo es causa de nuestra ascensión al ciclo, propiamente hablando, por la remoción del pecado, que nos impide ir allí, y por modo de mérito; pero la ascensión de Cristo es directamente la causa de nuestra ascensión, Como incoada en nuestra cabeza, a la que es necesario que se unan los demás miembros.

3. Conclusión.
Jesús se va, pero se queda muy cerca de cada uno de nosotros. Los Apóstoles marcharon a Jerusalén en compañía de Santa María. Junto a Ella esperan la llegada del Espíritu Santo. Dispongámonos nosotros también en estos días a preparar la próxima fiesta de Pentecostés muy cerca de nuestra Señora.

Ángel David Martín Rubio


Fuentes consultadas:

- REVUELTA SOMALO, J., “Ascensión”, en GER, Madrid 1991
- Sto. Tomás de Aquino: Sum. Th., 3 q57 a6