«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

martes, 12 de febrero de 2013

¿Quién fue Gregorio XII?

Gregorio XII
La decisión sin precedentes de Benedicto XVI ha puesto de actualidad a Gregorio XII, aunque solo sea porque hasta ahora había sido el último Papa en renunciar a su alta dignidad. Aunque muchos llegan a situarlo en los siglos XIV y XIV, no todos saben que su autoridad fue discutida y que, si bien es cierto, que renunció al papado lo hizo en medio de unas circunstancias que no guardan ninguna relación con las que estamos viviendo en estos albores del siglo XXI.

Recordemos, brevemente, el tiempo en que vivió Gregorio XII y las circunstancias que le hicieron dar paso a la sucesión en la persona de Martín V.


Aviñón: Palacio papal
El Papado en Aviñón
A principios del siglo XIVla Iglesia había alcanzado éxito en tres procesos de importancia decisiva y que el historiador Luis Suárez sintetiza así:
  • El dogma estaba definido, ordenado y explicado, absorbiendo la herencia del pensamiento greco-latino y poniendo a la filosofía al servicio de una teología que buscaba hacerse comprensible a la razón.
  • Se había extendido prácticamente a todas partes la liturgia romana, atrayendo al pueblo fiel hacia hábitos religiosos que componían una norma de vida.
  • El papado estaba alcanzando una formulación de tipo monárquico a la vez universal y espiritual.
La gran obra de los Papas establecidos en Aviñón será continuar trabajando en el mismo sentido. Pero esta gran unidad contempló en el siglo XIV numerosos signos de contradicción que desembocaron en una división profunda de posturas: el Cisma de Occidente. Al mismo tiempo, la Iglesia empezaba a despertar corrientes de oposición entre las monarquías, los filósofos del inmanentismo y la vía moderna del nominalismo, los exaltados espirituales y reformadores enemigos de la jerarquía, y ciertos sectores del humanismo naciente que aspiraban a un mayor secularismo.

El sucesor de Bonifacio VIII, Clemente V (1305-1314) nunca llegó a ir a Roma y en 1309 traslada la corte papal a Aviñón (Francia, Provenza) que era un señorío de la Casa de Anjou, vasalla de la Santa Sede por el reino de Nápoles. Es posible que su estancia allí fuese planeada en principio como un breve paréntesis, pero la rápida desintegración de los Estados Pontificios y la anarquía que se apoderó de Roma, retrasaron sine dia el retorno.

Su sucesor, Juan XXII (1316-1334) había sido hasta entonces obispo de Aviñón y fijó su residencia en el propio palacio episcopal que fue ampliado para poder establecer en él los cada vez más complicados servicios de la Curia. Aquí vivieron también sus sucesores: Nicolás V (1328-1333), Benedicto XII (1334-1342), Clemente VI (1342-1352), Inocencio VI y Urbano V (1362-1370) quien, apoyado por el emperador Carlos IV hizo un viaje a Roma, pero, a instancias de los cardenales en su mayoría franceses, regresó a Aviñón. Por último, Gregorio XI (1370-1378) animado en su decisión por Santa Catalina de Siena, volvió a Roma donde falleció antes de poder adaptar el gobierno pontificio a la vida de la ciudad.


Vasari: alegoría del retorno a Roma de Gregorio IX


La doble elección y el Cisma de Occidente
El Cisma de Occidente, no puede ser visto como una especie de accidente fortuito, provocado por el mal entendimiento entre un Papa y sus cardenales, sino como la condensación de males de fondo que agitaban a la Iglesia.

A tal situación se llegó a raíz de la elección como sucesor de Gregorio XI de Urbano VI (1378-1389), primer italiano tras siete papas franceses que no tardaría en chocar con la mayoría francesa del Sacro Colegio. Finalmente, parte de los cardenales abandonaron Roma y, amparándose en que aquella elección habría tenido lugar bajo presiones, llevaron a cabo una nueva elección en la persona de un francés que tomaría el nombre de Clemente VII (1378-1394) y estableció su sede en Aviñón.
Desde este momento, cada uno de ellos tenía sus puntos de vista justificativos, sus partidarios, sus razones y sus intereses y, durante décadas, la cristiandad occidental quedará dividida por el cisma en dos obediencias: Roma y Aviñón. Francia, España, Chipre, Escocia y Nápoles, se adhirieron a Clemente VII y el resto de los países a Urbano VI. Cada uno de los cuales tendría su respectiva sucesión. Entre los cardenales que prestaron obediencia al Papa de Aviñón se encontraba el aragonés Pedro Martínez de Luna (1328-1423), elegido, a su vez como Papa a la muerte de Clemente VII (1394) con el nombre de Benedicto XIII.

«Durante el tiempo que Pedro Martínez de Luna rigió (primero como legado en España y Francia, y después como Papa) la Iglesia, hizo una gran cantidad de cosas que han permanecido y que forman uno de los elementos esenciales de la modernidad», ha señalado Luis Suárez. En realidad más que de modernidad deberíamos decir que los papas de Aviñón permanecieron fieles a la Cristiandad medieval que ya empezaba a declinar. Los países que, tras la reforma protestante, van a permanecer católicos obedecieron a Clemente VII y después a Benedicto XIII (los Papas de Aviñón) mientras que los que están a favor de Urbano VI (el Papa romano) son Inglaterra y Alemania, que después serán protestantes. Benedicto XIII, doctrinalmente, defendió lo que hoy sigue siendo la doctrina dela Iglesia porque sostenía frente a los nominalistas y conciliaristas, quela Iglesia no puede estar sometida al arbitrio de los poderes políticos.

No faltaron sin duda influencias de signo terreno pero la realidad es que la Cristiandad se encontró frente al hecho de la simultánea existencia de dos papas, cada uno de los cuales pretendía ser el legítimo vicario de Cristo. Y no sólo los príncipes y las naciones se dividieron entre las varias obediencias por motivaciones de orden temporal y político sino que esta incertidumbre alcanzó también a muchos espíritus profundamente religiosos, que obraban con indudable rectitud y movidos por un sincero afán de fidelidad a la Iglesia. Elsimple dato de que santos como Catalina de Siena y Vicente Ferrer militasen en contrapuestas obediencias es un indicio de hasta qué punto el Cisma había sembrado la confusión en las conciencias de los fieles. Para Eubel, autor de la famosísima Hierarchia catholica y uno de los mejores historiadores dela Iglesia, es un error considerar a Clemente VII y Benedicto XIII como antipapas; el Cisma creó tal género de división que ambas obediencias aparecieron equiparadas.

Por otra parte, Benedicto XIII murió convencido de la legitimidad de su causa. De ahí la expresión castellana: “mantenerse en sus trece”. Es cierto que no era esta la primera ocasión en que aparecía un antipapa pero otras vecesla Iglesia universal no había tenido serias dudas acerca de quién fuera el Papa legitimo, aun cuando, por diversas razones, alguna facción eclesiástica o el emperador hubieran reconocido un seudopontífice. Ahora la situación era distinta pues la legitimidad de uno u otro Papa dependía de la validez o invalidez, tan difíciles de comprobar, de la discutida elección de Urbano VI.

El final del Cisma y la reunión de la Cristiandad bajo un solo pastor fue durante todo este tiempo una aspiración en la mente de muchos pero la división se prolongaba y las nuevas elecciones papales celebradas en Roma y Aviñón parecían augurar un mantenimiento indefinido de la escisión. No dieron fruto las incontables soluciones propuestas para poner término a la disputa, pues las dos partes se mostraban irreductibles y en la práctica rehusaban cualquier efectivo acercamiento que preparase de algún modo la solución. Poco a poco, a medida que pasaban los años, se abrió camino la idea de que solamente un Concilio sería capaz de terminar con el Cisma. Es lo que ocurriría, de una manera muy compleja, en Constanza
Benedicto XIII: estatua en Peñíscola
La Vía Conciliar
En Roma, habían sucedido a Urbano VI, Bonifacio IX (1389-1404); Inocencio VII (1404-1406) y Gregorio XII (1406-1415) mientras que en Aviñón se prolongaba el pontificado de Benedicto XIII desde 1394.

Para dar una solución al cisma, un grupo de cardenales de las dos curias pontificias se reunieron en el concilio de Pisa que decidió deponer a Gregorio XII y Benedicto XIII y nombrar en su lugar a otro papa, Alejandro V (1409-1410). La negativa de los anteriores a abandonar su cargo complicó aún más la situación pues la cristiandad se vio repartida ahora en tres obediencias: Roma, Aviñón y Pisa. El sucesor de Alejandro, Juan XXIII (1410-1415) fue expulsado de Roma por Ladislao de Nápoles y buscó la protección del emperador germánico Segismundo (1410-1437), quien, a cambio, le forzó a preparar un nuevo Concilio. En diciembre-1413 se promulgaba la bula de convocación del Concilio Ecuménico de Constanza y fue inaugurado oficialmente por el Papa de Pisa, Juan XXIII, que esperaba ver confirmada su legitimidad y que todos le reconocieran como único Pontífice (1-noviembre-1414).

Juan XXIII vio desvanecerse sus esperanzas de un rápido reconocimiento y huyó a los dominios de su partidario el duque Federico de Austria. Numerosos cardenales y prelados marcharon a reunirse con él y el concilio pareció entrar en una vía muerta que se resolvió por la actividad incansable del emperador Segismundo y por la postura de un grupo de cardenales y teólogos que dieron un paso trascendental al adoptar una doctrina eclesiológica fundada en los presupuestos de las teorías conciliaristas. Al declarar el Concilio su suprema autoridad sobrela Iglesia, incluso sobre el Papa, procedió a exigir la dimisión de los tres existentes.

Tras diversas vicisitudes, Juan XXIII fue depuesto y el anciano pontífice romano Gregorio XII llevó a cabo dos actos de gran trascendencia:
  • Promulgó la bula de convocación del Concilio de Constanza, con lo cual quedaba éste legítimamente constituido
  • Abdicó por su espontánea voluntad (1415) y fue nombrado obispo de Ponto hasta su muerte en 1417.
Quedaba la resistencia del aragonés Benedicto XIII, persuadido de su legitimidad hasta el punto que, aislado y abandonado por todos, condenado y depuesto en 1417, se refugió en Peñíscola, donde moriría sin reconocer al papa que el cónclave había elegido en Constanza (1423). El nuevo Pontífice, un cardenal romano de la familia Colonna, gobernaría con el nombre de Martín V (1417-1431).

Bibliografía
  • Álvarez Palenzuela, Vicente Angel, El Cisma de Occidente, Rialp, Madrid, 1982.
  • García Villoslada, Ricardo - Llorca, Bernardino, Historia de la Iglesia Católica. III. Edad Nueva, BAC, Madrid, 1987, 14-267.
  • Suárez Fernández, Luis, Historia Universal. VI. De la crisis del siglo XIV a la Reforma, EUNSA, Pamplona, 1990, pp.61-102.