«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

jueves, 29 de octubre de 2009

¿SIGUE ALZADA LA BANDERA?

José Antonio en Sevilla. Al fondo, el telón con los nombres de los primeros caídos de la Falange.
Hoy, 29 de Octubre, hace 75 años [Publicado en 2008] que en el madrileño Teatro de la Comedia, pronunciaba José Antonio Primo de Rivera un discurso que ha tenido una trascendencia en la historia de España comparable a pocas piezas oratorias. En aquella España de los problemas, del eco del noventa y ocho y de los complejos ante Europa, un joven creyente, fiel cumplidor de sus deberes religiosos y definido por la nobleza de su carácter, profesionalidad, elegancia en el trato, lealtad, optimismo y espíritu de servicio iba a levantar una bandera capaz de entusiasmar a muchos de sus compatriotas. El fundador de la Falange apostó por devolver a la política su doble dimensión moral: ser impulso capaz de poner en pie a un pueblo y de movilizar su capacidad de servicio, decisión y sacrificio. Pocos años después, miles de jóvenes se iban a movilizar en los frentes de combate o iban a ser asesinados en la retaguardia frentepopulista cuando ya tenían el “cara al sol” para, en expresión de José Antonio, «hacer más alegre nuestra muerte». Él mismo, caería bajo las balas de un pelotón de fusilamiento a las órdenes del Gobierno que le había confinado en la Prisión Provincial de Alicante.

Frecuentemente se ha tratado de contraponer a José Antonio con el Estado nacido el 18 de Julio. Esta fecha simboliza el Alzamiento Nacional que en 1936 puso fin al estado de anarquía y de vulneración de la ley en que había desembocado la Segunda República pero enseguida se fue configurando con un contenido positivo que buscaba una total transformación de la vida española. En el fondo, la República no había sido sino la frustración más radical de este anhelo: ni se hicieron las innovaciones que España necesitaba ni se logró siquiera una mínima base de convivencia; por eso la respuesta al desafío revolucionario no podía ser la reacción pura y simple entendida como una vuelta al pasado y la defensa de privilegios e intereses. El Alzamiento de 1936 y la Guerra Civil no fueron una simple conmoción, una sacudida superficial para devolver después las cosas al estado en que se encontraban sino que destruyeron unas ideas y sus consecuencias pero se alumbraron otras y se abrieron nuevos cauces que inspiraron y condicionaron la vida española durante muchos años con consignas que eran el polo opuesto a las que habían querido implantar hasta entonces liberales y socialistas.

Aunque en el Nuevo Estado no faltaron incoherencias con sus postulados teóricos, la verdadera traición al 18 de Julio se produjo en la Transición cuando hombres al servicio de la situación definida por las Leyes Fundamentales pactaron con la oposición una Constitución como la de 1978, un texto al que se pueden hacer sustanciales objeciones desde el punto de vista moral y político y que es, en buena medida, responsable de la situación actual en la que está en peligro la propia supervivencia de España como entidad jurídica con una personalidad propia forjada a lo largo de su historia.

En la década de los años treinta, los dirigentes del Partido Socialista no dudaron en movilizar a sus pistoleros para intentar exterminar a la naciente Falange. Así lo denunciaba el propio José Antonio en el Parlamento apenas tres meses después del Acto de la Comedia: «Mientras yo, en cambio, le digo a la Cámara que a nosotros nos han asesinado un hombre en Daimiel, otro en Zalamea, otro en Villanueva de la Reina y otro en Madrid, y está muy reciente el del desdichado capataz de venta del periódico F.E.; y todos éstos tenían sus nombres y apellidos, y de todos éstos se sabe que han sido muertos por pistoleros que pertenecían a la Juventud Socialista o recibían muy de cerca sus inspiraciones. Estos datos son ciertos… Y nosotros, que tenemos en nuestras filas todas estas bajas y otros muchos heridos graves, nos hemos resistido a todos los impulsos vindicativos de los que nos pedían una represión enérgica y una represalia justa, porque consideramos mejor soportar, mientras sea posible, que abran bajas en nuestras filas que desencadenar sobre un pueblo una situación de pugna civil». ¿Conocerá estas palabras el juez Garzón? ¿Por qué no las habrá incluido en el Auto en que hace unos días pretendía criminalizar a la Falange imputándole violencias y delitos?

Lejos de aceptar la ignorancia o la falsificación del pasado promovida por los voceros de la llamada recuperación de la memoria histórica y las organizaciones políticas izquierdistas y nacionalistas parece preferible que sean los historiadores quienes desentrañen el verdadero significado de aquellos episodios. Porque, como dijo José Antonio aquel 29 de octubre, ya está alzada la bandera:

«Ahora vamos a defenderla alegremente, poéticamente... A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!».