«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

sábado, 14 de febrero de 2009

LA INFLUENCIA SOVIÉTICA EN LA POLÍTICA ESPAÑOLA DE LOS AÑOS 30




El proceso revolucionario iniciado en Rusia en 1917 adquiere un relieve insospechado en la historia contemporánea, no sólo por haber provocado la transformación radical de una gran potencia sino por la vocación mundial de la revolución soviética, concebida como la primera fase de un proceso que habría de proyectarse al mundo entero.

El marxismo era una doctrina que se había concebido en sociedades industriales y los futuros estadios que en la mente de sus fundadores se delineaban estaban llamados a ser el fruto maduro de una sociedad dominada hasta entonces por la burguesía pero en la que las masas obreras —que la desbordaban en número— acabarían imponiendo su predominio. Paradójicamente, el socialismo real se implantó por vez primera en un país, Rusia, eminentemente rural y campesino, donde la burguesía era muy débil y la industria sólo empezaba a desarrollarse.
Contra lo que se había previsto, la primera revolución comunista no fue el resultado de una necesidad natural ineludible sino que fue fruto de un recurso a las armas reiterado implacablemente para, aprovechar en primer lugar la oportunidad de confusión y desaliento en que se movía la Rusia derrotada en la Primera Guerra Mundial, para consolidar el predominio soviético a través de una sucesión de guerras que no se apaciguaron hasta mediados de la década siguiente y, por último, para promover la expansión revolucionaria en Europa y Asia dando lugar a toda una serie de agitaciones que no obtuvieron éxitos definitivos pero que van a influir decisivamente en el panorama político de la década de los treinta.

Durante el primer período staliniano, hasta la Segunda Guerra Mundial, la principal violencia del comunismo fue la ejercida contra los propios pueblos de la URSS pero lo más grave fue la colectivización forzosa del campo ruso (1928-1933) y el hambre provocada como resultado, que causaron millones de víctimas, especialmente en Ucrania. En el resto del mundo, se promovieron revoluciones en El Salvador y Brasil; se abanderaron causas anticolonialistas, fue en China donde se alcanzaron mayores éxitos y España, donde el Partido Comunista era casi inexistente al comenzar la década de los 30, conoció como otras fuerzas políticas se dejaban seducir por la experiencia bolchevique para acabar sometidas a la órbita soviética transformando así una Guerra Civil, que había comenzado siendo un conflicto interno, en un primer enfrentamiento armado a gran escala contra el comunismo[1].

En el Estado nacido de la Guerra Civil y que se consolidó con la victoria iba a resultar a la larga más decisivo lo que la guerra española tuvo de derrota del comunismo que de alianza con Alemania e Italia. Los cambios que provocó en la escena internacional el final de la Segunda Guerra Mundial condujeron al deterioro de la coyuntural y gravosa alianza de las potencias occidentales con la Unión Soviética —prevista ya por Franco en su carta a Churchill en 1944— y en la reordenación de las alianzas durante la Guerra Fría España quedó definitivamente incorporada al mundo libre consolidándose así una trayectoria que se había iniciado en julio de 1936.

La gama de interpretaciones históricas de lo que la Guerra de España significó ha sido de lo más variada[2] y eso se debe a la propia complejidad de unos hechos que configuran la verdadera importancia de la Guerra Civil Española en la historia del siglo XX no tanto en el terreno geopolítico o estratégico cuanto ideológico y cultural. De ahí que, junto a otras explicaciones, se la haya presentado como una lucha entre dos formas de civilización: la Europea Occidental y el Comunismo Oriental. De esta manera, la política internacional de la España de los años treinta se convierte en escenario privilegiado (y hasta podríamos decir que adelantado) del enfrentamiento entre los dos mundos que están llamados a protagonizar buena parte de la historia del mundo contemporáneo en el siglo XX.

Para una mejor comprensión de este proceso tratamos de indagar acerca del papel que la Unión Soviética y el comunismo han desempeñado como auténtico elemento de distorsión en la vida política española en este período. Podemos distinguir entre nuestro análisis dos etapas separadas por un acontecimiento de trascendental importancia: el alzamiento nacional[3] de julio de 1936.

I. Primera etapa: la utopía revolucionaria
El General Krivitsky ha sintetizado en los siguientes términos la táctica seguida por la Internacional Comunista para implantar sus métodos y su programa más allá de la Unión Soviética:

«Estableció sus partidos comunistas por todas partes, sirviéndoles de ejemplo el modelo bolchevique, altamente centralizado y disciplinado, y haciéndoles depender del Cuartel general, en Moscú. Envió sus agentes a todos los rincones de la tierra. Planeó insurrecciones en masa e insurrecciones militares en España. Y, finalmente, cuando todos sus esfuerzos fallaron, desarrolló, en 1935, su última maniobra política, el Frente Popular»[4].
En España el período que va desde la revolución soviética hasta la formación del Frente Popular se va a caracterizar:

― Por una continua deriva del Partido Socialista hacia métodos de acción directa con los que pretende la revolución social, es decir, la implantación de un sistema socialista a la española, seducido por la experiencia de la URSS pero no conscientemente sometido a la disciplina soviética.
― Por una incipiente actividad comunista que actuará continuamente como elemento de presión para provocar la bolchevización del Partido Socialista y el desplazamiento de los anarquistas. El proceso se coronará definitivamente durante el gobierno de Negrín ya en los años de la guerra.
Algunos historiadores hablan del trienio bolchevique para referirse a los años 1918-1921, sobre todo en Andalucía. El término empleado nos alerta sobre el grado de tensión que se vivió en aquellos momentos y comprobamos cómo en aquellas situaciones se reflejaban los estallidos que tenían lugar en Europa, y más en concreto, en Rusia, convertida desde ahora en punto de referencia de los revolucionarios españoles, en este caso socialistas y anarquistas. También la violencia social en los años inmediatamente anteriores a la Dictadura de Primo de Rivera fue un punto de coincidencia de la UGT y la CNT y es el contexto en que tuvo lugar la incipiente aparición del Partido Comunista. Por cierto que las circunstancias en las que tuvo lugar la división entre socialistas y comunistas no implicó —en el caso español— la consolidación de una alternativa socialista democrática frente a otra de carácter totalitario. Ambos partidos aspiraban a la revolución y, por lo que al PSOE se refiere, las oscilaciones de conducta únicamente están relacionadas con el método que habría de seguirse para alcanzar esa finalidad.

La etapa de Primo de Rivera impone un paréntesis (con una oportunista participación del socialismo en las instituciones de la Dictadura) y en los primeros años de la República, mientras que los anarquistas continuaban con sus tácticas de acción directa, los socialistas prestaban su apoyo parlamentario y entraban a formar parte del Gobierno de Azaña durante el primer bienio (1931-1933). Las siguientes palabras de Besteiro en las Cortes Constituyentes son reveladoras de que el objetivo era la revolución social, lo secundario, la táctica seguida:

«Los socialistas toleramos que no se establezcan en la Constitución nuestros ideales, pero no que se cierren las puertas a nuestro futuro desenvolvimiento, porque nosotros hemos pensado siempre y pensamos hoy que tenemos que hacer una revolución social; pero que la revolución social puede “ser o no sangrienta, según la posición en que se encuentren nuestros adversarios”. Si el socialismo tiene posibilidad de captación legítima por medio de la propaganda, para que alcance el Poder o imponga sus ideales, entonces confiará en el sufragio, el derecho de asociación y en las luchas políticas. “¡Ah! Pero si vosotros nos cerráis las puertas, entonces nosotros tendremos que decirles que la República no es realmente nuestra República, y que no podrá ser su República (la de los trabajadores), sino por medio de la insurrección. Y os digo, además, que las insurrecciones irreflexivas, sin plan, sin método, como no sea un plan oculto e inconfesable que todos estamos padeciendo, nos parecerá un juego de chiquillos al lado de la movilización del proletariado que nosotros tendremos que hacer para abrir ese camino que nos cerráis”»[5].
La ocasión anunciada por Besteiro iba a llegar en octubre de 1934 y se encuentra en íntima relación con la falta de resignación del Partido Socialista ante el resultado electoral de noviembre de 1933 que había configurado una Cámara con mayoría de centro-derecha. La idea de que con la entrada en el gobierno de Lerroux de tres miembros de la CEDA, el partido que había obtenido mayoría en las elecciones, se estaba preparando un golpe fascista no pasaba de ser una consigna para justificar la ruptura con las instituciones del régimen democrático que se habían aceptado de manera instrumental durante el primer Bienio. Aquí radica el significado más hondo de unos sucesos que llevaron a Gerald Brenan a considerar la revolución de Octubre como la primera batalla de la guerra civil[6].

Aunque los hechos se complicaron con la insurrección de Luis Companys en Cataluña, en la mayor parte de España no tuvo fortuna una revolución que había sido metódicamente preparada, en buena parte por los alijos de armas que había localizado ya el gobierno, pero en Asturias revistió por unos días los caracteres de auténtica guerra civil. Partiendo de las cuencas mineras, las milicias armadas socialistas, anarquistas y comunistas entraban el 8 de octubre en Oviedo. Lerroux reaccionó con energía y recurrió al Ejército: López Ochoa desde el sur y Yagüe, que desembarcó en Gijón con las tropas de Marruecos, fueron dominando el movimiento: Oviedo fue reconquistado el día 13 y el 18 se rindieron las zonas mineras. De nuevo bajo influencia del modelo soviético, por unos días hubo en Asturias Comités revolucionarios, Ejército rojo, matanzas de civiles, militares y eclesiásticos, colectivizaciones y vales... y en eso también fue como un anticipo de la revolución de julio del 36.

Aunque el de 1934 fue, ante todo, un golpe socialista por lo que a su preparación y protagonismo se refiere; serían los comunistas quienes supieron sacar mejor partido de su modesta participación en los sucesos para obtener una desproporcionada rentabilidad política. Durante algún tiempo el peso e influencia del Partido Comunista español sería muchísimo mayor que el número de sus adheridos. Eso significa que la URSS empezaba a contar con una poderosa fuerza, disciplinadamente obediente a los agentes de la Komintern que, en especial, llegarían en 1935 y en los primeros meses de 1936. El comunista Joaquín Maurín mencionó en 1935 la presencia en territorio español de dos importantes agentes de la Komintern: el General Borodin y Bela Kun[7] y a ellos hay que añadir otros. Indica Jesús Hernández que cuando el 17 de febrero de 1936 fue a casa del Secretario General del Partido Comunista español, en ella estaban sus dos inseparables consejeros soviéticos Stepanov y Codovila y el primero le dijo: «No cabe duda de que en España estamos viviendo un proceso histórico semejante al de Rusia en Febrero de 1917. Y el partido debe saber aplicar la misma táctica que los bolcheviques... Una breve etapa parlamentaria, y después... ¡los soviets!»[8].

La gran ocasión para el Partido Comunista iba a ser la constitución de una gran coalición de izquierdas (el Frente Popular) con vistas a las elecciones de febrero de 1936. La idea de un frente electoral formado por las fuerzas de izquierda había sido expuesta por el socialista Indalecio Prieto (abril-1935) y apoyada por Azaña en sus discursos de Mestalla, Baracaldo y Comillas. La diversidad de criterios que minaba al socialismo español —el grupo de Largo Caballero seguía defraudado por la experiencia colaboracionista del primer bienio— hubiera dejado todo en un proyecto de no ser porque entre julio y agosto de 1935 el VII Congreso de la Internacional Comunista adopta una nueva táctica para combatir al fascismo y asegurar el expansionismo de la revolución soviética: los comunistas, con el pretexto de defender la libertad democrática, podrán asociarse a los partidos burgueses para una lucha conjunta que les permitirá la conquista de posiciones jamás alcanzadas hasta entonces[9]. Dimitroff, secretario general de la Komintern, denominaba táctica del caballo de Troya a esta ascensión a la dictadura del proletariado por la democracia.

Sin perder tiempo, el Partido Comunista español dedicó toda su actividad a poner en practica las consignas recibidas en Moscú que encontraron muy favorable acogida en las Juventudes Socialistas empeñadas desde ahora en el proceso de bolchevización del PSOE. El mitin celebrado por los comunistas en el Coliseo Pardiñas de Madrid (3-noviembre-1935) sirvió para exponer y divulgar las orientaciones soviéticas[10] y, a finales de ese mes, los sindicatos comunistas ingresaban en la UGT. Halagando a su figura como líder grato a Moscú, Largo Caballero iba a actuar en la práctica como agente del Krenlim sin haber aceptado la disciplina soviética. Sus palabras en el Cine Europa (12-enero-1936) no dejan lugar a dudas:

«Declaro paladinamente que antes de la República nuestro deber era traer la República; pero establecido este régimen, nuestro deber es traer el socialismo. Y cuando hablamos de socialismo, no nos hemos de limitar a hablar de socialismo a secas. Hay que hablar de socialismo marxista, de socialismo revolucionario. Hay que ser marxista y serlo con todas sus consecuencias. La República burguesa hay que transformarla en República socialista. A eso no renunciamos»[11].

Desde que el Frente Popular se atribuye el triunfo electoral, se inicia un proceso de ocupación del poder que pasa por el redondeo de la mayoría en las Cámaras y tiene su culminación con la ilegal destitución del Presidente de la República, Alcalá Zamora, y su sustitución por Manuel Azaña. Durante los meses que transcurren entre febrero y julio de 1936 se asiste al desmantelamiento del Estado de Derecho con manifestaciones como la amnistía otorgada por decreto-ley, la obligación de readmitir a los despedidos por su participación en actos de violencia político-social desde el 1 de enero de 1934, el restablecimiento al frente de la Generalidad de Cataluña de los que habían protagonizado el golpe de 1934, las expropiaciones anticonstitucionales, el retorno a las arbitrariedades de los jurados mixtos, las coacciones al poder judicial... Al tiempo, actuaban con toda impunidad los activistas del Frente Popular protagonizando hechos que, una y otra vez, fueron denunciados en el Parlamento sin recibir otra respuesta que amenazas como las proferidas contra Calvo Sotelo. No había ninguna razón para no pensar que, en poco tiempo, los objetivos de la revolución de Octubre se habían de alcanzar. Así lo pedían los socialistas:

«Si el estado de alarma no puede someter a las derechas, venga, cuanto antes, la dictadura del Frente Popular. Es la consecuencia lógica e histórica del discurso de Gil Robles. Dictadura por dictadura, la de las izquierdas ¿No quiere el Gobierno? Pues sustitúyale un Gobierno dictatorial de izquierdas [...] ¿No quiere la paz civil? Pues sea la guerra civil a fondo [...] Todo menos el retorno de las derechas. Octubre fue su última carta y no la volveremos a jugar más»[12].

Llegados a este punto, la situación podía resumirse en la existencia de:

― Una expectativa de revolución marxista;
― Una firme voluntad de insurrección en importantes sectores del ejército y de la población civil;
― Una quiebra del Estado que era incapaz de garantizar un orden en libertad.

Algunos historiadores niegan rotundamente que por parte del Frente Popular hubiese el propósito de pasar a la dictadura del proletariado, es decir de implantar un régimen marxista; se trata de una opinión y nada más pues los documentos, los discursos y los artículos de la prensa izquierdista demuestran lo contrario[13]. En julio de 1936 España se encontraba en un proceso revolucionario similar al soviético si bien con la peculiaridad de que su principal motor no era el Partido Comunista[14] sino el PSOE, dispuesto a llegar hasta donde no había podido en 1917 y 1934 haciendo ahora un uso combinado de la acción directa y de los cauces legales. Al tiempo, los comunistas se estaban sirviendo del Partido Socialista para llevar adelante sus propósitos como hicieron antes en la URSS con los mencheviques.

La rapidez y simultaneidad con que la revolución se puso en marcha el 17 de julio es la mejor demostración de que se venía preparando de antemano.

II. Julio de 1936: la implosión política de un sistema
La actuación del Gobierno formado con apoyo parlamentario del Frente Popular y, más aún, la actividad de los partidos y sindicatos izquierdistas desbordaron con creces el marco democrático durante los meses anteriores a la sublevación de julio del 36 pero la transformación definitiva se iba a consumar cuando, en las zonas donde no triunfó el Alzamiento, se produjo una revolución protagonizada de forma relativamente autónoma por socialistas, anarquistas y comunistas, grupos que en los meses siguientes iban a protagonizar una pugna interna por la hegemonía que desembocó en el predominio del comunismo de obediencia soviética.

Lo ocurrido puede definirse como un auténtico levantamiento paralelo que no se dirigió contra un Gobierno al que ignoraban ni intentó ocupar el poder para reemplazarlo sino que se contentó con ejercerlo en la práctica. El Gobierno, que conservaba medios suficientes (era un Estado que había sido cuarteado pero que mantenía prácticamente intactas todas sus instituciones) no se decidió a enfrentarse con las fuerzas políticas que eran su único base de sustentación para hacerles respetar la ley ni los revolucionarios vieron la necesidad de crear un nuevo orden jurídico y político; de ahí el caos imperante en la retaguardia donde cada grupo movilizó milicias, constituyó órganos de gobierno y administración, creó policías y tribunales y se dedicó a toda clase de ensayos económicos y sociales: «Las organizaciones obreras y políticas hicieron saltar los moldes de la vieja legalidad republicana, sintiéndose como sostenedores del sistema, libres de toda sujeción a sus leyes y disposiciones»[15]. Stanley G. Payne ha hablado de la completa implosión política de un sistema y García Escudero ha definido la situación creada al comienzo de la guerra en los siguientes términos: de la República a la revolución. Alude así a la coexistencia de dos poderes, el teórico de los organismos estatales y el efectivo de las organizaciones revolucionarias omnipotentes desde el momento en que se vieron armadas.

Que el Alzamiento de julio del 36 esconde una resolución paradójica es algo que difícilmente puede ser cuestionado: queriéndola evitar, se desencadenó una revolución. Pero la sublevación de militares y civiles no fue la causa de la definitiva quiebra de una legalidad republicana que ya había recibido heridas de muerte con anterioridad: la extensión, simultaneidad, rapidez y violencia de la revolución se explican porque las organizaciones obreristas estaban dispuestas a la acción y el régimen republicano lo suficientemente deteriorado como para caer.
Nada añade a lo que venimos diciendo los intentos de reconstrucción del Gobierno llevados a cabo por Largo Caballero y, más tarde, Negrín. Lo que se rehizo en septiembre de 1936 fue el Frente Popular, no la vieja República del 31, y con un cambio sustancial en la relación de fuerzas que se había establecido en los gobiernos de la primavera trágica: ahora los republicanos de izquierda pasaron a un segundo plano mientras controlaban el poder los marxistas (primero socialistas y después comunistas).

III. La consolidación del predominio comunista
1. La intervención militar soviética
Si bien los dos bandos venían recibiendo ayuda extranjera desde los primeros momentos será entre septiembre y octubre de 1936 cuando Stalin se incline por una decidida intervención favorable al bando frentepopulista. El 23 de octubre anunció que se retiraba del Comité de No Intervención y los envíos de hombres y material fueron muy abundantes en los meses posteriores. Antes de fin de año habían sido trasladados a España 400 carros de combate y 132 aviones, con sus dotaciones soviéticas completas, mientras que Italia preparaba sus tropas y Alemania sus pilotos de guerra.

Pero la intervención soviética en el terreno militar se iba a canalizar no sólo mediante los envíos de un material de guerra que fue objeto de una valoración económica ruinosa para los intereses de España[16] sino, sobre todo, mediante el control de las Brigadas Internacionales. La iniciativa partió de la Unión Soviética, y muchos de sus voluntarios eran marxistas, aunque también figuraban en ellas idealistas que creían defender la libertad en las filas de Stalin.

El control de las Brigadas Internacionales es una de las ocasiones en que mejor se aprecia la táctica parasitaria que venía utilizando la URSS para promover sus intereses así como el empleo de los criterios y métodos soviéticos en su mayor dureza. Ya en los primeros momentos actuó en la sombra la NKVD (policía secreta soviética) encubierta bajo el nombre de SIM. Sus agentes se escondían preferentemente bajo la capa protectora de los comisarios políticos y tenían a varios hombres de confianza infiltrados en todos los grados de las Brigadas. En un principio las actividades de esta policía soviética se dirigieron principalmente a mantener la moral de combate, empleando para ello argumentos convincentes cuando no métodos más expeditivos. Poco después se dedicaron también a contrarrestar los desviacionismos políticos. Se instauró, dentro de cada unidad, un apretado sistema de espionaje y de denuncias que, en muchos casos, conducía al sospechoso a batallón disciplinario o a castigos superiores[17].

Inmediatamente después de la instalación de las escuelas de especialistas, André Marty procedió a montar en Albacete y Chinchilla un complejo de coerción y castigo destinado a los interbrigadistas marcados. La prisión y checa de las Brigadas Internacionales quedó instalada en el cuartel de la Guardia Nacional Republicana y en la Iglesia de la Concepción de Albacete, siendo su responsable el yugoslavo Copic, hermano del jefe de la XVI Brigada Internacional.
La frase predilecta de André Marty («la vie d’un homme vaut soixante-quince céntimes, le prix d’un cartouche»), hizo furor y le sería echada en cara por el interbrigadista R. Lagouze en un mitin celebrado en París el 9 de febrero de 1937. También Ernest Hemingway le acusó de la manía de fusilar gente. Pronto esta fama siniestra empezó a extenderse y Marty fue conocido como le boucher d’Albacete, el carnicero de Albacete.

Además de los fusilamiento sumarios, los medios que Marty dispuso para depurar a los interbrigadistas fueron los campamentos de reeducación, las compañías de pioneros y de castigos y las prisiones. Los campamentos de reeducación fueron creados a propuesta de Togliatti y uno de los más sórdidos fue el del Júcar a unos cuarenta kilómetros de Albacete. Las compañías de pioneros y de castigo fueron empleadas en los frentes más duros y en los días más aciagos. Además de la oficial de Albacete, presos interbrigadistas estaban internados en otras prisiones de Murcia, Valencia o Barcelona y lo mismo ocurría en los campos de trabajo.

Algunos tuvieron que esperar mucho tiempo para reconocerlo, a otros les bastó la experiencia del intervensionismo soviético o la participación en las Brigadas Internacionales para descubrir que la causa de Rusia no era la causa de la libertad. Así, Arthur Koestler, agente activo del Partido Comunista, había venido a España obedeciendo órdenes estrictas para ejercer labores de espionaje y agitación. Fue capturado por los nacionales, indultado y canjeado por presiones internacionales. Aunque siguiera mostrándose tenazmente antifranquista acabó exponiendo en El cero y el infinito un proceso que va más allá de la decepción por los métodos empleados por el stalinismo: «En Koestler hay el descubrimiento de que la moral y la caridad no son términos pasados de moda, sino pivotes sobre los que descansa la sociedad porque en ellos se apoya la dignidad del hombre»[18]. Orwell vio como sus amigos del POUM eran perseguidos y cómo el poder estatal se estaba empleando en beneficio del Partido Comunista, llegó así a la conclusión de que la revolución es el procedimiento de que se valen los ansiosos de poder para implantar su dictadura. Así nacieron La granja de los animales (1945) y 1984 (1948).

2. La etapa de Negrín
El intento de asentar un nuevo régimen no iba a resultar sencillo. Podemos adelantar que el fracaso de la revolución no se debió únicamente a las difíciles circunstancias externas en que tuvo que desenvolverse —una guerra civil— sino que llevaba en su seno los suficientes factores de disolución. El primero fueron los choques entre diversas concepciones de lo que había de ser el nuevo estado de cosas. Socialistas, comunistas y anarquistas estaban de acuerdo en la demolición de lo que había pero no lo estaban tanto a la hora de edificar sobre las ruinas.

Frente al caos de las expropiaciones, las confiscaciones y colectivizaciones, el Partido Comunista (secundado por los socialistas en un proceso de bolchevización para evitar el desbordamiento por la izquierda y ante la inoperancia absoluta de los partidos republicanos) escogió como estrategia para irse apoderando gradualmente del poder político, la defensa del pequeño propietario, empresario o agricultor, es decir, el objetivo era buscar el apoyo de las clases medias oponiéndose a las colectivizaciones. Esto se manifestaba en el acoso a los trostkistas, a los anarquistas y en el ataque al jefe del gobierno, Largo Caballero, especialmente a través de sus colaboradores militares[19]. Éste último, que debía al apoyo comunista su encumbramiento como el Lenin español y su nombramiento como presidente del Gobierno, empezaba a alarmarse por la situación y por el progresivo predominio soviético cuando los agentes de la Komintern decidieron que era necesario prescindir de Largo Caballero. Su nuevo candidato iba a ser un doctor en medicina y catedrático de Universidad, Juan Negrín.

Tras los sucesos de Barcelona (una verdadera guerra civil interna que estallaba en mayo de 1937) y la maniobra que consiguió la defenestración de Largo Caballero y su sustitución por Negrín, los anarquistas, los comunistas disidentes y el catalanismo, quedaron borrados del mapa o muy quebrantados mientras que los beneficiarios de la nueva situación serían los comunistas fieles a la ortodoxia soviética y sus aliados. Pocos meses después, el Gobierno aceptaba los hechos y secundaba al Partido Comunista en su propósito de terminar con los comunistas anatematizados por Stalin (proceso al POUM).

«No obstante el escándalo que el caso Nin produjo en el mundo, en España el hecho fue aceptado sin mayores aspavientos y sólo sirvió para poner de manifiesto que en zona republicana existían checas, se torturaba a los detenidos y la justicia seguía siendo poco escrupulosa a la hora de juzgar. Por otra parte, tales sucesos confirmaban la sumisión absoluta del Partido Comunista de España a la Unión Soviética, y también la indiferencia que estos aconteceres producían en los gobernantes, aunque por descontado ahondaran las diferencias entre Prieto y los comunistas»[20].
La influencia comunista se va haciendo cada vez más fuerte y el Gobierno se convierte en un instrumento en manos de la Unión Soviética hasta el punto de provocar en el propio seno del Ejército Popular el golpe de mano del Comandante Segismundo Casado (marzo-1939) contra la voluntad de Negrín de imponer una resistencia desesperada y estéril. Mientras tanto, en todos los aspectos de la vida pública se va a manifestar esta preponderancia soviética: la política general, la prensa, el Ejército Popular —sujeto al Comisariado Político y vigilado por la Misión Militar Soviética— y la Hacienda pública que envía a la URSS gran parte de las reservas de oro del Banco de España y de los bienes particulares depredados por los revolucionarios o por intervención más oficial[21]. Esta intervención se advierte de un modo muy especial en la organización del terror: el grupo de la GPU (organismo soviético de seguridad), también denominado Checa, fue una sección de la Policía secreta y un departamento del Ministerio de la Gobernación del Gabinete de Madrid-Valencia aunque trabajaba con plena independencia, con sus propias prisiones, investigaciones, tribunales y ejecuciones. Además los delegados de la GPU orientaron las actividades de la Policía madrileña y, de manera muy especial, la Policía política creada por el Ministerio de la Gobernación con la denominación de DEDIDE (Departamento Especial de Información del Estado), incorporado más tarde al SIM (Servicio de Información Militar)[22].

La actuación de estos organismos no sólo iba dirigida contra los partidarios de la causa nacional en la retaguardia enemiga sino, sobre todo, contra los opositores al comunismo soviético: en primer lugar para depurar las Brigadas Internacionales, luego —como ya hemos apuntado— para eliminar toda oposición de los anarquistas y troskistas del POUM y, finalmente, para reprimir a los partidarios del compromiso o rendición.

IV. Conclusión
Aunque en la década de los cuarenta no iba a desaparecer la conflictiva relación con la Unión Soviética del panorama político español, la victoria nacional en abril de 1939 ponía fin a una primera etapa que se había caracterizado en primer lugar por el deslumbramiento que los revolucionarios españoles sintieron por lo que ellos creían que estaba ocurriendo en Rusia ignorando o silenciando el alto coste, sobre todo en millones de vidas humanas, y la degradación económica y moral a que estaba conduciendo la obra de Lenin y Stalin. En un segundo momento asistimos al progresivo control de la situación en España por parte de los comunistas soviéticos: elevados a una posición que no podrían haber alcanzado por sí mismos mediante su participación en el Frente Popular acabaron resultando decisivos para la supervivencia de la República gracias a su ayuda militar e hicieron efectivo su predominio a un elevado coste: el principal, haber quebrado la fragil solidaridad interna de la izquierda que —contra un enemigo común—existió en los primeros momentos de la guerra y, al imponerse sobre las demás fuerzas, enajenar a la República el entusiasmo y el apoyo de importantes sectores. Todo ello a cambio de una ayuda militar que nunca resultaría decisiva y que se estrelló contra la capacidad de resistencia y de iniciativa del Ejército de Franco. La constante de toda esta actuación política parece clara: obtener los mejores resultados con el mínimo esfuerzo. El mínimo esfuerzo ruso porque, para España, la seducción que provocaba la revolución rusa y el intervensionismo soviético tuvieron un coste moral y material muy elevado.

NOTAS
[1] Cfr. Sandoval Pinillos, Luis María, Cuando se rasga el telón (Ascenso y caída del socialismo real), Speiro, Madrid, 1992, pp.31-37
[2] Stanley G.Payne sintetiza al menos cinco: 1. Lucha entre la democracia y el fascismo; 2. Cruzada religiosa contra los enemigos de Dios; 3. Guerra contra el imperialismo extranjero; 4. Batalla entre la civilización occidental y el comunismo; 5. Choque entre la revolución y la reacción capitalista. Cfr. Payne, Stanley G., «La guerra de España», en La guerra y la paz. Cincuenta años después, Madrid, 1990, pp.203-204.
[3] Este nombre, comúnmente aceptado, empezó pronto a aplicarse al conjunto de iniciativas protagonizadas por los que en julio de 1936 se sublevaron contra un Gobierno respaldado por el Frente Popular y que no pueden reducirse a un simple golpe de estado protagonizado por militares.
[4] Yo, jefe del Servicio Secreto Militar soviético, Guadalajara, 1945, p.51; cit.por García Arias, Luis, «La política internacional en torno a la Guerra de España», en La Guerra de Liberación Nacional, Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1961, pp.536-537.
[5] Cit.por Sevilla Andrés, Diego, Historia política de la zona roja, Rialp, Madrid, 1963, pp.90-91.
[6] La idea se ha retomado con abundante soporte documental en: Moa, Pío, 1934: Comienza la Guerra Civil. El PSOE y la Esquerra emprenden la contienda, Áltera, Barcelona, 2004.
[7] Hacia la segunda revolución, Madrid, 1935, pp.97-98
[8] Yo fui un Ministro de Stalin, México, Editorial América, 1953, p.15.
[9] Cfr. Arrarás, Joaquín, Historia de la Segunda República Española, IV, Editora Nacional, Madrid, 1969, pp.17-28. Si el Frente Popular español responde desde sus orígenes a la iniciativa soviética parece una cuestión secundaria en relación con su significado esencial como plataforma del Partido Comunista que, entre otras cosas, pudo sentar a catorce de sus miembros en el Congreso.
[10] Allí dijo el secretario general del partido: «Nosotros luchamos por la dictadura del proletariado, por los soviets. Lo declaramos paladinamente. Pero en los momentos actuales comprendemos que la lucha está planteada no en el terreno de la dictadura del proletariado, sino en el de la democracia contra el fascismo como objetivo inmediato. Queremos marchar unidos hasta que lleguemos a fundirnos en un solo partido con la izquierda del partido socialista y en especial con su máximo dirigente, el camarada Largo Caballero», cit.por Arrarás, Joaquín, ob.cit., p.26.
[11] Cit.por Arrarás, Joaquín, ob.cit., p.27.
[12] Periódico Claridad cit.por Payne, Stanley G., La primera democracia española. La Segunda República, 1931-1936, Paidos, Barcelona, 1995, p.399.
[13] Escasa trascendencia tienen las discusiones acerca de la autenticidad de los documentos referentes a los planes para la instauración de la dictadura del proletariado, dos de los cuales fueron publicados por el diario Claridad (30-mayo-1936) denunciando su falsedad. Las pruebas sobre preparativos y propósitos revolucionarios se encuentran con abundancia en discursos, publicaciones, actividades subversivas y organización para-militar basada en las milicias que ya se habían formado durante la primavera de 1936.
[14] Y ello no porque la Unión Soviética careciera de interés por incluir a España en su órbita sino porque, como se había comprobado en el VII Congreso de la Komintern, el comunismo no estaba en condiciones de triunfar por sí mismo. Como se ha constatado con toda precisión, no puede hablarse del Alzamiento como el resultado de una especie de maniobra fascista semejante a la que estaba protagonizando la Unión Soviética (Cfr. Viñas, Ángel, La Alemania nazi y el 18 de julio, Madrid, 1977, pp.239ss).
[15] Cfr. Ruiz Manjón, Octavio (dir.), Historia General de España y América. XVII. La Segunda República y la guerra, Rialp, Madrid, 1986, pp.427-428.
[16] La URSS no otorgó créditos para pagar en el futuro sino que solicitó la constitución de depósitos en metales preciosos; a la Unión Soviética y a Francia se envió en depósito el total de las disponibilidades del Banco de España al comienzo de la guerra y los rusos liquidaron con esos fondos un material de guerra tasado a precios elevadísimos.
[17] Cfr. Castells, Andreu, Las brigadas internacionales en la guerra de España, Ariel, Barcelona, 1974, pp.254-259
[18] Suárez Fernández, Luis, Franco: Crónica de un tiempo. I. El General de la Monarquía, la República y la Guerra Civil. Desde 1892 a 1939, Actas, Madrid, 1999, p.538.
[19] En síntesis es el planteamiento que aparece en Bolloten, Burnett, La guerra civil española. Revolución y contrarrevolución, Alianza Editorial, Madrid, 1989.
[20] Ruiz Manjón, Octavio (dir.), Historia General de España y América. XVII, 503.
[21] Viñas, Angel, El oro español en la guerra civil, Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 1976.
[22] La intervención soviética en las tareas represivas no es exclusiva de esta etapa. El delegado soviético en España Mikhail Kolstov convierte parte de su diario de guerra en una estremecedora confesión sobre su responsabilidad en arrancar del Gobierno la decisión de eliminar a los prisioneros de Madrid en noviembre de 1936 (Cfr. Koltsov, Mijail, Diario de la guerra de España, Madrid, 1978). Por su parte, el Partido Comunista venía participando en los organismos que, como el Comité provincial de investigación pública, suponían el respaldo al terror por parte del propio Gobierno del Frente Popular y de la Dirección General de Seguridad.

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