Los obreros contratados por el viñador (Mt 20, 16)
Los dos hijos enviados a trabajar a la viña (Mt 21, 28-32)
Parábola de los viñadores homicidas (Mt 21, 33-46). Que se lee en el Evangelio de la Misa del viernes de la segunda semana de Cuaresma.
Las tres pertenecen a lo que se llaman parábolas históricas porque ilustran un episodio de la historia sagrada, y en los tres casos se recurre a la presentación del Reino de los cielos bajo la imagen de una viña. Pero reciben también el nombre de parábolas de la reprobación porque la imagen de la viña sirve para expresar la predilección de Dios por Israel y la mala correspondencia de este pueblo, la infidelidad de los judíos a su vocación y la elección por parte de Dios de un nuevo pueblo que será la Iglesia.
Dios hizo depositario de la promesa de salvación mesiánica al pueblo elegido mediante una Alianza, cuyos compromisos los judíos no cumplieron a lo largo de muchos siglos, a pesar de las continuas invitaciones que Dios les hizo a través de los profetas. La parte leal y noble de Israel rogó, sufrió y perseveró en medio de las circunstancias más difíciles. Y Dios cumplió todos sus compromisos: sensible, según su promesa, a las súplicas constantes de este pueblo, el Señor le envía el Mesías, conforme a la imagen trazada en sus menores detalles por las predicciones de los Profetas. San Mateo anota: «Cuando los jefes de los sacerdotes y los fariseos oyeron las parábolas de Jesús, se dieron cuenta de que hablaba de ellos. Buscaban la manera de arrestarlo, pero temían a la gente porque ésta lo consideraba un profeta» (Mt 21, 45-46)
Pero los herederos de la promesa histórica le van a dar muerte de cruz: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (lJn 4, 9s). Lo ocurrido con el hijo del viñador determina el dramático final de la parábola; como la muerte de Jesús supone la reprobación de Israel como pueblo elegido de la que da fe la destrucción de Jerusalén el año 70: «Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de los cielos, y se dará a un pueblo que produzca sus frutos» (Mt 21, 43).
La interpretación histórica de la parábola de los viñadores no impide que nosotros hoy nos consideremos beneficiarios de la amorosa providencia del Señor para con su viña y sus viñadores. La paciencia de Dios con nosotros es muy de agradecer... Pero no debemos escudamos en ella para seguir sin dar fruto. Porque también hay muchos que se alejan de Jesucristo, renunciando así a la gracia de Dios.
1. Jesús, el camino, es abandonado por la muchedumbre de cristianos cobardes e indiferentes que no andan por la senda de sus mandamientos, y prefieren el espacioso y ancho camino cuyo término es la desdicha suprema...
2. Todos los espíritus vanos y orgullosos que rechazan la verdad infalible para correr en pos de mentiras e ilusiones...
3. Todos los amadores de deleites que rechazan a Jesús como vida eterna. Muchos que se imaginan ir en pos de Jesús, le siguen únicamente desde muy lejos, y merecen apenas el nombre de discípulos.
Así, pues, Jesús está solo... Y lo está porque los hombres no quieren ni andar por su camino, ni abrazar su verdad, ni aceptar su vida... ¿Cuáles son los afectos que debe despertar en nuestros corazones la vista de este abandono?
1. Primero: afecto de temor de nosotros mismos.
Así, pues, entre cada cual en su corazón e interróguese, a fin de asegurarse de que no es del número de los que huyen de Jesús, o al menos de los que no andan en pos de Él sino de muy lejos.
¿Cumplimos siempre los preceptos, seguimos los consejos del Evangelio cuanto podemos, y sentimos su atractivo?
¿Creemos todas sus verdades, y sobre todo las aprobamos, las amamos?
Por último, ¿en qué lado estamos? Si Jesús nos llamara a su juicio, ¿podríamos pasar a su derecha con sus discípulos fieles?
2. Segundo: afecto de compasión de la muchedumbre de hombres ciegos e insensatos que vuelven la espalda a Jesús para seguir la senda que conduce inevitablemente a la desgracia.
3. Tercero: afecto de dolor, pensando que no conociendo muchos el tiempo de la visitación del Señor, llegará para ellos el día en que los enemigos los estrecharán por todas parles, porque no quisieron ampararse bajo las alas donde se les ofrecía un asilo seguro y tranquilo.
4. Por último: afecto de celo y compasión de Jesús abandonado. Debemos hacer votos a fin de que sea su nombre glorificado, y venga a los hombres su Reino
Que nuestra vida sea agradecimiento a Cristo por las gracias recibidas; petición fervorosa de corresponder debidamente; y compromiso serio de comportamiento que ofrezca al Señor lo que tiene derecho a esperar de nosotros.
Fuentes:
Salvador Muñoz Iglesias. Año Litúrgico, ciclo A, Domingo XXVII del Tiempo Ordinario.
Domingo de Septuagésima
Domingo infraoctava del Corpus