Por extensión, se aplica el término anacronismo a la, incongruencia que resulta de presentar algo como propio de una época a la que no corresponde.
De dicho defecto adolecen algunos análisis de la situación de la Iglesia que proliferan en ambientes conservadores.
Anacronismo en un doble sentido: no ser conscientes del momento en que vivimos e ignorar la realidad para tratar de acomodarla a teorías e ideologías previas.
Jesucristo apostrofa a quienes no saben reconocer lo específico del tiempo que les toca vivir para poder obrar en consecuencia. «¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!» (Mt 16, 3). San Jerónimo explicita el sentido de estas palabras en los siguientes términos: «es decir, que por la sucesión y regularidad de los elementos podemos calcular los días serenos y los lluviosos, mientras que los escribas y los fariseos, que eran reputados como doctores de la Ley, no podían por los vaticinios de los profetas conocer la venida del Señor». Y San Juan Crisóstomo extiende la advertencia a la segunda venida: «Ahora he venido como médico, entonces me presentaré como juez. Por esta razón he venido ahora como cubierto por un velo, mas luego, cuando se conmovieren todas las potestades del cielo, me presentaré con gran claridad» (homiliae in Matthaeum, hom. 53,2).
Miramos con desconfianza a quienes, hablando de la Iglesia, prescinden de la realidad en que ésta se encuentra en relación con la segunda venida de Cristo y de los signos que Él mismo ha señalado que la precederán. En ese sentido, hacemos nuestra la siguiente apreciación de Francisco Canals:
«“Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes” (Catecismo, 675), haciendo alusión a los textos evangélicos que dicen: “Será tan terrible la tribulación como no la hubo nunca antes ni la volverá a haber después (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12)”. Luego cuando se dice que “todos los tiempos son iguales”, “siempre ha habido muchos problemas”, “no hay que asustarse, no pasa nada, las cosas se arreglan solas”, nos encontramos con un lenguaje que no es bíblico, sino que es una visión empirista y humanista de la historia. Estas afirmaciones, sencillamente, no son verdad. Vienen unos tiempos, y ya estamos entrando en ellos, que son peores que todo lo que había ocurrido en el mundo nunca, y jamás volverán a ser tan malos» (Mundo histórico y Reino de Dios, Barcelona: Scire, 2005, p.161).El segundo anacronismo consiste en prescindir de la realidad, sometiéndola a presupuestos ideológicos que son el resultado de haber deformado una serie de conceptos –probablemente recibidos en una deficiente formación juvenil- acerca de la comunión eclesial, el pontificado romano, las relaciones con la jerarquía, etc… Quienes proceden así han congelado tales conceptos, a modo de ideas platónicas habitantes de un mundo ideal, y los aplican al presente caso ignorando que el más agresivo ataque que hoy sufre la Iglesia procede de la autodemolición. Concepto éste, por cierto, acuñado por Pablo VI, que algo debía saber del asunto.
Es propio de los conservadores contribuir a consolidar los errores cuando el paso del tiempo ha agostado el vigor de la reacción y ha acostumbrado a la masa a los peores excesos. Por eso pretenden situarse en el inexistente centrismo de una equidistancia entre la tradición y la revolución. Desarme unilateral que resulta desastroso para el Catolicismo porque deja a éste en manos de los grupos de presión que a la hora de decidir inclinan siempre a su favor la balanza de una Jerarquía débil y complaciente. Una autoridad que, en nombre de la obediencia, impone a todos los obedientes que hagan lo que quieren los grupos de presión. Ejemplo señero: la Comunión en la mano, aprobada por Pablo VI dando así su respaldo a una práctica que había comenzado contra la ley litúrgica y que contaba con la oposición de la mayoría del episcopado.
Sabemos que nos toca seguir viviendo en tiempos difíciles pero no estamos dispuestos a recibir lecciones de los anacrónicos que disimulan su propia esterilidad arremetiendo contra unos fieles católicos que sólo tratan de salvar su Fe y transmitirla sin adulterar a las generaciones futuras.
Y, menos aún, nos dejaremos arrastrar por los cantos de sirena de quienes presumen de querer salvar la Ciudad dejando dentro al Caballo de Troya. Porque estamos convencidos de que los hipócritas que no saben reconocer los signos de los tiempos y se dedican a minar a los resistentes están aliados, se reconozca o no, con el enemigo.