Las imágenes del Dalai Lama en la Catedral de San Esteban de Viena, profundamente recogido ante un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús o asistiendo en lugar preferente (el Coro junto al altar Mayor) a una ceremonia litúrgica, nos causarían sorpresa, además de escándalo. Pero hemos asistido ya a numerosos ensayos previos de un culto sincrético como para decir que la escena, además de conmover hondamente nuestra condición religiosa, nos haya sorprendido.
Indignación sí; ¿sorpresa?
Ciertas manifestaciones de inculturación, los sucesivos encuentros de Asís, el ritual hindú en el Santuario de Fátima y la neotérica ceremonia de Austria son pavorosas manifestaciones de un "in crescendo" en el que se empezó diciedo que había que acoger formas religiosas de otros credos por su valor cultural. Y vimos, por poner un ejemplo, a Juan Pablo II recibiendo en su frente el Tilac o Tika, la pasta de polvo rojo de los hindúes, el signo de reconocimiento de los adoradores de Shiva.
Luego, se nos enseñó que había que rezar junto a otros credos. O al menos así se han justificado los reiterados encuentros de Asís, donde cada religión vino a orar a sus respectivos manes aunque para ello hubiera que colocar la estatua de Buda sobre un altar como ocurrió en 1986.
Finalmente, hemos vistos a los representantes de dos credos rezando juntos como ha ocurrido en Austria. Un gesto que, con toda razón, los entusiastas representantes de uno de los equipos ecuménicos que pululan en las diócesis españolas, interpretan así:
En su reciente visita a Austria, el Dalai Lama nos ha regalado otra de sus instantánea cargadas de humildad y esperanza. Se ha postrado y orado ante el Sagrado Corazón de la Catedral de San Esteban en Viena. Es el testimonio puro y a la vez osado, es el gesto abierto y a la vez valiente, la actitud generosa y desprendida..., la que va abriendo los corazones humanos, la que va inaugurando una nueva era de hermandad espiritual sobre la tierra... […] El futuro de comunión ya nos ha alcanzado. Podemos atender las señales de este nuevo y liberador tiempo. Podemos ir ya, marchar por fin hacia esa cúpula, hacia ese ancho espacio, superiormente iluminado, que reúne nuestros anhelos sinceros, nuestros credos sentidos. Los Cristos, los Budas, la Jerarquía que es y reina, rompen en gozo ante esa devoción que desborda los límites establecidos, que hace arder todas las fronteras" (Koldo Aldai, en la web del Equipo Ecuménico Sabiñánigo).
La irrelevancia de Cristo para la fe, escenificada en una Catedral católica. La parodia que venimos comentando, se ha desarrollado en la catedral de San Esteban, iglesia principal de la archidiócesis de Viena (Austria) y sede de su arzobispo, el conocido cardenal Christoph Schönborn OP.
Al inicio de la celebración eucarística (en forma ordinaria, por supuesto) del domingo de Pentecostés, el purpurado dijo que el Dalai Lama le pidió permiso para visitar la iglesia de San Esteban en la Arquidiócesis de Viena como un “peregrino” más, como ha visitado los santuarios marianos de Lourdes y Fátima además de Roma.
Ya resulta dudoso que un Cardenal de la Iglesia Católica avale las acciones de alguien que se autodenomina «reencarnación de Buda en la tierra»... Peor aún es que no nos explique ante qué divinidad viene a orar en la Catedral de Viena alguien que ostenta en su web oficial el título de his Holiness (su santidad).
Pero es que llueve sobre mojado: que la diócesis regida por el Cardenal dominico es pionera en esto de los rituales sincréticos lo demuestran episodios como el protagonizado el 18 de mayo de 2009 por Saju George. Este jesuita, ejecutó ante los fieles una danza-homenaje a la divinidad hindú Shiva en el presbiterio de una Iglesia: la Schottenkirche. Quienes no padezcan del corazón pueden ver las imágenes en este enlace o sorprenderse de las peculiares celebraciones eucarísticas presididas por el propio Cardenal. A esta luz, se entienden mejor las palabras dirigidas por el religioso dominico a la reencarnación de Buda: “Yo soy un monje dominico, al igual que usted es un monje, y creo que ambos podemos encontrar un terreno común de la humanidad en la vida religiosa. El conflicto del que habla se refiere a nuestra necesidad de un cambio de corazón. Yo creo que la vocación religiosa es la necesidad de toda persona a cambiar su corazón de piedra a un corazón de carne y el amor” ¿De qué religión está hablando Schönborn? ¿De una suprarreligión en la que son irrelevantes las creencias particulares, es decir lo que nosotros —todavía católicos— llamamos Fe?
Iniciativas como las promovidas por Schönborn se sitúan en el contexto de innumerables abusos y de verdaderas profanaciones que pueden convertir el altar en escenario de un juego de niños o de un concierto de rock. Todo ello denunciado infructuosamente en medios católicos y respaldado de manera constante por los representantes de una jerarquía que, como el Arzobispo de Viena, saben que la reforma litúrgica es el canto de cisne de las doctrinas conciliares y el mejor caldo de cultivo para la expresión de su neoteología ecumenista y sincrética.
Que hechos como el presente nos sigan conservando fieles en la reparación y en la intransigencia, sin buscar el atajo en diálogos que acaben vampirizando la portentosa resistencia protagonizada por la obra de la Tradición.