Hago mías estas palabras escritas en recuerdo de D.Félix Morales, al tiempo que aprovecho la ocasión para agradecer públicamente su amistad y disponibilidad hacia mí y hacia mis trabajos de investigación histórica desde la Fundación Nacional Francisco Franco a cuyo Patronato me honro de pertencer por sugerencia suya. Encomiendo el eterno descaso de su alma y hago llegar mi más sentido pésame a sus familiares.
Desde los años cuarenta en los que dio comienzo su brillante trayectoria profesional, Felix ha sido director de numerosos periódicos españoles como el Diario Español, de Tarragona; Proa, de León; El Pueblo Gallego, de Vigo; Información, de Alicante; Arriba, de Madrid; La Voz de España, de San Sebastián y el diario de Sevilla, entre otros.
También ha dirigido la Hoja del Lunes, de Alicante, editada por la Asociación de la Prensa alicantina, entidad de la que fue presidente de 1964 a 1969. Actualmente era vicepresidente ejecutivo de la Fundación Francisco Franco.
También ha dirigido la Hoja del Lunes, de Alicante, editada por la Asociación de la Prensa alicantina, entidad de la que fue presidente de 1964 a 1969. Actualmente era vicepresidente ejecutivo de la Fundación Francisco Franco.
A FÉLIX MORALES: JUBEAS EAM A SANCTIS ANGELIS SUSCIPI
Gracias
a mi amigo, admirado compañero y camarada en el corazón Luis Felipe
Utrera-Molina recibo en Bruselas la noticia de la muerte de Félix Morales,
maestro de periodistas y Vicepresidente de la Fundación Nacional Francisco
Franco.
No soy profesional de los medios, ni historiador,
sino sólo un pobre católico de a pie, por lo que no puedo recordar la
trayectoria de su vida, que a alguno de sus aprendices corresponde, sino sólo
una sencilla semblanza suya de dos almas unidas por la Fe y por unos pocos años
de amistad y colaboración que Dios me ha regalado.
Anteayer, en la
Fiesta de San José, participando activamente con el silencio en la Liturgia
tradicional de la Iglesia, escuchaba las palabras que el sacerdote pronunciaba
del capítulo 45 del Libro de la Sabiduría: la memoria del justo se
conserva en bendición, por su fe y mansedumbre le escogió entre todos los
hombres. Yo no pensaba entonces en Félix, sino en Franco, pero la noticia
me ha devuelto hoy a la meditación de ese pasaje.
He conocido al
Félix octogenario pero, siéndolo, era más joven que yo, quizás por la
beneficiosa influencia de su ideario falangista. Después de muchos
servicios a España desde las linotipias, la Divina Providencia le había exigido
una última etapa de entrega, no corta, para lo que le había concedido
renovadas fuerzas y dinamismo, que desplegaba entregando todos los días, a la
misma hora, su jornada de trabajo no remunerado a una gran institución, pequeña
en medios materiales pero gigantesca en su dimensión
histórica.
Muchos son los testimonios que Félix nos transmitió, a
mí y a tantos otros. El más importante, me parece, el haber transformado,
en estos tiempos de manipulación, la imagen que del Régimen de Franco muchas
personas de buena voluntad tuvieran creada, opuesta a la realidad. Conocer
a Félix era darse cuenta de que aquellos tiempos no fueron ni exagerados, ni
antiguos ni tristes, sino razonables, prósperos y armoniosos.
De toda la memoria que verbalmente comunicó, refutando de forma vivencial la
impuesta desde las instancias oficiales, recuerdo en primer lugar su relato de
la época de la II República. Siendo niño en Zamora, fueron prohibidos por
el Gobierno los crucifijos en las Escuelas Nacionales. Al día siguiente,
el pequeño Félix, como todos sus compañeros, fue al colegio con una cruz al
pecho, que su madre amorosamente le colgó encima de su uniforme. Era
aquella España. Dios juzgará si nosotros nos hemos comportado
igual.
La beneficiosa etapa del franquismo también la recordaba
desde el punto de vista de la dedicación del Régimen por los
desfavorecidos. Me contaba cómo, desde su infancia, había todos los días,
a la puerta de su casa como de la de otros en el pueblo, un pobre viejo a la
hora de comer y a la de cenar, revestido con una gruesa capa, su única posesión,
que ya no tenía para vivir sino de la caridad de las familias, que por otra
parte se la ofrecían de buena gana. Esa imagen española desapareció, para
siempre, con la Seguridad Social de Francisco Franco, que ahora unos y otros van
a recortar.
También me informó de cómo el Generalísimo, al viajar
por las regiones de España, se fijaba siempre en las condiciones de vida de los
obreros e insistía una y otra vez a sus colaboradores que solucionar esa
situación, como en gran medida logró, era el primer deber de un gobernante
católico y el mejor antídoto contra el marxismo. En mi Alcalá de adopción,
he conocido a un antiguo militante socialista que me dijo, con un tono de
una cierta grandeza, que “el único comunista de verdad que ha habido en
España fue el Caudillo”.
No relataré aquí algunos datos que Félix
me dio de su visita a la Academia Militar de Zaragoza a finales de los años 50
ni tampoco entrañables y continuas relaciones con las autoridades eclesiásticas,
más clarividentes entonces que las que vendrían después. Con asiduidad y
confianza trató, de la generación del Régimen, a Fernández Miranda y a Juan Luis
Cebrián y estuvo al pie de las redacciones, sin exaltaciones pero también sin
miramientos, cuando la ETA empezaba a aguijonear y la UCD empezaba a desactivar
todo lo que se había hecho, incluido lo mucho bueno.
Le acompañé
varias veces al Valle de los Caídos, que ahora ha sufrido el ataque de la
anti-España y una esperanzadora respuesta de los monjes y de las familias.
En una ocasión, entregó a la Comunidad benedictina un cáliz que custodiaba la
Duquesa de Franco, como regalo que le habían hecho a su padre las monjitas a las
que destinaba una limosna mensual que detraía el Caudillo de su propio
sueldo. La entrega causó a los frailes una “alegría existencial” y supongo
que, sin saberlo, muchos fieles que se hayan acercado a la gran Cruz del Valle
habrán comulgado ya de esa copa gloriosa.
A través de Félix, he
conocido a personas excepcionales, algunos de ellos ojalá ya en la Gloria del
Señor, cuya labor la Historia antes o después reconocerá. En la Fundación,
al Coronel Eduardo Fuentes Gómez de Salazar y a los Gerentes Ramón Moya y Emilio
de Miguel, al frente de un equipo de personas ejemplares. Con su
falangismo abierto y tradicional, impulsó que el Patronato de esa casa se
enriqueciera con militares como el General Alcázar, el Teniente General
Esquivias y el Comandante Pardo Zancada; con intelectuales de la talla del
Notario Javier Nagore Yarnoz y los Profesores Togores y Martínez-Sicluna; con
españoles, en fin, de una pieza como José Utrera-Molina, Pedro González Bueno,
Gonzalo Fernández de la Mora, Alfredo Sánchez Bella y Joaquín
Gutiérrez-Cano.
Hace poco un sacerdote francés nos decía que,
cuando Franco nos dejó, los ángeles habían construido una gran autopista para
que entrase en el Paraíso como merecía. Yo pienso que ahora, cuando Félix
haya comparecido a las puertas del Cielo arrodillado, junto a San Miguel, San
Fernando y San Francisco de Sales, el Generalísimo le habrá dicho “¡Arriba,
querido Félix!”. Y el viejo periodista habrá contestado, mirando a toda la
Corte de Cristo: “A sus órdenes, mi General”.
Miguel Toledano
Lanza
ABOGADO Y ECONOMISTA