La Hermandad de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, asociación civil nacida en 1984, ha venido manteniendo un prudente silencio durante estos meses, para no verse mezclada en el fragor de las informaciones en los medios, especialmente en Internet, en muchas ocasiones contradictorias y políticamente sesgadas, ni interferir en las negociaciones que pudieran estar desarrollándose a otros niveles. Pero tampoco queremos que este silencio responsable se pueda interpretar como desinterés o como sumisa aceptación de los hechos que se vienen sucediendo.
La operación viene de lejos. Durante los casi treinta primeros años de sistema democrático, con gobiernos de derecha o de izquierda, el Valle de los Caídos ha disfrutado de una relativa tranquilidad y ha sido uno de los monumentos más visitados, tanto por españoles como por extranjeros, entre los que destacan, entre personalidades de todas clases, los cardenales Roncalli y Ratzsinger, después papas Juan XXIII y Benedicto XVI.
La ejemplar actitud de la Comunidad benedictina, dedicada única y exclusivamente a la oración por los muertos –por todos los muertos– allí enterrados, en unos casos, conocidos y por expreso deseo de sus familiares y, en otros, anónimos, recogidos de fosas comunes o carreteras, sin poder definir si pertenecían a uno u otro bando combatiente en la guerra civil, que allí vienen reposando desde hace cincuenta años, ha hecho posible la auténtica y necesaria reconciliación, bajo el signo de paz de la Cruz, en el espíritu inicial con que fue alzada, y que alienta la esperanza de que desaparezcan los odios y los enfrentamientos civiles entre españoles.
Pero, ha sido precisamente esa Cruz, esa gigantesca Cruz, que preside la sierra madrileña, la que parece que resulta intolerable para el actual gobierno socialista y sus socios de la izquierda radical, la casi extraparlamentaria Izquierda Unida, y la de los grupos independentistas catalanes que, en varias ocasiones, han expresado su deseo de que desaparezca físicamente, en su obsesión por borrar cualquier signo del pasado que les recuerde una guerra perdida. Quisieran hacer como los talibanes o como los antiguos faraones que, en su insana soberbia, nada más llegar al poder, ordenaban picar o destruir toda referencia a lo anterior.
Parece que de nada ha servido la referencia que, en la denominada «Ley de Memoria Histórica» se dedica al Valle, otorgándole la condición de lugar de culto y reconociéndole de aplicación las normas relativas a los cementerios, aunque prohibiéndose la celebración de cualesquiera actos políticos en su recinto, ni tampoco los acuerdos vigentes entre la Iglesia Católica y el Estado español.
Desde hace ya varios meses, Patrimonio Nacional, al que administrativamente está adscrito el Valle, viene ordenando cierres alternativos de la Basílica, no admitiéndose la visita de particulares individuales ni de grupos de operadores turísticos, permitiéndose la entrada, exclusivamente, para asistir a la misa diaria de las 11 de las mañana, impidiendo, de tal modo, disfrutar de una de las obras más singulares e importantes de España.
Primero fueron unas supuestas obras que nadie sabía en qué iban a consistir, ignorándose, también, su fecha de inicio, duración prevista y presupuesto de ejecución y, ahora, se aduce la excusa de la controvertida restauración del conjunto de «La Piedad».
Nada se sabe del futuro inmediato de la colosal obra arquitectónica y artística que asombra a propios y extraños, sin distinción de razas, religiones o ideologías, pero todo parece indicar que la presión de sectores de la izquierda más radical del arco político español y los compromisos electorales contraídos con los mismos, la indiferencia e inhibición de sectores de la derecha, así como de las Instituciones culturales, históricas y artísticas que temen ser tachadas de «franquistas», pueden desembocar en un hecho sin precedentes en esta España supuestamente democrática, que sólo podría encontrar parangón en otros del pasado siglo, de infeliz memoria, a los que es seguro que no desean retornar la mayoría de los españoles.
Actos de revancha, de intransigencia o de inhibición, como éste, merecerían no sólo la repulsa internacional sino también una firme respuesta, a todos los niveles, de los españoles, hartos ya de tanta coacción y tanto complejo. No obstante, es nuestro deseo y esperanza, que se restablezca la cordura y se mantenga el Valle como un lugar de oración y concordia, especialmente para las familias de los que allí están enterrados, y que pueda ser visitado en libertad, por todos aquellos que lo deseen, como ocurre con todos los monumentos y obras de arte del mundo, creados por las distintas generaciones.
Madrid Junio de 2010
Por la Junta de Gobierno
Luis Suárez Fernández
Presidente